“Mi debilidad no es ser mujer, sino ignorar qué clase de mujer soy»
Hay libros inclasificables que paradójicamente colocan de manera impecable e implacable las emociones, las certezas, las dudas, los demonios y la virtudes de todos los seres humanos. ‘Primera persona’, de la colombiana Margarita García Robayo (Tránsito editorial), es uno de ellos. Un caleidoscopio en el que pujan por habitar todos los colores del mundo, incluido el negro. Una selección de historias en las que lo políticamente correcto es un hombre muerto sin posibilidad de resurrección. «Somos el resultado de cómo nos han mirado los demás a lo largo de la vida”.
Robayo es vulgar con premeditación y alevosía para pasar de la acidez narrativa al cinismo estético sin que se le acuse de postureo ni de malditismo inútil:
«Cuando se descubre el sexo es mejor no describirlo porque se corre el riesgo de caer en detestables mentiras bélicas».
Robayo sabe lo que hace y ya desde la primera página nos atrapa haciendo quizás un intencionado homenaje a Iris Murdoch, y a su novela El mar, el mar. Aunque quizás esa coincidencia que veo yo como lectora de este libro de relatos no sea más que una protección contra los desaciertos que provoca estar vivo y el mar sea el único elemento capaz de olvidar nuestros errores. Sea cual sea la causa, la autora crea desde la primera historia una metáfora que no está a la altura de todos los subconscientes. (Atentos también a su homenaje a Carmen Martín Gaite y a sus mujeres ventaneras).
Es muy ingeniosa y conoce y fabrica con firmeza el pedestal en el que colocará a cada uno de sus personajes. Es de una honestidad inusual, es incómoda y, sin embargo, reta al lector con cada una de sus frases a la fidelidad más absoluta:
«Cuesta imaginar que, para aprender a dar la teta, uno necesita juntar bibliografía».
«A veces, la diferencia entre un bebé subalimentado y un bebé sano es el saldo de sus padres. La economía como siempre ‘dividiendo las aguas».
Conoce y trata con cuidado la belleza y el dolor, el exceso y el ensimismamiento:
«Somos el resultado de cómo nos han mirado los demás a lo largo de la vida. La historia de nuestra identidad está escrita por los otros».
Y posee una variedad narrativa y emocional que seduce y pone en guardia desde el inicio de la lectura. Todo importa en este libro, todo, incluso lo que nos arranca una mueca de desaprobación. Es un tratado de lucidez extrema a pesar de que una locura, preciosista y constructora, sobrevuele muchas de sus historias. No hay sorpresas en sus palabras, pero sí hay un futuro reunido en todas ellas porque nombra verdades sin zonas blandas, verdades puras, férreas, que jamás podrán convertirse en mentiras. Tampoco hay sorpresas en sus silencios y ahí es donde radica el éxito de este vademécum intergeneracional.
Los relatos tienen esa belleza furiosa de las imágenes sin metáforas que ya hubiesen pensado con anterioridad otras memorias:
«Y los ojos miraban desde un color turquesa inexplicable que parecía el mar de otro planeta».
«El periodista me mira como una mosca saciada, pero aburrida».
«Padres, pensé, monos con navaja».
Robayo tiene el don con el que seducir lo intocable para elaborar párrafos en los que todos querríamos reconocernos:
«El otro día se me ocurrió que mi debilidad no es ser mujer, sino ignorar qué clase de mujer soy».
Robayo es magnífica frente a las limitaciones y no le tiembla el pulso cuando la realidad la mira a los ojos y acontece el intercambio. La autora es una flamante traductora de la rutina y de la endogamia emocional y vital de los árboles genealógicos aunque estos no sean de sangre:
«Hay peces que pudren el mar».
«Y la Virgen era su muletilla, su recurso desesperado, su amuleto retórico. su dildo».
Ninguna palabra se encoge cuando Robayo la pronuncia. Margarita García Robayo es una medusa ultramoderna que paraliza lo intrascendente en la literatura y arroja una refrescante retahíla de gritos con la que es capaz de conseguir que bailen hasta las estatuas. Es extraordinaria en lo onírico y en lo concreto.
Háganse con este libro lo antes posible porque es un catálogo de respuestas, pero también de preguntas, el enfrentamiento entre la imaginación y el hastío, entre el desorden natural de los seres humanos y los engolados movimientos de una sociedad que está muerta, pero que aún no ha encontrado su sepulcro.
‘Primera persona’. De Margarita García Robayo. Tránsito editorial. 209 páginas.
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