Un gorrión albino se cuela en el Museo del Prado
No podía esta ‘Ventana Verde’ dejar de recoger una de las exposiciones más originales, delicadas e inspiradoras de la temporada en Madrid. La que ha montado Miguel Ángel Blanco para hacer conversar a las obras maestras de pintura del Museo del Prado con joyas de las Ciencias Naturales. El gorrión albino junto a Las Meninas, el águila real desafiando a la estatua de Carlos V o los sapos con las pinturas negras de Goya son inolvidables. Recorremos la muestra con el autor del proyecto y destacamos 15 de las 22 propuestas repartidas por todo el museo. Las más mágicas. Acompañadnos.
Lo primero que uno piensa es que El Prado es grande, muy grande, por sí mismo y que ninguna intervención necesita. Pero Historias Naturales se plantea con tal mimo, con tal respeto a las obras maestras, que solo puede generar aprobación y admiración. El proyecto se ha gestado a lo largo de tres años y se montó en 25 días con las salas a puerta cerrada, aprovechando horarios en los que no se interrumpieran las visitas. Una muestra de sutiles intervenciones, en la que creyó desde el principio su director, Miguel Zugaza. Todo un reto para la casa que acoge a intocables como los Velázquez, las pinturas negras de Goya o los trípticos de El Bosco. Su artífice, Miguel Ángel Blanco -ojos azules, pelo, cejas y perilla muy blancos-, uno de los artistas españoles más vinculados con la naturaleza, conocido por su millar de libros-caja en los que guarda su propio arte junto a trozos de paisajes de bosques (www.bibliotecadelbosque.net), diseñó este proyecto del Prado como un recordatorio de que el magnífico edificio de Villanueva fue diseñado a finales del siglo XVIII como Real Gabinete de Historia Natural, pues Carlos III tenía gran aprecio por las artes, pero aún más por las ciencias. La muerte del Rey y los vaivenes políticos y económicos demoraron el proyecto, y, al final, tras la Guerra de la Independencia, se cambió por el de Real Museo de Pintura y Escultura.
Esta exposición cumple durante seis meses aquel sueño de albergar bajo un mismo techo naturaleza y arte. Y el efecto es realmente emocionante. Aparte del valor en sí de cada montaje, muy pensado, ayuda a contemplar El Prado con otra perspectiva; y muchos lienzos adquieren vida nueva, nuevos significados; descubrimos detalles, historias, leyendas. Porque la exposición gira en buena medida en torno a lo mágico e intrigante. Blanco ya está preparando otro gran proyecto para el Museo Thyssen-Bornemisza para 2015 en torno a la ilusión del Oeste americano; concepto que le pega mucho a su look al estilo General Custer.
Esta es la ruta que hemos diseñado por El Prado para los lectores de El Asombrario, junto a Miguel Ángel Blanco:
1. El furor de las águilas. Comienza el recorrido en la sala 1, en la rotonda que da acceso a la espectacular Gran Galería, eje de la planta baja. Ahí pende un magnífico ejemplar disecado de águila real en posición de ataque, como desafiando el poder del más grande emperador, Carlos V, representado en una soberbia escultura de Leone y Pompeo Leoni. «Simboliza que, por muy poderoso que sea el ser humano, siempre lo será más la naturaleza», explica Blanco. Atención a la inquietante sombra que proyecta el ave, rescatada de los almacenes que tiene el Museo Nacional de Ciencias Naturales en Arganda (Madrid), sobre las puertas que se abren a la colosal colección de lienzos.
2. El diluvio fosilizado. Aquí Blanco ha traído junto a La entrada de los animales en el Arca de Noé, de Jacopo Bassano, una extraordinaria pieza de gotas de agua de lluvia y huellas de un ave palmípeda fosilizadas, procedente de Utah (EE UU), y que se encuentra en el Museo Histórico Minero. «Es como una reliquia, como un trozo del comienzo del Diluvio detenido en el tiempo».
3. Alicornios. Junto al lienzo Padovanino, Orfeo y los animales, de Alessandro Varotari, que representa a un fantástico unicornio, se ha colocado, con la sutileza de todo el montaje, un diente de narval de dos metros y medio, que perteneció al Gabinete de Maravillas de Felipe II. «Llegó a tener 12 de estas piezas magistrales, a las que se llamaban alicornios, y que eran muy requeridas por los poderosos, porque decían que servían de detector de venenos; la mitología señalaba que cuando había un veneno cerca, el alicornio sudaba. Se les daba un tratamiento sagrado, se convirtieron en copas para neutralizar posibles bebidas envenenadas, en báculos; en Venecia se paseaba bajo palio». La muestra ha servido también a Blanco para indagar en misterios y curiosidades del Prado. Por ejemplo, le dio por buscar unicornios, esos animales fantásticos e hipnotizantes, en los cuadros expuestos. «Y tengo localizados 15».
