8 de marzo de 2025: sin margen para la neutralidad

Pancartas en una manifestación del 8M. Foto: Consuelo Fernández/CC:
Por CAROLINA BELENGUER HURTADO Y FERNANDO VALLADARES
Parece que el tiempo que vivimos nos invita de manera urgente a buscar estados emocionales de calma.Las noticias, sean verdaderas o falsas, provocan secuestros emocionales perjudiciales para nuestra salud. Los titulares juegan a avivar emociones intensas con tal de conseguir más seguidores para los medios. Es fácil quedar atrapada en el miedo, la tristeza, la frustración, la ira, pero también en la apatía, en la indiferencia o el abandono. Y en este contexto, las desigualdades sociales se ceban aún más con las mujeres y las acorralan en una mayor fragilidad y precariedad. Hoy celebramos el Día Internacional de la Mujer.
Ante esto, casi todas las personas preferimos no caer ni en la tragedia, ni en lo bufonesco, ni sentir el terror, la desolación, el fracaso o la cólera. Más bien nos esforzamos por encontrar lugares imparciales que nos permitan seguir adelante. Sin embargo, desechar las emociones, negarlas o resistirse a ellas conduce a estados de calma fraudulentos y artificiales. No escuchar las alarmas que nos envía el mundo debilita la capacidad para adaptarnos, para reaccionar y para considerar soluciones. Perseguimos la quietud del espíritu, alcanzar el nirvana, vivir en estado de gracia y abundancia agradeciendo lo que la vida trae. Puede que reclamar sosiego y tiempo para sopesar, contrastar y decidir se confunda con mantener un talante neutral con los eventos que provocan esas emociones. Pero son cosas diferentes.
La neutralidad se define como aquella condición por la que una persona, nación o institución no se inclina por ninguna de las partes o alternativas que se oponen en una confrontación. ¿Realmente se puede ser neutral ante el dolor, la injusticia y el sufrimiento que estamos viviendo? Las desigualdades que enfrentamos todos los días –en el acceso al trabajo, en los salarios, en las tareas domésticas, en la propiedad, etc…– obstaculizan el desarrollo personal, elaborar planes, ensayar ideas y alcanzar los objetivos propuestos. Las barreras que suponen las desigualdades hacen que sea muy difícil poder sobreponerse a las situaciones que se presentan de manera súbita e imprevisible, como pueden ser las catástrofes naturales.
Durante años, el cambio climático se ha presentado como un problema técnico que iba a afectar a la población mundial. A todos y todas. Pero ¿por igual? ¿Es entonces el cambio climático un fenómeno neutral? No, el cambio climático no es una cuestión neutral. Las investigaciones realizadas nos dicen que afecta de manera diferente a diferentes personas y las consecuencias que deja también son diferentes. Debido a que los recursos, las habilidades y los conocimientos de los que se dispone o las tareas que se realizan y los roles que se desempeñan no son los mismos, las vulnerabilidades difieren.
Las mujeres no son más vulnerables porque nazcan con alguna condición que las haga débiles, sino que esta desigualdad se relaciona con las tareas y roles sociales que la cultura occidental tradicionalmente les ha asignado. La desigualdad se hace visible en multitud de indicadores que apuntan hacia los aspectos en los que residen las diferencias. También indican los ámbitos a los que se tienen que dirigir las políticas públicas para equilibrar la situación. Las brechas de género acentúan las situaciones de vulnerabilidad, como mostraremos a continuación.
Mujeres y la alimentación en los hogares
En primer lugar, consideremos el papel de las mujeres respecto a la alimentación. Se podría decir que tienen la responsabilidad, en la mayoría de los hogares, de proporcionar una nutrición adecuada a las necesidades de cada uno de sus miembros. En esta encomienda deben garantizar la calidad de los alimentos que ofrecen, dietas que aseguren las vitaminas, las proteínas y los nutrientes elementales para desarrollarse. La comida no es solo una necesidad básica que debemos tener cubierta, sino que mantiene una correlación directa con la salud y con la sostenibilidad del planeta. Ahora bien, el informe del estado de la pobreza de 2024 sigue constatando niveles de ingresos menores entre mujeres y hombres, tanto en la diferencia de lo que se cobra por el empleo asalariado, un 18,6% menos en las mujeres, como por las pensiones que se ingresan, un 48,6% más altas en los hombres.
