Mozart y Beethoven, genios, secretos y mentiras
Hoy, en este ‘asomblog’ que se acerca de maneras distintas a la ciencia, el cine y la cultura, y al que llamamos ‘La Sombra de Houdini’, nos detenemos en dos grandísimos dioses musicales y en dos películas en torno a ellos: Mozart y ‘Amadeus’ y Beethoven y ‘Copying Beethoven’. En las genialidades de ambos compositores y de las películas sobre ellos, pero también en los bulos que desde la pantalla se lanzaron y que aún perviven y amenazan con distorsionar la imagen de ellos.
En los estudios de jazz en piano, mi profesor suele comentar que muchos de los grandes genios de la música eran a su vez grandes improvisadores. Joan Sebastian Bach, por ejemplo, salió el otro día a colación de una clase en la que empezamos a estudiar la estructura de un blues llamado Billy Bounce compuesto por el genial saxofonista Charlie Parker. Los blues –y perdónenme algunos– me parecen estructuralmente mucho más rígidos que el jazz, pero en el caso de Billy Bounce hay una serie de frases melódicas que entran dentro del género Bebop y que se saltan la estructura y hacen que el blues sea mucho más libre y vuele. Estas frases son bellísimas y las más difíciles, pero una vez aprendidas, y con el swing correcto, Billy Bounce se convierte en una pieza más que apetecible.
No es la primera vez que surge el nombre de Bach en una conversación sobre jazz. Un amigo mío que estudió la carrera de guitarra me asegura que Bach es quizá el músico más innovador de la historia. Mi profesor de piano me confiesa que, a la hora de interpretar un concierto de una obra de Bach, los pianistas suelen ir mucho más asustados que cuando se enfrentan a una obra de Rajmáninov, condiserado uno de los compositores más complicados de interpretar por su dificultad técnica.
El gran pianista Bill Evans sostenía que los grandes genios de la música eran también grandes improvisadores. Y me vienen a la memoria dos genios en apariencia contrapuestos, Ludwig Van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart. Mi amigo, el de la guitarra, me sugirió una metáfora geográfica que me encanta recitar cuando hablo de ellos. Beethoven componía una música que vibraba y rugía desde las interioridades de la Tierra, una música terrenal de singular potencia que se elevaba hasta alcanzar majestuosamente la bóveda celeste. Escuchar su música significa que los cimientos tiemblan bajo tus pies. En cambio, Mozart hilaba la melodía de los ángeles, una música celestial inalcanzable para el resto, que descendía y se posaba con suavidad hasta acariciar los sentidos de los mortales con los pies en tierra.
El cine ha sabido emocionarnos reviviendo la vida de estos dos monstruos musicales, aunque, hay que advertirlo ya, los directores nos han mentido en algunas cosas sobre ellos de una manera extraordinariamente seductora.
En Amadeus (1984), una de las mejores obras de Milos Forman, Tom Hulce nos presenta a un Mozart frívolo, mujeriego y superficial que se divertía en las tabernas mientras ridiculizaba a Antonio Salieri, el músico oficial de la corte de José II de Habsburgo, encarnado aquí por el inconmensurable F. Murray Abraham.
Amadeus gira en torno a la envidia que Mozart despertaba en Salieri. Mozart es el niño prodigio que parece que no se da cuenta de los estragos que ocasiona su talento, alguien que va alimentando el resentimiento y la envidia de Salieri hasta el punto de que este último interviene indirectamente en la muerte del joven.
Forman nos presenta a un Salieri que asiste a Mozart en su lecho de muerte, mientras éste le pide ayuda para componer un réquiem que pasará a la historia. Es la oportunidad para formar parte, al menos por unas horas, de una música divina que Dios le ha negado, antes de caer en manos de la locura.
En el filme, Salieri siempre quiso que su música inmortal sobreviviera a su propia desaparición física, pero descubrirá que su talento no es suficiente para cumplir su sueño. Es Mozart quien le ha ganado. Su cuerpo ya se descompone en una fosa común enterrada en un día lluvioso y gris, pero poco importa a un desconsolado Salieri.
En Copying Beethoven (2006), descubrimos a un formidable Ed Harris dando vida al genio, cuyo trágico destino sería quedarse sordo, aislándose para siempre del mundo. Su única conexión es una mujer de 23 años, Anna Holtz, interpretada con delicadeza por la bellísima Diane Kruger.
