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Other commitments

Por bonsauvage, el 3 de abril de 2017, en Buensalvaje Música Opinión

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Dylan y Patti

Bob Dylan junto a Patti Smith

Pedro Letai escribe sobre la figura de Bob Dylan por ganar el Premio Nobel, y sobre cómo su importancia se encuentra realmente en su trabajo, en su música.

Pedro Letai

 

Bob Dylan es un tipo vulgar. Un juglar con las uñas sucias y el pelo enmarañado. Y un maleducado, supongo. No le imagino con buenas maneras en la mesa, ni poniéndose de pie cuando la chica vuelve del baño. Pero es un escritor extraordinario. Y, más aún, creo que en esa vulgaridad reside parte de su secreto y de su fuerza. Porque es feo, y descortés, gritar a los cuatro vientos, y con rabia, que no vas a trabajar nunca más en la granja de Maggie; ni con su padre, ni con su hermano. Con lo que ellos han hecho por ti. Y no es bonito tampoco preguntarle a una chica cómo se siente ahora que no tiene nada, ni un sitio a donde ir. Ahora que está sola. Once minutos preguntándoselo, una vez tras otra, dándole el coñazo. En la vulgaridad de Dylan, y en su manera de hacer las cosas, también está su bendita poesía.

La reciente concesión del Premio Nobel de literatura a Bob Dylan ha generado una controversia y un revuelo –precisamente el buscado por la Academia— con varias aristas. En cuanto a la pertinencia de otorgar un premio literario a un escritor de canciones creo que no debería existir demasiada discusión. El Nobel de literatura, afortunadamente, no es un premio exclusivo para novelistas, y así entre sus premiados podemos encontrar dramaturgos, poetas, periodistas o incluso políticos. La obra de Dylan, recientemente reunida y publicada en España por Malpaso, supera las mil quinientas páginas. Juan Rulfo solo escribió dos libros, y yo le habría dado un premio Nobel cada uno de los días de su vida.

Todo premio esconde una trampa y muchas mentiras, y desde luego es legítimo cuestionar la calidad literaria de alguien como Bob Dylan. Habrá quien diga que hay otros escritores mejores, o que lo merecían más, y ya lo creo que los hay. Y cuando se les condecore también encontraremos a otro que, precisamente ese año, lo merecía con mayor justicia. Merecimiento, justicia. Qué palabras tan escabrosas para alumbrar una fiesta de letras, poesía y, este año además, música.

Que Dylan no haya acudido a Estocolmo a recoger el premio, o que tardara en agradecerlo, ha soltado ya todos los perros. Queremos que nuestros ídolos sean moralmente intachables, como lo somos nosotros, claro. Y si no hacen la declaración de la renta, o no se lavan bien los dientes, o no son lo suficientemente patriotas damos la espalda a sus libros, sus películas o sus goles endiablados. Con honrosas e incongruentes excepciones, eso sí: que los mismos de la infantil caza a Trueba reciben con gusto cada película de Woody Allen que, siendo tan jazzy, lleva años jodiendo con una china que resulta que antes era su hija.

Robert Zimmerman, que se cambió de nombre en honor a un poeta, nunca ha pretendido ser la voz de nada. Eso le ha llevado a huir y también a ser perseguido. Cuando todo el mundo le dijo la voz de una generación él prefirió fingir un accidente de moto y reunir a una banda para hacer discos inolvidables. Qué importaba lo que él pudiera pensar, o decir, sobre Dios o sobre Vietnam. Para eso, como mucho, estaban sus canciones. Porque ahí, y solo ahí, habita Dylan. Esa es su relación directa con nosotros, la que tanto parecemos necesitar cuando le criticamos porque nunca sonríe ni saluda. Cada noche sale a un escenario, cada noche en una ciudad distinta. Cada noche otro repertorio, otra vuelta de tuerca. Y otro viaje en autobús, escribiendo lo que será el siguiente disco. La Neverending Tour por la que Dylan vive y muere. La gira por la que no ha ido a recoger ahora el premio. La gira que hizo que desde la academia sueca tardaran días en localizarle. Porque estaba trabajando y porque, como él mismo ha dicho, tiene otros compromisos. Que para él son más importantes. Y en esos compromisos estamos nosotros.

Bob Dylan ha escrito unas preciosas palabras en agradecimiento al Nobel. Ha dicho que se siente honrado, y que pensaba que tenía las mismas posibilidades de ganarlo que de viajar a la luna. En primavera irá a Estocolmo. A tocar. Y lo recogerá. La luna ya se anda pintando los labios.

 

Pedro Letai (Madrid, 1982) Escritor y doctor en Derecho. Colabora con la revista Cosmopolitan y el programa de Radio Vallekas Poetas en el aire. Acaba de publicar el libro de poemas Todos los aviones (Lastura).

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