John Berger, la mirada de un resistente
John Berger forma parte del panteón intelectual y emocional de muchos de nosotros. Poeta, agricultor, ensayista, narrador, activista, crítico de arte, guionista y dibujante.
En alguno de sus libros comenta Paul Auster, protagonista la semana pasada de esta Área de Descanso, que llegado un momento en la vida, contabiliza más la gente que perdemos que la que ganamos. Hablamos tanto de amigos y familiares, como de personas más o menos famosas que han hecho que nuestro camino por la vida sea más agradable y placentero. Digo esto porque en pocos meses se han ido dos de mis referentes sentimentales, Lou Reed y Juan Gelman. Dos luces que se apagan y que oscurecen un poquito la percepción que uno tiene de su propia vida. El tiempo no pasa en balde.
Pensaba todo esto ayer, antes de escribir este artículo, mientras leía con detenimiento las noticias sobre las protestas del barrio de Gamonal y su pequeño gran triunfo frente al Ayuntamiento. ¿Preludio de una “comuna burgalesa”? Quién sabe.
Sobre el derecho a protestar escribe John Berger en El cuaderno de Bento (Alfaguara). “Protestar es negarse a que te reduzcan a cero y a un silencio impuesto. Por consiguiente, en el momento en el que se hace una protesta, si se llega a hacer, ya hay una pequeña victoria. El momento, aunque pase, como todos los momentos, adquiere cierta permanencia. Pasa, pero queda impreso. Una protesta no es principalmente un sacrificio hecho en aras de cierto futuro alternativo, más justo: una protesta constituye una redención inconsecuente, insignificante, de algo presente. El problema es cómo seguir viviendo con el adjetivo inconsecuente repetido una y otra vez”.
John Berger (Londres, 1926) forma parte del panteón intelectual y emocional de muchos de nosotros. Poeta, agricultor, ensayista, narrador, activista, crítico de arte, guionista y dibujante. Facetas que despliega con brillantez y que nos muestran su enorme vitalidad.
Alumno de Henry Moore en la London School of Arts de Londres, colaboró con la revista New Statement, referente de la izquierda británica, bajo la mirada atenta del mismísimo George Orwell, otro heterodoxo inconformista. Abandonó Londres hace años y vive como uno más en un pequeño pueblo de los Alpes franceses.
La editorial Alfaguara ha tenido el buen criterio de ir reeditando su obra traducida al español, una obra siempre cargada de poesía, aunque adquiera la forma de narraciones cortas –como los cuentos de Puerca tierra o Una vez en Europa, imprescindibles para entender la irreparable pérdida de la agricultura tradicional en el continente– o de ensayos –El tamaño de una bolsa.
No es raro, pues, que Berger dedicara un libro a uno de los padres de la Ilustración, Baruch Spinoza, más conocido como Benedict o Bento. Filosófo, se ganaba la vida como pulidor de lentes (murió de silicosis) y dibujaba mientras tomaba notas para sus ensayos. Las notas y manuscritos han llegado hasta nosotros, pero los cuadernos con los dibujos se perdieron para siempre.
“Llevo años imaginándome que aparece uno de sus cuadernos de dibujo […] Como dibujante no debió pasar de aficionado. No esperaba grandes dibujos de sus cuadernos, si llegaba a aparecer alguno. Tan solo quería volver a leer sus palabras, algunas de sus sorprendentes proposiciones filosóficas y al mismo tiempo mirar aquellas cosas que él había observado con sus propios ojos”, escribe Berger.
A lo largo del libro, las citas e ideas de Spinoza se entremezclan con las reflexiones y dibujos del propio Berger, con el asombro ante la vida y lo que nos rodea. “Este otoño los ciruelos están muy cargados de fruta. Algunas ramas se han roto con el peso. No recuerdo otro año que dieran tanto. Cuando están maduras, este tipo de ciruelas moradas, las damascenas, se recubren de una sombra que recuerda a la media luz del crepúsculo. A mediodía, si hace sol –y llevamos muchos días seguidos de tiempo soleado–, se las ve, con su color crepuscular, arracimadas entre las hojas”, así comienza el libro, una declaración de intenciones, donde se mezclan la poesía, reflexiones sobre la política, la amistad, el arte, la belleza o la agricultura, contadas como una liviana narración, como algo superficial, pero con una inmensa carga de profundidad. Dibujos que nos vinculan con la vida y nos dan la medida del tiempo.
