‘Truman’: los afectos contra la burocracia de la muerte
El autor analiza la película recién estrenada ‘Truman’ (Cesc Gay, 2015), y reflexiona sobre la burocracia de la muerte y la incapacidad de comunicación ante el hecho irreversible de la desaparición. La soledad ontológica del ser humano como material fílmico.
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A Manuel Cuéllar, padre de (otro) Truman
Hacía ya muchas películas que no sentía un silencio tan espeso como el que quedó en la sala del cine Albéniz de Málaga cuando terminé de ver Truman. Los espectadores, apenas sin moverse para recoger bolsos o abrigos, parecían mirar con un interés inusitado los títulos de crédito de la película. Supongo que todos buscaban –como yo– unos instantes para recomponerse y quitarse el marasmo que deja la historia de dos amigos y un perro que saben que, pasados cuatro días, jamás volverán a verse. De acuerdo, quizá el perro sólo lo intuyera.
De la nueva película de Cesc Gay ya se ha dicho casi todo, y poco añadiría otra crítica que ensalzara los logros (evidentes) y anotara algunos defectos (que los hay, como los subrayados innecesarios en algunas escenas), pero como toda buena película tiene una lectura que va mucho más allá de un valor estrictamente cinematográfico, que además ya ha sido reconocido por el Festival de Cine de San Sebastián y, en general, por la crítica especializada y los espectadores.
Pareja feliz del cine en español
Truman basa gran parte de su grandeza en sus actores, y por tanto en su director. La historia es sencilla: Julián, un actor de teatro (Ricardo Darín), aún con buen aspecto y con vida normal, que vive acompañado de su perro Truman, sabe que se va a morir, y su amigo Tomás (Javier Cámara) viene a verle desde el extranjero durante cuatro días, que son los que narra la película. Ambos actores, tan distintos en su humor, en su acento y en sus gestos dramáticos, funcionan como una pareja eterna del cine. Pienso en Jack Lemmon y Walter Matthau, o Geena Davis y Susan Sarandon, en los más recientes Ben Stiller y Owen Wilson. Hay una comunión radical entre ambos, y el guión contribuye a dejar esa sensación de verdad profunda. Ojalá repitan.
Javier Cámara más contenido, parco, castellano, pero sin dejar de traslucir todo el drama que le corroe y que es incapaz de manifestar más que con silencios. Es el hombre superado no sólo por la situación irreversible de su amigo, sino también (y casi sobre todo) por la forma en que éste asume su situación. Una entereza y una lealtad que durante toda la película se muestra en la preocupación de Julián por buscar un hogar adecuado a Truman. Y esto no está lejos de la realidad: aún recuerdo cómo una persona relativamente joven, cercana y desahuciada se quedó tranquila al terminar su última declaración de la renta familiar por el miedo que tenía de dejarles un problema sin resolver a sus hijos.
Darín está más hablador y seguro de lo que hace, con tendencia a la solemnidad aforística a veces, incluso a la exageración sentimental y gestual. ¡Al fin y al cabo es argentino! Y es que creo que su papel, al menos en el enfoque con que él lo asume y el guión lo concibe, sólo podría haberlo hecho con esta maestría un argentino. Darín, Luppi, Francella, Alterio. En un español habría sonado impostado, no en él. Hay bromas sobre la imposibilidad de encontrar una película en castellano sin Darín, y yo, tras verle en Truman, aplaudo que así sea.
