‘Variaciones sobre Budapest’: ¿Qué es ser un viajero hoy?
El autor, que admite su reluctancia al viaje tras muchos años fuera, lee y comenta ‘Variaciones sobre Budapest’, de Sergi Bellver, crónica personal de la ciudad sobre el Danubio. El libro le sirve para reflexionar sobre la condición del viajero y el viaje hoy, así como sobre la necesidad de miradas finas de observadores que ordenen y enciendan un mundo lleno de imágenes que, en muchos casos, han dejado de decirnos nada en la época del turismo omnipresente.
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Suelo comentar a mis amigos que soy cada día más kantiano. No solo, o ni siquiera, por afinidad con el pensamiento del filósofo de Konigsberg como por mi aversión cada vez mayor a viajar. Durante años lo hice mucho, he vivido en seis países en diez años, pero ahora –y quizá precisamente por eso– se me hace tedioso todo: mentalizarme, solucionar la logística del alojamiento, ir a la estación o al aeropuerto, pasar los controles de seguridad (no los rechazo, al contrario, los agradezco), y por supuesto lidiar con la globalización del incivismo que ha supuesto la cultura del viaje como “experiencia inolvidable”. El turista hace con demasiada frecuencia un paréntesis en sus normas de conducta, algo simbólico que a veces se ve apenas se factura la maleta. Lo vemos especialmente quienes tenemos la suerte de vivir en zonas turísticas. Todos hemos caído en esas actitudes, pero tengan claro que si alguna vez creen verme en un crucero sólo hay dos opciones: o no soy yo, o estoy secuestrado. Con todos mis respetos a los que los aprecian, sé que no son lo mío. Hay cosas que no es necesario experimentar para saberlo.
Por eso suelo leer muy pocos suplementos, revistas o libros de viajes, sean crónicas más personales o bien guías literarias que sirvan de brújula en cualquier lugar al que, si no he ido ya, lo más probable es que no vaya en los próximos años. Sí leo libros clásicos de viaje, como hice hace poco con Verano en los lagos, de Margaret Fuller, publicado en 1844, o Peregrinos de la belleza, de María Belmonte, sobre esa tradición del Grand Tour de los románticos que se remontaba a finales del siglo XVIII. Soy consciente de que esta actitud es fruto de mi momento personal, y por eso a veces algunos libros de viajeros que son mis contemporáneos se cuelan en el resquicio de esa duda secreta. Y cuando ocurre y leo algo, suelo disfrutar más de la mirada del observador que de lo que éste observa.
Budapest, el Danubio y la nostalgia
Que el lugar es una mera excusa para disfrutar de una mirada interesante sobre el mismo acabo de volver a vivirlo leyendo Variaciones sobre Budapest (La Línea del Horizonte), que el escritor Sergi Bellver (Barcelona, 1971) tuvo la amabilidad de enviarme hace unas semanas. Él se define en el libro como “un nómada que observa y escucha”, y a su objeto de observación, Budapest, como “la ciudad más hermosa, carismática y genuina del Danubio”. No he estado, y sin embargo he leído el libro en una sentada de tren con el interés del que acabara de regresar de allí. Full disclosure: Sergi es mi amigo, pero no hablo en esta sección de libros que no me gusten aunque sean de mis amigos. Pero también aplico el reverso de esa ley: no dejo de hablar de un libro que me haya gustado por el hecho de que sea mi amigo quien lo escriba.
“En pocos países como en Hungría y en pocas ciudades como Budapest siente uno las cicatrices –a veces mudas y a veces elocuentes, según decida leerlas e interpretarlas– de la Historia”, escribe Bellver sobre la ciudad y el país que fueron otomanos, habsbúrgicos, austrohúngaros, colaboracionistas con el nazismo, renuentemente pro-soviéticos y, finalmente, plenamente europeos y democráticos. Su libro gira alrededor de su experiencia nómada en la ciudad, de la historia reciente de un país al que aún se le atraganta su pasado inmediato, y por último de las manifestaciones artísticas, literarias (Imre Kertész, László Krasznahorkai, Miklós Banffy o Sándor Márai, entre otros que va descubriendo y consignando) y sobre todo musicales que la ciudad le evoca: “del mismo modo que París es indisociable de la pintura o Nueva York del cine, esta ciudad no deja de susurrarme melodías mientras la descubro”. Las digresiones sobre la obra y las vidas de Franz Listz o Béla Bártok, que recrea y en las que advierte ciertos paralelismos con la suya propia, están entre lo mejor del libro. De fondo, Joseph Roth, Robert Musil o Franz Kafka, narradores de un mundo con pies de barro que no tardaría en implosionar.
Bellver asume desde el principio lo limitado de su visión (“al aceptar esta estética de la renuncia en mi viaje, asumo también la decisión ética de no verlo todo”) y la subjetividad de su mirada (“yo era otro antes de Budapest y seré uno distinto después de ella”), sin que ese filtro tan personal condicione una lectura universal. Al contrario: en un mundo lleno de información fría e imágenes, las visiones personales son más necesarias que nunca. Si bien la nueva economía ha traído el fin de la intermediación en muchos sectores, no es el caso en libros ni en viajes. O al menos no en mis libros, no en mis viajes. “La literatura de viajes que me interesa […] no tiene que ver con la peripecia ni con el alarde enciclopédico, sino con el sentido de la experiencia”, escribe Bellver.
Al no conocer Budapest me es imposible juzgar la validez como guía de este libro, pero sí su capacidad de reclamo para conocerla, además de su calidad literaria. Así, el Danubio “parece una lámina de resina negra y, tras unos segundos, la instantánea queda grabada para siempre en mi memoria, como la despedida solemne y silenciosa de una artista sobre el escenario”. También es un hermoso librito sobre la relación entre historia y carácter, repleto de observaciones de científico social sin corsés académicos: “A veces pienso que si me quedara a vivir en esta ciudad llegaría a hablar con muchos húngaros, cultivaría tal vez no pocas amistades, pero dudo que llegara a conocer de veras el corazón de estas gentes, no todos sus patios interiores, ni sus íntimas liturgias, ni sus discretos escondites personales”. También observa España desde el filtro húngaro que le proporciona su apartamento en un piso de estética soviética en el distrito de Óbuda: “A veces creo que la hispanidad, más que cualquier condición étnica o lingüística, es un reloj interno para las cosas del cuerpo, del ocio y de la vida social”.
Variaciones sobre Budapest recorre las heridas de Budapest y Hungría a través de las propias, más intuidas que explicitadas en un texto en primera persona pero pudoroso y contenido (“imagino que mi vida nómada no deja de ser una forma de anestesia ante la soledad”), y que deja un epigrama que define una época, la nuestra: “Para toda demencia hay un nostálgico”.
La primera vez que fui a Budapest fue por 1990 y todavía pedían pasporte y visado. La recuerdo como una ciudad decadentemente hermosa, como lo era Barcelona o Lisboa. Ahora la marabunta del turismo de masas, de selfies continuos y del ver pero no contemplar, está cambiado la relación con las ciudades. Sin embargo, y a pesar de estar mucho más reluciente, y con toneladas de turistas, Budapest sigue guardando esos secretos que Marai contaba tan bien.