El coche propio comienza a dejar de ser icono capital de nuestra sociedad

Foto cortesía de www.escapes.ca

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Los pronombres posesivos están en decadencia. Del ¡mío, mío! estamos pasando al ¿nuestro? Es como si hubiera que inventar un nuevo posesivo -o prescindir de ellos- para expresar lo que está ocurriendo en la cada vez más activa economía colaborativa, en la que los usuarios participan de un bien que no poseen. Y esa tendencia a compartir ha llegado a uno de los símbolos del capitalismo: el coche propio. Las experiencias se multiplican, desde la asentada BlaBlaCar a los revolucionarios planes de Helsinki para transformar su red de transporte público en una especie de oferta compartida de movilidad bajo demanda.

Hablando de poseer; he aquí otra palabra que va cayendo en desuso en este ámbito: tener. Y aquí una que suena más que antes: compartir. Interesante que últimamente uno de los terrenos en los que más se utiliza el verbo compartir sea la automoción, ya que el coche ha sido durante más de un siglo el símbolo por antonomasia de estatus y de poderío económico y personal. Lo sigue siendo, sin duda, porque la identidad de muchas personas sigue basándose en comprar algo y verse reflejados en el objeto adquirido; sin embargo, en ciertas capas de la población, donde hace años tan pronto se juntaban cuatro euros se pagaba la primera letra del coche, ahora no parece tan sexy tenerlo. Hay otros intereses y, corriendo tiempos de crisis, otras necesidades que cubrir. Pero no es sólo la crisis, muchas personas comienzan a desarraigarse de la idea de sentirse dueñas de las cosas que usan, como por ejemplo, un coche.

Las cifras hablan claro: la venta de automóviles en España en 2013 tocó suelo y bajó a niveles de 1986, con 700.000 unidades vendidas, según datos aportados por las patronales de fabricantes y concesionarios.

Empresas como BlaBlaCar (www.blablacar.es) en Europa han sabido captar esa tendencia y encontraron su oportunidad en la Red con su plataforma-red social de compartir coche. Haciendo de la necesidad virtud, se dedicaron a poner en contacto a conductores con pasajeros, cosa que, en sus cuatro años de existencia, han llevado a cabo con ocho millones de usuarios en 12 países, y han creado una comunidad de usuarios “basada en la confianza”, como explican en su web. No existe ánimo de lucro entre los usuarios de este servicio, sólo se comparten los gastos del trayecto, que ha de ser como mínimo de 300 kilómetros. Ahora BlaBlaCar está comenzando a cobrar los gastos de gestión a los pasajeros.

Este tipo de empresas dotan de servicios a los consumidores (“compartidores”, debería decir) sin intermediarios, ya que aplican la filosofía P2P (peer to peer, de persona a persona). Esta tecnología es el caballo de batalla de discográficas y productoras en su guerra no ganada contra el libre intercambio de archivos y la piratería. Bitcoin también se apoya en el protocolo P2P, y por ello su uso no hace necesaria la existencia de una autoridad monetaria o banco central.

El éxito de esta nueva forma de consumo, que en el ámbito turístico también triunfa con redes de alojamientos como Airbnb.com y otras que van surgiendo, ha hecho saltar todas las alarmas en la industria. El pasado mes de junio, Fomento, siguiendo la línea marcada por otros gobiernos europeos, anunció medidas restrictivas para la aplicación Uber, que conecta al usuario con un conductor para desplazamientos urbanos, en lo que se interpreta como una competencia desleal y no regulada al gremio del taxi. Al principio todo el mundo pensó que BlaBlaCar se vería afectado, pero esta plataforma puede respirar tranquila, ya que después se aclaró que esta medida no iba contra ella. Para mayor tranquilidad, en julio la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha anunciado que de momento no va a regular ni poner limitaciones a iniciativas de economía colaborativa como BlaBlaCar: “Una regulación innecesaria o desproporcionada perjudicaría a los consumidores y al interés general”, afirmaron desde esta institución.

Interés general, esa es la clave. Porque en este tipo de economía todos ganan; el que tiene y da a compartir y el que participa de ello: ahorro o ganancia, según la parte, y conocer nueva gente que pasará a formar parte de un grupo de conocidos que intercambian bienes en un círculo de confianza y a veces amistad.

Es tan clara la tendencia que en todo el mundo nacen comunidades de “compartidores”, como Peers, una organización autogestionada o de base que nació para apoyar este movimiento de economía colaborativa a través de la Red. Peers reunió el pasado mayo a más de 600 personas de 20 países en una convención en la que contaron sus experiencias a nivel local y comunitario y exploraron las incógnitas y retos a los que se enfrentan día a día.

