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‘Crecer a golpes’. Cuando la crónica llegó para quedarse

Por Antonio García Maldonado, el 14 de julio de 2016, en América Latina Chile crónica España General libros

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Golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile en 1973.

Golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile en 1973.

El autor repasa los libros de antologías de crónicas aparecidos en los últimos años, donde destaca la labor de Jorge Carrión, y se detiene a comentar una antología menos conocida en España, Crecer a golpes, de Diego Fonseca. Un recorrido por América Latina, EE UU y España de la mano de algunos de los maestros del género, muchos de ellos ahora presentes en nuestros medios.

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Han sido varias las antologías que en el último lustro han reunido crónicas latinoamericanas y españolas y que han resumido su excelente momento de salud. A las aplaudidas Mejor que ficción, de Jorge Carrión (Anagrama) y Antología de la crónica latinoamericana, del colombiano Darío Jaramillo (Alfaguara), le siguió hace un tiempo Crecer a golpes, con el subtítulo Crónicas y ensayos de América Latina a cuarenta años de Allende y Pinochet, a cargo del escritor y periodista argentino Diego Fonseca. Las tres comparten algunos autores, aunque no por capricho: sencillamente son algunos de los maestros del género, como Martín Caparrós o Boris Muñoz. Sin embargo, hay también importantes diferencias.

Mejor que ficción y Antología de la crónica están circunscritas a autores que escriben en castellano. La primera incluye también a autores españoles, y la segunda sólo a latinoamericanos. En el libro de Darío Jaramillo, no obstante, llama la atención la repetición de cronistas, cuando se habla en la introducción de la dificultad de dar cuenta de todos los buenos autores de la región. Tampoco las crónicas escogidas suelen ser las mejores de estos maestros del género, como si fuera una edición lastrada por los compromisos. El libro de Carrión, mucho más sólido y coherente, dio forma hace unos años a una corriente de fondo que trajo a España un renovado interés por el periodismo narrativo, y dio a conocer a una serie de autores que en América Latina eran admirados desde hacía tiempo, como Leila Guerriero, Héctor Abad, Pedro Lemebel o Alberto Salcedo Ramos. Muchos de ellos, por suerte, forman ahora parte de los escritores habituales de algunos de nuestros periódicos. Creo que es de agradecer el papel de Carrión en este privilegio que disfrutamos los lectores de prensa.

La diferencia principal entre los cronistas españoles y latinoamericanos era la mayor voluntad de estilo en los segundos, que en gran medida sigue existiendo. En general, los españoles son más renuentes a cruzar la frontera entre periodismo y literatura, y están más centrados en los hechos. Si en América Latina el periodismo narrativo puede considerarse un género literario, en España sigue siendo, sobre todo, un estilo periodístico. La propia periodista Leila Guerriero dejó su impresión al respecto en una entrevista reciente: “[En España] hay un desconocimiento absoluto y no se entiende qué es el periodismo narrativo. Es muy difícil encargarle a un periodista español un perfil, en su lugar te manda una entrevista pregunta-respuesta”. La vocación general de nuestros medios por el periodismo declarativo y partidista parece darle la razón.

No obstante, la feliz permeabilidad de las fronteras físicas y administrativas ha hecho que esta diferencia esté llamada a atenuarse, dado que gran parte de los mejores cronistas españoles han trabajado o trabajan (o han vivido o viven) en América Latina, y muchos de los latinoamericanos están en nuestro país. La remisión de esta diferencia queda clara en el libro de Carrión, que incluye crónicas inolvidables de autores españoles como Jordi Costa o Guillem Martínez.

Frente al estilo, la lengua y la geografía que delimitaban los dos libros anteriores, Crecer a golpes ha escogido un juego oulipiano del que su editor ha salido más que bien parado: la delimitación de un tiempo y circunstancia históricos a partir de los cuales (o en torno al cual) se narra un continente. Y dicho acontecimiento es el golpe de Estado del general Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973 en Chile, que dio paso a una década ominosa de dictaduras criminales en el subcontinente. “Los golpes de los setenta franquiciaron el crimen como una cadena de hamburguesas, con manuales de procedimiento, consultoría y herramientas”, escribe Diego Fonseca en la introducción. Y resume: “Es una idea horrible, pero América Latina desapareció su pasado”.

Desde Chile a Estados Unidos (y con una breve incursión de la mano de Enric González en España, por cercanía cultural), Crecer a golpes traza la senda del imaginario colectivo de varias generaciones de latinoamericanos, que vivieron de una forma u otra bajo la marca de la muerte de Salvador Allende y de los regímenes que siguieron en la región. Esta antología es una historia sentimental de los últimos 40 años de América Latina, un repaso que deja un inevitable sabor de derrota: a los más firmes sueños idealistas siguieron las más atroces dictaduras, que dieron paso a una economía de libre mercado (no en Cuba) que terminó por dar al traste con la escasa ilusión por el futuro que podían albergar los latinoamericanos. La restauración de sus democracias no conllevó ninguna transición exitosa, y dio pie a la conocida como ‘década perdida’ tras la agenda económica que marcó el FMI.

Cada autor ha expresado esta decepción como ha querido, y a veces utilizando a Pinochet y su golpe como un recurso puramente narrativo, un mero McGuffin. Patricio Fernández desde Chile, Martín Caparrós en Argentina, Carlos Dada en El Salvador, Álvaro Enrigue en México, Gustavo Faverón Patriau en Perú, Francisco Goldman en Guatemala, Enric González en España, Mario Jursich en Colombia, Mário Magalhaes en Brasil, Boris Muñoz en Venezuela, Leonardo Padura en Cuba, Jon Lee Anderson en EE UU (por su importancia histórica en la región) y Sergio Ramírez en Nicaragua son los autores a los que Diego Fonseca ha recurrido para, con crónicas inéditas y escritas expresamente para el libro, contar la realidad de una región que nos empeñamos en desconocer porque ya creemos conocer. El cuadro general es una América Latina más desigual, aún violenta y todavía rehén del sempiterno caudillismo, y hay muchas maneras de mostrarlo: con una crónica de la estancia de Pinochet en Londres tras su detención, con un recuerdo de los manejos mafiosos del fútbol en el Brasil de las dictaduras, con la entrevista a una jueza amenazada de muerte en Guatemala o con la evocación del coche familiar por excelencia en México. Todo lleva a las mismas calamidades irresueltas.

El editor deja claro el propósito de su libro en la mencionada introducción: “América Latina precisa seguir pasando páginas, sacudiéndose la sangre seca de los setenta, el moho de los ochenta, las pelusas y brillantinas siguientes. Superar su eterna adolescencia aparente”.

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