“La tasa de autónomos para los artistas emergentes es muy desproporcionada”
En nuestra serie de entrevistas a Milenials del mundo de la cultura, que nos retratan cómo vive esta generación en nuestro país, sus retos y pasiones, sus dificultades e ilusiones, hemos traído aquí a una actriz, una arquitecta, un músico, un pintor… Hoy hablamos con el escultor Carlos I. Faura. “Todavía hay esa idea, esa incultura, que ve la escultura como objeto inútil. Con las casas cada vez más pequeñas y en las medidas en las que nos movemos, tiene que ser gente que tenga casa con jardín. Después del coche, el hijo y el perro, el siguiente paso es el arte…”, dice entre la ironía, el posibilismo y el realismo.
Richard Serra, el enorme escultor en todos los órdenes, ha contado que sabía con certeza desde los cuatro años, cuando vio botar un buque, que iba a ser artista… ¿También supiste tú desde tan pequeñito que querías ser escultor?
Yo no… Y tampoco durante la carrera. Según iba avanzando y dependiendo de la materia -por ejemplo, grabado-, decía: me quiero dedicar a esto; al siguiente, pintura, y me decía: me encanta la pintura; el último año fue escultura y había que presentar el proyecto final y decidí hacerlo de escultura. Tuve un profesor muy bueno, José Curiá, escultor, que me apoyó mucho, y cuando terminé la carrera me acogió en su taller y estuve unos siete meses con él. Salió algún encargo y de ahí tiré hacia el taller propio.
¿Y por qué escultura?
La escultura me gusta porque es algo más físico… La pintura está muy bien, pero al final me pongo nervioso; estar ahí sentado… No tengo esa paciencia. Prefiero incluso terminar agotado físicamente.
No me extraña viendo esto. Una jungla de metal, de piezas de tamaños considerables y así vestido…
De soldador. Y sí, me gusta tocar y pringarme. No diseñar y que lo haga otro. Yo quiero estar ahí.
Estudias el bachillerato en la Escuela de Arte La Palma.
Es la escuela número uno de Madrid. Hice el bachillerato de Bellas Artes, pero yo no sabía qué iba a estudiar. Me gustaban las artes, pero me gustaba muchísimo el fútbol, era mi pasión; al terminar dudé si meterme en INEF o en Bellas Artes.
¿Hoy dudarías o estás convencido de haber acertado?
Cuando tomé la decisión, dudaba porque veía que podía tener opciones en el deporte y dudaba porque me gustaba el fútbol, se me daba muy bien y me sentía más cercano a la gente con la que jugaba y a la gente con la que competía. Ahora, con 30 años, está descartada esa posibilidad, es la edad en la que están retirando a la gente del deporte. No, no me he equivocado. Aunque físicamente estoy hecho una mierda…
¿Y eso?
Porque tendría que jugar más al fútbol, hacer más deporte y ponerme a tono…
Pero aquí mover te mueves y ejercicio haces mucho, esto no es para enclenques precisamente.
Sí, claro, aquí hago mucho ejercicio. Una de las piezas de esta última exposición pesa mil kilos y cada vez que he tenido que moverla llamaba a dos o tres amigos para que me ayudasen a girarla. Pero mis sentadillas las hago, la faja me la pongo para trabajar, porque no solo ayuda, sino porque tengo amigos a los que las cervicales les han dado latigazos, y por eso intento curarme en salud.
Estudias Bellas Artes en la Francisco de Vitoria… ¿Era una universidad de referencia en Bellas Artes?
Cuando entré yo, la verdad es que no. Yo soy de la segunda promoción…
¿Qué tal la experiencia en una universidad tan privada y con un perfil ideológico tan inequívoco?
A mí me habría gustado ir a Bellas Artes de la Complutense porque tenía allí muchos amigos y además prestigio, porque allí habían estudiado todos los artistas reconocidos. Pero luego, cuando iba por allí, encontraba todo obsoleto, poquísimos ordenadores… En la Francisco de Vitoria renegué de ciertas cosas que no cuadraban y que te imponían; en algunas asignaturas introducían la religión y estando allí tienes que pasar por ese aro… En la Complutense eran todos doctorados, con su plaza fija, y luego tenían su ayudante. De lo que se quejaban mis amigos era de que las clases las daba el ayudante, o sea que pocas veces veías al titular. En la Francisco de Vitoria el profesor a lo mejor no tenía el título de doctor, pero a la larga te dabas cuenta de que todos ellos eran artistas, profesionales, y los tenías allí. Y en clase éramos 14 o 15 alumnos…
Cuéntame de los materiales de trabajo.
