‘El vuelo’ desde la cabina de un piloto alterado
A raíz de la tragedia del avión alemán estrellado en los Alpes, el autor se remite a dos películas, ‘Marea Roja’, de Tony Scott, y, sobre todo, ‘El vuelo’, de Robert Zemeckis, con un soberbio Denzel Washington, para tratar el tema de la seguridad a bordo y de la extraordinaria labor de los pilotos.
Siempre he tenido una enorme admiración por los pilotos. Desde que era niño. Me acuerdo perfectamente de dos vuelos en los que me enseñaron la cabina. En el primero iba con mis padres a Suiza, no contaría con más de 12 años, y, a petición propia, los pilotos me dejaron entrar, e incluso uno de ellos me enseñó cómo el avión subía o bajaba mediante el mando de vuelo. Estaba absolutamente fascinado con tantos botones y aquellas personas me parecían unos héroes. En la segunda ocasión, no recuerdo bien adónde volaba, pero eran pilotos españoles. ¿Algún lector ha pedido ver la cabina de un avión cuando era pequeño? Esas experiencias irrepetibles sólo se podían producir en tiempos anteriores a los ataques del 11-S.
Después de la tragedia de los Alpes de la semana pasada, sigo pensando lo mismo, pese a la conmoción general. Los pilotos disfrutan de una profesión magnífica y tienen algo especial. Los terribles actos de un desequilibrado, pese a la catástrofe y al dolor de todos los familiares de las víctimas, no deben empañar lo que hacen todos los día. A quienes han perdido a sus seres queridos les dedico mi máximo respeto y afecto, pero también a los pilotos, que realizan un excelente trabajo día a día. Me remito a los números. El cielo de la Tierra está surcado diariamente por más de 100.000 aviones. En 2014 volaron unos 37,4 millones de aparatos. Eso significa aproximadamente que unos 3.000 millones de viajeros tomaron un avión el año pasado. Es una cifra que nos deja atónitos y que no para de crecer, si atendemos a las estadísticas. En 1998, la compañía Boeing estimaba que tres millones de personas cogían un vuelo comercial al día, y que en ese mismo año fueron 1.300 millones de pasajeros los que volaron. Durante ese año hubo diez accidentes con víctimas mortales. En 2014 murieron 761 personas –de 3.000 millones de pasajeros– y el año anterior fue el más seguro de toda la aviación, con 265 muertes.
La estadística es fría, puesto que es un drama que cualquier persona pierda la vida, pero también es muy descriptiva: si quiere viajar seguro, tome un avión. Los datos de 1998 sugieren que la probabilidad de perder la vida en un avión comercial es de una entre tres millones. No es descabellado afirmar que la peor parte de volar se da precisamente cuando tomamos el coche de camino al aeropuerto. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 1,24 millones de personas perdieron la vida en 2010 en las carreteras de todo el mundo: ¡más de un millón de muertes! (Los trenes son también bastante seguros, pero esa es otra historia).
En estos tiempos, después del 11-S, las cabinas de los pilotos se han blindado. Y duele decirlo a posteriori, pero las medidas extras de seguridad no han funcionado, y han facilitado la catástrofe. ¿Como es posible que el propio piloto del avión no tenga acceso a su cabina de mando, ninguna posibilidad de entrar, ninguna posibilidad para deshacer el bloqueo malintencionado de un copiloto? En películas como Marea Roja, del malogrado Tony Scott, se nos cuenta que para que un submarino pueda disparar los cohetes nucleares, se precisa, además de una serie de códigos y permisos, que dos personas giren a la vez dos llaves que están separadas lo suficiente como para hacer imposible que puedan accionarse a la vez por una sola persona. La seguridad no descansa sobre un sólo individuo, sino que se reparte. Se supone que nadie puede acceder a la cabina de un piloto, pero ¿ni siquiera el capitán de la nave? Imagino muchas escenas cinematográficas en las que terroristas chantajean a un comandante que ha salido un momento al baño para que les abra la cabina, pero sigo sin encontrar el sentido de impedir el acceso a los mandos del avión de la persona más capacitada y última responsable para dirigirlo.