Berger dibuja unos lirios para su amiga Marie-Claude. “Me tomo mi tiempo, como si dispusiera de todo el del mundo. Tengo todo el tiempo del mundo. Y en esta creencia, sigo haciendo correcciones mínimas, una tras otra, a fin de hacer la presencia de los siete lirios un poco más cómoda, más palpable. Todo el tiempo del mundo”.
Por las páginas de El cuaderno de Bento desfilan pintores, bailarines, amigos, editores como Erhard Frommhold, a quien conoció a principios de los años cincuenta en la Alemania Oriental. Erhard – repudiado en los años setenta por publicar libros burgueses y decadentes– publicó las primeras obras de Berger. Inconformistas, ambos sentían una complicidad que iba más allá de las dificultades para entenderse a causa de la lengua. [Erhard] «Me ofreció una piedra de toque para distinguir lo verdadero de lo falso, para distinguir, en los términos de Spinoza, entre lo adecuado y lo inadecuado”. El ejemplo de Erhard, continúa, “ofrecía una esperanza pequeña, reservada y persistente”.
Antonello, una visita al Museo del Prado, Velázquez, Chéjov, Grossman, Odip Mandelstam, acotados por Spinoza, dialogan con los dibujos de Berger y sus reflexiones en torno al arte, la literatura o las tiranías (Stalin, Hitler, el capitalismo actual), la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno, la lucha contra esa indiferencia.
“El papel del escritor –decía Chéjov–es describir las situaciones tan verazmente… que el lector ya no pueda eludirlas. ¿Cómo seguir hoy este consejo?”, se pregunta Berger. “Hay dos categorías de narración. Están aquellas narraciones que tratan de lo invisible y lo oculto, y están las que exponen y ofrecen lo revelado. Lo que yo –conforme a mi propio sentido, especial y físico, de esos términos– denomino la introvertida y la extravertida. ¿Cuál de las dos se adaptará presumiblemente mejor, de una forma más incisiva, a lo que sucede hoy en el mundo? Creo que la primera”. Y más adelante. “Si retomamos a Antón Chéjov, ¿qué significa todo esto en relación con el reto que él nos proponía? No ofrece una receta. Lo que ofrece es cierto tipo de lente para observar las historias que piden ser contadas”.
Berger es uno de los grandes escritores de nuestra época porque nos ha enseñado a ver la vida de otra forma, tanto si es para contarnos cómo debemos mirar un cuadro, a desvelar las entrañas de artistas como Juan Muñoz, o para denunciar el racismo o las injusticias del mundo desde un marxismo heterodoxo. Faltan las palabras y entonces hay que contar una historia, dice el personaje de uno de los cuentos de Una vez en Europa. Cuando uno lee a Berger, aunque nos hable de los temas más tristes, siempre sale reforzado, con la sensación de que la vida merece la pena y de que hay que luchar para no sucumbir al desaliento o al nihilismo.
Comentarios
Por Rosa, el 20 enero 2014
Acabo de leer «Un hombre afortunado».
Un verdadero placer encontrarme con tu articulo.Gracias
Por javier, el 20 enero 2014
Gracias a ti, Rosa, un saludo ,Javier
Por maria jose, el 20 enero 2014
como siempre es un placer leerte cuñado.un bso
Por Javier Morales, el 20 enero 2014
Gracias, María José, un beso
javier
Por Urco, el 21 enero 2014
Berger, como un tío abuelo magnífico; no siempre estás de acuerdo con él, pero su tipo particular de lucidez se mantiene cautivador y entrañable. Un detalle: la revista en la que colaboró es New Statesman (no hay tal New Statement).
Por javier, el 21 enero 2014
De acuerdo contigo Urco, gracias por la corrección, a falta de correctores buenos lectores. Saludos
Por Ramiro, el 22 enero 2014
Gracias por la nota. Creo que el mejor elogio que puedo decirte es que me dio ganas de ir a comprar un libro (uno más) de John Berger.
Por javier, el 22 enero 2014
Será una buena opción, Ramiro. Muchas gracias. Saludos