Cuando la gente ‘demanda’ folk
Canciones populares pastoriles y folk-rock entre árboles y tiendas de campaña. Grupos procedentes de toda la península se dieron cita en el Demanda Folk (Burgos) el pasado fin de semana. Un festival que puede presumir de conciencia ecológica y respeto por el entorno natural. Sostenibilidad ambiental y musical, dando espacio a la música tradicional o de raíz para un público de todas las edades. Ha celebrado su octava edición en la Sierra de la Demanda, en Tolbaños de Arriba, un pueblo con 10 habitantes en invierno que recibe a 4.000 personas durante el festival.
Si huele a pino, suenan dulzainas y la sierra baila es que se está celebrando el Demanda Folk. Un festival que ha alcanzado su octava edición el primer fin de semana de agosto en Tolbaños de Arriba, entre la naturaleza de la Sierra de la Demanda (Burgos) y dejando muy buen sabor de boca a los asistentes. “Es el primer año que vengo, pero pienso repetir, es una pasada, no me imaginaba todo esto”, decía Eva, que se acercó desde Madrid con su grupo de amigos.
Para los músicos también es una vivencia especial. “Nos ha sorprendido el tamaño, la grandeza, lo bien organizado que está todo. Tiene espíritu este festival, han conseguido que tenga un alma muy especial”, señalaba Manuel Domínguez, del grupo La Ronda de Boltaña. “Venimos de Aragón, donde hubo una época de auge de la música tradicional; ahora yo creo que estamos en una época de transición, van saliendo grupos nuevos, hay que esperar que gente joven venga a renovarlo”.
Jóvenes como los gallegos Alén de Ancos, formación en la que Carlos Caaveiro toca gaita irlandesa y whistles. “Es una maravillosa experiencia. Cuando llegas aquí, a 600 kilómetros de tu casa, y te encuentras gente de 17 años a quien le gusta tu música es un gustazo. En Galicia tenemos muchos festivales, pero esto del respeto por el entorno se deja en segundo plano muchas veces y es una pena”.
A Diego Serrano, director de Demanda Folk, se le ocurrió hacer un festival para revitalizar la zona: “Mis padres son de aquí, veíamos que cada vez decaían más las fiestas de los pueblos, ésta es una zona muy deprimida y pensamos en hacer un festival para impulsar la Sierra de la Demanda. Estamos en el último pueblo del mundo, como solemos decir. Aquí viven 10 personas en invierno y conseguir traer a 4.000 personas de público es increíble”.
Desde la organización del festival, Paloma Sanmartí explica que todo sale adelante gracias a 120 voluntarios. “Hay mucho trabajo previo, de montaje, para que todo salga bien. Hemos querido integrar los festivales típicos de gente joven, pero para llegar a todos los públicos. Queremos que la música tradicional llegue a todo el mundo y no se quede sólo en la plaza del pueblo a la que van los abuelos. Transmitir que esto puede llegar a los jóvenes también y, si llegas a ellos, se mantiene”. Para garantizar la buena convivencia durante el festival, hay dos zonas de acampada. “Una para la gente joven que viene de fiesta y otra tranquila para las familias con niños, donde a partir de las doce de la noche hay que mantener silencio para el descanso”.
Una de las voluntarias que pone en marcha todo esto es Sara Palacios. Tiene 24 años y es de Tolbaños de Arriba. “He venido los ocho años. Ahora estoy de responsable de barra. La verdad es que nos organizamos muy bien, la gente mayor del pueblo nos ayuda mucho. Sin ellos esto no saldría adelante”. Es el caso de Antonio Almaraz, impulsor también del festival y director del grupo La Tolba. “Cantábamos en un coro, pero a raíz del festival organicé el grupo y hacemos de teloneros de los grupos importantes, que son muy buenos. Empezamos a reclutar gente por aquí, recuperando canciones populares de la sierra, que es zona de pastoreo, y parece que gustó. Somos unos 25, jubilados la mayoría, pero voy incorporando gente joven, como dos de mis nietos (14 años), que se estrenan este año”. Su hija Marta vive en Dubai pero no se lo pierde y también canta en La Tolba. “Además, toda la familia nos disfrazamos de pelendones (pueblo celtibérico) en el pasacalles que se hace por el pueblo. Es muy bonito recuperar tradiciones y que se junte toda la gente de los pueblos pequeños. Esta sierra estaba un poco dormida, muerta, y esto ayuda a que se conozca en otros lugares”.