¿Cómo nos ilustra el cine acerca de los claroscuros de los pilotos, como humanos que son? El último filme de Robert Zemeckis, Flight (El vuelo, 2012), nos presenta a un Denzel Washington sublime, que va hasta las cejas de alcohol y cocaína antes de emprender un vuelo que marcará su vida. Me parece una película magnífica, a pesar de que pueda resultar molesta y dolorosa en estos tiempos, y aunque supongo que a los pilotos no les hiciera mucha gracia que nuestro alcoholizado Washington se ponga a los mandos de un avión que lleva más de un centenar de viajeros –contando los tripulantes– en estas circunstancias. La primera media hora es un ejemplo de tensión cinematográfica controlada por el maestro Zemeckis; tras un despegue entre turbulencias, el avión de Denzel alcanza la velocidad de crucero hasta que en el minuto 29 del vuelo su avión empieza a caer prácticamente en pedazos.
No voy a contar muchos más detalles para no desinflar la película. Para entendernos, el avión pierde la hidráulica del timón de profundidad, que no es otro que el de la cola del avión. Cuando eso no funciona, me contó un piloto experimentado como Iván Gutiérrez (director técnico del Colegio Oficial de Pilotos), el avión no puede ir en línea recta respecto al suelo. O bien la cosa le pilla a uno con el morro hacia arriba, o bien hacia abajo. Y al pobre de Denzel le pilla la cosa con el morro bajado, así que tenemos la escena de pánico garantizado, un avión que desciende en ángulo y sin control. ¿Cómo salir de ésa? Si alguien quiere ya la respuesta, puede leer el spoiler al final de este texto.
Y para aquellos que se pregunten cómo vuela un avión, aquí va una explicación rápida y sencilla. Echen un vistazo a las alas. Se darán cuenta de que por encima están curvadas, mientras que por debajo están planas. No es por casualidad. El aire que resbala por encima del ala va a mucha más velocidad que el aire que corta por debajo. La física dice que debajo del ala, al discurrir el aire más lentamente, se crea una presión más alta que por encima. Esa diferencia empuja el avión hacia arriba. A mayor velocidad, más sustentación. La vida puede seguir siendo bella a bordo de un avión.
Spoiler.
Denzel decide en la película algo completamente insólito: da la vuelta al avión para volar al revés. Eso lo hemos visto en las acrobacias aéreas y en películas como Top Gun, también de Tony Scott, en la que a Tom Cruise se le daba de maravilla volar al revés y dar vueltas y vueltas a su caza. El caso es que Denzel, al colocarse al revés, consigue estabilizar el avión durante algo más de un minuto, tiempo que aprovecha para darse de nuevo la vuelta, planear y tomar tierra en un descampado plagado de mormones. Aunque el avión y unos pocos tripulantes y algunos pasajeros (creo que en total eran seis) pasan a mejor vida, la mayoría de los viajeros se han salvado.
Y ahora me pregunto: ¿es eso posible? ¡Un avión comercial volando al revés!
Iván Gutiérrez, que conduce habitualmente aviones de pasajeros, no lo cree probable. Le pone un «dudoso» a este asunto, sobre todo porque los aviones no están fabricados para volar morro abajo. No sabe de ningún caso, aunque al parecer los productores de El Vuelo sugieren que el filme estuvo inspirado en un accidente ocurrido en 2000 con un avión de Alaska Airlines, en el que los pilotos pudieron intentar algo parecido. Nuestro experto no cierra del todo esa posibilidad, siempre que el avión no permanezca más tiempo del debido del revés. Hay una rendija de realidad en el improbable guión de la película.
No soy ingeniero aeronáutico, pero la explicación ‘clásica’ del vuelo de un avión… simplemente no se sustenta.
Por favor, lea aquí: http://www.lapizarradeyuri.com/2010/12/16/asi-vuela-un-avion/
(y sí, yo también aprendí la teoría del ‘flujo de Bernoulli’ en mecánica de fluidos)