Un viaje en 20 películas a los chicos malos del policiaco francés
Un París gris, de atascos y gentes apresuradas, de interiores donde yacen cadáveres, se pactan corrupciones, un hombre se desangra de amor y un policía aguarda al acecho podría constituir un arquetipo del policiaco francés. La Filmoteca Española le dedica el ciclo ‘Frío polar. La crónica negra francesa’, compuesto por 20 películas seleccionadas por el periodista cultural y crítico cinematográfico Philipp Engels. Esta antología de clásicos (cuyos títulos se destacan en negrita en el texto que sigue a continuación para diferenciarlos de otras películas citadas) se remonta a principios de los años 30 y se cierra en 2022, y abre una puerta al conocimiento de uno de los géneros más populares del cine francés.
Hay en el policial francés una marca de origen, una sabiduría congénita del mejor cine del siglo XX junto al de Hollywood. Hasta en sus obras menos logradas (como Lemmy contra Alphaville (1965), de Godard, incluido en el ciclo de la Filmoteca Española), la potencia de sus imágenes revela una herencia fílmica sabiamente asimilada. La popularidad del género se asentó a partir de los años 30; a principios de los 70, una encuesta entre el público evidenció que el 73% de los franceses amaba los policiales, según recoge un ensayo sobre el cine galo de policías del historiador y editor de libros de cine Yanick Dehée. Después de la Segunda Guerra Mundial todo joven director, señala Dehée, quería hacer un policial para probar su conocimiento del cine. Una cifra más, aportada por Philipe Engels: en 1981, François Guérif, autor del primer gran estudio dedicado al policial (Le cinéma policier français) contabilizaba alrededor de medio millar de realizadores más o menos adscritos al género desde sus orígenes.
Al policial francés se le conoce como polar, de policier (policial) y noir (negro, pronunciado nuar en francés). Las 20 películas escogidas por Engels permiten vislumbrar la riqueza, diversidad y enfoques del género. Sus lagunas son evidentes, porque la selección la hizo, según explica este crítico a El Asombrario, en función de las copias disponibles, pero “con la idea de ofrecer un abanico lo más variado posible, a razón de una sola película por director”. “En general, las seleccionadas figuran entre lo mejor de cada director, en lo que se refiere al género, y podría decirse que son casi todos clásicos”.
Aun con este parco volumen de filmes, cabe hacerse una idea de las mutaciones del propio policial a lo largo de ocho décadas, percibir el eco del cine negro norteamericano y observar un catálogo de retratos morales, de tipos y costumbres, que van variando al compás de los cambios sociales del país. Los más remotos son los de La noche de la encrucijada (1932) y Pépé le Moko (1937), donde Jean Gabin, el primer rostro icónico perdurable del polar, exhibe su parca gestualidad de ladrón y asesino oculto en la kasbah de Argel en un relato de fatalidad. El héroe es ya en las primeras imágenes y diálogos del filme de Julien Duvivier un héroe caído, arquetipo de esos chicos malos, desclasados, pobres pero orgullosos, presionados por el medio y la pasión por una mujer que, según apunta Yanick Dehée, pululan en los policiales previos a los 50, como en Justin de Marsella, otro filme de gángsters que enfrenta a chinos, franceses e italianos por el control de un barrio en la zona portuaria de Marsella.
Frente a esos chicos malos, a mafiosos, a transgresores, se erigen en esa época policías como los que suministró la literatura de Stanislas-André Steeman o George Simenon. Sus agentes honestos, apegados a la ley, observan sin juzgar, como en La noche de la encrucijada de Jean Renoir, Cecile ha muerto y Quai des Orfevres, la obra maestra de Henri George Clouzot, del que el ciclo de la filmoteca incluye el documental El infierno de Henri George-Clouzot (2009) sobre su película inacabada El infierno, y El cuervo (1943). Este polar rodado en la Francia ocupada por Alemania se sirve del relato criminal para trazar un retrato moral sobre la falibilidad de una sociedad democrática, donde rumores esparcidos anónimamente entre los vecinos de un pueblo crean un estado de psicosis social. Ya no es París el lugar del crimen, sino la extensa provincia francesa, donde la textura de sus transgresiones se vuelve más opresiva, como sucede también en No culpable, de Henri Decorn, en la que un médico borracho asesino queda en la memoria provinciana como una buena persona, y en Una playa tan bonita (1949) de Yves Allégret, el escenario al que llega un misterioso personaje perseguido por otro que lo acusa de asesinato.
