Christopher Lee, ‘Drácula’ y los tópicos sobre vampiros
Según el cine, el cuerpo del mítico actor británico Christopher Lee, fallecido el pasado 7 de junio, no está frío del todo. En cualquier momento se levantará para sorprendernos. De Lee se han contado innumerables anécdotas biográficas y de sus interpretaciones en ‘Star Wars’ o en ‘El Señor de los Anillos’, pero entre todas ellas sobresale su encarnación de ‘Drácula’, el filme de 1958 de Terence Fisher. Con él viajamos a los mil tópicos y malentendidos sobre vampiros.
Su interpretación del terrorífico conde y el impulso posterior que este actor, junto con su gran némesis, el inigualable Peter Cushing, proporcionó a la productora británica Hammer: una fábrica de películas de terror, la mayoría mediocres y con poco presupuesto, dejó en la memoria cinematográfica del público un anhelo nada común por las producciones de serie B de terror que perseguían con ingenuidad victoriana rebuscar entre nuestros temores más oscuros.
Lean Drácula, de Bram Stoker, y comprobarán cómo el cine, cuando tamiza y filtra una obra maestra, convierte los mitos en estereotipos. La palabra vampiro evoca al ser elegante y pálido, de clase alta, rumano y con una capa negra. Esa imagen es imborrable y ha dejado una huella permanente en nuestra psique –prueba de que el cine influye profundamente en la percepción que tenemos del mundo cuanto más aceptamos su contenido de “realidad ficticia”. Por supuesto, no faltan los colmillos ni la sensación de que su mano es como de hielo –según nos narra Jonathan Harker–, y su habilidad para convertirse en lobo, murciélago o araña. Rumanía es la patria de los vampiros cinematográficos, precisamente por la obsesión de Stoker a la hora de documentarse. ¿Quién no sabe a estas alturas que el modelo que él eligió era Vlad Tepes, un príncipe rumano que tenía fama por empalar a sus enemigos?
Por culpa de esta aportación literaria a la pseudohistoria, mucha gente aún piensa que Tepes fue un auténtico vampiro. Lo cierto es que el príncipe fue un héroe que resistió la embestida de los turcos y el imperio otomano. Cuando se le presenta al mundo como el origen del monstruo, las viejas generaciones de rumanos, que aprendieron en la escuela que Tepes era un héroe nacional, se indignan. Pero las nuevas generaciones aplauden la pseudohistoria y la convierten en un negocio. La prueba, los millones de turistas que visitan cada año el castillo de Drácula.
Stoker no inventó la leyenda. La tomó prestada del folclore y la modeló con literatura. Drácula es uno de los máximos exponentes de la literatura gótica, donde lo sobrenatural planea sobre nosotros como la neblina que envuelve cada escena de las películas de la Hammer.
Si me apuran, el conde es el exponente de que no vivimos a gusto con el pasado; hay cuentas pendientes, hay tumbas removidas, hay asuntos que no se cerraron moralmente, hay pecados que no se redimieron ni perdonaron. Los muertos vuelven de sus tumbas para atormentar a los vivos. Los vampiros vinieron primero, antes que la zombimanía. Stoker trabajó sobre esta arquitectura de pensamiento que aún empapaba la sociedad victoriana antes de su despertar a la revolución científica para levantar una de las obras más fascinantes y evocadoras, una obra cumbre del terror.
Pero el mismo folclore presenta a los vampiros no como condes elegantes dispuestos a morder cuellos de muchachas vírgenes. Fuera de la literatura, los vampiros pierden todo su atractivo. Son campesinos pobres en su mayoría; personas que fueron desenterradas con la creencia de que no habían muerto del todo, y que no sólo se alimentaban de mordiscos. Unos parias, unos don nadie en vida que regresan de la muerte para vengarse.
En Los Balcanes, los vampiros arruinan los silos de grano. En la literatura, y sobre todo en el cine, los vampiros son terriblemente sexuales, ejercen una atracción irresistible frente a la cual las féminas no pueden hacer nada. La mujer cae de rodillas ante un estereotipo erótico que se abrió paso en una época en la que la censura miraba hacia otro lado cuando se trataba de una historia de horror –ciega ante ese erotismo y el trasfondo sexual que motivaba los actos del conde. Por fortuna.
