‘Kramp’, los horrores de los verdugos contados por una niña

La escritora María José Ferrada. Foto: Diego Haristoy.

La primera novela de María José Ferrada no se aparta del todo de la hasta ahora especialidad de esta escritora y periodista chilena: los libros infantiles. Porque la protagonista de ‘Kramp’ es M, una niña. Pero una niña que nos desarma con su extraña madurez al acompañar a su padre en sus viajes comerciales ofreciendo productos de ferretería y pintando un país repleto de fantasmas y verdugos. Un libro breve e impactante, que se dirige directo a lo más hondo del lector. 

El futuro no está siempre pegado a la carne y a los movimientos de los vivos y M, la protagonista  de Kramp, la brillante novela de María José Ferrada (Chile,1977) lo sabe. Sabe que enterrar a los muertos es en ocasiones el único ejercicio a través del que se obtendrá como resultado ese tiempo verbal con el que todos soñamos, aunque sepamos que es una mentira recurrente y esquiva que desfigura nuestra vida:

«El mundo de los fantasmas es tan diminuto como el de la personas» dice en un momento la pequeña narradora de esta historia de viajes y secretos, y al pronunciar esta frase resuelve el enigma de un país entero.

Ferrada se sumerge en la dura cavidad que ha dejado la dictadura chilena sin que de su boca salgan lamentos o frases manidas, y demuestra el saqueo emocional y vital que provoca el alma sanguinaria de los dictadores. Habla de los desaparecidos inventando un juego de identidades que la librara de la censura verbal. En su novela no hay nombres, sólo iniciales, y la libertad y la cadencia imaginativa que engatusarán al lector para que quiera sumergirse en sus misterios poco pretenciosos, pero de una utilidad deslumbrante. Así, M, la protagonista, nos hablará de su padre, de los amigos que le rodean, mientras el polvo mancha sus zapatos y el sudor la sisa de sus camisas hasta hacerle olvidar el drama que tiene en su casa, el drama que emborracha su patria. Nos hablará de su madre, de su quietud, del férreo orden que un nombre le inflige a su memoria.

Kramp sería una novela durísima si la autora no hubiera escogido la incontaminada mirada de una niña para contar los horrores de ojos saltones que van esparciendo los generales cuando juegan a ser verdugos. El microcosmos que despliega está plagado de locuaces misterios porque es necesario desplazar el silencio una y otra vez, pero sin que este se vea dañado o se tome como una ofensa. Es más, los silencios que la autora introduce en esta novela son una suerte de polisemia invisible que hace indestructible su construcción.

Kramp parece una novela sencilla, casi un cuento de piruetas invertidas, el divertimento de una niña que juega a ser mayor por un día, pero es un estudio pormenorizado de la desolación:

«Te vuelves humo. Con los restos, los del futuro hacen lo que pueden. Había entendido uno de los mecanismos de la existencia. Y habría llegado más lejos si no fuera porque D me avisó de que nuestro tren ya estaba allí».

«A ver si en el infierno te quedan ganas de seguir buscando huesos, perro de mierda».

«Cuando mi madre recibió la llamada, la parte que le había faltado tantos años volvió de golpe el fantasma que durante tanto tiempo la tuvo dormida para nosotros».

En Kramp el cinismo es un paisaje por el que todos los protagonistas deben pasar. Un aval que los salva de la derrota y de la locura. Ese charco en el que no quieres mirarte porque va a devolverte una imagen enlodada y ajada del porvenir. Y paradójicamente es una novela que tiene una frescura que hace que se lea de una sentada y que al acabar el final resulte ser una clase de Filosofía sin axiomas ininteligibles.

Ferrada sabe que las verdades en la boca de un niño son menos intimidatorias, por eso escoge con mucho acierto la boca que recolocará el mundo, el idioma de los que son barridos por la inercia, de los que han acabado solo por sobrevivir.

En Kramp no hay drama, sólo hay salidas que convierten la miseria, el dolor y la culpa en ajustados trampantojos que hacen las delicias del lector.

Kramp es un milagro breve, esa parte de la belleza que solo le pertenece a los ojos con que desde la infancia se mira el mundo. Léanla y querrán que M se convierta en su hija adoptiva. Léanla y verán temblar a una niña bajo un árbol de morera cuando los fantasmas dejan de serlo, pero no cometen la imprudencia de señalar a quienes los convirtieron en fantasmas. Kramp es nombrar el horror inutilizando una parte de los diccionarios para conseguir esa hazaña. Léanla porque jamás una revancha tuvo un cuerpo tan elegante y tan luminoso.

‘Kramp’. María José Ferrada. Alianza. 125 páginas.

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