Un viaje al corazón del infierno con Darío Facal

Una imagen de El Corazón de las Tinieblas. Foto: Patricia Fuertes.

Una imagen de El Corazón de las Tinieblas. Foto: Patricia Fuertes.

Una imagen de El Corazón de las Tinieblas. Foto: Patricia Fuertes.

Una imagen de El Corazón de las Tinieblas. Foto: Patricia Fuertes.

El director de teatro Darío Facal (Madrid, 1978) está presentando junto a la compañía Metatarso su adaptación de la novela de Joseph Conrad ‘El corazón de las tinieblas’ en los Teatros del Canal, Madrid, hasta el 13 de mayo. Una obra que busca no dejar indiferente al espectador, para que se interpele a sí mismo ante el porqué del mal y que le lleve a adoptar posiciones más críticas frente a las informaciones que nos llegan. “Al final nos concienciamos sobre lo que quieren que nos concienciemos”.

Por CARLOS MADRID

“Para mí es una tragedia que una novela como El corazón de las tinieblas siga teniendo pertinencia ciento y pico años más tarde. Que todavía hablar del Congo siga siendo de absoluta actualidad, a pesar de que es un tema completamente silenciado. Es sorprendente que un genocidio de 15 millones de personas haya sido absolutamente erradicado de la memoria europea”, subraya el director de teatro Darío Facal. Una obra que se rearma de vigencia ahora más que nunca por la adaptación al mundo de las tablas del inmortal libro de Joseph Conrad; una novela que confronta al lector ante la brutalidad con la que los colonizadores trataban a los aborígenes africanos en el siglo XIX, pero en la que también se hace una reflexión moral del ser humano, de la integridad de cada uno.

Una tragedia que, como apunta el propio Facal, lleva silenciada decenios. Y este mutismo no se debe más que al manejo que sufre la opinión pública y la poca reflexión que esta última hace de la información. “Al final nos concienciamos sobre lo que quieren que nos concienciemos”. Una lectura más proactiva de la información que aparece en los medios llevaría a la ciudadanía a plantearse los intereses que se esconden detrás de conflictos armados como el de África Central, que es la crisis humanitaria más grande después de la II Guerra Mundial. “Probablemente las noticias de este conflicto no acaparan los titulares porque detrás está la lucha por el coltán, que es necesario para el desarrollo de cualquier tipo de tecnología”. Unas noticias que no han calado en la mayor parte de la opinión pública y eso que, a los ingredientes habituales de las guerras en esta región como la violaciones masivas, los asesinatos o los desplazamientos de miles de personas, se han sumado la limpieza étnica o la retirada de cascos azules en 2015 porque cambiaban comida por sexo ante la hambruna que padecían los civiles.

Una reflexión necesaria que crearía no sólo un mundo más comprometido, sino también un mejor entendimiento de las diferentes paradojas intelectuales que hay detrás de todas las crisis. “Creo que al final todos participamos de las estrategias fatales que terminan desembocando en el mal y que está implícito en nuestra propia cultura”, sintetiza Facal. Se trata de una reflexión que nos enfrenta a nosotros mismos, que nos interpela, y que, por tanto, resulta complicada de llevar a cabo. “Normalmente preferimos tranquilizar nuestras conciencias con opiniones muy simplistas. Cualquiera que haya viajado a África se ha encontrado con miles de dilemas, conflictos, dificultades a la hora de enfrentarse con una realidad que no se corresponde con los principios morales con los que nos relacionamos aquí”.

Todo esto emerge desde el núcleo de la novela para posicionarse como uno de los temas centrales. Por ello, Facal busca que el espectador “viaje con nosotros y se mire a sí mismo; que repiense lo que cree u opina de su idea del mal”. Ya que el mal es un término muy complejo y difícil de nombrar. “Culpabilizar a los demás del mal, pensar que el mal es una estrategia premeditada, que una persona está satisfecha de actuar de mala manera sobre el otro…, creo que todo esto nos ciega a la hora de definirlo”, añade el director. Se trata de una obra que busca por lo tanto la larga digestión, que el espectador salga de la obra con muchas de sus ideas del revés, o por lo menos agitadas. Una obra de la que “el espectador que siga todas las reflexiones saldrá con cierta incomodidad”, concluye Facal.

Una experiencia que se ve reforzada por la acostumbrada puesta en escena del director. “La utilización de material audiovisual o música en directo ayuda a hacer visible lo invisible; a que todas las capas que para mí son importantes funcionen ante el espectador”. Y añade: “Las imágenes nos ayudan a ofrecer una visión documental y política que está implícita en la novela. La música nos ayuda a crear las atmósferas de terror y también es expresión del dilema que sucede, la belleza del arte del siglo XIX y que a la vez estuviera sucediendo una masacre en el Congo. Cómo se mataron miles de elefantes para crear teclas de piano; cómo detrás de algo tan hermoso puede estar enterrado de una forma invisible un horror difícil de imaginar”. En definitiva, la adaptación que ha llevado a cabo Darío Facal ayudará al espectador a entender mejor al ser humano y, por lo tanto, el doloroso ejercicio de enfrentarse a sí mismo.

