Marise Querlin, una conservadora sulfurosa
POR DAVID VILLANUEVA
Semblanza de la escritora francesa Marise Querlin (1903-1985), cuyo libro Les drogués, un tratado moralista sobre la adicción, sirvió de punto de partida para el volumen Drogadictos, publicado estos días por Demipage.
Fundamentalmente, Marise Querlin es conocida -en fin, conocida, es una forma de hablar- por sus reportajes y ensayos que, en los años 20 y 30, trataban temáticas bastantes sulfurosas para la época: Les Ventres maudits (Los vientres malditos, 1928) sobre las niñas madre; Les Drogués (Los Drogados, 1929) acerca de las adicciones; Mujeres sin hombres, sobre lesbianismo, Mesalina, emperatriz del fuego, etc.
El libro Les drogués contiene historias a caballo entre la crónica y el relato de ficción con personajes situados en las Antillas francesas, esos que luego poblarían las novelas de Malraux o Cendrars. En ambientes acaudalados, aristocráticos, que recuerdan a algunos relatos de Scott Fitzgerald -aunque no en su calidad-, tenemos a médicos que no quieren dar recetas a los abogados morfinómanos, industriales cuarentones anfetamínicos, camellos farmaceúticos, camellos de salón de hotel, cocainómanos y cocainómanas vistos como leprosos, con un tinte moralista brutal, los salones de opio de entonces.
Marise Querlin publicó su primera novela a los 18 años. Personaje bizarroide, que formó parte de los autores que publicaba Les éditions Fasquelle, hoy fundida con Grasset (Flaubert, Zola, Maupassant, Mirbeau… eran sus autores habituales; aunque rechazaron a Proust –al igual que Gallimard, por cierto-). Sus textos vieron la luz también en Les éditions du Scorpion, la editorial que publicó las primeras novelas de Boris Vian bajo el seudónimo de Vernon Sullivan. A pesar de que la autora tocaba temas interesantes y escabrosos para el momento, fue uno de los fracasos de aquella mítica editorial.
Encontré un ejemplar de Les drogués en una librería de viejo de Buenos Aires, en mi primera Feria del Libro porteña, hace unos diez o doce años. Bonito ejemplar. Al leerlo, me horroricé por esa moral de vieja Francia que interpretaba el asunto como quien crea un hospital para enfermos asociales y que habría que recluir siempre que se rezara un Ave María por estas pobres almas descarriadas; al mismo tiempo que me vi sumergido por esos personajes vacíos y sufrientes que intentaban ocultar sus miserias bajo sus trajes de lino en hoteles lujosos caribeños, coches descapotables con muertos al volante. Una joya antropológica.
De ahí vino la idea de Drogadictos, a la que le he dado mil vueltas hasta componer esta antología que nos concierne, estas doce drogas del calendario, como anuncia nuestro prólogo. Contar con el ilustrador Jean-François Martin ha sido fundamental, él estuvo al corriente desde el principio y siempre achacamos los mismos problemas al texto original; pensamos en quitar toda la moralina para dejar únicamente los escenarios con sus personajes, pero era muy rebuscado y poco fidedigno. Nos decantamos por una nueva creación. La idea de los animales, que recrea todo el universo infantil, inocente y estereotipado, también ha sido una transgresión buscada y que Jean-François ha tratado con una delicadeza extrema; basta con leer los textos de cada autor para darse cuenta de cómo los detalles de la ilustración de cada uno de ellos recoge la esencia de lo que cada uno quiere expresar. Para ello, hubo que traducir todos los relatos (nuestro ilustrador no habla español), tarea poco habitual en el mundo editorial. Que los lectores decidan ahora, liberados de moralina, qué adicción merece la pena.