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Mariana Torres: “Los buenos profesores explican todos sus secretos”

Por manuelcuellardelrio, el 8 de abril de 2016, en entrevistas

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Mariana Torres. Foto: Wagemann.

Mariana Torres. Foto: Wagemann.

Nuestra profesora del mes, Mariana Torres (Angra dos Reis, Brasil, 1981), nos explicaba la semana pasada el papel de las emociones en la escritura, un tema muy presente en su primer volumen de relatos, ‘El cuerpo secreto’, un libro “para sentir, no para pensar” y que ha publicado recientemente la editorial Páginas de Espuma. Torres, una de las fundadoras de la Escuela de Escritores, nos cuenta en esta entrevista sus hábitos e inquietudes como narradora y su pasión por la enseñanza.  

¿Cuándo y por qué empezaste a escribir?

Escribo desde siempre. Pero como también escribo para no olvidarme de las cosas (tengo muy mala memoria) no podría decir cuándo empecé a escribir, no conservo ninguna imagen clara. Sí tengo dos semi-recuerdos de esos comienzos. Escribo porque me gustaba dibujar, y la caligrafía es una forma de dibujo. El portugués, que es el idioma en el que aprendí a escribir, tiene unas letras muy bonitas, llenas de culebrillas, sombreros y tildes para los dos lados. Recuerdo haber escrito solo por el gusto de dibujar letras. Mi otro semi-recuerdo tiene que ver con la memoria, siempre he tenido la sensación de que todo aquello que no escribiera se me iba a olvidar. De niña cambié muchas veces de casa, de colegio, incluso de ciudad y de país. Los diarios y las cartas a mis amigos eran una manera de tomar nota de todo lo que pasaba. Para que no se me olvidaran los detalles, para revivirlos.

Además de profesora, eres una de las fundadoras de la Escuela de Escritores. ¿Qué te llevó a embarcarte en este proyecto? ¿Por qué enseñar a escribir?

Fue un proceso natural. Ahora la Escuela de Escritores es una casa muy grande, con muchos habitantes y visitantes, pero cuando empezamos eran cinco ladrillos. Encontrar que existía algo como los talleres literarios para mí fue un bote salvavidas, llegué a la universidad buscando profesores con pasión, pero no encontré ninguno. Lo cual no significa que no los hubiera, solo que no di con ellos. Pero sí encontré el taller de Enrique Páez, que fue donde conocí a Javier Sagarna, a Ángel Zapata, a Isabel Cañelles; y sobre todo a muchos compañeros que hoy son amigos y que, a su vez, han traído otros y otros y otros, amigos que escriben o lo han hecho alguna vez.

Lo más bonito es que cada día tengo motivos nuevos para seguir, la Escuela es un proyecto precioso porque se mantiene vivo, nos sorprende, no dejamos de hacer cosas. Cuando empezamos nunca imaginé que, por ejemplo, llegáramos a montar algo así como la EACWP, que reúne ahora mismo 31 instituciones dedicadas en Europa a enseñar a escribir, que tendríamos la suerte de encontrar gente como nosotros en Viena, Praga, Támpere o Turín, que enseñan a escribir de otras tantas maneras que no tienen que ver con la nuestra, por ejemplo.

¿Y por qué enseñar a escribir? Va más allá que escribir. Tiene que ver con encontrar aquello que realmente te apasiona, meterte hasta el fondo en ello, mancharte de barro hasta la barbilla, y compartirlo, querer que más gente acceda a ello, cuanta más mejor. En nuestro caso lo hemos hecho a través de la escritura, pero podría ser cualquier otra cosa; se trata de que cada uno encuentre eso que le vibra por dentro. Y lo maravilloso de la escritura, por sus herramientas y su cercanía —no hace falta más que papel y bolígrafo para escribir— es que, como vehículo de búsqueda, es excelente.

¿Hay algún escritor a quien consideres tu maestro? ¿Fuiste alumna de algún taller de escritura?

