Luisgé Martín: «Por primera vez en mi vida he tenido el deseo de irme de España»

2011 (Foto de Germán Gómez)

Foto de GERMÁN GÓMEZ

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El escritor Luisgé Martín analiza a través de textos propuestos de su último trabajo, la novela ‘La misma ciudad’, conceptos tan interesantes como el presente, los estados de ánimo, el deseo, el sexo, la literatura y la necesidad de lanzarse a descubrir el mundo.

RAFA RUIZ

Autor de grandes libros como La muerte de Tadzio, Los amores confiados y La mujer de sombra, Luisgé Martín (Madrid, 1962) también quiso regalar al principio de esta idea llamada El Asombrario un relato inédito para la revista: Todos los crímenes se cometen por amor, que ofrecimos en cuatro entregas. Acaba de publicar el libro de viajes Donde el silencio (Imagine Ediciones) y la novela La misma ciudad (Anagrama), un relato que parte del 11-S en Nueva York e indaga en la búsqueda de la felicidad a través del cambio de circunstancias, para concluir que, a fin de cuentas, es más una cuestión de actitud. Puedes cambiar mil veces de localización, pero encontrarte siempre en la misma ciudad. Nos centramos en su última novela y hablamos con él a partir de diez de sus pasajes, en torno al paso del tiempo, la adolescencia, las crisis de los 40 y los 50, la incertidumbre, la tensión entre el concepto romántico de vida intensa y llena de riesgos o el placer de las pequeñas cosas… Este es el Text-10 de Luisgé Martín.

1. «Casi todas las escuelas psicológicas, desde el psicoanálisis clásico hasta la psicoterapia Gestalt, prestan atención a ese estado de ánimo melancólico o desesperanzado que suele manifestarse hacia la mitad de la vida de las personas y que, en jerga científica, acostumbramos a llamar crisis de los cuarenta». Así comienza tu nuevo libro. ¿Qué tal te encuentras, Luis, ahora mismo contigo mismo? No tengo razones objetivas para quejarme, aunque siempre he encontrado razones subjetivas para hacerlo. Ahora mismo, lo único que a mí me va mal, como a la mayoría de la gente, es el mundo, algo capaz de producirle una úlcera a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad. En todo lo demás, en lo personal y en lo profesional, no tendría ningún derecho a quejarme. Aunque es verdad que yo, desde los 20 años, tengo un temperamento un poquito melancólico y que a los 50, tengo 51, eso se ha agravado. Mi relación con el tiempo siempre ha sido un poco conflictiva. Yo siempre he anticipado que la vida es ir perdiendo cosas; esto a los 20 es una enfermedad, a los 50 se ve más normal, porque te das cuenta de que ya tienes que elegir entre todo lo que quieres hacer, que no te va a dar tiempo a hacerlo todo. En ese sentido, ese estado melancólico a veces produce monstruos. Por lo demás, me encuentro bien… De todas formas, me encuentro peor que a los 40, yo no tuve esa crisis de los 40 de la que siempre se habla, yo no la viví, probablemente porque estaba en un momento personal mucho más eufórico. Pero a los 50 he tenido sombras.

2. «A los cuarenta años o a otras edades menos ásperas, yo, como casi todo el mundo, había sentido el deseo de cambiar de vida por completo, de abandonar Madrid para marcharme a una ciudad distinta y lejana, de buscar un trabajo nuevo en el que pudiera comenzar a aprender cosas diferentes o de separarme de esos amigos constantes que, aunque queridos, me encadenaban a costumbres ya encenagadas y fastidiosas». ¿Has sentido ese deseo, a los 40 o a los 50, de cambiar completamente de vida? Ese deseo lo he sentido desde muy joven; incluso cuando te va bien, tienes la sensación, como le pasa a Brandon Moy, el protagonista de la novela, de que la geografía puede hacer milagros, que trasladándote y cambiando las circunstancias de tu vida, las rutinas, el paisaje, los pequeños mecanismos que te ponen en pie diariamente, algo va a cambiar. Pero es una percepción absolutamente falsa. ¿Has tenido algún fogonazo concreto de: quiero ser así y así, o vivir ahí y hacer esto y esto? En la crisis de los 50, por primera vez en mi vida, por primera vez, he tenido un deseo, no imperioso, pero sí un deseo, de irme de Madrid, de España. Eso ha tenido que ver, entre otras cosas, con la situación del país, con la situación política y socio-económica, pero también con el sentimiento de que si no es ahora, ya no será nunca… ¿Irte adónde? Pues por limitaciones personales, por el idioma, y también porque me atrae mucho, sería Latinoamérica; allí me encuentro relativamente cómodo. No hablo bien inglés, ni ningún otro idioma, con lo cual, si me fuera a otro país, más que cambiar mi rutina sería estropearla completamente. Y puestos a fantasear, lo que me gustaría sería poder vivir, sin excesos, con cierta austeridad, no la de Merkel, sino la mía, pero vivir de mi dedicación a la escritura. ¿Escribir no te da para vivir? No, no, nunca he vivido de eso; ahora trabajo en un proyecto de agencia literaria de personalidades, para publicar libros…. Para que te hagas una idea, en noviembre lanzamos un libro de Felipe González.