Durante 2024, la subida del precio de los alimentos ha sido espectacular: el aceite de oliva un 183%, las frutas un 38,3% o las patatas un 57,4%. Además, se prevé que las sequías, inundaciones o huracanes sigan amenazando las cosechas; por tanto, es probable que la seguridad alimentaria se vea afectada y los precios sigan aumentando. Con menores ingresos, hay una menor calidad en la alimentación, lo que hará empeorar el estado de la salud física y psicológica. Abaratar los alimentos, por otra parte, es sinónimo de utilizar técnicas más agresivas con la tierra, sistemas de ganadería intensiva reprobables o métodos de pesca destructivos. La situación financiera de las mujeres es de mayor pobreza real y potencial, lo que implica que se vean obligadas en mayor medida a adquirir comida de menor calidad. Algo que puede llevar a situaciones de desnutrición, obesidad o diabetes.
Mujeres y energía
En segundo lugar, podemos analizar las diferencias entre hombres y mujeres en el sector energético. El observatorio sobre el papel de la mujer en las empresas del sector energético constata que solo el 32,9% de la plantilla está compuesta por mujeres; en cargos directivos apenas llegan al 28% y como operarias son tan sólo el 25,7%. Claramente se trata de un sector muy masculinizado en todos y en cada uno de los departamentos. Según el INE, el sector empresarial que tiene salarios más altos es el de Suministro de energía eléctrica, gas, vapor y aire acondicionado, en el que los hombres cobran un salario medio anual de 55.829,7 euros y las mujeres 10.367 euros menos. El informe “el empleo de las mujeres en la transición energética justa en España”, no presenta una situación mucho más favorable. Encuentra una brecha importante, pues solo el 18,2% de los empleos vinculados a la transición energética son ocupados por mujeres.
Familias monomarentales
En el mercado de trabajo persisten las discriminaciones hacia las mujeres, tienen una mayor tasa de desempleo, de empleos precarios y a jornada parcial. En ninguna actividad económica durante el año 2021 las mujeres superaron el salario medio de los hombres. Además, destinan a las tareas domésticas y al cuidado de otras personas 6,7 horas al día, mientras que ellos pasan tan solo 3,7 horas en estas tareas. Esta asimetría en el acceso al empleo remunerado influye negativamente en las posibilidades de muchos hogares liderados por mujeres de hacer frente a las facturas de luz y gas. El aumento del precio de la energía necesaria para mantener los hogares a una temperatura confortable, cocinar o calentar el agua ha arrastrado a la pobreza energética en los últimos años a muchas familias, especialmente a aquellas compuestas por un solo adulto/a con hijos/as/es. El análisis sobre familias monoparentales de la Fundación Isadora Duncan halla que el 81,4% de este tipo de familias tiene al cargo a una mujer, y de estas el 49,2% se encuentra en riesgo de exclusión social grave. El riesgo de pobreza en familias con dos adultos al cargo es menos de la mitad que para las familias monomarentales.
Los cuidados no remunerados
Estos índices reflejan la necesidad y la importancia de los trabajos de cuidados en la gestión de los hogares, lo infravalorados que se encuentran y las desigualdades a las que dan lugar. Los trabajos de cuidado son importantes porque en la vida todas las personas tenemos necesidades, ya sea para alimentarnos o para relacionarnos, de las que dependemos de otras personas. Sencillamente, no es posible ser independiente y autónomo/a las 24 horas al día, los 365 días del año. Hacerse cargo de las necesidades de las personas que nos rodean requiere tiempo y esfuerzo. Para la evolución de la especie humana establecer relaciones sociales es esencial, y para ello hay que atender las necesidades cotidianas: tener agua caliente, dormir confortablemente, asistir en las carencias, dar luz a los juegos, proteger en los apuros, preparar comidas, albergar confianza o crear alianzas.