Yo no estaría aquí si no hubiera encontrado el taller de Enrique Páez. Nunca fui alumna de Enrique, pero sí de Javier Sagarna y de Ángel Zapata; y de Alfonso Fernández Burgos que, aunque en una tertulia y no en clase, fue clave para mi formación. En la Escuela de Escritores ahora mismo me dedico, entre otras cosas, a formar profesores. Porque los profesores de la Escuela, al menos la mayoría, hemos ido aprendiendo este oficio por contagio, por imitación, por prueba y error, siendo alumnos muchos de otros profesores. De hecho, yo he sido alumna incluso de alumnos míos, es un camino circular, y siempre se aprende, desde los dos lugares.

¿Ha habido algún escritor conocido que al principio te mirara condescendiente cuando le contabas que enseñabas a escribir y que ahora imparta algún taller?

Conozco más bien la experiencia contraria: profesores de escritura que adoran enseñar pero que son o se convierten en tan buenos escritores que las editoriales y los lectores nos los roban. Y ahí, ante el dilema de ser profesor o ser escritor, es donde perdemos a grandes maestros, pero siempre ha ocurrido, qué le vamos a hacer.

Uno puede ser un buen escritor, pero un mal profesor. Los hay que son malos en ambas cosas. ¿Qué cualidades se necesita para enseñar a escribir?

Los grandes profesores que yo conozco tienen dos cualidades comunes: son sinceros y son generosos. No me refiero a que sean sinceros con el alumno, sino con ellos mismos. Un profesor de escritura tiene y debe escribir de una manera constante. La escritura es un proceso que tiene muchísimo de oficio, de costumbre, de disciplina. Y esto está ligado a la sinceridad, si no se escribe habitualmente uno no puede enseñar a escribir —lo cual no quiere decir que se publique, como si se echa a la chimenea, la escritura puede ser secreta o pública, mientras sea—. Un buen profesor escribe, sí o sí.

Por otro lado, está la generosidad, no conozco ningún gran profesor que sea tacaño con lo que comparte con sus alumnos. Al contrario, a los buenos profesores le encanta explicar todos sus secretos, todo lo que han aprendido y todo aquello que les sirve para su propia escritura. No pueden evitar compartirlo, a mí me encanta hablar del proceso porque me ayuda a comprenderlo.

Parece que escribir está “de moda”, a tenor de la amplia oferta que existe hoy en día de talleres y clases. Pero no parece que ocurra lo mismo con la lectura. Y es un contrasentido, ¿no?

Ojalá escribir estuviera “de moda” realmente…, quiero decir, al nivel que está jugar al fútbol o ser un gran chef. Escribir no está “de moda” aunque, lo que sí es cierto, es que cada vez se aprecia más el hecho de saber narrar bien, de saber contar una historia bien. Ahora mismo mucha gente sabe a qué se dedica un guionista, por ejemplo, porque hay muchísimas más series de televisión. Cuando empezaron las primeras carreras de guion de cine en España —entones se escribía guión— esos alumnos tuvieron que explicar en su casa qué era eso a lo que se estaban inscribiendo. Hoy día mucha gente sabe que detrás de un videojuego, de una obra de teatro o de un anuncio de publicidad, hay un escritor que ha contado una historia. Un narrador.

Y con la lectura está ocurriendo algo que, para lectores adictos como yo, es una desgracia. Tal vez ocurra por un exceso de imagen, de pantallas, es como un abuso extremo del sentido de la vista. Se lee menos porque leer implica un esfuerzo, y nos estamos desacostumbrando a hacerlo, porque todas las imágenes nos son dadas. Están ahí delante, en el cine, en la televisión, en el teléfono, en las pantallas del metro, en esos anuncios que ahora les ha dado porque sean en movimiento. Y a lo mejor los niños de ahora consiguen dar un paso adelante y recuperar algo parecido al hábito de leer dentro de 50 años. Pero tiene que pasar por un esfuerzo, un esfuerzo de la imaginación. Leer es una actividad física y es una costumbre. Cuando más rodeados estemos de imágenes que reclaman nuestra atención, menos vamos a leer. Salvo que tengas una costumbre muy arraigada, como me pasa a mí, que he crecido entre libros. Sé que en los libros voy a encontrar imágenes que no encuentro de otra manera. Lo sé porque me lo han demostrado, tengo la experiencia previa.