“Los años 50, 60 y 70”, según Philip Engels, “representan la era dorada de un género extremadamente prolífico, porque nunca estuvo demasiado codificado, y fue permeable a otros géneros, como el cine de aventuras o la comedia, pasando por el espionaje, amén de admitir tanto aproximaciones directas, sin segundas lecturas, como veleidades de autor al estilo Nouvelle vague”.
De esas décadas quedan fuera, por las razones alegadas por Engels, autores y películas esenciales en el policial, especialmente Gilles Grangier (125. Rue Montmartre, Le rouge est mis, El desorden de la noche), con sus historias de policías, gángsters, prostitutas, gentes, en general, de mal vivir, al filo de la muerte, que encaran impasibles entre robos, asesinatos y estafas; y Jean Pierre Melville, cuya ejemplar trayectoria en el polar se inicia en los 50 bajo la devoción por el noir americano con Bob le flambeur y Dos hombres en Manhattan, y progresa hasta el milagro de un estilo propio en El silencio de un hombre, Círculo rojo y Un policía.
Por entonces, entre los policías legales de las películas se van colando los violentos, capaces de quebrantar la ley para detener a gángsters que visten batas de seda, conducen grandes coches y viven en apartamentos lujosos. La frontera moral entre ambos se diluye. Sigue sobrevolando en estas películas la sombra del cine americano; pero una observación cuidadosa desvela un énfasis en lo francés, según señala Yanick Dehée: en los diálogos del excepcional guionista Michael Audiard, en el uso de la jerga parisina, en los decorados de barrios de la capital francesa, reconstruidos en estudio o tomados del natural (Pigalle, Bellevue, Montmartre), en los dos caballos, tiburones y naturalmente en el carácter del policía, como apunta Grangier en Maigret ve rojo, al oponer al tranquilo y panzudo Maigret con un agente del FBI alto, musculoso y sin escrúpulos.
A algunos de los populares directores de policiales la Nouvelle vague les pasó por encima sin apenas inmutarse. Rodaron como si este movimiento “no hubiera existido nunca”, en palabras del crítico y periodista Olivier Pére que recoge Engels en el texto de presentación del ciclo de la filmoteca. Es el caso de Robert Hossein y Les yeux cernés (1964), una clásica intriga en torno al asesinato de un empresario en un pueblo de montaña, en la que el director disemina sospechas sobre la identidad del asesino entre varios personajes.
También de Jacques Becker y La evasión (1960), un precioso y esencial ejercicio de cine carcelario en torno a la fuga de varios presos; de Jacques Deray y Ronda de crímenes (1963), sobre la traición de un gángster a sus compañeros. Y de Pierre Granier-Deferre y La viuda Courderc (1971), sobre, escribe Engels, “la rural desesperación que envuelve a la inusual pareja formada por un Delon fugitivo y la ya entrada en años Simone Signoret”. Quizá Clouzot fue quien más se dejó tentar por la experimentación con las imágenes en su inconcluso El infierno, un descenso al abismo de los celos y la infidelidad expresado a través del movimiento artístico visual op art.
Desde luego nada más distante de los cineastas de la nueva ola (salvo en el perfume a noir americano) que tres populares películas de atraco: Rififi (1955), Objetivo: 500 millones (1966) y El clan de los sicilianos (1969) de Henri Verneuil, única ocasión esta en que se reunieron los actores esenciales del polar francés, de tres generaciones sucesivas (Jean Gabin, Lino Ventura, Alain Delon).
Hoy no hay conflicto en amar las películas de Grangier, de Deray o de Verneuil y los polares de Malle (Ascensor para el cadalso), Truffaut (Disparad al pianista), Chabrol (Accidente sin huella) o Godard, aunque estos, explica Engels, rechazaran “las películas más académicas y admiraran las más estilizadas, como las de Melville, al que llamaban le patron”.
