‘Datanomics’: malestar por las nuevas tecnologías, la intimidad y la democracia
El libro de Paloma Llaneza ‘Datanomics. Todos los datos personales que das sin darte cuenta y todo lo que las empresas hacen con ellos’ nos pone delante de la paradoja de nuestro comportamiento frente a las nuevas tecnologías y las redes sociales: Sabemos que nos espían. Además, la velocidad del cambio también parece desajustada respecto de nuestra capacidad de adaptación. Cunde la sensación de cansancio, de fatiga tecnológica. Pero ¿nos importa tanto? La respuesta de Llaneza es bien sencilla: “Somos conscientes de los riesgos, pero no queremos que la fiesta acabe”.
Hace ya muchos meses que se habla de malestar y decepción con las grandes empresas tecnológicas. Las redes sociales y la conexión permanente iban a liberarnos y a mejorar la democracia, pero han acabado por hartarnos y por manipularnos cuando vamos a las urnas. No todos lo ven así, claro está, pero es evidente que se respira un cambio de percepción general hacia empresas como Facebook, Twitter, Google o Amazon. ¿Qué ha ocurrido? Probablemente una mezcla de fallos y abusos de estas empresas, junto a otras incapacidades antropológicas para asumir cambios tan rápidos y continuos.
Aunque no hubiera habido Cambridge Analytica, ni elusión e ingeniería fiscal para pagar menos, ni las redes sociales se hubieran puesto tan alegremente al servicio de las fake news, creo que no estaríamos muy lejos de sentirnos igual de decepcionados. Este año he traducido dos libros que analizan ese sustrato de fondo, ajeno coyunturas, que explica gran parte de ese malestar creciente. El primero fue La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata, del psicólogo social estadounidense Jonathan Haidt; y el otro es Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, del politólogo estadounidense Francis Fukuyama, ambos publicados por Deusto.
Las identidades grupales y el yo más subjetivo y emocional son mucho más fuertes y están más arraigados de lo que pensábamos, o de lo que nos gustaba pensar. Somos menos racionales de lo que creíamos, más dependientes de sesgos atávicos, y eso se ha puesto de manifiesto con los instrumentos tecnológicos y con las redes de una forma tristemente incontestable. La velocidad del cambio también parece desajustada respecto de nuestra capacidad de adaptación. Cunde la sensación de cansancio, de fatiga tecnológica. Si esto era un experimento antropológico, un test de estrés a la especie, no hemos salido bien parados precisamente.
No obstante, y aunque piense que el malestar tecnológico responde a causas de fondo independientes de los escándalos, no deja de sorprender la ligereza y el abuso de tantas empresas que protagonizan la economía 4.0, la revolución digital. ¿Por qué, entonces, lo toleramos al seguir comprando sus productos y utilizando sus aplicaciones y sus redes? Paloma Llaneza, abogada especializada en auditoría de sistemas y CEO de Razona Legaltech acaba de publicar un libro que nos ayuda a entenderlo. En Datanomics. Todos los datos personales que das sin darte cuenta y todo lo que las empresas hacen con ellos (Deusto), la autora se centra esencialmente en la recopilación y el uso de los datos por este tipo de empresas, su relación con la Inteligencia Artificial, su explotación económica y sus efectos en el reparto de poder. Su respuesta a la pregunta es bien sencilla: “somos conscientes de los riesgos pero no queremos que la fiesta acabe”. Por ejemplo, la Generación Z o posmilenial, la de los nacidos a mediados de los 90, “percibe la privacidad […] como limitación del acceso de la información que publican en redes, pero con una total despreocupación de los efectos que tiene para su intimidad y desarrollo personal futuro el ceder toda su información a corporaciones que regalan servicios a cambio de datos”, se nos cuenta en Datanomics.
No nos gusta exaltarnos en Twitter, ni que Facebook nos invite sibilinamente a pinchar en páginas estúpidas en las que nos vemos perdiendo un tiempo que no tenemos, ni que Google analice con IA nuestros correos privados en busca de datos que no hemos consentido dar. Y nos espanta la idea de un 5G global instalado por una Huawei cómplice del Gobierno chino. Pero más nos desagradaría no poder ver nuestro timeline de Twitter, o el muro de Facebook, o las fotos de Instagram. Llaneza da cuenta aquí de algunos síndromes que explican esta relación de dependencia, y habla de la ‘paradoja de la privacidad’, que describe “la discrepancia entre la actitud del usuario y su comportamiento real en relación con la privacidad online”. Y, como esa relación está aquí para quedarse, habrá que saber lidiar con ella. Algo a lo que este libro tan directo nos ayuda a hacer.
