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Reyes de Alejandría, José Carlos Llop

Por bonsauvage, el 26 de julio de 2016, en Buensalvaje Reseña

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POR GAIZKA RAMÓN

Gaizka Ramón reseña Reyes de Alejandría (Alfaguara, 2016), de José Carlos Llop.

Igual que hay quienes no critican a gusto una película si no la han visto entera, hay quienes van con pies de plomo al reseñar la última obra de un escritor consagrado al que desconocían. Desde esa prudencia o esa mojigatería escribo. Nada sabía del mallorquín José Carlos Llop cuando recibí Reyes de Alejandría, su sexta novela, y nada he averiguado más allá de lo que, en esa vaporosa frontera entre la autoficción y la novela, me cuenta el texto. Para confirmar que Llop es poeta, sin embargo, no hace falta leer la contrasolapa: bastan un par de párrafos para reconocer en su prosa un hermoso manejo del fraseo cadencioso, de la imagen y del mot juste, sensación que ratifico y acreciento a medida que paso las páginas. Como su autor aclara al inicio, Reyes de Alejandría es el recuerdo de dos ciudades (Palma de Mallorca y Barcelona) y una década (los setenta).

Dos grandes fuerzas vertebran esta novela memorialista de Llop: el recuerdo nostálgico y la reflexión culturalista. El primero, que se manifiesta tanto en el tono como en el contenido, lleva al narrador-protagonista a idealizar su adolescencia en Palma, el pintoresco paraíso isleño, y más tarde en la Barcelona cosmopolita del tardofranquismo, la anterior a las epidemias del caballo y el turismo masivo. Ambas ciudades se asocian a un tiempo de juventud, de libertad, de infinitas posibilidades, de hachís, de dandis y hippismo. En paralelo a eso, el impulso culturalista de Llop abre su faceta de literato precoz (“Rilke, Cavafis, Pound y Eliot formaban la tetralogía sagrada de nuestra religión”) y también de apasionado melómano, de modo que el texto se deja leer como una crónica de la llegada a España de Bob Dylan, Cat Stevens, Neil Young o Pink Floyd y de su convivencia con Las Grecas, Gato Pérez y Lole y Manuel. Nostalgia y culturalismo son en Reyes de Alejandría nociones siamesas, ya que el pasado del protagonista (un intelectual, cosa que, todo sea dicho, no fue el hippie medio) se construye en base a referentes culturales: el París del 68, el Che Guevara, el genio provocador de Ocaña. No busca Llop propuestas estructurales ni juegos metaficcionales, sino recordar estilos de vida perdidos en voz de una primera persona cándida, que no incurre en la digresión sino que vive en ella.

Reyes de Alejandría combina milagrosamente el afán de retrospectiva generacional con el humilde relato intimista, retratando los setenta como la década del paraíso perdido, “cima y nadir en sí misma”, tiempo que nace con la promesa hippie y la revolución sexual y la liberación mística del espíritu pero muere con el auge del materialismo, el triunfo de la sociedad de consumo y “los pisos con parqué y calefacción”. ¿Qué escollos plantea el discurso de Llop? Dos, evidentes, forman una espada de doble filo: la mitificación del recuerdo y el enfoque generacional. ¿Cuál es la linde entre lo conmovedor y lo empalagoso? ¿Cómo leen los setenta quienes los (sobre)vivieron y cómo los leen sus hijos, que cambiaron lo bohemio por lo cool?

El baremo para ambas cuestiones, diré a riesgo de caer en un relativismo ramplón, es el lector mismo. En Reyes de Alejandría destaco una prosa exquisita y una trama que contrapesa la típica evocación idealizada con eruditos pasajes de arqueología cultural. Echo en falta, no obstante, el enriquecedor espacio de la desacralización. ¿No podemos admitir que, en los setenta y en cualquier otra década, el fin de la adolescencia pesa?

Gaizka Ramón (1991) es graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Durante el curso 2015-2016, fue becado por la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores.

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