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No, el narrador no es el escritor, le pese a quien le pese

Por manuelcuellardelrio, el 3 de febrero de 2017, en clases

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Foto: Pixabay.

Lola Vivas, la profesora del mes de Escuela de Escritores, nos habla en la primera entrada del blog en febrero del narrador y de su “independencia” respecto a la voz del propio autor, algo difícil de entender entre quienes comienzan a escribir. Y nos da las claves para participar en el Concurso Escuela de Escritores / El Asombrario. El texto ganador se publicará aquí y su autor podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de Escuela de Escritores.

Uno de los descubrimientos más importantes de todo aspirante a escritor –confieso que espero serlo siempre– es el momento en que uno se da cuenta de que esa voz que cuenta la historia en un texto narrativo no es la voz del propio autor –alguien de carne y hueso que imagina la portada de su próxima novela, que después se va a la compra porque esa noche da una cena en casa e incluso, de camino, se enfada con un transeúnte porque va dando bandazos por la acera y no le deja paso–, sino de alguien bien distinto, alguien que todos los que escribimos, de común acuerdo, llamamos narrador. Lo primero que pensamos –que pensé entonces– es que eso es imposible, que no tiene ni pies ni cabeza, ¿acaso no soy yo –nos decimos– quien escribe el texto, quien decide lo que se va a contar, el cómo y el porqué, quien en definitiva, se sienta cargado de euforia o de angustia frente a la hoja en blanco?

No, no soy yo. Tengo que admitirlo. Es decir, no somos nosotros, los aspirantes a escritores, los que decidimos, opinamos, dialogamos o movemos de un lado a otro, como ridículas marionetas, a nuestros personajes. Tampoco somos nosotros los que en un alarde de virtuosismo digresivo, y con la excusa de tal o cual personaje, le explicamos al lector una teoría complicadísima acerca de la importancia del halo luminoso de una estrella recién descubierta detrás del planeta Urano… ¿O sí lo somos y no nos damos cuenta?

Importante cuestión. Veamos.

Jorge L. Borges lo definía de forma bien clara. Decía en Borges y yo: «Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica». Sí. Él lo decía de forma bien clara. El Borges escritor no era el mismo que el Borges narrador. Ambos tenían claro que aquel hombre brillante y cultísimo que concedía una entrevista sobre su último libro no era el mismo que ese otro –mucho más humilde o mucho más valiente o qué sé yo, mucho más o mucho menos lo que sea– que se sentaba a escribir sus relatos. Desde luego, entre uno y otro había una grandísima diferencia: uno de ellos, el autor, el de la entrevista, era quien era en su vida cotidiana le pese a quien le pese, con sus ideas y sus remilgos, con sus manías y sus querencias; el otro, el Borges narrador solo existía en función de cada una de las maravillosas historias que escribía. Es decir, una voz narradora que hacía en ellas su aparición estelar y que después se marchaba tal cual había llegado ya que su existencia se circunscribía únicamente a esa historia ficticia. ¿Vemos la diferencia?

Cuesta verlo, lo sé.

Pero ya tenemos esa duda, ¿no es cierto? Alguien o algo –yo misma ahora– nos ha hecho sospechar que esa voz que narra nuestras historias no nos pertenece. Entonces, simplemente por comprobar, hacemos el ejercicio y nos paramos a pensar en nuestros últimos relatos, y por primera vez, pensamos en la procedencia de su voz narradora: comprobamos que en uno de ellos, una mujer en primera persona nos cuenta una historia intimista de pareja; en otro, una voz que no sabemos desde dónde sale –no recordamos haber tomado esta decisión, simplemente salió así–, nos narra en tercera persona lo que le sucedió en un lugar desconocido a tal o cual personaje; y en otra historia, una que nos gusta mucho y que escribimos hace tiempo, quien habla es un niño de unos diez años que estaba en el lugar de los hechos y lo vio todo con sus propios ojos y ahora nos da su testimonio. Nos preguntamos, ¿somos todas estas personas tan distintas que cuentan cada una de esa historias? Evidentemente, no. A lo mejor, nos decimos, con alguna de ellas –quizá esa voz en tercera persona que no sabemos de donde sale–, tenemos algo que ver, compartimos puntos de vista, por ejemplo, pero con las otras… En fin, que no; no lo somos. Así que tenemos que admitir que la cosa está clara: esa voz que creíamos propiedad del autor, es decir, nuestra voz como los escritores que somos, en realidad no nos pertenece, es una voz que podríamos llamar autónoma, independiente.

Bien, diréis, y si esto es así y me había salido así de forma natural, ¿a qué tanto establecer, entonces, diferencias? La aclaración es importante, pensad. Cuando sabemos que algo no nos pertenece, actuamos de forma distinta a como lo hacemos si simplemente pensamos que está ahí y podemos o no hacer uso de ese algo cuando nos parezca. Lo cogemos un rato y ya lo devolveremos, nos decimos, así, sin pensarlo mucho. Pues en un texto narrativo, pasa exactamente esto. Y es el lector quien lo detecta de inmediato, no creáis. Por ejemplo, a veces nos ocurre que en un momento determinado del texto que estamos leyendo, quizá en un fragmento muy emocionante al que estamos realmente enganchados, de forma imprevista pero clara, detectamos pensamientos o divagaciones –en la propia voz narradora, en un diálogo entre los personajes–, que no identificamos de dónde vienen. Y lo primero que hacemos es tratar de ubicar su procedencia: no parece que tengan que ver con el discurso de los personajes y supondría una licencia excesiva para la voz narradora, nos decimos. ¿Qué ocurre entonces? Bien, pues no hay vuelta de hoja: de pronto, el autor ha cogido el mando. Con la excusa de que algo se le iba de las manos, o por si acaso no quedaba bien claro algo importantísimo que quería decir, ha irrumpido él mismo en el universo ficcional, ha pasado por encima del narrador y, sin más, lo ha dicho. Y esto es un problema. No solo porque nos haya sacado de la historia, de ese momento tan mágico que estábamos viviendo; también porque nos ha hecho pensar que ese escritor no solo no confía en sí mismo como tal, sino que, además, tampoco lo hace en nosotros, como buenos lectores que somos.