Pues estoy trabajando con hierro y acero corten… Ahora me he metido también con el acero inoxidable. Pero todo va en función del presupuesto que voy teniendo.
¿Cuál es el material más caro con el que trabajas?
El acero inoxidable es caro; y el bronce, el latón…
Da la sensación de que el bronce no está tan de moda como en el pasado.
No creo. Lo bonito del bronce es que tiene muchas pátinas, muchos colores. No es como el hierro, que lo puedes patinar con un solo color y el acero corten, que con el paso del tiempo se vuelve rojizo. El bronce, no. El bronce tiene verde, negro, plateado, azul, marrón; luego lo pules y es de color oro. Es un material que da muchísimo juego.
¿Y esos rojos y azules que también trabajas?
Son lacados. Ahora he vuelto al color; en esta última exposición he vuelto al pavonado, una técnica que utiliza aceite viejo de coche y que a fuego intentas devolverle el color original de la plancha.
Viendo el material y las herramientas deduzco que un taller de escultura no sale barato.
Las herramientas no son baratas y, ya que compro, intento que sea algo bueno que me dure años y no cualquier cosa de 40 o 50 euros. Una herramienta en condiciones son 300 o 400 euros. Voy poco a poco.
¿Tienes o has tenido alguna obra que no hayas podido afrontar por costes?
No tanto por costes del material, que tiene que ser por encargo, como por las dimensiones. Por ejemplo, no puedo hacer algo que no me permita el tamaño de las puertas o del montacargas…
Cristina Iglesias mantiene que la escultura pide cada vez más espacio, y ahí están sus obras para confirmarlo…
Con todos los escultores que hablas, al final, cuando se cambian de taller, intentan que las puertas sean más grandes, que tenga acceso directo a la calle; y las esculturas que hacen terminan teniendo el tamaño que da el techo. Es inevitable.
Pero no solo la escultura; parece más bien un rasgo generacional del arte contemporáneo: la pintura se expande, la arquitectura se ‘mastodontiza’.
A mí sí me lo pide. Para trabajar es mucho más agradecido y todas las piezas que hago de pequeño o mediano formato para mí son maquetas… Esta pieza, por ejemplo…
¿Esto es una maqueta? ¿Cuánto mide y, sobre todo, cuánto pesa?
Pues mide 120 x 120 x 120 y pesa 240 kilos… A mí me gustaría que midiese por lo menos tres o cuatro metros y pesara, no sé exactamente, unos 3.000 kilos o más.
Tu sistema de trabajo supongo que sigue un proceso; diseñas, calculas y luego empieza el ruido…
Las esculturas son como una familia; cuando empiezo una, estoy en el taller trabajando, se me va ocurriendo la siguiente… Todo esto son bocetos; a partir del papel hago papiroflexia-origami y voy cortando, doblando, curvando y plegando el papel, y cuando alguna pieza me gusta la paso a plano. Todas estas son piezas que luego las mando a cortar con láser y luego ya juego con el puzle: cortar y pegar.
Y el ordenador, ¿lo utilizas?
Utilizo SketchUp, un programa básico de Google de 3D, pero solo cuando hay muchas maquetas y para las piezas más grandes, que requieren un montaje. Me gusta mucho más trabajar con papel, con cartón, y ya luego pasar a plano en cuadrícula, en un cuaderno, y comprobar exactamente todas las medidas.
En cualquier caso, necesitas ayuda. Por ejemplo, las dos piezas más grandes de la exposición tienen un tamaño importante.
Mil kilos entre los dos módulos. Eso fue una locura. De hecho, pasó la primera noche en la calle, en la puerta, tapada con cartones, porque no pudimos meterla en la galería.
Pues corriste un gran riesgo, porque si se pudo robar una obra de Serra de 38 toneladas del almacén del Reina Sofía…
Sí… La galería abre a las 10.30, pero yo estaba allí a las ocho. Y una pasta el traslado. Seis mozos -centroeuropeos, cuadrados- la metieron y la levantaron. Una odisea.
¿Trabajas como algunos escultores con ayuda de algunos especialistas en cortar, fundir o soldar?
Mientras he trabajado con chapa más fina yo cortaba, y yo doblaba; ahora que llego hasta los dos centímetros, lo mando a cortar con láser y luego yo lo sueldo.
Navelart es un espacio que gestionas tú y donde trabajan también otros artistas.