En la película, Holtz se permite incluso corregir una nota en la partitura de la Novena Sinfonía, la Coral. En la secuencia más impresionante de la película, ella funciona como la conexión que une a un Beethoven sordo al resto de la orquesta, al público, mientras dirige la que sería su última obra.
El Beethoven de Ed Harris consideraba inferiores a las mujeres, siempre estaba hosco y de mal humor, y mostraba su arrogancia con todo el mundo. Su única debilidad fue su sobrino, Karl Van Beethoven, el “hijo que nunca tuvo”. Y ese joven le engaña, le pide dinero, se burla a sus espaldas y le niega todo cariño.
Amadeus fue un éxito de crítica y taquilla (casi 52 millones de dólares sólo en EE UU) y arrasó en la ceremonia de los Oscar en 1985 (ocho en total, incluyendo a Murray Abraham y Milos Forman). En cambio, Coyping Beethoven, de la directora Agnieszka Holland, apenas recaudó 384.000 dólares en territorio americano y un total mundial de seis millones de dólares, con críticas diversas, entre las que no faltan las despectivas como “tediosa” e “irritante”.
Lo cierto es que, a mi juicio, no hay tanta diferencia de calidad entre las dos cintas. Y si bien Amadeus mereció todos los premios y el reconocimiento, Copying Beethoven es una historia excelente que no tuvo el favor de la crítica. Quizá por el atrevimiento de Holland y su guionista Stephen Rivele a la hora de crear el personaje de la copista Anna Holtz, una mujer joven y atractiva que pone el contrapunto al propio Beethoven.
Holtz nunca existió. En realidad, se sabe que Beethoven usaba a estudiantes de música como copistas para que transcribieran la música que él imaginaba en su mente pero que no podía escuchar.
La escena del estreno de la Novena Sinfonía es en parte una ficción, con Diane Kruger conectando con Beethoven en cada instante de la actuación de la orquesta, lo que puede irritar a los puristas. La relación de un genio como Beethoven con un personaje inexistente es un pivote frágil y peligroso –aunque valiente, hay que admitirlo– a la hora de hacer creíble una película de ficción y no un documental sobre una personalidad que trasciende los límites del tiempo.
Beethoven ya sufría sordera desde que compuso la Tercera Sinfonía, lo que le impedía dirigir los ensayos, nos dice el musicólogo y experto Javier Guerrero, de la Facultad de Geografía de la Universidad Complutense. El personaje hosco que vemos en el filme de Agnieszka no es más que el producto de una enfermedad en un hombre atormentado, avergonzado por no tener el oído que todo el mundo le suponía a un músico de su categoría.
El propio Beethoven lo expresaría así, en un documento esencial, el Testamento de Heiligenstadt, dedicado a sus hermanos Carl y Johann
“Mi desdicha es doblemente dolorosa, puesto que le debo también ser mal conocido. Me está prohibido encontrar un descanso en la sociedad de los hombres, en las conversaciones delicadas, en los mutuos esparcimientos. Solo, siempre solo. No puedo aventurarme en sociedad si no es impulsado por una necesidad imperiosa; soy presa de una angustia devoradora, de miedo de estar expuesto a que se den cuenta de mi estado”.
Circulan rumores y leyendas que hablan de la admiración que Mozart sintió cuando un joven Beethoven acudió como un alumno que era todo un niño prodigio, pero lo cierto es que no hay documentos que lo prueben.
Los padres de Beethoven enviaron a su hijo desde su hogar en Bonn para que estudiara con Mozart, alrededor del año 1787; en un momento en el que el genial músico estaba enfrascado en la creación de una de sus operas más importantes, Don Giovanni.
Mozart atravesaba además un momento personal difícil por la muerte de su padre, una persona sabia que entendía a la perfección el alcance del talento de su hijo, al que apoyó incansablemente en su carrera y al que impartió una educación sistemática.
Pero Beethoven no tuvo tanta suerte, pese a su talento. Su padre era un alcohólico lleno de problemas que no pudo proporcionarle esa formación que todo niño prodigio hubiera deseado. Es bastante probable que Mozart, en un momento muy complicado de su vida, no le prestara apenas atención al que sería poco después considerado como su sucesor en Viena.