3. «Se acordó de su saxofón viejo, de la colección de discos de jazz que escuchaba por las noches cuando se quedaba trabajando a solas, de la hamaca que colgaban los veranos en el porche de la casa de Long Island y del reloj de arena que tenía en la mesa de sus despacho…». ¿Qué cosas echarías tú de menos de tu vida actual, de tu rutina, si llevaras a cabo ese cambio radical? (Silencio largo) Yo creo que echaría de menos solo dos cosas, que son fundamentales, las dos cosas que me han detenido durante toda mi vida: los amigos y, en menor medida, probablemente al principio lo echaría mucho de menos, pero luego, con el tiempo, yo creo que sería compensable, el puro paisaje de Madrid; es una ciudad que, a los que somos de aquí, nos enamora casi tanto como nos enfada, pero con la que tenemos una cierta relación de dependencia. Otras rutinas serían perfectamente reconstruibles en otra parte, me las podría llevar puestas a otro lado.

4. «Sacó el móvil del bolsillo con parsimonia y lo apoyó suavemente en el suelo, sobre el cemento de la calzada. Luego lo pisó varias veces hasta que se hizo pedazos. En ese momento supo que Brandon Moy había muerto». ¿Para ti el móvil también significa tanto, tienes esa relación de dependencia, esa necesidad de estar comunicado permanentemente? Sí. Soy muy adictivo, en todo; he tomado pocas drogas, porque, si no, estaría muerto en una cuneta desde hace tiempo, porque me conozco. Soy muy adictivo, aunque a veces sí soy capaz de apretar el botón para hacer desaparecer algo, cosas como aplicaciones del móvil con juegos, que me han producido auténtica dependencia. Respecto a las redes, tuve una época de mucho enganche a Facebook; con Twitter nunca ha sido tanto. Pero mi mayor dependencia es la nubosidad variable de la red. Soy capaz de perder horas pasando de no sé qué a no sé qué, consultando la prensa, sacando unas entradas para algo, que eso luego me lleva a que también mire algo para preparar un viaje, lo que me lleva a otra cosa y a otra. Quizá por eso sienta que me cunde tan poco el tiempo en Madrid y que tenga aún la esperanza de que, al cambiar alguno de los parámetros de tu vida, la ciudad donde vives, la habitación donde trabajas, la gente con la que te relacionas, puedas cambiar tu vida…

5. «Al pasar el tiempo, importunado por la contradicción, habría ido disociando esas dos visiones antagónicas hasta convertir aquella noche en dos noches distintas, una placentera y otra sombría. Es lo que hacemos todos casi siempre, por ejemplo, al recordar nuestra adolescencia». ¿Cómo recuerdas tu adolescencia, tienes la sensación de que te ha quedado permanentemente alguna asignatura pendiente, que te persigue como si fuera una nube justo encima de tu cabeza? Mi sensación, efectivamente, es de contradicciones, y no sé la respuesta exacta… Tengo un proyecto de libro en ese sentido, que trate, sobre todo, de la parte gay y mi vivencia con la homosexualidad en esa edad, que exprese lo que siento… Porque yo soy consciente de que mi adolescencia, mi primera juventud, fue, y lo puedo decir sin demasiado empacho en usar ese adjetivo, tortuosa. Y, sin embargo, mi recuerdo de aquellos años, y lo digo sin pensar tampoco que lo esté mitificando o que esté mintiendo, es de una felicidad absoluta. Es decir, había una intensidad, que con el tiempo he ido transformando en felicidad; aquellas noches en las que salía buscando el remedio a todos mis males, la música que escuchaba, los libros que leía, los viajes que hacía… Lo vivía todo tan intensamente que, aunque fuera tortuoso, su recuerdo me hace ver que sí mereció la pena.