Especial cuidado pone el festival en la conciencia ecológica, como cuenta su director: “Teníamos claro desde el principio que si hacemos un festival en un sitio increíble, en un entorno natural como éste, al terminar tiene que quedar todo igual de limpio que antes de empezar, como si no hubiera habido nada. Tuvimos claro que había que concienciar a la gente, ése es el secreto: dar mucha guerra con carteles, por megafonía. Y poner los medios, claro: papeleras, demandaceniceros (un monedero portátil para guardar las colillas). Ha calado, incluso se usa fuera del festival. Estamos orgullosos, la gente respeta y cuida el entorno”.
Junto a la sostenibilidad ambiental, la sostenibilidad económica. “Es un festival gratuito pero no gratis, cuesta mucho montarlo, lo hemos profesionalizado para que sea de calidad. No cobramos entrada, pero pedimos que se compre dinero del festival (demandines) para consumir. Eso nos ayuda a que exista”.
Sostenibilidad también artesanal con los puestos de artesanos que venden sus productos a los asistentes. Como el de Diego Vaquerizo. “Hacemos proyectos de diseño por encargo, casi todo reciclado con maderas de palés utilizando técnicas tradicionales, todo a mano sin maquinaria”. Anillos hechos con tenedores, plumieres de roble y platanero al estilo antiguo, percheros e incluso una lira de arco tradicional de Finlandia. “Está hecha a mano con madera de roble, arce y crin de caballo. La verdad es que éste es un marco impresionante para dar visibilidad a cosas que son minoritarias”.
Por eso hay que hablar también de sostenibilidad musical, porque éste es un espacio para esas músicas que no siempre encuentran lugar pero que sí tienen un público. “Yo soy punk. El folk siempre ha sido tradicional para mayores y hemos querido darle una vuelta para que atraiga a todos los públicos. Hemos conseguido que haya gente desde un año de edad hasta 89 años. Todos disfrutan”, comenta Diego Serrano.
Parece que así ha sido, según cuenta Joan Frontera, del grupo Boc. “Ha sido un fiestón para nosotros. Salir de Mallorca es muy difícil, por tanto, poder estar aquí y traer música de las islas es todo un reto y un orgullo. Hacemos folk ecléctico porque mezclamos mucho, puedes encontrar desde metal a ska, New Age o reggae hasta un tango. Pero la base es el folk y la música instrumental, aunque somos como una banda rockera”.
Fiesta también la del público que aguantó los ratos de lluvia bailando sin parar, no sólo la música de Boc sino también la de los catalanes Sigelpa (punkfolk) y la de Ringorrango, grupo que llegó desde Zamora para cantar su «folclore histérico» de charros y seguidillas. “Intentamos sobre todo divertirnos y no transformar la fuente, sino intentar conservarla, porque consideramos que en lo puro está la esencia, en esa tendencia de volver a lo artesanal. Ringorrango fusiona músicas de diferentes provincias, pero siempre manteniendo el toque tradicional. Creemos que la belleza de las cosas está en la sencillez”. Fernando canta con el resto de los miembros del grupo entre panderetas, el pandero cuadrado de Peñaparda, la flauta pastoril, la gaita sanabresa y el rabel. Su compañera Ruth asegura que festivales como éste ponen en valor la música tradicional: “Es una música de todos, hecha por y para el pueblo, que nace desde los orígenes más modestos con los instrumentos más sencillos y que luego van evolucionando o se van introduciendo instrumentos más sofisticados produciendo un enriquecimiento de las tradiciones, de las costumbres, de las raíces de cada uno de nosotros y de la sociedad, porque la música expresa muy bien la forma de ser de un colectivo”.
Para Fernando, “es un honor compartir el escenario que otros años han ocupado grandes como Eliseo Parra o Mayalde en un enclave muy energético”. Destaca que aunque su público es de media y avanzada edad mayoritariamente, les sorprende ver cómo les atrae su música a los niños. “Quizá por los toques primitivos. El ser humano siempre ha sentido el ritmo y la gente tiende a prejuzgarlo, a encasillar la música. Y luego vemos a la gente joven, como nosotros, que les está empezando a gustar y te dicen que no se imaginaban que eso es folclore. Estamos haciendo estas músicas y nos gustan, sin avergonzarnos. Puedes ser de una determinada manera y escuchar diferentes tipos de música y no pasa nada. La música es una manera de expresión y no hay que coartarla ni censurarla”.
Ruth recuerda que en la península confluyen las huellas de muchos antepasados que a su vez han generado mezclas y dejan un poso común en las diferentes expresiones musicales de cada zona. “La música tradicional nunca ha estado de moda, así que nunca ha pasado de moda. Ésa es la gran ventaja. Por eso se conserva”.
Comentarios
Por Ana Isabel Serrano, el 09 agosto 2014
Muy buen reportaje!
Por Teófilo Serrano, el 29 septiembre 2014
Precioso reportaje muy bien hecho, te lo curraste