200 años de Concepción Arenal: “Pensar fue mi vida, mi mayor placer”
Sus trabajos y experiencias rotaban en torno a ámbitos tan dispares, a simple vista, como la educación, la mujer, la esclavitud, las cárceles, la atención sanitaria, el periodismo, la pobreza y la guerra. Además, fue cronista bélica, editora, visitadora de prisiones, enfermera y autora de una importante obra intelectual. Se trata de la gallega Concepción Arenal (1820-1893), una de los mayores faros de guía de la modernidad española que prevaleció durante el tortuoso siglo XIX, tanto a nivel político como social. Ahora que se cumplen 200 años de su nacimiento, la Biblioteca Nacional de España (BNE) le rinde homenaje con una completa exposición que aborda sus mayores hitos y que puede visitarse gratuitamente en Madrid hasta el 4 de abril.
La muestra se distribuye en dos salas. Nada más superar la puerta de la entrada de la primera, un mensaje se incrusta en el visitante: “¿Qué es el ser humano?”, es la pregunta que resuena en el lugar, enunciada por voces femeninas y masculinas en un vídeo ideado para la ocasión. Pero vayamos poco a poco. Al principio del todo, su pensamiento social es el protagonista de la escena. Arenal, de profundas convicciones cristianas y que ya supo vislumbrar la diferencia entre la beneficencia, la filantropía y la caridad, tal y como dejó inmortalizado en un libro, se centró en la voz de “los pobres, los tristes, los encarcelados”.
Las paredes de la estancia están bien aprovechadas. A lo largo de ellas quedan grabadas varias citas de la pensadora del XIX. La primera: “La indiferencia para los males de nuestros semejantes no revela ya sólo dureza en el corazón, sino extravío de su inteligencia”. Sentimientos y razón, la dualidad eterna. Un breve repaso a sus trabajos en torno a la situación de la mujer, las amistades que guardaba y su férrea oposición a la esclavitud dan paso al, quizá, tema más preminente de su biografía: las prisiones. En 1863 Arenal es nombrada visitadora de prisiones para mujeres, algo que potenciaría su preocupación en torno a la reforma penitenciaria, pues “el hombre que ha delinquido es como un centro de donde parten radios a todos los problemas morales e intelectuales”, en sus propias palabras.
Diversas primeras ediciones de sus publicaciones, que se pueden observar en la muestra, vertebran el recorrido. Cartas a los delincuentes y Estudios penitenciarios son dos ejemplos. La exhibición cuenta también con documentos y obras que contextualizan aquella época de continuos y repentinos cambios sociales. Algunos grabados de Goya nos advierten de la realidad de los encarcelados, de los delincuentes, de los que tenía que robar para comer.
“Decidme cuál es el sistema penitenciario de un pueblo y os diré cuál es su justicia”, reza en una de las paredes. Pero hay más: “Cuántos siglos necesita la razón para llegar a la justicia que el corazón comprende instantáneamente”; “la tendencia de nuestro siglo es ver en el delincuente un ser caído que puede levantarse y darle la mano para que se levante”; “sin lucha, sin contrariedades, sin sacrificios, sin dolor, no es posible el ser moral”.
El suelo de la sala no pasa desapercibido. En él se plasman los títulos de estos aspectos que marcaron el rumbo de la obra y vida de Arenal y que la BNE aborda magistralmente. Podría parecer casualidad, pero juzgad vosotros mismos: después de las prisiones viene la educación: “Sin opinión pública y su concurso eficaz la instrucción pública obligatoria será ilusoria, si acaso no es irrisoria”. Para Arenal, la persona no tiene sexo, es un sujeto moral dotado de dignidad, consciente tanto de sus derechos como de sus obligaciones, una idea que recorre su pensamiento: como seres morales tenemos obligaciones con la sociedad porque somos parte de ella, parafraseando uno de los murales confeccionados por la Biblioteca.
Precisamente, es la BNE quien atesora buena parte del legado de la pensadora en sus fondos propios, como lo atestigua la exhibición de su colaboración con el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, comandada por su buen amigo, el librepensador Francisco Giner de los Ríos.
Y si tras las cárceles viene la educación, después de esta última aparece el espíritu. Su firme convicción cristiana lleva a Arenal a ver en el dolor un recurso de fortalecimiento. Así lo explican desde la BNE: “Cree en la perfectibilidad de los individuos. Todo se juega en el campo de la voluntad y esta se fortalece con el dolor y las dificultades”. Esta primera sala, en la que sobresalen cuatro pizarras con fragmentos escritos de sus obras más célebres, se cierra con una cita de la propia autora: “La sociedad más perfecta es aquella en que más hombres libremente se armonizan para el bien”.
Una vez superada la obra, la Sala Hipóstila de la BNE acoge su vida: “Del Antiguo Régimen se pasó a la sociedad de clases, la economía capitalista y la monarquía constitucional”, avanzan desde la Biblioteca. Con ello, la revolución liberal o burguesa, que trajo a España la opinión pública y la formación de asociaciones científicas, culturales y profesionales, al igual que numerosas corrientes sociales y políticas, a las que Arenal no sería indiferente.
Esta parte de la muestra repasa etapa a etapa la biografía de esta cofundadora de la Cruz Roja en España, desde sus orígenes en Ferrol, un 31 de enero de 1820, hasta su muerte en Vigo, el 4 de febrero de 1893. Platón, Kant, Larra, Montesquieu, Feijoo fueron los autores que formaron sus referencias. “La ciencia fue mi ídolo”, llegó a afirmar Arenal.
De ahí a la adolescencia, la juventud y el matrimonio en Madrid; entre medias, el trienio liberal y la década absolutista, así como la construcción del Estado liberal y el reinado de Isabel II. “¿Qué fui? ¿Qué soy? ¿Qué debo ser? ¿Por qué obrar si soy una voz que nadie escucha?”, se pregunta Arenal a través de una de las paredes de la sala. Después, la importancia de la opinión pública en una España que renacía mientras la pensadora vivía su etapa de madurez en la capital. Más tarde, el sexenio democrático, la Restauración y sus últimos pasos en el norte del país: Gijón, Pontevedra y Vigo.
“Pensar fue mi vida, mi mayor placer” es la cita que clausura esta exposición, comisariada por Anna Caballé y Cristina Peñamarín, que consigue crear un lugar para el esparcimiento de la razón y la moral que llevaron a Arenal a ser una de las mujeres más reconocidas del siglo XIX.
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