La economía se asienta sobre el trabajo no remunerado que se hace en los hogares y en la comunidad. Los trajes se lavan y se planchan en casa, los amores se cultivan en la intimidad, la crianza se arraiga en la familia, el ocio ocurre en la comunidad, el aprendizaje se realiza en los colegios, la casa es el espacio de los lazos emocionales, las rutinas de aseo ventilan los hogares y la vitalidad del cuerpo se restaura desde el apoyo que nos dan. Ninguna de estas actividades puede ser desplazada ni negada, porque si no se realizan no es posible la vida… ni tener un empleo remunerado.
En el orden actual, la vida se planifica a partir de los horarios, salarios y otras condiciones laborales; lo demás, lo imprescindible para que la vida pueda seguir, se organiza a partir de los tiempos y espacios que quedan libres. Las obligaciones burocráticas, los recados del banco, las compras, las visitas a los ambulatorios, las tutorías con el profesorado, las reformas, las actividades extraescolares, el deporte, la meditación o las aficiones, la ITV, la participación social, la declaración de la renta, las prácticas religiosas o espirituales, la gestión del tiempo libre, los desplazamientos, el voluntariado y mimar las relaciones de amistad. Sin embargo, resulta que estos quehaceres no están valorados, ni reconocidos, parecen una cosa menor, que sucede por arte del amor que se encuentra en el aire. La reproducción de la vida se ignora, está subestimada y hasta se desprecia, desdeñándose su contribución al sistema económico mundial. Se podría decir que el capital ha crecido porque le hemos hecho los deberes en casa: hemos lavado los uniformes, hemos proporcionado descanso y hemos trenzado la civilización.
Penalizadas por sostener la economía de los cuidados
A lo largo de la historia, las mujeres han sido y son penalizadas por realizar estas labores, con contratos precarios y salarios menores. Así, la pobreza tiene cara de mujer. La eco-socio-dependencia es, incluso cuando no somos consciente de estos procesos, la fórmula que sostiene la vida. Los roles y actividades que realizan las mujeres las sitúan en un mayor riesgo de sufrir penurias, de soportar mayores desventajas y vulnerabilidades o de tener menos oportunidades de conseguir un empleo decente. También experimentan más dificultades para acceder a una educación adecuada o a una participación social que transforme las causas que provocan las discriminaciones.
La falta de acceso a los recursos necesarios para afrontar las crisis, económicas, de salud o energéticas supone una desventaja de partida. La doble o triple jornada, la violencia de género o la falta de acceso a la información son grandes obstáculos en el día a día para enfrentar los problemas. Tras eventos climáticos extremos, las mujeres cuentan con menores recursos para adaptarse o para evitar los daños.
Descalabro creciente en los avances en igualdad
Los sentimientos de simpatía, compasión y amor han activado a lo largo de la historia los cambios para transformar las sociedades. La conexión y el cuidado de otras personas han permitido la supervivencia, porque nos permiten vincular la información con lo que más nos importa. Para que el cambio climático fuese neutral y para que podamos encontrar la paz, la reflexión sobre las emociones que la crisis ecosocial provoca debe orientarnos hacia el reconocimiento de una igualdad y una justicia universal que ponga la regeneración de la vida en el centro. Las puertas del futuro se abrirán siempre que logremos integrar los intereses humanos y no humanos. La serenidad para tomar decisiones audaces dependerá de la capacidad de ensamblar intereses, reconocer derechos, incorporar responsabilidades y desarrollar proyectos compatibles con la vida. Hoy presenciamos un descalabro creciente en los avances en igualdad. Por eso, hoy nos hemos quedado sin margen para la neutralidad.
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