Tarragona ‘desclasifica’ los secretos del Emperador Augusto
Tarragona llega a la XVI edición de su festival ‘Tarraco Viva’ de recuperación/recreación histórica de sus raíces, el Imperio Romano. Y lo dedica esta vez al Emperador Augusto, por cumplirse 2.000 años de su muerte. ‘El Asombrario’ comienza aquí una nueva sección de viajes culturales, una nueva forma de entender las crónicas viajeras, a nuestro estilo, con la cultura y el medio ambiente como guías principales en la maleta. Estuvimos en Tarragona y podemos decir que asistimos a algo distinto, a una especie de desclasificación teatralizada de los secretos del gran emperador.
Resulta que Augusto -el emperador divinizado por el Senado, el que sentó las estructuras de lo que conocemos como la grandeza del Imperio Romano, el que más tramó y más tiempo permaneció en el poder- era bajito, de frágil constitución y muy friolero, que comía fatal y dormía aun peor, que no sabía estar solo, que era alérgico al sol, tenía piedras en el riñón y el cuerpo lleno de manchas, que le picaba la piel, sufría dificultades respiratorias y cojeaba del pie izquierdo. Pero vivió 77 años, pilotó la transición desde una República hasta una monarquía plenipotenciaria y fue capaz de construir un sistema político que duraría varios siglos. Y acabó siendo adorado por el pueblo como un dios. ¿La fuerza de la voluntad? ¿La energía de la ambición?
Lo cuenta Magí Seritjol, director del festival Tarraco Viva, en el espectáculo de divulgación histórica Augusto, el poder de la máscara, que se representa en el recinto ferial del Palacio de Congresos de Tarragona. Una capacidad de disponer a través de la máscara, para dominar todo y a todos, de aparentar una cosa y hacer justamente (mejor, injustamente) la contraria, que llama poderosamente la atención, y que nos trae a la mente a muchos de nuestros más maquiavélicos políticos actuales, que no dudan en financiarse ilegalmente, en repetir mentiras hasta aburrir, en rodearse de bufones y amantes, y en predicar moralidad. Dice Magí que Augusto proyectaba sencillez, austeridad y vida familiar, cuando en realidad vivía instalado en el lujo, la traición, la infidelidad permanente y las meretrices de lujo. Que dictó leyes severas contra el adulterio siendo el más adúltero de todos.
Todos los caminos conducen a Roma. Quizá el viaje a Tarraco no nos traslade 2.000 años atrás, sino a muchas referencias del presente.
Como no puedo llamar a su viuda, Livia Drusila, contacto con mi amiga madrileña Carmen González, que se dedica a la promoción y comunicación de espectáculos (del circo de hoy día); sé que de joven vivió siete años en Tarragona; me anima: «No lo dudes. Tarragona es una ciudad como para quedarse a vivir. No desperdicies la ocasión para visitarla. Es tranquila. No sientes ninguna agresión. Tienen la afabilidad de la gente de los pueblos. La Parte Alta, el caso antiguo, es precioso. Y sus playas…, creo que tiene 15 kilómetros de playa… Maravillosas. Vete. No lo dudes. Con Augusto o sin Augusto… Y lo bien que se come… Yo vivía al lado del Balcón del Mediterráneo, y nunca olvidaré la luz que había. Los amaneceres… Me casé, y a punto estuvimos de quedarnos a vivir allí, pero, como éramos los dos de Madrid, nos vinimos acá. Pero a veces pienso que si hubiéramos decidido comprar casa allí, habría sido una decisión para toda la vida. Tan a gusto estábamos…».
Es lo que le ha pasado a Patricia Anton, concejal de Comercio y Turismo del Ayuntamiento de Tarragona, ahora gobernado en segunda legislatura por el PSC tras casi dos décadas de CiU. «Aunque soy de aquí, vivía en Barcelona. Me vine. Y ya no me pienso mover. La calidad de vida que disfrutamos aquí no la cambio por nada. Y Barcelona siempre queda a una hora».