¿Qué les exiges a los alumnos que van a tus clases?

Por resumirlo, me gusta mucho que se impliquen hasta los huesos, que se entreguen, que trabajen, que sean generosos y que sean pacientes. Me gusta que confíen en mí, que no se asusten y sean valientes. Hay una parte de la escritura que tiene que ver con llegar a rascar lo que más duele. A lo largo del proceso se tiene que llegar a ese punto, y para eso hay que confiar y atreverse, no tener vergüenza. Y confiar, sobre todo, no en lo que podamos proponer los profesores, sino en la escritura propia, en la parte creadora inconsciente, esa que no se puede controlar sino, como mucho, se puede conducir para que cuando afloren las historias de verdad la mano las escriba, no las tire a la basura o aplaste antes de que salgan del cuerpo.

¿Alguna vez te has equivocado en cuanto a las expectativas que tienes sobre un alumno, para mejor o peor?

No, mis alumnos nunca me decepcionan. Al contrario, casi siempre me sorprenden. El profesor puede empujar, animar, alentar, ser un espejo, proponer caminos alternativos, lecturas… Pero hay un punto en que el alumno tiene que confiar en que es capaz de hacerlo. Y la capacidad de confiar tiene que ver con una necesidad de control. Cuando un alumno no consigue estar cómodo en el punto del no control, no da todo lo que tiene. Eso sí, cuando llega a ese punto, cuando lo da todo, siempre se sorprende a sí mismo. Y se pregunta cómo ha sido capaz de hacer eso. Ese momento de sorpresa es muy bonito.

Elegiste hablar del papel de las emociones en la escritura para la primera clase en este blog, la entrada de la semana pasada. Un tema muy presente en ‘El cuerpo secreto’, tu primer libro de relatos.

Tengo la sensación de que no soy yo la que elige los temas sobre los que escribo, sino que son los temas los que me eligen a mí. El cuerpo secreto es el primer libro que publico, y aunque llevo escribiendo relatos muchos años ha sido en el trabajo del libro como unidad donde han aflorado esos temas. De hecho, cuando me pedisteis que escogiera un tema podría haber hablado también de la infancia o de los sueños, que son otras dos de mis clases. Pero, como digo, son los temas los que lo escogen a uno. Y este primer libro de cuentos es una propuesta para sentir, no para pensar. Tiene mucho que ver con lo que llevo hablando en varias preguntas sobre el control. Todo tiene que ver con no tener el control de lo que ocurre, con dejarse llevar. Y escribir desde ese mismo punto. Algo que he seguido a rajatabla con los cuentos de El cuerpo secreto es la regla de que, en primer lugar, me tenían que emocionar a mí. Me sigue pasando con algunos cuentos que, a pesar de haberlos leído más de 50 veces, me ponen la piel de gallina. Y este proceso tiene que ver con esto que os cuento, y con lo que hablo en el tema, claro.

En tus relatos hay dolor, pero también redención. ¿Consideras que la escritura es terapéutica? ¿Para qué sirve?

No sé si la redención es algo presente en los relatos de El cuerpo secreto. El dolor, sí, en cambio. Es el tema principal, el dolor físico, el dolor del cuerpo. Pero no hay sufrimiento, es un dolor que tiene que ver con la vida. Vivir duele, respirar duele, tener un cuerpo que siente, duele. Pero el dolor, desde ese lugar, es algo que está conectado con la presencia y la vida.

¿Para qué sirve la escritura? Normalmente el escritor escribe porque no puede hacer otra cosa, porque no puedo evitarlo. Yo, si no he escrito durante muchos días, me vuelvo un monstruo. Es algo que necesito como respirar. Así que a mí me sirve para no volverme un monstruo, que no es poca cosa. Respecto a la escritura como algo terapéutico… sí, lo es; desde el punto de vista de lo que dice el diccionario sobre terapéutico (conjunto de prácticas encaminadas al tratamiento de dolencias). Pero si el arte es terapéutico para el artista es porque ser terapéutico no es jamás el objetivo. Es decir, cuando un terapeuta te receta ir al taller de escritura como parte de la terapia tal vez te venga bien, pero la escritura como literatura es otra cosa. La escritura para la literatura nace desde un lugar diferente. Que sea curativa, de alguna manera, es un efecto secundario.