Aquí tenemos siete estudios que ocupan fotógrafos, escultores, pintores, un diseñador de joyas, un arquitecto y además un laboratorio escénico, adonde vienen compañías de teatro y se hace formación actoral. Se trata de que las artes plásticas y las escénicas convivan en un mismo espacio y que se produzcan sinergias. De repente, una compañía está en su proceso de creación y necesita un escenógrafo… Cada mes y medio hacemos una exposición…
Y esto es lo que te permite vivir…
No. Solo pretendo que se autofinancie. Con eso estamos contentos. Pero de momento no es así.
¿Hoy es posible vivir de la escultura en este país?
Se puede vivir de la escultura, pero no es fácil. No quiero decir que yo viva de la escultura, pero se puede; es posible, pero no es fácil. Al final, cualquier persona tiene una pared para colgar un cuadro, pero cuando se tiene un espacio en casa es para poner una estantería… De la escultura siempre te dicen “si fuese más pequeña, para una mesa estaría bien” o “esta otra pieza, si fuese más estrecha la podría encajar”… Todavía hay esa idea, esa incultura, que ve la escultura como objeto inútil. Con las casas cada vez más pequeñas y en las medidas en las que nos movemos, tiene que ser gente que tenga casa con jardín. Después del coche, el hijo y el perro, el siguiente paso es el arte…
¿A ti te da ahora para el coche, el hijo y el perro?
Vivo en pareja y tengo algunas de esas pretensiones, pero hay que ser realista…
¿Y hasta dónde te permite el realismo?
Pues a estar como estoy, feliz de poder dedicarme a esto y no estar trabajando de camarero o de estar haciendo horas en cualquier empresa. Trabajo desde los 17 años y todavía no tengo un año cotizado. He trabajado en mil historias y siempre al final… malamente. Y poder estar así me vale.
Además de venderse la escultura en galerías, también están las ferias de todo tipo y supongo que otros mercados. No sé si hacerte tú mismo la gestión de exposición, de venta, te quita mucho tiempo.
Sí me lo hago yo. Sobre todo galerías. A las ferias son las galerías las que te llevan. Luego tienes algún cliente particular que es familia o conocido que encarga alguna cosa.
Supongo que hay también un mercado público.
Salen a concurso, aunque no estoy en ese circuito. Hay mucho concurso y mucha beca, pero al final el tiempo que empleo –dicho entre comillas– para presentarme siento que lo estoy perdiendo. Prefiero estar en mi taller produciendo para la siguiente exposición, aunque luego no me vaya a ir tan bien; todo ese proceso me quema bastante. Además, está todo muy dado, no es tan fácil. El tiempo que pierdes escribiendo el dosier, haciendo el boceto, si se lo dedico al taller, le saco más rendimiento.
Tú has hecho entre individuales y colectivas más de 20 exposiciones. Esta última, en la galería BAT, aquí en Madrid, que se cierra en una semana, se titula ‘Entre MA’. A veces el lenguaje que emplea el arte añade una complejidad no siempre imprescindible…
Yo intento seguir una línea en el desarrollo de mi trabajo y hay dos o tres conceptos que procuro mantener en todas las esculturas, como la idea de repetición con diferencia, la luz -me gusta mucho el arte óptico-, el movimiento estático de la escultura, ese movimiento de materia, vacío, materia, vacío… Ese movimiento hecho muy rápido es un poco lo que busco con la exposición. MA es un término japonés que descubrí en un libro de Richard Serra; investigando un poco más vi que en japonés es darle importancia a la ausencia, al espacio; en una frase sería darle la importancia a la coma. En las esculturas lo importante está en lo que hay entre cada uno de los ángulos, cada uno de los espacios; dar la importancia al vacío; y los japoneses le han dado a esto su propia interpretación. Pero para mí, cuando veo una exposición, lo primero es si me gusta o si no me gusta, más allá de lo que haya leído o visto anteriormente. Cuando alguien me viene y me pregunta “y esto qué significa” o me dice “esto no lo entiendo”… ¿Cómo que tienes que entenderlo? No te tiene que importar lo que para mí significa. Es importante lo que para ti significa, si te llega o no te llega, si te gusta o no te gusta.
Calvo Serraller, una de las voces más autorizadas del mundo del arte, decía que los mejores escultores del siglo XX han sido españoles, con Picasso a la cabeza. Tu trabajo evoca a Chillida, a Oteiza, a Martín Chirino, precisamente de esa generación de la abstracción geométrica…
Al final me siento relacionado un poco por el material, tanto con Chillida como con Oteiza, que son dos de los referentes que tratan el vacío, el espacio, la materia, la no materia… En ese sentido, sí. Y leo mucho y me miro mucho en ellos, pero por otro lado trato de elaborar mi propio discurso y mi propia estética.
¿Qué escultores y qué obras contemporáneas son para ti más relevantes?
