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50 años en «La casa verde», de Vargas Llosa

Por bonsauvage, el 9 de diciembre de 2016, en Buensalvaje Opinión

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Mario Vargas Llosa y Patricia Llosa en el bar limeño La Catedra en 1969

Mario Vargas Llosa y Patricia Llosa en el bar limeño La Catedra en 1969

POR RICHARD PARRA

El escritor Richard Parra disecciona La casa verde, de Mario Vargas Llosa, en el 50 aniversario de su publicación.

La casa verde de Mario Vargas Llosa (Seix Barral, 1966) es un manto multihistórico e imaginativo, un océano verbal. Es un relato río, laberíntico, un quipu narrativo. Se lee como un meandro de mitos (pueblerinos y arcaicos), un vórtice de melodramas, aventuras, cadencias y pasiones. En ella confluyen muchedumbres de cuerpos, organismos precarios, oprimidos, excitados, leprosos, exóticos, legendarios: cuerpos políticos.

Las cinco historias de La casa verde, paralelas y enmarañadas, no expresan un idéntico diseño. En ellas fagocitan relaciones de negación y atracción, curvaturas, bifurcaciones borgianas, polifonías arguedianas, escepticismos rulfianos, brechas y paradojas. El conjunto circula en discrepante flujo, donde la técnica no es instrumental, mera pirotecnia: es palpitación del ser narrativo.

La casa verde juega con insurrecta libertad con la historia prostibularia, las aventuras pendencieras, las relaciones de cachacos, las crónicas de Indias, los machismos funestos, los mitos amazónicos, la novela de caballerías, las utopías misioneras, el folletín, el realismo flaubertiano, y los viajes de colonización y expropiación. La recorren espectros de El corazón de las tinieblas, Lope de Aguirre, La vorágine, Los pasos perdidos.

Su planteamiento es lo múltiple, el montaje de extremos y temporalidades discontinuas. Lituma, la Selvática, Anselmo son personajes poliédricos, sintéticos, expresan transformaciones no deterministas, sino la pulsión del inconsciente, el deseo, el horror. Por eso, un pendejo Lituma reprimirá la rebelión del aguaruna Jum contra los abusivos señores del caucho. Lalita será reducida a mercancía, a carne colonial. Fushía carcomido por la corrupción, la peste. La casa verde es una novela mítica sin destinos manifiestos, donde lo arcaico, picaresco y el espanto trepidan en un mismo trazo poético.

La moralidad no deviene del personaje tipo lukacsiano, o del romanticismo de Hugo o la epicidad paternalista de la novela de la tierra. El cambio, la ruptura, el giro, la oscilación definen La casa verde. Lo ilegible incluso, la confusión, el laberinto. Pero este aspecto dinámico no implica que no se desencarne una ideología: el cuerpo y consciencia femenina como horizontes a doblegar, su explotación sexual como base económica, la imposición de una razón instrumental depredadora de la Naturaleza, un poder político proxeneta, una hipócrita misiología. Una novela no es un camino de redención ni una utopía lingüísticamente sublimada; manifiesta las luchas del individuo fragmentado contra un poder leviatánico y el colectivo.

El realismo de La casa verde no es bananero, positivista, edificante. Asume las luchas de clases inherentes a sus materiales, callejones sin salida. Jum, Lalita, Fushía manifiestan estragos de violencia política, lumpenesca, alienación, basurización. Son sujetos históricos, residuales. Pero el humor carnavalesco de esta novela habla de la Nación de la cintura para abajo. La mezcla de su lenguaje libresco, antropológico y callejero, criollazo, así como su desengaño cervantino, la refutan como ficción de ficciones o realismo mágico mercantil o trama barroca interesada en ensombrecer lo real en beneficio del poder fáctico.

La casa verde aún contiene un lenguaje que otorga sentido a una realidad devastada, emerge del abismo, no es un simulacro, un protocolo corporativo editorial, no renuncia al mito, a pesar de no alcanzar la complejidad metafísica de Grande Sertão: Veredas, o Los ríos profundos o Macunaíma. Lo mítico de La casa verde expresa una transición, una crisis civilizatoria desatada por las industrias culturales. Todavía abre sus intersticios al Otro en su libertad, cultura, cuerpo y tragedia. No es como La Guerra del fin del mundo, una novela disciplinaria, un bulldozer neoliberal, escrita en pleno Plan Cóndor y cuando Vargas Llosa pasó al thatcherismo.

El detallismo histórico de La casa verde, su oralidad documental, su dualismo especular, su pasión celestinesca, su tenacidad técnica, sus narradores híbridos y contradictorios, su geometría hiperbólica, su médula cinematográfica, sus lenguajes densos, su desinhibición, su inspiradora dificultad, generatriz imaginativa, y su cubista ambigüedad, la convierten en una alternativa literaria a un presente donde la novela parece sucumbir a los lineamientos degradados del peor periodismo: la propaganda, la estandarización estilística, la reducción del idioma, la cita interesada, la demagogia consumista.

No: La casa verde profundiza en los antagonismos históricos, culturales y literarios de su tiempo. Canibaliza la tradición, la desintegra, pronuncia sus demarcaciones y atascos. A su modo, es una novela sartreana, hegeliana. Expresa el socialismo de Vargas Llosa de aquel momento, un pulso vanguardista, un realismo crítico y el riesgo artístico que luego plasmarán autores como Puig, Miguel Gutiérrez o Eltit.

Para concluir, planteo que La casa verde guarda paralelos con Todas las sangres (1964) de José María Arguedas porque sintetiza un Perú visto como totalidad cultural heterogénea, como poliedro político de injusticias sistemáticas, rebeliones truncadas y voces incompatibles. La ciudad y los perros (1962) retomaba la noción del colegio-prisión-país de Los ríos profundos (1959) y Conversación en La Catedral (1969) coincidía contradictoriamente con El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) al desplegar diálogos laberínticos, polifónicos, un amorfo organismo coral que criticaba la tiranía. Con La tía julia y el escribidor (1977), Vargas Llosa socavaba la distancia entre autobiografía y ficción, un conflicto llevado al extremo poético por Arguedas en El Sexto y Los zorros, díptico memorístico que culmina en su suicidio. El fin del boom como afirma Moreiras.

Medio siglo de La casa verde propone cuestionar las etiquetas subalternas de literatura “global” u obra “faulkneriana” o novela “total” que la rotulan; repensar el conflicto cultural peruano y latinoamericano colonial del que sin duda emerge, no niega ni supera.

 

Richard Parra (Comas, 1977) es docente y crítico literario. Ganador del Premio Copé de Oro 2014 por su ensayo La tiranía del Inca. El Inca Garcilaso y La Escritura política del Perú Colonial (1568-1617). En 2014 publicó las novelas breves La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker y, recientemente, Los niños muertos, todas ellas en la editorial Demipage.


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