Una imagen de El Corazón de las tinieblas. Foto: Patricia Fuertes.

Una imagen de El Corazón de las tinieblas. Foto: Patricia Fuertes.

Cómo poner en escena el terror

POR SERGIO C. FANJUL

A finales del siglo XIX, tras el reparto de África entre las potencias europeas, el rey Leopoldo II de Bélgica inició una furiosa política de expolio en el Congo. Perseguía las riquezas de aquel país, principalmente el marfil de los colmillos de los elefantes y el caucho, al que se daba buen uso en la fabricación de los primeros y demandados neumáticos, que había inventado John Dunlop.

En su furia recolectora, el rey, propietario particular del llamado Estado Libre del Congo, sometió con inusitada violencia a la población indígena acabando con la vida de unos 10 millones de trabajadores esclavos. Una de las prácticas más bárbaras, que posteriormente salieron a la luz, fue la sistemática mutilación de las manos de los nativos. Les amputaban las manos como método de castigo. Mientras tanto, en la metrópoli se vendía todo el proceso como un hito civilizatorio. Pero los civilizadores iban a civilizar con el machete.

El escritor Joseph Conrad, a la sazón marinero, visitó por aquella época la región como capitán de un barco de vapor y quedó horrorizado por el trato a la población. Fue la experiencia que le inspiró, años más tarde, la escritura de su más famosa novela: El corazón de las tinieblas, publicada en 1902.

El montaje de Metatarso se aborda por la vertiente más experimental de la compañía, mezclando el relato del texto conradiano con la música en directo (el sosiego europeo del piano se alterna con la tensión percusiva y el aire tribal del djembé), los elementos de poesía visual o, sobre todo, la videoperformance. Sobre el escenario, al tiempo que sucede la obra, Javier L. Patiño proyecta sobre una pantalla los documentos que tiene sobre la mesa: mapas, fotos, textos; en su parte más dura, imágenes de las atrocidades cometidas por el colonizador belga. Mediante este artefacto, el montaje adquiere además carácter documental. Al finalizar la función, el público, si lo desea, puede acceder a la escena para ojear esos materiales.

Facal toma como hilván de todos los sucesos al personaje de Charlie Marlow (alter ego de Conrad en el libro, interpretado por Ernesto Arias), mientras que los demás personajes se reparten entre Ana Vide, KC Harmsen, Rafa Delgado. Llevar a escena esta novela permite recrear los ambientes que se generan en el texto, entre lo alucinado y lo terrorífico. De hecho, la novela es calificada a veces como de terror y el montaje de Metatarso se torna en ocasiones opresivo y aterrador. “Veo en El corazón de las tinieblas muchos recursos propios de la narrativa de terror, tal y como la concebimos después”, dice Facal, “pero es un género que entonces está aún tomando forma desde la novela gótica y posromántica. El texto pone el pie en muchos sitios: es un viaje interior, al mismo tiempo está la metáfora del infierno y ese viaje hacia a la oscuridad que entronca con La Eneida, ese encuentro con lo demoniaco que es la escena final cuando van a rescatar a Kurtz”.

Kurtz es un personaje clave en la obra: un funcionario en principio idealizado por Marlow que vive río arriba, regentando la más exitosa explotación de marfil. En el cine, Kurtz, convertido en coronel, fue interpretado por Marlon Brando en Apocalypse Now, la película de Coppola que se inspiraba en El corazón de las tinieblas, pero implantando el relato en plena guerra de Vietnam. En Kurtz, aquí muy bien encarnado por un desquiciado KC Harmsen, está la brutalidad y la locura, vive rodeado de indígenas por los que se deja adorar como un Dios y por cabezas cortadas clavadas en postes. Su recomendación sobre los nativos es “¡exterminad a esas bestias!”. Sus últimas palabras: “el horror, el horror”. Kurtz representa el desenfreno, la hybris occidental en su locura civilizatoria/colonizadora/genocida.

Las denuncias de los abusos de Leopoldo II tardaron en llegar a la opinión pública internacional. El historiador afroamericano George Washington Williams fue el primero en denunciarlo en un informe. En 1908, debido a las presiones internacionales, Leopoldo acabó por vender el Estado Libre del Congo al gobierno belga y mandó quemar toda la documentación relativa a los hechos. Así el país se convirtió en el Congo Belga; por cierto, uno de los mayores exportadores de uranio. En El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild, recientemente reeditado por Malpaso, se hace un descarnado relato del saqueo y exterminio llevados a cabo en aquella época y aquel lugar. “El contexto histórico y político de El corazón de las tinieblas”, concluye Facal, “es una llamada de la atención para nosotros”.

‘El corazón de las tinieblas’ versión de Darío Facal con la compañía Metatarso. Teatros del Canal hasta el 13 de mayo.

Una escena de 'El Corazón de las tinieblas'.

Una escena de ‘El Corazón de las tinieblas’.

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