Silencios, gestos y música
Aunque en el guión hay muchas conversaciones, en el fondo apenas hay diálogo, entendiendo diálogo como la capacidad de contrastar puntos de vista y llegar a algún tipo de síntesis. Aquí todos los personajes están abrumados a su manera por una situación irreversible que nadie, ni los protagonistas ni los excelentes secundarios (Elvira Mínguez, Dolores Fonzi, Eduard Fernández, Àlex Brendemühl, Pedro Casablanc, Silvia Abascal, Javier Gutiérrez, José Luis Gómez, entre otros), pueden eludir ni saben cómo afrontar. Truman es sobre todo eso: un retrato de unas personas superadas por un drama inabordable. Y sobre la imposibilidad de aprender a sobrellevarlos. Por eso en la película es tan importante el desconcierto permanente de los personajes, su torpeza a la hora de comportarse con el desahuciado, su cuidado excesivo en no pronunciar palabras que aludan al futuro o a un adiós definitivo. La vida, de repente, es un jardín lleno de minas que nadie nos ha enseñado a cruzar. Esa sensación de estafa (que tan bien ha descrito Philip Roth en sus novelas) es la que predomina aquí. Y no, no hay moralejas fáciles ni mensajes felices. En Truman no hay ningún clavo ardiendo al que agarrarse. Es la vida, más que el cine, y las campanas doblan por nosotros.
La burocracia de la muerte
Otro de los aspectos reseñables, y quizá más políticos de Truman, es su retrato de la burocracia que conlleva morirse. Papeles, elección de ataúd, tipo de ceremonia, testamento. Hay un formulario para morirse como lo hay para pagar una multa o cambiar de ciudad de residencia. La muerte es, al fin y al cabo, otro trámite. Que en ese futuro ya no estemos nosotros no significa que socialmente no se planifique. No sólo se gestiona y se asume la pérdida de los afectos; también es necesario ocuparse de la logística de la desaparición.
Aunque se perdería la esencia de los primeros planos, la película bien podría ser adaptada al teatro, por la sublimación de los mensajes y metáforas. A través del actor Darín/Julián están presentes los escenarios como recordatorio del final de escena, y desde el principio Cámara/Tomás está asociado con un avión, con el comienzo de un viaje hacia otro sitio. Por eso no me parece ni caprichoso ni innecesario el cambio de países que se produce en la película. Además, acompañados por una banda sonora delicada y emotiva, sin ser en absoluto cursi, que además entra en los momentos clave. Nico Cota y Toni Soler han compuesto una música a la altura de Stanley Mayer en El cazador, de Gustavo Santaolalla en Brokeback Mountain o de Franco Piersanti en varias de las películas de Nanni Moretti.
Creo que nuestras sociedades, tan reacias a discutir sobre la muerte –como se ve en el caso de la eutanasia–, obvian un debate que no acabaría con el sufrimiento indecible de una muerte temprana, pero que al menos impediría que se incrementase por los detalles médico-forenses y administrativos que sólo el que vive el drama sabe cómo contribuyen a perpetuar el dolor. Hay aquí, y en todo lo que tiene que ver con los cuidados paliativos y la sedación, todo un camino por recorrer y reivindicar. Porque esa burocracia de la muerte no es más que un recordatorio cruel de cómo la vida continuará sin nosotros o sin nuestro ser querido, un tortazo en la cara que nos grita nuestra pequeñez ontológica. ¿No se pueden hacer las cosas de otra forma? Cualquiera que haya tenido que gestionar una muerte sabe de lo que hablo.
Al llegar a casa tras ver la película leí este poema del norteamericano Patrick Phillips, que aún no ha sido publicado en español. Sin duda, resume bien en pocos versos esa sensación de vacío que deja cualquier pérdida, física o sentimental, y la invasión impúdica de una nostalgia que sólo podemos aspirar a convertir en un recuerdo inocuo, quizá incluso engañoso. Porque bien lo dijo Borges: “Sólo una cosa no hay; es el olvido”.
Vayan al cine a ver Truman.
‘Heaven’
It will be the past
and we’ll live there together.
Not as it was to live
but as it is remembered.
It will be the past.
We’ll all go back together.
Everyone we ever loved,
and lost, and must remember.
It will be the past.
And it will last forever.
Puedes leer aquí la crítica de Truman escrita por Manuel Cuéllar en el Festival de Cine de San Sebastián