Esa ridícula idea de millonarios de llevar olivos centenarios a su jardín 

El que se cree que es el olivo más viejo de España: La Farga de Arión, en Ulldecona (Tarragona), datado por la Universidad Politécnica de Madrid en 1.701 años. Foto: Flickr/Callafelvano

A raíz (y nunca mejor dicho) de un viaje a Cerdeña para visitar el segundo olivo más longevo del Mediterráneo (según Stefano Mancuso en su extraordinario libro ‘Fitópolis’), la autora, experta en el mundo vegetal, nos escribe de la insoportable y ridícula moda de los millonarios de montar sus jardines con árboles centenarios arrancados de su hogar.

¿Qué edad tiene un árbol? Quienes estudian su crecimiento aseguran que esto es complicado si no vive la persona que lo plantó. Para conocer el año exacto, hay que agujerearlo y nadie quiere hacer eso a un árbol vivo ¿O sí? Recuerdo la noticia hace poco de un investigador que cortó un árbol centenario para analizarlo con más precisión; todavía no me lo creo.

Cada anillo de su tronco determina un año, aunque  comentan que pueden ser dos o más, que el crecimiento temporal de un árbol es diferente al humano. Así que el conocido Pi d’En Xandri, en Sant Cugat del Vallés, quizás no tenga los 250 años celebrados. Y el Olivo de Ano Vouves en la Isla de Creta, Grecia, que pasa por ser el más longevo de su especie, no llegue a los 4.000 años, para este caso se habla de un margen entre 2.000 y 4.000 años. Más allá de su edad exacta, lo cierto es que estos árboles con tanta vida me fascinan. Si pudieran hablar… Y de alguna forma ya lo hacen con su presencia, su monumentalidad, su potencia.

El segundo olivo más longevo del Mediterráneo está en otra isla, Cerdeña. Descubrí su existencia gracias al último libro de Stefano Mancuso, Fitópolis (Galaxia Gutenberg), y tiene nombre, Sa Reina (la reina, en sardo). Vive en un bosquecito de olivos centenarios al que llaman S’Ortu Mannu (el gran huerto), muy cerca de la localidad de Villamassargia.

Llegamos allí en un día intenso, casi a 40 grados de temperatura, parados en la carretera por la protesta de los agricultores sardos, a la que, por cierto, nos unimos y con la sensación en el ambiente de que también la isla pasa en estos momentos por una extrema sequía.

Sa Reina tiene el nombre que le corresponde; ese tronco enorme retorcido en sí mismo que exhibe intensas arrugas, o lo que es lo mismo, años y más años de existencia en el planeta. Mancuso dice que el éxito de su longevidad radica en su modularidad; es decir, que ha crecido de forma modular, sin órganos especializados individuales o dobles. El secreto reside en difundirse y no en especializarse, algo por cierto muy humano.

Paseando junto a sus hermanos también milenarios de S’Ortu Mannu, pienso que el lugar es un auténtico milagro, sobre todo por el cuidado de las personas que han vivido cerca de él y que han sido seguramente las auténticas custodias de estos árboles. Porque ahora por todas partes esos olivos centenarios y milenarios se venden a buen precio y se trasladan a las casas de ricos potentados que tienen prisa por exhibir un trofeo como este, un olivo que seguramente  vio dormir bajo su copa a algún centurión romano.

Hay un negocio, cerca de la autopista A7, que acumula olivos trasladados y los mutila en formas extrañas que nunca entenderé; cada vez que paso, el espacio se ha extendido y los olivos trasladados también. Un documental que acabo de ver en el Ciclo de Cine y Jardín, Paradís Perdut, en la Filmoteca de Catalunya, muestra hasta dónde llega la ambición y el poder humano de aquél que cree poseerlo todo.

Fotograma del documental Taming The Garden en el que se denuncia el transporte de árboles centenarios desde la costa hasta el jardín de un millonario en Georgia.

Fotograma del documental ‘Taming The Garden’, en el que se denuncia el transporte de árboles centenarios desde la costa hasta el jardín de un millonario en Georgia.

En Motviniereba, Taming the Garden, la directora georgiana Salomé Jashi relata cómo se crea el jardín de un antiguo presidente del país y oligarca. Para conseguir el objetivo de tenerlos en su mansión privada, tala bosques enteros y construye carreteras por las que trasladar hasta el Mar Negro esos ejemplares monumentales. Pavimenta caminos, amplía caudales de ríos, detiene trenes para que cedan el paso a los camiones que los transportan. Y luego, al llegar al jardín, los castaños centenarios, entre otras especies, deben sobrevivir apuntalados, porque lejos de su lugar de origen no mantienen el equilibrio y corren el riesgo de desplomarse. He visto en el documental las lágrimas de los campesinos al seguir la comitiva del árbol arrancado de su tierra y su pueblo.

Los humanos tenemos una relación muy directa con los árboles centenarios. Nos remiten a nuestros orígenes, a nuestra bio-región, a nuestra identidad. Hay una historia que en especial me ha cautivado. La narra la escritora británico-turca Elif Shafak, en su última novela, La Isla del Árbol Perdido (Lumen). En otra isla mediterránea, Chipre, una higuera es testigo de la guerra civil que separa a turcos y griegos. Un fragmento del árbol se reproduce en Londres y el protagonista consigue que crezca gracias a la técnica de enterrarla en invierno. Sentir cómo hace hablar a una higuera ha sido para mí revelador; en la naturaleza todo habla sin cesar, dice. Sucede que los humanos hemos cerrado el sentido auditivo que nos conecta con ella.

¿Y qué edad tiene pues un árbol? Pregúntaselo mirando fijamente a su copa; seguro que encuentra la manera de darte la respuesta.

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