Quizá esa calidad de vida, esa luz, su protegida ubicación junto al Mediterráneo, su clima que dicen de «eterna primavera» -bueno, lo dijo el historiador Lucio Aneo Floro, amigo de Adriano y que vivió en Tarragona-, sus alrededores de olivos y almendros -ahora salpicados por mucha industria, es cierto; desastres urbanísticos como el enorme aparcamiento junto a la playa o las vías del tren que separan la ciudad de la costa, o edificios sin ton ni son que rompen la armonía del conjunto histórico, aunque es Patrimonio Mundial de la Unesco-, quizá esa luz, ese clima, esa ubicación llevaron a los romanos a instalar aquí la capital de la Tarraconense, la provincia de mayor tamaño de Hispania. Elementos que contribuyeron al florecimiento de una ciudad que alcanzó los 40.000 habitantes; una ciudad a la que cuidaron en comunicaciones, en la que el propio Augusto vivió dos años -para supervisar las ofensivas contra cántabros y astures- y en la que se construyeron complejos para acoger espectáculos -circo, teatro y anfiteatro- con capacidad para 52.000 personas, pensando ya en convertirla en un centro de atracción turística.
Patricia, la concejal, aunque acostumbra a mirar siempre para adelante, vuelve por un instante la vista atrás: «En algunas cosas, me deja impresionada la plena actualidad de sus leyes; ya tenían, por ejemplo, regulado el divorcio. Y también su visión para atraer visitantes. En el siglo XX, sin embargo, y hasta hace bien poco, la ciudad de Tarragona dio la espalda al turismo, no lo querían quienes gobernaban». Ahora es todo lo contrario; persiguen darle la vuelta, con un turismo distinto, de calidad. En ese sentido, el festival Tarraco Viva, que se celebra cada mayo, durante dos o tres semanas, y el de Tarragona Historia Viva, en verano, son piezas fundamentales. Porque no son los mercadillos medievales, sino algo más serio. La gente no va por la calle disfrazada de romanos, ni se decoran los escaparates con alegorías baratas, ni se llenan las calles con puestos de almendras garrapiñadas, sino que la programación se vertebra en torno a la divulgación respetuosa, de nivel.
Incluso los espectáculos a los que acude El Asombrario, a pesar de su gancho comercial, huyen del morbo facilón y se convierten en recreaciones con rigor histórico: Los monólogos de Livia Drusila, esposa del emperador, y de Tiberio, el hijastro eficiente, junto a la muralla romana; la recreación del primer cuerpo de bomberos, creado por Augusto en Roma; el monólogo de la prostituta de lujo Friné, en la impresionante y larga bóveda que daba base a las gradas del Circo; y las luchas de gladiadores en la arena del Anfiteatro -sin duda, el evento con más morbo y sudor, y el más masivo, de estas convocatorias- a cargo del instituto italiano Ars Dimicandi, creado en Bérgamo en 1994. Y se caen muchos tópicos. El primero: que las luchas para entretener al pueblo resultaran tan absoluta y permanentemente sangrientas como las ha presentado Hollywood. Entre pelea y pelea de los gladiadores, hay una larga explicación con ánimo de divulgación histórica.
En Tarraco Viva se programan conferencias, talleres, visitas guiadas especiales a los museos y monumentos de la ciudad, exposiciones, proyecciones de documentales, presentaciones de libros, lecturas dramatizadas, conciertos, menús con recetas romanas (como las sardinas rellenas de puré de calabaza y los sesos de cordero sobre lombarda)… En total, unos 800 actos, de los que solo una tercera parte son de pago, que comenzaron el 5 de mayo y terminarán este próximo domingo, día 25, en torno a la figura de un emperador que nació un 23 de septiembre, día de Santa Tecla, patrona de Tarragona, fiesta grande de la ciudad, y murió, 77 años después -para que luego digan que la vida desordenada acorta la vida-, un 19 de agosto, día de Sant Magí, patrón de la ciudad. ¿Coincidencias? ¿O es que los tarragoninos -me gusta más esta acepción, que juega con el catalán, que la castellana de tarraconenses- siguen adorando al emperador de las cien máscaras?
No respiramos la sensación de habernos ido tan lejos. El trío que formaron el emperador Augusto y sus dos más próximos y leales amigos, Agripa -que le resolvía todos los embolados en el plano militar, era el que le ganaba las batallas, las del norte de España por ejemplo, sin escatimar crueldad- y Mecenas -gran amante del arte, la literatura y los actores guapos, que construyó un enorme y muy eficaz aparato de propaganda, publicidad y relaciones públicas para ensalzar la figura de un emperador frágil, que poco tenía de dios, pero pasó a la historia como tal-, tres mozalbetes capaces de levantar un gran Imperio, podría compararse, en palabras de Magí Seritjol, al trío de genios 2.0 formado por Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg.