4. El vuelo del gorrión albino. En la Sala Velázquez, que nos inmoviliza del stendhalazo, la intervención ha sido tan mínima como metafórica. Junto al cuadro de todos los cuadros, Las Meninas, se ha colocado un gorrión albino disecado. ¿Con qué sentido? «Velázquez era conocido como una rara vais; y por eso he querido traer aquí otra rara avis. La descubrí con 20 años en el Museo de Ciencias Naturales, y ya entonces le dije a este pajarito: tú y yo haremos algún día algo juntos. Pero no me imaginaba que su vuelo iba a ser tan importante…, hasta llegar junto a Las Meninas. Además, ese blanco perlado del ave recuerda los blancos rotos que usa Velázquez en su pintura. Y, como estamos rodeados de retratos en los que se ven las montañas del Guadarrama al fondo, es como si el gorrión se hubiera escapado de la sierra hasta posarse aquí, en esta sala. Estuvimos una mañana, desde las seis hasta las diez, para montar el gorrioncito. Cuando lo contemplé ahí, tan pequeño pero tan bello, entre tanta obra maestra y tanto retrato del poder de la historia, lloré. Como si el espíritu de Veláquez estuviera ahí, en ese pajarito que saca pecho…».
5. En Hechizos especulares, Blanco ha colocado un espejo azteca de obsidiana pulida junto al retrato que Juan Carreño de Miranda realizó de Carlos II, El Hechizado. «Es el objeto más mágico de la exposición. Solo hay cinco espejos así en el mundo. Los usaban los aztecas para comunicarse con el más allá. Son espejos de humo. Carlos IV los mandó destruir porque consideraba que estaban endemoniados. Nada mejor para conversar con ese rey hechizado. He creado aquí un pozo, un túnel; verse reflejado en él te sume en una profundidad inquietante».
6. El toro de Veragua. Llegamos a la imagen con más impacto visual, la toma más repetida para promocionar esta exposición: un toro bravo junto a El rapto de Europa, de Rubens; un precioso toro que no fue lidiado que conversa con Zeus, quien ha adoptado la forma de toro para raptar a Europa. Se trata de un ejemplar maravillosamente naturalizado por los hermanos Benedito, maestros de la taxidermia. «En la sala se pueden buscar muchas más lecturas con la introducción del toro. La escultura de Tiberio detrás, como si fuera el mayoral. Y todas las mujeres desnudas de Rubens que se encuentran en la sala tratan de cubrirse, azoradas, ante la repentina irrupción del semental».
7. Los rayos de Júpiter. En El nacimiento de la Vía Láctea, también de Rubens, las salpicaduras de leche encuentran continuidad en la vitrina que acoge 17 meteoritos, desde el primero datado que cayó en España al último, localizado en Puerto Lápice, hace un par de años, y el más importante, el de Allende, caído en México, el meteorito más estudiado del mundo por considerar que su estructura arroja indicios sobre los orígenes del Sistema Solar. «Tenemos aquí, metafórica y científicamente, el mismo origen de la vida en el Universo», señala Blanco.
8. Invocación Satánica. En otra de las salas cruciales del Prado, de las que más impresionan, la que acoge las Pinturas Negras de Goya, bajo la pintura El Aquelarre, o El Gran Cabrón, Blanco ha metido una vitrina que realmente pone los pelos de punta, objetos relacionados con las invocaciones satánicas, con la brujería: una pezuña de alce («que servía de talismán protector y de antídoto frente a vértigos, porque decían que cuando este animal se encontraba frente a un abismo se tapaba los ojos con la pezuña de la pata trasera izquierda; y esa es la que hemos traído aquí»), un esqueleto de murciélago, una cobra blanquinegra (de los ofidios más venenosos del mundo), dos sapos comunes en posición de siniestro abrazo («las leyendas decían que cuando una bruja había participado ya en un buen número de aquelarres, le salía la sombra de un sapo detrás de la oreja o en el iris del ojo; si te fijas, la expresión del sapo es muy, muy parecida a la de la oferente que pinta Goya como una de los protagonistas del cuadro»), una salamandra, una gran pieza de azufre y un frontal de alcélafo, una poderosa cornamenta que evoca a la del Gran Cabrón, «y que además proyecta una extraña sombra, como si fueran las piernas de una mujer, abriéndose, para entregarse a Satán».
9. Un Leviatán engulle a una diosa. Asistimos a una luminosa y blanca escena, como si el esqueleto en vuelo del delfín se hubiera marmolizado, para mimetizarse con las magníficas estatuas romanas, sobre todo con la Venus, pero también con el atractivo busto de Antinoo. La rotonda de estatuas se ha convertido en un acuario con ese delfín llegado desde el Museo de Ciencias Naturales en suspenso desde el aire.
10. Un pescado peregrino. Blanco ha buceado en los almacenes, no solo en los del Museo de Ciencias Naturales y del Histórico Minero, sino también en los propios del Prado, y de aquí ha rescatado dos pinturas. Una de ellas es esta Tortuga laúd, de Pedro Juan Tapia, datada en 1597, que es como una inquietante sombra que, más que nadar, vuela. Junto a ella ha colocado el cráneo expandido (con los huesos separados formando una estructura como de joya, para facilitar su estudio) de tortuga verde metido en un fanal. Ese montaje del cráneo procedente del Gabinete de Maravillas de Felipe II, «es como un big bang de zonas abisales». El resultado: un enigmático rincón , una puerta abierta hacia los abismos marinos.