Lejos de la palidez mostrada por el propio Lee; y, sobre todo, en versiones más modernas del vampirismo tipo Crepúsculo (ese Robert Pattinson de cara blanca de besugo que fulmina cualquier atisbo erótico en la relación adolescente sobre la que gravita una película que parece escrita por los enemigos de Drácula), los vampiros reales tienen la cara roja. Ese color se debe fundamentalmente a la creencia de que el muerto, al ser desenterrado, estaba regenerando la dermis que hay debajo de la piel, que es lo primero que se pudre. Lo que sucedía a continuación es que, dependiendo de la posición del cuerpo, algunas partes se saturaban con la sangre, que iba a parar al rostro.
Podemos buscar explicaciones científicas a cada una de las características de nuestro venerable Drácula. Se nos abre un mundo fascinante. La piel de un cadáver se retrae y las uñas y la barba parecen más largas. Si se acumulan gases en el abdomen, el hecho de clavar una estaca de madera puede provocar una salida de estos gases a través de la glotis como si fuera un aullido. Por eso el vampiro se despierta.
Y en lo de chupar la sangre, el error viene del pasado. El gran naturalista Carlos Linneo describió a un murciélago gigante, Vampyrum spectrum, de hasta 13 centímetros de envergadura, como un ser que se alimentaba de sangre. Cuando no es así. De las mil especies clasificadas, sólo tres especies de murciélagos son chupadoras de sangre.
El comportamiento del vampiro tiene ciertas similitudes con la rabia, según el neurólogo español Juan Gómez Alonso, que realizó una tesis doctoral sobre el fenómeno del vampirismo a la luz de la ciencia médica. La rabia es transmitida por el mordisco de un perro infectado con un virus. Produce agresividad primitiva, apetito sexual exacerbado, insomnio pertinaz y tendencia a vagar sin rumbo. El virus invade el sistema límbico del cerebro y produce estas alteraciones. Pero, ¿quién conocía la existencia de un virus así siglos atrás?
Lo que pocos saben, en esos tiempos victorianos de finales del siglo XIX, es que Drácula tuvo un adversario en la arena literaria. Sí, hubo una competición entre un conde sobrenatural y un escarabajo. Al tiempo que Bram Stoker publicaba Drácula en 1897, Richard Marsh hizo lo propio con su novela The Beetle (El Escarabajo).
El argumento de The Beetle era muy sugerente: Paul es un joven británico que está a punto de casarse con la prometida de su vida. Pero en ese momento, su pasado, que creía enterrado, vuelve con fuerza. Una misteriosa mujer oriental le persigue por las calles de Londres con una maldición: ella es capaz de convertirse en un horrible escarabajo. Y Paul lo sabe, pues hace años estuvo en Egipto, fue secuestrado por una secta y tuvo que estrangular a esa misma mujer para escapar de su maldición.
Hay una anécdota apócrifa que sugiere que Stoker y Marsh hicieron una apuesta para ver qué obra vendía más. The Beetle contabilizó 15 ediciones en los siguientes 16 años, mientras que a Drácula se le recibió bastante mal. Pero se trataba de una carrera a largo plazo. Nuestro conde inmortal alcanzó también la inmortalidad literaria. La cinematográfica viene de la mano del gran Christopher Lee. Al único al que se le puede homenajear diciendo que ojalá nunca descanse en paz.
Aunque Christopher Lee es mi vampiro favorito, no nos olvidemos del Nosferatu de Murnau ni del muy teatral Bela Lugosi. El de Murnau es un plagio de Dracula, y el de Bela Lugosi la primera versión de Dracula como tal.
Se ha dicho hasta la saciedad que el modelo escogido por Bram Stoker fue Vlad Tepes. Se ha repetido tanto, que ya todo el mundo lo acepta sin más, y reproduce la consigna como si fuera cierta.
NO ES VERDAD.
Quienes de verdad han estudiado la obra y vida de Stoker saben que el modelo físico en el que se inspiró fue el actor victoriano Henry Irving (que fue el jefe de Stoker), cuyas características físicas coinciden además con la descripción que Stoker hace de Drácula en su novela. En cuanto a las características sobrenaturales del personaje, la influencia del culebrón gótico «Varney the vampire» es más que evidente.
Lo único que cogió Stoker de Vlad Tepes fue el sobrenombre de «Draculea» (hijo del dragón), pero salvo por el detalle del nombre, no inspiró el personaje de Drácula.
Henry Irving, el actor que inspiró a Bram Stoker para crear el personaje de Drácula: https://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Irving