¿Qué le dirías al lector de esta entrevista que quiera convertirse en escritor?

En primer lugar, que escriba. Que deje de leer esta entrevista aquí mismo, coja un cuaderno, apague el ordenador, desconecte el teléfono y se ponga a escribir sin plantearse nada. La escritura nace de la propia escritura, muchos pensamos escribiendo, y cuándo más se escriba tanto mejor, la escritura es un músculo.

En segundo lugar, que deje leer sus textos a alguien con criterio, no a la prima Loli. Para eso normalmente sirven mucho las clases, es importante que se haga en grupo, además. Sobre todo al principio. Las tutorías individuales no sirven tan bien como las clases, el escritor debe no solo aprender a exponer su texto —a aprender a separarse del texto, el texto no eres tú, ha salido de ti pero no eres tú—, sino a escuchar textos de otros, a comentar textos de otros. Y eso en grupo se hace muy bien. Debe ser un grupo que tenga una guía, sea un profesor o no, pero esa figura de criterio y experiencia debe existir. Siempre hay alguien que ha leído más que tú, que es capaz de ver las cosas que tú aún no ves, porque no tienes herramientas para verlas.

Y, en tercer lugar, que se lo piense mucho. Si puede vivir felizmente sin necesidad de escribir…, ¿para qué hacerlo? No tiene sentido. Esto lo solía decir uno de los profesores del taller, no recuerdo cuál, pero se ha repetido mucho: ¿que has descubierto que no quieres escribir? Bien, pues deja de hacerlo. Pero déjalo de verdad, no escribas una línea más los siguientes meses. A ver lo que aguantas. Los escritores de raza no aguantan. Acaban escribiendo, acaban volviendo a la escritura aunque hayan pasado años.

¿Tus siguientes proyectos como escritora?

Hay una parte importante que tiene que ver con tomármelo en serio. Al menos un poquito. Hasta ahora he escrito muchísimo, pero no lo bastante como para que la escritura fuera algo prioritario en mi vida, con su espacio fijo, su disciplina militar. El hecho de publicar un libro como El cuerpo secreto, un libro extraño, que me ha salido de las tripas y ha resultado algo más que un experimento personal, en una editorial como es Páginas de Espuma, y que el libro esté funcionando… es un paso adelante, una zancada, de hecho. Que exista El cuerpo secreto me obliga a priorizar sobre otras cosas que podría estar haciendo (desde rodar cortometrajes a montar una revista digital o dar más horas de clases). Es lo que más le agradezco al libro, que me permita y exija seguir en esto.

Y en relación a la escritura práctica mi principal proyecto es terminar una novela que empecé hace cinco años, justo antes de meterme con El cuerpo secreto. Estoy reescribiéndola de cero porque la he cambiado totalmente, como a un calcetín que, al darle la vuelta, ha resultado ser un universo. Ahora mismo estoy acotándolo, para que deje de expandirse y pueda ser contado. El tema principal es la memoria, que es otro de los temas que me obsesionan, como creo que he mencionado ya en esta entrevista unas…, mmm…, ¿cinco veces? Ya no me acuerdo. Si es que tengo un problema de memoria, como digo; se me olvidan las cosas continuamente.

Concurso de Escritura Escuela de Escritores/El Asombrario

Para conocer las bases y participar en el concurso de este mes, lee la entrada de la semana pasada, en la que Mariana Torres nos hablaba del papel de las emociones en la escritura. Envía el texto a nuestro concurso antes del 21 de abril. Publicaremos el relato ganador en El Asombrario y su autor podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de la Escuela de Escritores, tanto presenciales como por Internet.

Cursos de la Escuela de Escritores, aquí.

AMPLIADO EL PLAZO DE ENTREGA DEL 14 AL 21 DE ABRIL

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