Toulouse-Lautrec: un viaje al vicio y voyeurismo creativo de Montmartre
Entramos en la exposición ‘Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre’. El extraordinario montaje de CaixaForum Madrid es una gran escenografía que conduce al espectador a través de nueve salas a Montmartre y a los lugares que hicieron de este barrio de París el centro de la libertad creativa, el vicio y el voyeurismo, y que lo convirtieron en el templo de la vanguardia a finales del siglo XIX.
A finales del siglo XIX, el distrito de Montmartre, en la periferia de París, era el lugar donde vivían los pobres y los marginados. Allí, con poco dinero se subsistía y el ambiente era de una permisividad absoluta, lo que hizo de la zona el enclave perfecto para artistas con poco dinero y sin inhibiciones. Toda aquella colina lujuriosa se convirtió en un hervidero bohemio plagado de artistas. De entre todos, destacó el hombre que le dio fama, Toulouse-Lautrec, pero hubo muchos otros –Van Gogh, Édouard Manet, Georges Bottini y Pablo Picasso–, que se sintieron atraídos por esta zona marginal de París y por sus más de 40 locales de entretenimiento que acabaron convirtiendo la zona en el museo vivo de París.
La guerra franco-prusiana de 1870-71 había acabado con la derrota de Francia. El desánimo general necesitaba incentivos que levantaran la moral de lo que muchos llamaron el nacionalismo del fracaso, el mismo que llevaría años después a dividir a los franceses entre semitas y antisemitas, entre la Francia conservadora y la liberal, por el caso Dreyfus. Las Flores del mal, de Baudelaire, y Madame Bovary, de Flaubert, escandalizaban a la sociedad. El arte académico perdía influencia y una nueva generación de artistas comenzaba a destacar.
Los franceses ilustrados se movían entre la rebelión y lo nuevo. Unos artistas modernos comenzaban a revolucionar el mundo hasta entonces conocido. La reacción contra el historicismo se había puesto en marcha. Los pintores dejaban de representar escenas bíblicas y mostraban la vida real, belleza y miseria. Entre 1886 y 1914 existieron más movimientos en pintura que en ninguna otra época desde el Renacimiento. Los impresionistas y las primeras vanguardias sacaban tímidamente la cabeza de los Salones de arte oficiales. Uno de ellos, Paul Serusier, hizo del color su arma ideológica y formó el grupo de los Nabis con Odilon Redon, Édouard Vuillard, Pierre Bonnnard, Maurice Denis, Vallotton, Georges Lacombe y el escultor Maillol. Los otros grupos, simbolistas, realistas, cartelistas, convivían entre disputas y confluían en Montmarte.
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“Revolución, independendencia y afán de descubrimiento. Ese es el espíritu de Montmartre”. Un estado de ánimo, una mentalidad vanguardista, según Philip Dennis Cate, comisario de la exposición Toulouse-Lautrec que recrea en Caixaforum de Madrid aquella aventura colectiva. “Un arte crítico con el Gobierno” que utilizó los medios de masas, gracias a la invención del grabador Charles Gillot de un sistema para imprimir con una prensa tipográfica ilustraciones fotomecánicas basadas en dibujos lineales que conformaron la edad de oro del cartelismo. La muestra, una producción de la Obra Social La Caixa, reúne 339 piezas entre pinturas, dibujos, grabados, esculturas, carteles, fotografías e ilustraciones variadas.
