Un medicamento para rehabilitar corruptos… ¿Es posible?
El cometer actos corruptos genera en el cerebro unas reacciones químicas parecidas a las que desencadena la cocaína. Si podemos reducir farmacológicamente estos procesos cerebrales, ¿sería posible encontrar una cura contra la corrupción instalada en sectores muy importantes del poder en España? Esto opinan los científicos.
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Imaginen el siguiente juego: usted trabaja en un banco, y alguien le propone lanzar diez veces una moneda y anotar si sale cara o cruz. Nadie le vigila, y todo lo que tiene que hacer es anotar los resultados e informar de ellos en la página web del experimentador. Esta persona le ha proporcionado una combinación ganadora, y por cada acierto, se le premia con veinte euros. ¿Qué haría usted ante la posibilidad de ganar 200 pavos fácil?
Los investigadores Alain Cohn, Ernst Fehr y Michel André Maréchal realizaron este experimento eligiendo a 128 personas que trabajaban en instituciones financieras. Dividieron los participantes en dos grupos. En el primero les hacían un cuestionario previo sobre su vida e intereses personales. En el segundo, una batería de preguntas sobre su trabajo en el mundo financiero.
¿Qué grupo resultó el más mentiroso? No me lo digan: aquellos a los que se les inquiría sobre su trabajo. La estadística dicta que la probabilidad de sacar cara o cruz es prácticamente la misma. Es muy difícil pillar a un mentiroso que te dice que ha sacado ocho aciertos de diez, pero es mucho más fácil pillar a un grupo de mentirosos si los porcentajes de acierto llegan a ser hasta el 57 o 58 por ciento. Sobre todo si se les compara con el grupo control (un 52 por ciento de aciertos).
Lo que la matemática sugiere acerca del comportamiento es que las personas que trabajan en instituciones financieras no tienen porqué ser deshonestas, pero están expuestas a malas influencias por la naturaleza de su trabajo. Los investigadores, que publicaron recientemente sus conclusiones en la revista Nature, repitieron el experimento con otras profesiones –no se tiene noticia de que lo hayan intentado con los políticos– y la estadística no arrojó diferencias significativas.
¿Nos sorprende? En el film El Lobo de Wall Street, un excelente DiCaprio entra a trabajar con toda la ilusión del mundo. Cree sinceramente que si el cliente gana, él gana, y todos contentos. Hasta que su jefe, Mathew McConaughey, le abre los ojos al mundo dominado por los tiburones financieros.
De acuerdo. ¿Es el ambiente lo que corrompe al bueno de Leonardo? ¿O atráen las instituciones financieras a gente ya de por sí codiciosa? El estudio de Nature se inclina por la primera explicación, pero no obvia una cuestión aún no resuelta. Los corruptos, ¿nacen o se hacen?
Es una ciudad cualquiera, año 2025. En un centro especializado en neurología y psiquiatría, Gordon Gekko, el magnate sin escrúpulos de Wall Street, aguarda su inyección semanal. En una sala alejada de su habitación, un científico examina la composición de una sustancia en su pantalla para determinar la dosis adecuada. Después se dirige a la celda donde está confinado para su tratamiento para curar su comportamiento corrupto. Gekko es adicto al poder y al dinero fácil. Ha sido condenado por utilizar información privilegiada, por causar quiebras económicas en otras compañías para enriquecerse, por infringir todas las reglas. Es el perfecto prototipo de los grandes tiburones financieros que originaron la crisis que todos padecemos. Pero dentro de unos meses, su enfermedad habrá sido curada. Podrá reintegrarse en la sociedad.
Claro que ahora no hay que recordar excelentes películas como la de Oliver Stone y su continuación para toparse con individuos como Gekko. Basta encender un televisor o leer un periódico, o escuchar la radio. Los nombres están en boca de la gente. Insignes figuras públicas envueltas en desfalcos de entidades bancarias, estafas a las arcas públicas, cobros de comisiones irregulares…un comportamiento mantenido durante años y años, y como consecuencia, ríos de dinero que fluyen a Suiza o hacia paraísos fiscales. ¿Podría curarse todo eso con una píldora anticorrupción? ¿Podríamos confiar de nuevo en esas personas?
