40 años de ‘Tasio’, una celebración de la vida campesina

Patxi Bisquert, Tasio, y Amaia Lasa, Paulina, su mujer, en una imagen de la película.

Dos de los principales festivales internacionales de cine, el de Cannes y el de San Sebastián, han coincidido este año en seleccionar para su programación de clásicos, entre otros títulos, ‘Tasio’, la ópera prima de Montxo Armendáriz, estrenada en 1984. Insólita en un tiempo en que España, tras la victoria de los socialistas dos años antes, proyectaba cinematográficamente la imagen de Almodóvar como emblema de su modernidad, esta biografía de un carbonero volvía la espalda a esa modernidad para adentrarse en el hondo venero de lo rural. El gesto pionero de Armendáriz apenas arraigó hasta que recientemente una generación de jóvenes cineastas ha incorporado el mundo agrario al imaginario cinematográfico español en términos afines a los de ‘Tasio’: con una mirada vernácula, documental y contemporánea.

Lo que observaba Tasio, lo que sigue observando hoy, es una vida posible hecha de renuncias nada traumáticas, pero militantemente conscientes, la aspiración a una libertad personal capaz de moverse entre las sujeciones de las relaciones sociales y sus ritos, que el personaje de Tasio no cuestiona. Esa libertad la encuentra en su relación con la naturaleza. Vivir, vendría a decir, consiste en acomodarse al ritmo del tiempo que marca la naturaleza y encontrar en ella el medio que hace esa vida posible, como, en su caso, elaborar carbón con la madera que el bosque le proporciona y cazar animales para vender sus pieles.

Sin que sea consciente de ello, Tasio practica una especie de panteísmo que le lleva a arraigar su existencia a un espacio inmanente, en el que uno, ser natural entre otros seres naturales, nace, vive y muere. Eso era lo inusitado de la película entonces, en un país que avanzaba dinámicamente hacia nuevas formas de convivencia, hacia nuevos entrecruzamientos, en los que los influjos foráneos, fundamentalmente de Estados Unidos, y el relegamiento del pasado reciente se sobreponían a la memoria rural monolítica y traumática (pues del campo habían sido arrancadas millones de personas en un éxodo de varias décadas, en que España pasó del 42% de población rural en los años 50 al 23% en 1991).

Ciertamente, la España de Tasio no era la de 1984 sino la del franquismo de la posguerra, aunque Armendáriz soslaye explícitamente lo histórico. En el pueblo de Tasio apenas llega el eco del mundo. En su casa no hay radio, ni periódicos, ni libros. El único libro que leen sus habitantes es el de la propia naturaleza; si bien son conscientes de que a pocos kilómetros de allí, en la capital, Vitoria, aguardan trabajos manuales para ellos, gentes sin formación, que desde la infancia cargan con la responsabilidad de contribuir ineludiblemente al trabajo familiar en el campo y, por tanto, han tenido que renunciar a la educación.

Pero Armendáriz no rehúye del todo el momento en que vive Tasio: le bastan unos apuntes sobre el estraperlo, el hambre, el catolicismo, la violencia, rasgos ellos de aquel régimen en los años en que sucede la película, no tanto para situarlos en el tiempo como para darle coherencia a las decisiones que el personaje va tomando.

Aun así, Tasio no es una película política, ni de denuncia de unas estructuras rurales caciquiles, que sometían a sus habitantes según su condición de clase, como sí lo fue la que se podría decir su contracara rural, Los santos inocentes, estrenada el mismo año que el filme de Armendáriz, sino un documento sobre unos modos campesinos de vivir arraigados en la naturaleza, un testimonio, como lo describió Pasolini, de una sabiduría, de un lenguaje secular, de un entendimiento propio del mundo que empezaba a desgarrarse, a descomponerse en el tránsito masivo a las ciudades. El cineasta navarro lo desarrolla como una biografía: toma a un hombre común, al que sigue cronológicamente en sus etapas esenciales, desde la infancia a la vejez, y lo acompaña en los momentos rituales de toda existencia (la forja de la amistad, el descubrimiento del amor, la elección de una manera de vivir, el casamiento, la paternidad) en un paisaje acotado donde los desplazamientos, los viajes de ese hombre discurren del pueblo a la montaña, de la montaña al pueblo.

Armendáriz reviste a su personaje de rasgos estoicos, los de un hombre que aspira a la felicidad y se mantiene imperturbable, pero no indiferente, ante las asechanzas de la vida. En escenas como la de su enfrentamiento en la montaña con un jabalí, en la seguridad con que rescata a un niño que cae en una carbonera, en la aceptación de la muerte de la esposa esa personalidad estoica se afirma naturalmente. Rara vez se quiebra, y si lo hace, en un gesto de rebeldía, se debe a lo que cree una injusticia: como cuando caza furtivamente, esquivando la vigilancia de un guardián, cuya única función es asegurar el cumplimiento de una ley, que en realidad solo infringen gentes pobres, que se deben a una ley natural superior que les asegura su supervivencia. Aunque Tasio no se ve pobre. Y si alguien se lo señalara, para él la pobreza sería virtud, una forma de riqueza, ya que solo toma aquello que le es necesario y se encuentra a su alcance. De nuevo es su inserción en aquel hábitat de montaña lo que da sentido a su vida. “Yo de aquí no me muevo”, le contesta a su hija, a punto de casarse, cuando ella le propone marchar a la capital, donde su novio ha encontrado trabajo.

Quizá lo más admirable de Tasio sea la sobriedad narrativa de Montxo Armendáriz, quien cuenta los hechos a la altura de los ojos, a cierta distancia, sin énfasis, como cuando decide no mostrar la muerte de la esposa de Tasio, o cuando define con pocos planos la historia de amor entre ambos en dos secuencias de baile separadas por unos años, los que van de la adolescencia a la juventud. La película va tomando un tono bucólico, acentuado por los planos majestuosos del paisaje navarro y la música vocal de Ángel Illarramendi, que con sus momentos reiterativos, como versos repetidos en un poema, o como el estribillo de una canción, intensifica la atmósfera de comunión entre el ser humano y la naturaleza. Y así se cumple esa vida.

‘Tasio’ puede verse en la plataforma Flixolé y el 17 de octubre en la Filmoteca Española

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