Estados Unidos, China y Europa
El sustrato de fondo que condiciona nuestra relación con la tecnología es más difícil de cambiar, pero sin duda sería más fácil si las empresas tecnológicas dejaran de hacer según qué cosas. Tal y como ocurrió a finales del siglo XIX con los llamados ‘robber barons’, es necesario regular mejor estos avances, adaptar la legislación y prestar atención a la concentración de poder y de renta. “En una era de extractivismo, el valor real de esos datos es controlado y explotado por unos pocos en la parte superior de la pirámide”, cuenta Llaneza. Respecto a la Inteligencia Artificial y la retórica de su democratización, añade: “Mientas que las herramientas de aprendizaje automático […] se vuelven más accesibles desde el punto de vista de la configuración de su propio sistema; las lógicas subyacentes de esos sistemas y los conjuntos de datos para su capacitación son inaccesibles y están controlados por muy pocas entidades”. Es un hecho contrastado –aunque difícilmente mensurable con exactitud– que la desigualdad creciente de nuestros días tiene mucho que ver con el cambio tecnológico.
Sólo Europa parece haber hecho este diagnóstico y comenzado a tomar medidas. La legislación y el interés comunitarios en la privacidad y en la protección de datos contrasta con el uso económico intensivo en Estados Unidos, y con su utilización para el control político en China. Para Tim Cook, CEO de Apple –compañía que sale mucho mejor parada que otras en este libro–, “es hora de que el resto del mundo siga el ejemplo de la UE”. Pero no está claro cuál de esos tres polos acabará imponiéndose, y surgen dudas de que puedan convivir tres a largo plazo, pues en el fondo se trata de las herramientas básicas para competir globalmente. La revolución digital ha abundado las contradicciones entre la lógica económica y la lógica democrática, algo que plantea muchos dilemas a nuestros sistemas políticos y a nuestras libertades. Llaneza no tiene claro que podamos controlarlo a estas alturas. “El problema sería que estamos construyendo sistemas que están más allá de nuestras capacidades de control”, escribe.
No obstante, no son pocas las medidas que se pueden tomar, y algunas ya están ahí, como las dos multas que la Comisión ha impuesto a Google por abuso de posición dominante en el mercado de la publicidad. Pero no se intuye que estén cerca medidas fiscales para evitar el impago de cantidades razonables de impuestos dados los estratosféricos ingresos. La competencia fiscal se da también en la UE, con países como Irlanda o los nórdicos –y no sólo ellos– ofreciendo ventajas fiscales a estas empresas para que se establezcan en su territorio. No ha sido alentador el reciente rechazo de la UE –por presiones de estos países– a la así llamada tasa Google que pretendía gravar un poco más sus actividades en la Unión.
Hay un problema, además, de transparencia respecto a los algoritmos, que condicionan lo que vemos, lo que compramos y lo que opinamos, como se ha demostrado. “Los modelos matemáticos son diseñados para ser cajas negras inescrutables ni por quien los diseña, entrena o usa”, escribe Llaneza. “Las empresas están muy poco por la labor de explicar su funcionamiento y las motivaciones de sus decisiones, como si de la fórmula de la Coca-Cola se tratase”.
Pero Datanomics no es un libro pesimista ni anti-tecnológico. Ni, por supuesto, lo soy yo. Nunca hemos tenido más herramientas como ahora para hacer frente a los retos que tenemos por delante, desde la lucha contra el cambio climático hasta la batalla contra enfermedades mortales, esta es la mejor fecha de la historia para haber nacido y vivido. O para necesidades cotidianas como contarle un cuento por Skype a tu hijo, que vive lejos. Pero no es este un debate sobre ciencia, tecnología o futuro. Sino de poder y de democracia, de libertades y de bienestar. Y ahí, no hay razones para la euforia, como este libro nos enseña.
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