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Luis Landero: “Un poco de imperfección le viene muy bien a la literatura”

Por Javier Morales, el 23 de septiembre de 2015, en Luis Landero

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El escritor Luis Landero. Foto: María Antonia Landero.

El escritor Luis Landero. Foto: María Antonia Landero.

Alejado de los focos por voluntad propia, novelista de referencia, uno de los mejores prosistas en español, profesor ya jubilado, Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) impartirá este sábado, 26 de septiembre, la primera clase magistral de la VII promoción del Máster de Narrativa, ‘El arte y el oficio’, de la Escuela de Escritores. Hablamos con él del arte y del oficio de escribir.

En su última novela, ‘El balcón de invierno’, cuenta cómo un día de principios de 1969, mientras paseaba orgulloso con un ejemplar de ‘El criterio’ de Balmes, dispuesto a retomar los estudios, ocurrió algo determinante en su formación como lector y como escritor.

Aquel fue uno de esos días en que el destino cambia en unos momentos el curso de tu vida. Yo tenía 21 años y había leído mucho, sin otro criterio, valga la carambola, que el de la pasión. Leía lo que caía en mis manos, Dostoievsky o Marcial Lafuente Estefanía, qué más daba, el caso era leer, atracarse de palabras, de historias, de ensoñaciones… Y un día, alguien, un profesor, decidió poner orden en aquel caos literario en el que yo vivía. Ese fue el día de principios de 1969. Del caos al canon, como digo en algún momento de la novela.

Siempre me gustó la definición que hace en el ensayo ‘Entre líneas: el cuento o la vida’ de los diferentes tipos de lector que habitan en usted y que se complementan, como profesor, como escritor y como lector a secas. ¿Cómo lee usted cuando lo hace como escritor?

Casi me dan ganas de decir que salivando, como el buitre ante la carroña. Pero no. Leo con admiración y asombro, aunque luego me digo: ¿Cómo coño lo ha hecho?, ¿cuál es el truco? Y vuelvo atrás una y otra vez en busca de la maquinaria interior que mueve el artilugio. Y así, uno va aprendiendo de los maestros, por análisis y sobre todo por contagio. No hay escritor medianamente importante del que yo no haya sido un buitre aplicado.


Ha sido profesor durante muchos años, ¿qué hay de arte y qué de oficio en su escritura?

Decía Goethe que la literatura, el arte, es un 95% de trabajo y un 5% de genio. Sin trabajo no hay genio y sin genio el trabajo es inútil. Yo creo mucho en las bondades del trabajo. Siempre les decía a mis alumnos: hasta que no os lo curréis, nunca llegaréis a saber lo que hay dentro de vosotros, lo que valéis. El trabajo hace milagros. Es más: el trabajo puede hacer surgir el genio que haya en nosotros, que estaba allí dormido, como la música en el arpa de Bécquer.


¿Cuál es su método de trabajo? ¿Tiene un horario fijo?

Siempre he escrito y escribo por las mañanas, todos los días del año salvo excepciones. Pero, a veces, lo que no he conseguido resolver por la mañana de pronto lo resuelvo por la tarde con un golpe de intuición. Yo siempre estoy listo para la visita de las musas.

¿Cuándo sabe que una novela está lista, que ya no se puede corregir más?

Nunca. Pero luego uno recuerda que la vida es breve y que el arte es largo, y que la perfección es un espejismo, y que un poco de imperfección le viene muy bien a la literatura.

¿Qué consejos le daría a alguien que quiere ser escritor?

Que se lo curre. Que observe mucho, que sienta mucho, que se mueva en el terreno de lo concreto, que sea humilde pero también altivo y orgulloso de su oficio, que escriba y que lea, que no intente ligar demasiado, y, como decía Antonio López, que se alimente bien, porque el camino es largo y laborioso. Pero merece la pena, ya lo creo que sí.

 

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