11. «Incluso he metido un bosque en el Prado». El bosque petrificado. Otra de las series más famosas del Prado, los lienzos de Botticelli de La historia de Nastagio degli Onesti, ha sido rematada con cinco troncos de madera fósil. «Siempre me fascinó cómo representa el bosque de coníferas que enmarca el castigo a una mujer infiel; deja tocones en un primer plano para que pueda verse bien la escena; así que yo he traído estos troncos fosilizados, entre los que destaca uno que procede de Arizona».
12. Otra joyita del Prado, La Crucifixión de Juan de Flandes, ofrece una amplia representación de piedras preciosas, que simbolizan el Paraíso. Blanco ha realizado un estudio gemológico del lienzo y ha traído desde los museos de Ciencias Naturales e Histórico Minero un cuarzo ahumado, un coral rojo, un rubí tallado, un zafiro tallado, una roca con dos cristalizaciones de esmeralda, un corindón zafiro ojo de gato… Y un impresionante cráneo verde, que adquirió esa coloración de forma natural, de unas minas de cobre, de las más antiguas del mundo, situadas en Picos de Europa; el contacto con el óxido del mineral le ha teñido y convertido en una extraña joya. Toda una investigación museística plasmada en una perfecta conversación de los minerales con la pieza maestra de la pintura de principios del siglo XVI.
13. Otra fascinante sorpresa en otra sala única del Prado, la de El Bosco. Junto al tríptico El carro de heno, Blanco ha colocado una caja entomológica con 75 artrópodos de potente presencia. El conjunto lo ha montado a partir de mirar muchos, muchos insectos del Museo de Ciencias Naturales, unas 200 cajas. Abundan las libélulas y los escarabajos, con todo su poder fabulador. El poder de sugestión del infinito Bosco crece aún más.
14. Una laguna de azurita. Otra pieza maestra de la pinacoteca, El paso de la Laguna Estigia, de Joachim Patinir, y otra sutil intervención de Blanco, con un resultado muy estético. «Fíjate en ese hipnotizante azul del lienzo. Aquí lo que quise fue traer el material con el que Patinir pintó el cuadro». Y ahí vemos una bellísima pieza de azurita gigante, procedente de Chile. La evocación es inmediata: «Como si hubiéramos desecado la laguna, y en el fondo encontráramos este prodigioso mineral…».
15. Y terminamos con una instalación sonora, la única pieza que se puede disfrutar desde fuera, sin entrar en el museo, desde el muy geométrico jardín de boj que montó Moneo como tránsito externo hacia la ampliación. Concluimos el recorrido con la intervención sonora en el Patio del Ábside, montada por el propio Blanco, de 6 minutos de duración, basada en las 16 especies representadas en la obra de Frans Snyders, Concierto de aves, de 1629-30. Con este pintor hay otra instalación, Conservatorio para pájaros, en la que se ha colocado un estupendo ejemplar naturalizado de Ave del Paraíso procedente de Indonesia más los sonidos de esta especie -«necesitaba meter en el Prado el sonido de la naturaleza»-.
Así, con el genial concierto al aire libre, con el mochuelo como director del coro, lo dejamos, ponemos fin a un recorrido distinto por El Prado que nos ayuda a disfrutar nuevamente, y desde perspectivas distintas y muy vivas, tanta obra maestra. Un auténtico placer.
Historias Naturales. Un proyecto de Miguel Ángel Blanco. Hasta el 27 de abril. Museo Nacional del Prado.
Comentarios
Por Carmen, el 29 enero 2014
Pues a pesar de tan generoso artículo, yo, que casi todos los días paso por el Museo puedo decir que la sensación general del público no es «delicadeza y comunión con la Naturaleza», se divide entre: «¿qué hace eso ahí? si no pinta nada ni tiene que ver, para eso ya hay Museo de ciencias» y «¿eh?, que había un gorrión? ah, pues ni idea».
Sinceramente comulgo con la primera afirmación: hay Museo de Ciencias, hay Museo de Trajes, etc.. que el señor Blanco sea amigo personal del ex director del Museo y que por eso haya conseguido poner sus ocurrencias en el Museo me ofende como persona que tributa para su manteniento.
Menos «amiguismos» que hay miles de pintores y escultores muy, pero que muy buenos que no tienen la oportunidad, y uno que va recogiendo basuras del monte para meterlas en una caja (léase pretecnología en mis años) haya conseguido exponer en uno de los mejores museos del mundo no me desconcierta con el sistema que tenemos: amiguismo, nepotismo, tráfico de influencias, etc, etc, etc…
Y por último, y oído en boca de mandamases del Museo: «el Museo sólo expone obras anteriores al siglo XX»…. según para quién, ¿no?