Bien, pues cuando esto ocurre, el escritor rompe el pacto narrativo, una especie de convenio mediante el cual, de manera tácita, el lector y narrador se comprometen a ser honestos, a jugar limpio y no traicionarse dentro del juego de la ficción. Un pacto de respeto, algo que simplemente, todo escritor debiera saber y respetar.

Como decía John Gardner, un relato es «como una máquina con numerosos engranajes; no debe contener uno que no haga girar algo». Y esta afirmación, por más que nos cueste –día sí, día no, seguimos soñando que lo artístico es solo cosa de genio–, es completamente cierta. Nada más lejano que lo aleatorio para que un relato pueda ser no solo bueno, sino además eficaz. ¿Acaso no queremos que el lector cuando lea nuestra historia, se vea succionado por ella y pierda por un instante al menos el contacto con el suelo? ¿Lo imagináis? ¡Claro! Entonces, hay que ser muy conscientes: somos escritores y tenemos una historia que contar y un corto espacio para hacerlo. Todo cuanto decidamos –fijaos que digo todo– hará que el relato funcione en una dirección o en otra, es decir, que contemos lo que queremos contar o algo completamente distinto. Y claro, no queremos que esto pase, seguro que en esto, estamos todos de acuerdo. Bien, pues una de estas decisiones, diría que la primera y la más importante de todas ya que, como he dicho más arriba, será la base del pacto narrativo, es la de ser muy conscientes de la autonomía de la voz narradora. Y esto significa que el autor –nosotros, los aspirantes a escritores– una vez hechas las paces con los transeúntes de la calle, de vuelta de la compra y ya en la silla frente al ordenador, tenemos que hacernos a un lado, dejar paso a ese narrador que hemos elegido, y sin intromisión alguna, dejarle contar y contar.

Partimos entonces de que el escritor –o aspirante a escritor– es alguien que, ante todo, entiende que una buena historia es aquella capaz de originar en el lector un sueño vívido y continuo, alguien a quien, como no puede ser de otra forma, le interesa la buena técnica, esto es, hacer las cosas bien desde un inicio. Tomar buenas decisiones. Por tanto, ese buen escritor prestará especial atención a no aleccionar a los lectores robándole espacio a la voz narradora. Tampoco tratará de ser moralizante, u obligará a sus personajes a hacer cosas que, por sí mismos, nunca harían. Es decir, será un buen escritor, un escritor respetuoso con la historia, alguien que, como señala Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista, tendrá muy presente que el narrador es «un ser hecho de palabras, no de carne y hueso como suelen ser los autores; aquel que vive solo en función de la novela que cuenta y mientras la cuenta».

Dicho esto, si toda historia comienza cuando el narrador entra en escena y, desde el universo de la ficción, comienza a contarnos la historia, vamos a practicar con un tipo de narrador que se presta muy poco a ningún tipo de injerencias. Se trata del narrador cámara, también llamado cuasi-omnisciente. Es este un narrador cuyo punto de vista es externo –no puede ser uno de los personajes–, y que, como su nombre indica, solo cuenta aquello que podría contar una cámara de cine: es decir, cuenta solo lo que ve o lo que escucha. Por tanto, hablamos de una voz en tercera persona que sigue a los personajes allá adonde vayan, observa sus gestos y sus reacciones, sabe de sus lágrimas y rubores, pero en ningún caso puede saber nada de lo que les sucede en su interior, y será el lector por tanto quien interprete sus emociones o sus pensamientos.

Concurso Escuela de Escritores / El Asombrario

¿Nos atrevemos a contar una historia así? Os animo a escribir un relato breve, de unas 600 palabras, en el que veamos a ese narrador cámara con claridad. Os aviso: se trata de un narrador imparcial, una voz narradora que no se involucra en la historia, ¿de acuerdo? Es muy importante ser meticuloso y cuidar al máximo aquellos detalles que decidáis enfocar. Serán ellos los encargados de dar vida y profundidad a la historia. ¡Adelante!

Para participar en el Concurso pincha aquí

A partir del 8 de febrero Escuela de Escritores convoca nuevos cursos de Escritura Creativa en su Campus Virtual. Puedes reservar tu plaza aquí. 

Lola Vivas

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Comentarios

Hay 2 comentarios

  • 13.02.2017
    René Fernández dice:

    Lola, fantástico articulo. Me has dado una visión del narrador muy precisa. No sé si es bueno antes de escribir una historia definir de alguna manera la voz narradora.

    Muchas gracias
    Un abrazo
    René

  • 23.02.2017
    Daniel Carballo dice:

    Lola, me ha gustado mucho tu forma de abordar la dualidad autor / narrador. Muy didáctica y clarificadora, como siempre.

    Gracias y saludos,

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