Lo más probable es que esa píldora no sea posible. O quizá sí lo sea.
El doctor Ian Robertson, profesor de psicología del Trinity Collegue en Dublín, es el autor de un libro, The Winner Effect, en el que sugiere que el poder político y la cocaína ejercen efectos similares y adictivos en el cerebro humano. El poder político dispara en hombres y mujeres la producción de testosterona (sí, ellas también tienen esta hormona). El derivado de esta hormona, llamado 3-androstadienol, impacta en una zona de recompensa del cerebro llamada núcleo acumbes, y el cerebro rezuma dopamina, que es muy placentera. La cocaína hace algo parecido. Tras este subidón, el cerebro quiere más. Nuestro político de turno, nuestro especulador financiero Gordon Dekko, se ha hecho adicto al poder.¿Que significa eso? Que hará cualquier cosa con tal de no abandonarlo.
Los estudios con babuinos demuestran que los machos líderes generan más dopamina, y que eso les hace más inteligentes. Aquellos que están en escalones más bajos tienen también menores cantidades, pero si logran ascender, la dopamina baña sus cerebros de líder. Y luego es muy difícil desengancharse. El poder político y la corrupción son casi inevitables. Una cosa lleva a la otra, tarde o temprano.
Robertson cree que hay factores externos que cercan al poder. El primero es la democracia, y el segundo, la prensa libre. ¿Que tal la farmacología? Si el poder deriva en comportamientos corruptos, ¿podríamos cambiar la química del cerebro para evitarlos? No en vano el tratamiento de la depresión y los estados anímicos se combaten ahora con la química. Hace unas cuantas décadas, en los lóbregos tiempos en los que a los enfermos mentales se les trataba con descargas eléctricas y lobotomías cerebrales, la idea de tratar una enfermedad mental con una pastilla era pura ciencia ficción. ¿Por qué no pensar en una píldora para corruptos, o incluso una pastilla preventiva para evitar que se conviertan inevitablemente en lo que serán con los años?
«No creo que sea posible una píldora así», nos responde Robertson. «La corrupción no es sólo cuestión de una mente individual, existe en las relaciones entre la gente». Salvo un tratamiento social masivo, Robertson no ve la vía para que una situación de estas características se medique. Claro que la depresión es una enfermedad muy común. ¿Entonces? Los medicamentos contra ella traen sus propios problemas, asegura este experto.
Todo tiene su contrapartida. Si en el futuro que esbozamos aquí en La Sombra de Houdini resulta ser el acertado, ¿coincidiría todo el mundo en una cura para suprimir un comportamiento no aceptado? Imaginen sofisticados cócteles cerebrales para curar los cerebros de los delincuentes, los asesinos, los violadores y pedófilos. Un paso más, y tendríamos tratamientos para los disidentes políticos, los disidentes religiosos. No faltarían voces que clamarían para tratar comportamientos sexuales que no serían los normalmente admitidos: homosexualidad, bisexualidad, lesbianismo…comportamientos que incluso en nuestra sociedad actual han sido enjuiciados y discriminados (y para que conste, y en líneas generales, aborrezco el término enjuiciar).
A pesar de que esta píldora anticorrupción es mera especulación, los estudios de Robertson acerca del poder político y la adicción son muy sugerentes. Si el poder actúa como una droga, se sabe que la mitad de la adicción que tenemos a las drogas tiene una base genética. Y que determinadas mutaciones en los receptores de la dopamina pueden hacer que unas personas sean más susceptibles que otras de caer en el alcoholismo, o la adicción a la cocaína o la heroína (que por cierto, han sido utilizadas profusamente por la medicina en el pasado, sin tanto escándalo). ¿Por qué no en la corrupción?
- Por cierto, y para situar las cosas en su contexto. España ocupa el puesto número 13 en una lista de la Unión Europea encabezada por Dinamarca, Finlandia, Suecia, Holanda, Luxemburgo, Alemania, Bélgica, Reino Unido, Francia, Austria, Irlanda y Chipre como los países menos corruptos. No está tan mal, al fin y al cabo, pero podríamos hacerlo mejor. En el mundo ocupamos el puesto 30. (Sudán. Afganistán, Somalia y Corea del Norte cierran la lista de los últimos puestos.