De los jóvenes turcos, como les denominaron, “devotos del cine negro americano, que ellos mismos adaptaron a su manera”, el ciclo recoge la peor película de la primera etapa de Godard, Lemmy contra Alphaville (1965), un policial de ciencia ficción que el cineasta parece tomarse a broma, como si no le bastara el tono paródico que imprime al relato sobre un espía enviado a la ciudad de Alphaville para recuperar a un prestigioso científico. Ya entonces Godard era un descreído de la ficción narrativa, de manera que las admirables imágenes del filme se pelean a muerte con una intriga repleta de clichés.
La exhibición de la violencia y de la corrupción policial, del utilitarismo envilecido de los políticos que dirigen la policía a costa de inocentes, rompen las costuras morales del polar en algunas películas de los 70 como Último domicilio conocido (1970), de José Giovanni, un año antes de Harry el sucio, y la escandalosa Un condé (1970), de Ives Boisseaux, que, según recuerda Engels, tuvo problemas con la censura “por una escena de interrogatorio en la que el detenido aparece desnudo de cintura para arriba y ensangrentado, además de algunos diálogos en los que se dicen cosas como ‘una policía limpia, eso debe de existir en algún lado’ o ‘todos los policías son basura’, y de un paralelismo bastante claro entre policías y delincuentes”.
Esa ruptura en el polar es igualmente patente en Serie negra (1979), adaptación de una novela de Jim Thompson. Sí, hay una continuidad entre los personajes de Jean Gabin en Pépé Le Moko y de Patrick Dewaere en el filme de Alain Corneau: siguen siendo ladrones, asesinos, machistas, maltradores. La mutación es moral: el aura heroica de Gabin ha desaparecido, y en su lugar las imágenes supuran vulgaridad, mofa, payaseo: el vendedor psicópata de Serie negra no puede, como Le Moko, vivir sin mujeres, pero las desprecia: asesina a su esposa y a una anciana para robarle el dinero, y carga este crimen a un cliente colega.
Que de Serie negra el ciclo pase a Place Vandôme (1998), en un salto de casi 20 años, indica el desplazamiento de la producción de polares del cine a la televisión a partir de los años 80, con una sobreabundancia de series nacionales y extranjeras, y una rebaja artística de los filmes estrenados en salas.
Pero, apunta Engels, “no dejaron de aparecer cineastas dispuestos a darle otra vuelta al escenario del crimen”, como Claire Denis, con su lynchiana Los canallas (2013); Jacques Audiard, con la historia de amor imposible de Lee mis labios (2001) y Un profeta; Nicole García, con la enrevesada intriga del submundo de la venta de joyas de su Place Vandôme, donde late un ambiente opresivo de encubrimientos y pasiones, y Patricia Mazuy con Bowling Saturne (2022), que discurre entre el ambiente sórdido de una bolera y la investigación sobre un asesino en serie de mujeres.
A estas calas recientes le suma uno otros dos autores que han filmado algunos de los mejores polares de estos años: Xavier Beauvois (El pequeño teniente) y Lucas Belvaux (El secuestro, La razón más débil), turbios rastreos en el bajo fondo de la condición humana, de donde el polar sigue extrayendo sus más veraces argumentos.
Hasta fin de marzo la Filmoteca Española proyecta:
Pépé le Moko, de Julien Duvivier. Domingo 17.
Rififi, de Jules Dassin. Jueves 21 y domingo 24. También en Filmin.
Les yeux cernés, de Robert Hossein. Hoy viernes y el miércoles 27.
Objectif: 500 millions, de Pierre Schoendoerffer. Miércoles 20.
La viuda Couderc, de Pierre Granier-Deferre. Sábado 23.
Serie negra, de Alain Corneau. Sábado 16. También en Filmin.
Lee mis labios, de Jacques Audiard. Martes 19.
Bowling Saturne, de Patricia Mazuy. Domingo 31.
En plataformas pueden verse además:
El silencio de un hombre, de Jean Pierre Melville. Filmin.
Círculo rojo, de Jean Pierre Melville. Filmin.
Un profeta, de Jacques Audiard. Filmin.
Los canallas, de Claire Denis. Filmin.
La evasión, de Jacques Becker. MUBI.
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