En 1881, un artista frustado, Rodolphe Salis, inauguró el cabaré Le Chat Noir, en el Boulevard de Rochechouart. Allí recalaban los protodadaístas, también los protosurrealistas. Salis, el inventor de todo aquello, gritaba “¿Qué es Montmartre? ¡Nada! ¿Qué debe ser? ¡Todo!”. Y todo fue. Aquella colina se convirtió en historia del arte viva. Toulouse-Lautrec ofició de sumo sacerdote entre tragos de absenta y miradas a las piernas de Jeanne Avril. Por Le Chat Noir, el Cirque Fernando, Le Moulin de la Galette y el Quat’z Arts desfilaron Paul Signac, Pierre Bonnard, los intérpretes Aristide Bruant e Yvette Guilbert; el escritor Alfred Jarry y el compositor Erik Satie. Cuando Picasso llegó para visitar la Exposición Universal de 1900, en Montmartre ya había más de 40 locales de entretenimiento y era el principal foco de innovación artística. Y duró hasta que el mundo cambió con el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Una gran escenografía del París más vanguardista
El montaje de CaixaForum es una gran escenografía que conduce al espectador a través de nueve salas a Montmartre y a los lugares que hicieron de este barrio el centro del arte fin-de-siècle. El visitante se sumerge en el distrito 18 de París con el ánimo vanguardista que describen los lugares de entretenimiento. Paredes rojas, verdes, papeles pintados que imitan brocados. Se pasa de una a otra habitación entre cortinajes, mientras a lo lejos el galope rápido, la música del cancán de Offenbach, anuncia el clímax. Es una exposición de las que gustan al público, reconocerán las obras y aquel París siempre es un referente en el imaginario popular.
Tan pronto estás en el Théatre Libre que fundó André Antoine en 1887, como en el Théatre de l’Oeuvre, donde Alfred Jarry estrenó Ubu Rey. Allí se representaba el teatro del absurdo y los espectadores aullaban entre nubes de cigarros y aporreaban las butacas. De los decorados, la ilustraciones de los programas y demás se encargaban los artistas locales y, por supuesto, Toulouse-Lautrec . En las paredes de estos ficticios cabarés trasladados a Madrid cuelgan las obras de los Incohérents, con su sentido del humor fumiste, obras sorprendentes que se basaban en combinaciones de palabras e imágenes. Nada era sagrado; Eugene Bataille, Saspek, dibujó para la revista de Le Chat Noir una Mona Lisa fumando en pipa en 1887, treinta años antes de que Duchamp le dibujara unos grandes bigotes y una perilla de chivo. Eso era ser incoherente.
Noches de humo y leyendas de vicio
El espíritu de Montmartre consolidó los cafés y las salas de baile. Los carteles de Toulouse-Lautrec, de sobra conocidos, muestran las figuras de Aristide Bruant, de Ivette Guilbert y Loïe Fuller, el Moulin Rouge, Le Divan Japonais y el Moulin de la Galette. Los artistas de Montmarte formaban un círculo cerrado. Se relacionaban entre ellos, zaherían a los de fuera, vivían de noche en noche entre nubes de humo y enfermedades venéreas. Toulouse-Lautrec ideó un álbum de litografías que expuso bajo el título de Elles. Acuñó en estos dibujos la leyenda del vicio, una representación de la intimidad doméstica de las mujeres y también de ellas en los prostíbulos. El voyeurismo del pintor elevó a las prostitutas a la categoría de arte y los Incohérents ridiculizaban la hipocresía de la sociedad burguesa que utilizaba a las prostitutas. Los rebeldes de Montmartre caricaturizaron muchas de aquellas situaciones y también representaron a las mujeres como musas de un idealismo simbolista.
Una visita a la reconstrucción de aquel Montmartre permite conocer el espíritu del que habla Phillip Dennis Cate, ese estado de ánimo que consolidó las principales corrientes artísticas y que marcó para siempre la vida cultural de París. Años después llegarían El Café de Flore, Le Deux Magots, La Coupoule, lugares míticos de mediados del siglo XX en los que convivían Sartre, Simone de Beauvoir, Elsa Triolet, Louis Aragon y donde Picasso encontró a Dora Maar. Pero esa es otra historia.
‘Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre’. En CaixaForum Madrid. Hasta el 19 de mayo.
Comentarios
Por c, el 13 marzo 2019
cuanto ns qeda por evolucionar si para divertirnos tenemos que caer en la inconsciencia y la seudomoralidad