La película Amadeus está basada en una obra de teatro, escrita por el dramaturgo Peter Levin Shaffer en 1979. El público suele aceptar más fácilmente una obra de teatro llevada al cine que un guión arriesgado como el de Copying Beethoven, que no es otra cosa que la visión del genio a través de los ojos de una mujer ficticia que estuvo con él hasta el momento de morir. Puede que esa diferencia explique en parte su monumental éxito (es un filme impresionante, aunque a veces las escenas musicales duren un poco más de lo aconsejable). Pero lo cierto es que muchas de las cosas que se vierten en el filme son pura invención. De ahí el mérito de Forman. El latiguillo que acompaña al título en español de la película, “todo lo que has oído es verdad”, no es más que un intento exitoso de convencernos de la gran mentira creada por el autor de Alguien Voló sobre el Nido del Cuco. En comparación, casi nos parece piadosa la invención de Anna Holtz que nos presenta Holland: el retrato de Beethoven a través de Kruger es lo suficientemente conmovedor y realista como para ajustarse a lo que se sabía del genio.
En cambio, el retrato de Antonio Salieri que nos presenta Forman es absolutamente falso. No hablamos de un músico torpe, resentido, mediocre y envidioso. El Museo de Viena dedicado a Mozart acaba de lanzar una campaña para desmentir este bulo. El director del museo, Gerard Vitek, quiere mostrar al público cuál fue su verdadera personalidad: alguien con un gran talento musical, nacido en el norte de Italia, que con sólo 15 años empezó a ganarse los favores de la corte imperial en Viena. Salieri era un hombre de excelente humor, muy generoso y con mucho talento. Adoraba a sus pupilos, entre los que se encontraban Franz Schubert y… el propio Beethoven.
Mozart escribió cosas muy positivas sobre Salieri. Fue el padre de Mozart, Leopold, quien veía en el músico italiano un rival para su hijo –en realidad todos los músicos con talento eran rivales para él.
En el filme de Forman, se nos sugiere que Salieri tuvo un plan diabólico para causar la muerte de Mozart en 1791, aunque no de manera explícita. El libreto está inspirado en rumores que circularon sobre Viena en 1824, un año antes de la muerte de Salieri, que sugerían que el músico italiano había envenenado con arsénico al joven genio. No hay ninguna evidencia ni prueba. Y desde luego Salieri no enloqueció por la envidia. Sufrió de senilidad en los últimos años de su existencia. Son bulos muy efectivos y creíbles, transmitidos por el filme de Forman y que aún resuenan en la red. Además, el mismo día en que se enterró a Mozart el tiempo meteorológico fue soleado y excelente, según los registros, y no el lluvioso gris que nos presenta este formidable director.
Lo cierto es que la mujer de Mozart, Constance, envió a su hijo a Salieri para entrenar su educación musical el mismo año de la muerte del genio, explica Ingrid Fuchs, la conservadora de la exhibición del museo vienés, según recoge Reuters. Es la prueba de que la relación entre ambos fue tan buena que haría trizas el argumento de Amadeus. “Creo que esto echa abajo cualquier especulación. Ninguna madre enviaría a su hijo para que fuera educado por el presunto envenenador de su padre. Es un testimonio definitivo”.
La mayoría de biopics tienen poca o nula relación con los hechos reales. De todos modos, Amadeus es una peli fascinante. La forma en la que está narrada (los recuerdos de alguien siendo entrevistado, idas y venidas al pasado y al presente, bastante novedoso en los 80), cómo están dibujados los personajes, un ‘malo’ con el que puedes empatizar y entender perfectamente sus razones, que cede a la maldad precisamente por tener el talento, la inteligencia y buen gusto suficiente para apreciar la belleza más elevada… Me parece que hay que tener mucho talento para hacer un peliculón con unas bases bastante difíciles (una peli de época, que a priori, eso nos tira para atrás a más de uno, que habla de algo muy minoritario, como la música clásica), y sin que te gusten esas cosas especialmente, la peli te atrapa. Y la ves 30 años después y no pierde un ápice de interés.
No creo que en ningún momento Milos Forman tuviera pensado hacer un documental de la vida de Mozart, sino una buena peli. Y la peli es absolutamente cojonuda, para mí está sin duda entre mis 10 favoritas.
Incluso, me he encontrado a más de uno (yo mismo), que se empezó a interesar por la música clásica a raíz de ver la peli.