Fundamentalmente los escultores del siglo XX, como Martín Chirino, al que conocí en su última exposición en la galería Marlborough; me gustan mucho. Y otros, más jóvenes, que tratan la geometría, como David Rodríguez Caballero -que vive entre España y Nueva York- y que trabaja como trabajo yo, a través de papel. Arturo Berned, que es arquitecto y también es muy bueno… Y por pretensiones y por lo que me gustaría hacer, Richard Serra. Cada vez que voy a Bilbao visito esa sala del Guggenheim, porque cada vez que vas no deja de sorprenderte.
¿Hay también escultoras que trabajen con metales?
Pues sí las hay. Mar Solís, a la que conozco personalmente, es muy buena y hace también cosas gigantes, y para ella los tamaños van acordes con el límite del lugar adonde las lleve; y de mi generación, Candela Muniozguren, que no trabaja con soldadura, trabaja más con empalmes y está trabajando muy bien y muy en serio; la verdad es que es un gusto conocerla. Yo creo que en general hay pocos escultores; la escultura hoy es complicada de trabajar. Y un motivo importante es el tamaño, las proporciones de la escultura no son fáciles de trabajar; las proporciones de las que hablábamos tienen que ver con esto. Por otra parte, las instalaciones, el arte digital… Hay tanto arte nuevo… Y lo que no hay es tantos artistas que decidan meterse esto, que decidan pringarse.
También decía Calvo Serraller que en el mundo del arte se considera arte solo lo emergente y que solo debe estar presente lo vendible. ¿Hasta ese punto pesa el mercado en la producción, en lo que se hace?
Se nota mucho en la pintura. En las redes se ve muy bien; de repente se pone de moda, por ejemplo, el retrato con mucho color, con espátula, y salen mil. No sé si esto es copia o tendencia…
¿Estás pendiente de internet para ver qué hace otra gente?
Sí, antes era mucho más de libros. Ahora, si compro un libro, es porque me gusta un artista en concreto, pero si no es así… Hoy se tira mucho de internet, sobre todo de las redes sociales, y están llenas de lo emergente, lo actual de artistas desconocidos, sobre todo en Instagram.
Escultura y urbanismo suelen convivir en cierta hermandad y en general con buena acogida por parte de los ciudadanos. Madrid por ejemplo cuenta con el Museo Arte Público de Madrid, con obras de escultores también de abstracción geométrica.
Y debería haber más museos así, más jardines; a mí no me importaría ceder alguna escultura para que esté en un parque público. Para los escultores sería genial que se ampliara el Museo de arte público que hay en Madrid. Que salieran más parques y zonas verdes donde se plantasen esculturas…
Aunque eso no impida desafortunadas paradojas como la posición de la ‘Rana de la fortuna’ frente a ‘Julia’ en la plaza de Colón… Creo que por eso ‘Julia’ mantiene los ojos cerrados.
Yo pienso lo mismo, ¡qué coño es eso! Es una pena, porque la rana es un animal bonito. Y esta es un monstruo y además eso, solo el material -bronce- es un dineral.
Otros espacios dedicados en ocasiones a la escultura son las rotondas, que han surgido como hongos en los últimos años. Desde la arquitectura más crítica dicen que han servido para camuflar espacios degradados y que al final se trata de obras descontextualizadas y que dejan sin sentido la escultura…
Eso hay que verlo en un marco, el de la historia de España durante el boom inmobiliario, antes de la crisis. Y se hacían como churros. Que conste que yo también tengo mi rotonda…
¿De verdad, dónde?
En Meco. Me vieron en una feria de arte, les gustó mi trabajo; coincidió con unas elecciones, tenían ahí un dinero para gastar en cultura, era muy poco… Bueno, la regalé porque me apetecía hacerla… Lo acepté porque iba a ser la primera escultura que podía hacer de esas dimensiones, cinco metros… Y allí sigue.
Pues ahora que hablas de elecciones, y para terminar, aprovecha que estamos en campaña electoral para hacer alguna sugerencia , alguna petición para el gremio… ¿Se te ocurre alguna así, de pronto?
Varias, pero tendría que pensármelo…
Pues si en estos días antes de que cierre la entrevista lo has pensado, envíame un correo y lo añado.
NOTA recibida por e-correo horas después de la entrevista: “Una de las cosas que más cuesta afrontar cuando eres artista es tanto el pago de autónomo como el IVA en las obras de arte. No todos los días ni todos los meses se venden las obras que haces y es muy desproporcionado que haya que pagar una tasa mensual tan elevada. Deberíamos mirar a otros países como Alemania o Francia”.
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