‘Nos duele la UE’: contra los europesimistas sin memoria
Partimos de Günter Grass y sus breves diarios en torno a la reunificación alemana para mostrar que debates europeos ha habido muchos a lo largo de la compleja historia de la Unión Europea y que también los europesimistas han existido siempre… Y casi siempre se han equivocado.
La crisis económica, el auge de los populismos y, más recientemente, el Brexit han conseguido instalar una idea falsa en la opinión pública: que la unificación del continente tras la Segunda Guerra Mundial fue un camino de rosas guiado por un consenso social-liberal incontestado. Europa, hasta ahora, habría carecido de debate e, incluso, de grandes problemas existenciales. Reformas, prosperidad, integración, esa era la secuencia del éxito que guiaba las aspiraciones de todos los países de la periferia que deseaban entrar en el club. De ese relato ha quedado excluida la amenaza existencial que era una URSS nuclear y decadente (Chernóbil), las crisis económicas, el embargo petrolero, los años de plomo del terrorismo político, las polémicas en torno a la relación de las entonces Comunidades Europeas con la OTAN o la animadversión franco-británica.
Esta falacia extendida de la Arcadia feliz de la que la maligna Merkel (el Big Money en general) ha venido a sacarnos es otra consecuencia más del presentismo de los medios, de la agenda menor, nacional y politiquera, que se ha apoderado de casi todos ellos. Porque Europa se funda sobre la mayor catástrofe, y durante unos años, lo siguió siendo. Lean, si no, Continente salvaje, (Galaxia Gutenberg) de Keith Lowe, sobre la vida cotidiana en la posguerra en Europa. Pero, sobre todo, vayan a los breves diarios de la reunificación Alemana de Günter Grass, fallecido hace poco más de un año. Funcionan en sentido inverso: sus angustias existenciales por Alemania y el futuro del continente son hoy, en gran medida, las nuestras respecto a la UE, y su discurso es el que hoy predomina, pero, al mismo tiempo, no han resistido nada bien el paso del tiempo. De Alemania a Alemania. Diario, 1990 (Alfaguara) tiene la doble virtud de mostrar, por un lado, que sí ha habido debates europeos, y por otro, que los europesimistas han existido siempre y casi siempre se han equivocado.
A Grass le duele el mundo entero
Hace unos años, el Nobel de Literatura de 1999 (año en el que también obtuvo el Príncipe de Asturias de las Artes y las Letras) fue declarado persona non grata por Israel tras el revuelo causado por un poema que había publicado en varios medios. En Lo que hay que decir afirmaba, entre otras cosas, que la posesión del arma nuclear por parte de Israel era la principal amenaza geoestratégica del mundo. La reacción oficial israelí fue contundente: “Grass se comporta como el oficial de la SS que nunca ha dejado de ser”, aludiendo a la confesión de haberse enrolado como voluntario en las Waffen-SS que hizo pública en sus memorias, Pelando la cebolla, en 2006.
Este episodio tuvo la virtud de revelar la complejidad de la realidad, personal y política, de toda una generación de europeos, que sin embargo pasaron en pocos años de masacrarse a compartir parlamento. Una complejidad que hemos perdido de vista al juzgar y valorar el proyecto de unificación continental, algo que estos diarios, involuntariamente, nos recuerda. Porque el escritor, además de haber ocultado su pasado nazi, tuvo la extraña virtud de no dar una en sus vaticinios políticos. “La reunificación fue un error”, dijo siempre. No parece que los datos de Alemania lo avalen. Si entonces el pesimista y agorero vendía más, las redes sociales han acrecentado este prestigio de lo funesto. Si a Unamuno le dolía España, a Grass le dolía Alemania Occidental, Alemania Oriental, Europa, Cuba, en una suerte de fibromialgia política que resultaban ser agujetas que se le pasaban en su dacha danesa o en su finca en Portugal.
En noviembre de 1989 la República Democrática Alemana (RDA) colapsó con la caída de la barrera que dividía la ciudad en dos desde 1961. El extrañamiento entre una parte y otra de la ciudad/símbolo era total, y fueron muchos los intelectuales de uno y otro lado que comenzaron a viajar por la desconocida Alemania, y que tomaron parte en el debate de la reunificación, más polémico y difícil de lo que su éxito presente nos hace creer.
Günter Grass había nacido en la hoy ciudad polaca de Gdansk en 1927, junto a los dominios germanos de Prusia Oriental, y punto clave en el desenlace de la guerra fría por ser el lugar donde nació el sindicato Solidaridad liderado por Lech Walesa. Su participación en el debate parecía obligada como hijo de una ciudad-emblema y, en parte, ya inexistente para él. Siendo así, sorprende que la postura que adoptara el escritor fuera la contraria a la de la inmensa mayoría de la sociedad de ambas alemanias, y de los principales partidos. Entre ellos, el suyo, el SPD (socialdemócrata), a favor de una reunificación rápida y total.
De todo ello da cuenta Grass en este breve e intenso diario, que tiene una lectura contemporánea importante dentro del debate europeo. Los mismos recelos que el autor muestra hacia el marco como moneda de ambos territorios, pueden aplicarse hoy al euro; y su oposición a la reunificación tal y como fue planteada, de cuyos peligros alertaba, puede leerse como una crítica a una Europa que se dedicó estos años a incorporar países (de 15 a 28 en apenas una década) sin desarrollar mecanismos de unión política y gobernanza; error que hoy paga caro.
La noticia de la caída del muro sorprendió al escritor en su casa de la costa portuguesa. Desde allí emprendió un viaje que lo llevaría, no sólo a los restos de la RDA, sino a la duda sobre la posibilidad de una unificación real. Para el autor, utilizando la sentencia de Adorno, después de Auschwitz no era posible la unidad, por inmerecida. Lo más que aceptaba era una unión confederal entre todos los lander de la RFA y la RDA. Y, según consigna en el diario, así se lo hacía saber a Oskar Lafontaine, entonces candidato del SPD a la cancillería. Claro que, exigiendo expedientes históricos inmaculados como criterio de «merecimiento», ¿qué estructura social, además de la tribu, existiría hoy?
Grass llegó a ser calificado como el “pesimista nacional” de Alemania, y en este libro demuestra que lo fue, aunque debemos extraer lecciones de nuestro sobrevenido euroescepticismo, porque erró en muchas de las reflexiones contenidas aquí sobre el futuro de la UE, más aún en las que concernían a Alemania. De modo que tampoco nos creamos originales en el reproche comunitario. Europa siempre tuvo problemas, incapacidades e incompetentes al mando en puestos clave, y siempre tuvo sus profetas de catástrofes. Por suerte, también tuvo a sus grises burócratas con admirable piel de pingüino, por las que resbalaban las invectivas morales que Grass y otros lanzaban desde la pureza moral y doctrinaria, y como hemos sabido más tarde, desde la contradicción más miserable.
La idea es fácil de resumir: Europa pasó, en cinco años, de ser el principal problema de la historia de la Humanidad a ser el proceso político de integración democrática más complejo y generoso de todos los tiempos. De la Bliztkrieg al Estado del Bienestar y los Fondos Feder en una generación. O, para los pesimistas, de la locura de Hitler al cinismo de Andreotti. Que nadie lo olvide al hablar de Europa, por más günteres grass que pululen a nuestro alrededor y por más bien que éstos escriban.