‘La cruda realidad’: del primer beso al primer desengaño

Un detalle de la portada del libro ‘La cruda realidad’. Ilustración: Iván Casuso.

La realidad es que por una vez me siento feliz al hablar de La cruda realidad, un proyecto llevado a cabo por un grupo de pequeños románticos: dieciséis jovencísimos autores —de entre 12 y 18 años— que han escrito un gran libro de relatos; una modesta escuela creativa de Alcalá de Henares —La Posada de Hojalata—, dirigida por el escritor David Vicente, tan loco como para entusiasmarse con una idea a priori disparatada; y una editorial independiente —Inventa Editores—, que ha apostado por una publicación que cualquier editor en su sano juicio hubiera tachado de inviable.

La realidad —cruda o no— es que el sábado pasado presentamos en Alcalá de Henares una edición maravillosa y única, aunque solo sea por la edad de sus autores, que merecería llegar a las mesas de novedades de las librerías. Sus páginas las habitan jóvenes suicidas, ancianas melancólicas, delincuentes de poca monta, niños miedosos, monstruos, prostitutas, gais, transexuales, homófobos, víctimas de violencia de género y de bullying, nietas, abuelas, mariposas, princesas o diosas de la antigüedad clásica.

Me considero afortunada por compartir con la mayoría de estos chicos y chicas las mañanas de los sábados en mi posada favorita, impartiendo unas clases en las que, más que enseñar, aprendo. Ellos me recuerdan cada semana los miedos que sentía a su edad: a no encajar, a los exámenes, a no encontrar el amor, a hacer el ridículo, a parecer pequeña, a ser mayor; las cosas que me indignaban: el machismo, la injusticia, los abusones, las monjas, las normas, los horarios; la emoción de la primera vez: la primera salida nocturna, la primera borrachera, el primer cigarro, el primer novio, el primer beso, el primer desengaño; la lucha que suponía controlar las emociones de aquella desconocida rebelde que habitaba en mi interior: las ganas de llorar sin motivo o de reír a carcajadas en los momentos más inoportunos.

La cruda realidad es que los adolescentes de hoy en día, por más que nos empeñemos, no son tan diferentes a lo que fuimos nosotros. Es cierto que la mayoría tienen móviles, ven la televisión, juegan a la Play y siguen a los youtubers de moda, pero, en esencia, la zozobra en la que viven es la misma.

Si os soy sincera, incluso ahora, a mi edad, me siento muy cerca de ellos. En algún lugar leí que las cincuentonas (mejor dicho, cincuentistas) somos adolescentes con tarjeta de crédito —seguro que fue en alguna red social— y a la bobada no le falta algo de razón. De hecho, en mis clases, después de escuchar atentamente sus textos, casi siempre dramáticos, bromeo con ellos y les digo: “¿Sabéis que los adolescentes y los de cincuenta tenemos mucho en común?”. Ellos me miran incrédulos y yo añado: “Ambos estamos inmersos en un proceso de búsqueda, pero nosotros tenemos más suerte, porque lo que perseguimos es la felicidad, mientras que vosotros os regodeáis en el drama”. Y es que, según me dicen a menudo, hablar de la felicidad les resulta aburrido. Como decía Jessamyn West: “A los catorce años no necesitas enfermedad o muerte para la tragedia”.

En fin, la realidad es que esta semana tenía que hablaros de La cruda realidad, porque, a mi modesto entender, es un tema que merece la pena.

Sobre el autor

Marta Rañada

Editora y documentalista de profesión, profesora de escritura creativa por devoción y cincuentista por pura diversión. Mi única ambición es reírme de los cincuenta y vivirlos con la cabeza bien alta, desafiando incluso la ley de la gravedad. He publicado varios libros infantiles y el año pasado me estrené como novelista con Las uvas de la Hidra (Bookolia, 2016).

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