6. «En el mismo cuaderno, que aún conservaba cuando yo le conocí, hizo también una lista de ensoñaciones y desafíos: además de aprender francés y volver a tocar el saxofón, deseaba montar en un globo aerostático, hacer submarinismo, estudiar antropología, viajar a Europa, asistir a una corrida de toros, participar en carreras automovilísticas, tener una relación homosexual, tomar drogas alucinógenas, navegar por alta mar, recibir lecciones de piano…». ¿Tú tienes una lista de ensoñaciones y desafíos aún por cumplir? Tengo una lista, pero a estas alturas ya no muy larga. Las cosas que no se pueden decir ya las he cumplido (risas); pero hay dos desafíos banales y confesables que sé que ya no voy a cumplir: me voy a morir con la insatisfacción de no haber aprendido bien inglés; la otra gran frustración es que hice primero de solfeo, yo quería tocar el piano, pero me suspendieron, lo dejé… Y sí, hay otra ensoñación menor en la que sí me gustaría insistir: el submarinismo, lo descubrí en Egipto, en mi luna de miel, y sentí una fascinación total. ¿Y ensoñaciones que sí veas que puedes cumplir? Hacer una novela que realmente me deje satisfecho; pero, bueno, eso no lo llamo ensoñación, sino proyecto.

2012 (Foto de Rai Robledo)

Foto de RAI ROBLEDO

7. «Se dio cuenta de que había en la literatura una sustancia viscosa y oscura que servía de osamenta para vivir». ¿A ti también te ha servido la literatura para vivir? Totalmente. Esa frase es totalmente mía. La literatura me ha servido, como lector, como osamenta absolutamente para vivir. Para sostenerme en ella, para apoyarme, para hacerme el mapa de la vida y del mundo. Y como escritor, además de eso, me ha servido también como cartografía de mi propio pensamiento, me ha servido de psicoanalista. Con ella me he curado algunos males… Bueno, no sé si puedo decir curar, pero sí me ha servido al menos para darle una patada hacia delante a muchos fantasmas que merodean por ahí.

8. «Moy creía en aquella época, como los poetas románticos, que con el padecimiento puede alcanzarse también la plenitud; o -aún peor- que solo puede vivirse con intensidad aquello que se cría con tormentos». ¿También tú piensas que solo puede vivirse con intensidad cuando se sufre, que solo merece la pena vivir si se hace con exageración, como dices en otra parte del libro? (Silencio largo). Si te digo la verdad, Rafa, no sé lo que pienso… Si me dan a elegir… ¡Te has aburguesado, Luis! Si me hubieran dado a elegir, creo que incluso a los 20 años habría apretado el botón de no vivir intensamente y estar más cómodo. Yo creo que es una idea heredada del romanticismo, de la vida plena como desafuero, eso de que hay que ser un cadáver joven y bello, vivir al límite, una idea que ha trasladado perfectamente el cine, y que creo que todos llevamos dentro de alguna manera. Mi primer libro de cuentos sostenía absolutamente la idea del amor romántico intenso, sin componendas…, como el único verdadero. La evolución intelectual que yo he seguido en estos años ha sido de aburguesamiento, de pensar que la felicidad donde realmente se encuentra es en la calma, en las pequeñas cosas, en los amigos, en una copa de vino, en la lectura de un libro, en un paisaje, una ciudad nueva…, no son cosas vulgares ni rutinarias, sino lo que te aporta cierto sosiego.

9. «Ésa era la ley, el mandamiento: había que buscar la temeridad, pues el orden y la quietud sólo conducen a la muerte»… Dices eso en el último tramo del libro… Pero… Yo no sé si sigo pensando que lo ideal es vivir intensamente hasta que uno muere. En el amor está muy claro que la situación ideal que uno viviría, por la que la gran mayoría apostaría, sería tener un amor a quien amas y tantos amantes vertiginosos como pudieras; esa siempre ha sido la combinación ideal, sin sentimientos de carga ni de castigo; todos querríamos tener la casa de reposo del guerrero, cómoda, donde regresar cada día cuando ya estás cansado, pero volviendo de mil aventuras con drogas y alcohol, de haber conocido a gente increíble y de haber follado con siete… ¿Esa mezcla es posible? Esa es la cuestión, esas son las decisiones de la vida…

10. Terminamos con esa misma tensión, esa dicotomía vital que te ha marcado, como dices, desde la adolescencia. «Había empezado a presentir, como si estuviera convirtiéndose al budismo, que la felicidad no consiste en cumplir los deseos, sino en no tenerlos». Y en la penúltima página de ‘La misma ciudad’ escribes: «No hay incertidumbre, y eso, a mi juicio, es una forma de felicidad». La incertidumbre es uno de los grandes tormentos; mucho más perniciosa incluso que la certeza triste. Tener un hijo perdido frente a un hijo muerto. El libro es un libro sobre la búsqueda de la felicidad. Al final, lo importante es el viaje a Ítaca, todo lo que te va ocurriendo a medida que vas viviendo y viajando. Yo creo que la vida en realidad no tiene ningún sentido, y, como decía Gil de Biedma, ya que hemos descubierto el argumento, vamos a hacerlo un poco florido.

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