Curioso que algo tan avanzado y actual como Internet y la tecnología P2P nos permitan volver a las antiguas prácticas de vecindario, en la que el fontanero que vivía en el 4º te arreglaba el baño mientras tú cocinabas para su familia, le paseabas el perro o le prestabas el taladro.

“Compartir es el futuro”, proclama el catedrático estadounidense Arun Sandararajan, profesor en la escuela de negocios Stern de la Universidad de Nueva York y uno de los mayores expertos en economía colaborativa. Sandararajan centra su trabajo en investigar cómo Internet y las tecnologías de la información transforman el consumo, las empresas y, como consecuencia, la sociedad.

En una charla a sus alumnos del master de la escuela Stern, este catedrático hace afirmaciones muy interesantes sobre la economía colaborativa o compartida, a la que define como un movimiento imparable en el que las cifras de usuarios, de plataformas empresariales y de beneficios crecen de manera exponencial de mes en mes. Sandararajan lo tiene claro: “No se necesita poseer cosas para usarlas”. Y esto, afirma, tiene sus consecuencias sobre el modelo de mercado.

Si este fenómeno sigue evolucionando a la velocidad de vértigo que lo ha hecho en los últimos cuatro años, ¿qué pasará con la economía tradicional, con las empresas que siguen la línea clásica de producir, publicitar, vender? Según Sandararajan, ambos sistemas cohabitarán. Lo que sí da por seguro es que muchas de las corporaciones actuales dejarán de ser lo que han sido siempre y evolucionarán hacia plataformas que conectan entre sí a individuos que tengan un bien X con otros individuos que necesiten ese bien en concreto.

Este fenómeno, según este catedrático, cambiará también el mundo del trabajo e incluso afectará al urbanismo y al concepto de ciudad: “Se puede construir o rediseñar ciudades más eficientes y compartibles, si se usa economonía colaborativa», explica.

Si algo condiciona la vida de una ciudad eso es el tráfico, y la economía colaborativa aplicada a la gestión pública puede poner soluciones a las urbes  atestadas de coches. En Finlandia, por ejemplo, se está viviendo una auténtica revolución en torno a este tema. En su capital, Helsinki, las autoridades locales han anunciado sus planes para transformar su red de transporte público en una especie de oferta compartida de movilidad bajo demanda que, si acaba funcionando, convertirá en algo absurdo tener coche propio. A través de sus teléfonos inteligentes, los ciudadanos podrán comprar su movilidad en tiempo real especificando un origen y un destino. La aplicación entonces planificará el viaje contando con una red de transportes formada por coches sin conductor, pequeños autobuses, bicicletas y transbordadores. En The Guardian lo comparan con una fusión entre Citymapper y un servicio de alquiler de bicicletas más una aplicación de taxi como Hailo o Uber, con un solo pago e implementado como un servicio público accesible para todos los ciudadanos. 

En Helsinki quieren que todo este tinglado esté implantado para 2025, y ya tienen experiencia, ya que el pasado año la Autoridad de Transporte Regional de la ciudad puso en funcionamiento un innovador servicio de minibús llamado Kutsuplus. Este sistema permite especificar puntos y destinos de recogida a través de teléfonos inteligentes; estas solicitudes se agregan y la aplicación calcula una ruta óptima que satisface a varios usuarios que comparten ruta. Ciencia ficción por ahora en España.

La economía colaborativa no hará desaparecer el hiperconsumo, eso lo tienen muy claro expertos como Sandararajan. Un coche seguirá siendo para muchos objeto de deseo y de reafirmación personal. Pero el mundo de los posesivos, sin embargo, nunca será el mismo; de hecho ya no es el mismo. El cambio va sobre ruedas y habrá que sacar a pasear nuevas palabras que lo describan o desempolvar antiguas palabras que vuelven a usarse. ¿Lo compartes?  

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Comentarios

  • piansta

    Por piansta, el 03 agosto 2014

    blablacar cobra 2,50 euros en un viaje con aporte de 10.
    es decir que cobra/roba un 25% y -además- modera unos mensajes que han de ser públicos y que deberían ser privados.
    entre esto y la publicidad casposa que le dan artículos como este(seis veces lo blablabea la autora), a mí me han quitado el interés estos otros «idealistas».
    probaré con los de «amovens» que he leído por ahí o me vuelvo al bus.
    http://eskup.elpais.com/C1404822585-bafe3dcaf0ea1e465fa80e1141702bdd

  • Inadaptado

    Por Inadaptado, el 04 agosto 2014

    No estoy de acuerdo con el titular, al menos en España.

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