Revolucionarios en la forma de concebir el planeta en sus cabezas entre efluvios de buena poesía de Horacio -Carpe diem, y ¡vaya si lo carpearon!- y Virgilio, que, por cierto, poco antes de morir, le pidió a Augusto que destruyera su obra cumbre, la Eneida, deseo que en absoluto respetó ni cumplió. Otro tanto que hay que apuntarle al emperador
Posdata: si nos hemos quedado con ganas de más romanos y nos hemos perdido Tarraco Viva XVI, en verano uno puede reengancharse al festín con otro festival que sigue pasos parecidos aunque algo más enfocados al turismo, Tarragona Historia Viva.
Siete recomendaciones de Asombrosio en Tarragona
1. Es obvio que quien visite Tarragona, como ha hecho Asombrosio, el superhéroe de capa y A mayúscula de esta revista, ha de acercarse a sus monumentales piedras romanas, desde el kilómetro de muralla bien conservada al acueducto, el espectacular anfiteatro con el Mediterráneo como telón de fondo, lo que queda del Fórum, del Teatro y del Circo, no mucho, sobre todo la gran bóveda. En la Antigua Audiencia (plaza del Pallol), puede verse una espléndida maqueta de cómo era la ciudad en el siglo II, que nos ayudará a formarnos una visión de conjunto, más allá de los paseos que nos demos por los recovecos de la Parte Alta.
2. Y es imprescindible que paseemos a cualquier hora -la luz siempre es grata en esta ciudad- por las callejuelas de la Parte Alta, el casco antiguo. Que por algo Tarragona es Patrimonio Mundial de la Unesco.
3. Los dos restaurantes adscritos en la ciudad a los movimientos Slow Food y Kilómetro Cero, que cocinan con ingredientes producidos en la comarca y en temporada, y propugnan otra manera de comer y de vivir, más al compás del disfrute tranquilo de los placeres. Muy Tarraco, muy Tarragona, vamos: Lola Tapès (placa de la Font, la del Ayuntamiento) y El Llagut (calle Natzaret, 10).
4. El barrio de pescadores de El Serrallo. Ahí, otra sugerencia para comer romesco de rape y calamares que habrían apaciguado al mismísimo Augusto: Manolo (Carrer de Gravina, 61).
5. Un recorrido en bici eléctrica, entre ruinas, pinos, playas, yates y barcas de pescadores. Dos horas largas para componer una visión completa de la ciudad, sin cansarse dando pedales, por 25 euros. Hasta acercarse a algunas de las 10 playas del municipio, desde la del Miracle, la más urbana, hasta Jovera y Tamarit. Con ebiketours.cat.
6. Tomar el aperitivo, el vermú -y si es de Reus, mejor- tranquilamente, con espíritu tarragonino, en alguna de las muchas terrazas de las agradables plazuelas de la Parte Alta, como la Plaza del Ayuntamiento (o de la Font) o la Plaza del Fórum, del Pallol o del Rei.
7. Merece la pena acercarse a la cerería Antigua Casa Corderet (calle Mercería, 17), la tienda más antigua de Tarragona. Una delicia de escaparate y de local, con 260 años de historia. En sus fachadas principal y lateral, las piedras hablan del tiempo, ya no en siglos, sino en milenios, pues podemos encontrar cuatro lápidas con inscripciones romanas.
Más información: www.tarragonaturisme.cat
Comentarios
Por César Pinos Espinoza, el 21 mayo 2014
Felicitaciones Rafa. Periodismo y cultura histórica son apasionantes.
Por Nely García, el 22 mayo 2014
Si la política romana nos sirve como referencia, podemos constatar que hemos evolucionado muy poco, «apenas nada».
El mundo sigue gobernado por la hipocresía, la mentira y la corrupción.
http://nelygarcia.wordpress.com
Por Helena, el 08 julio 2014
🙂 Tarragona me esborrona Constantí en fa patir. Asombrada estoy!
Por Xavier Pagès Artuñedo, el 13 diciembre 2014
Gracies, desde Cereria Antiga Casa Corderet por tenernos en cuenta.