Una visita al Festival del Amor de Londres
Durante todo agosto, Londres está celebrando los fines de semana el Love Festival, dedicado a las diferentes formas de amar y de enamorarse. Desde las mariposas en el estómago al Eros y al amor por la humanidad. Una festiva manera de reivindicarlo como derecho humano y motor para cambiar el mundo, y que da continuidad al subidón que les entró a muchos ingleses tras la legalización en primavera de las bodas entre personas del mismo sexo.
David y Peter se besaron a las once de la noche. Era el 29 de marzo de 2014 y, por fin, tras 17 años juntos, podían casarse. Era legal. Cientos de personas les esperaban fuera del Islington Town Hall y decenas de miles en todo el país ansiaban que este día llegase. Llegó. Llegaron. Ellos dos: marido y marido. Salieron radiantes de felicidad, empapados de confeti, flashes y euforia. Al día siguiente, Londres amanecía con las banderas del orgullo LGBT ondeando sobre los edificios gubernamentales y, en un solo día, se celebraron 95 bodas. En todo el mes de abril, 465. En junio, 506. Hasta el arzobispo de Canterbury se rindió ante lo que ya era una auténtica fiesta del amor.
Cuatro meses después, me contaron que la celebración continuaba en forma de festival. Y quise acudir para saber qué es eso del amor, entre todas las variantes posibles.
A la orilla del río Támesis, en el famoso Southbank Centre, un complejo artístico con teatros, como el National Theatre, y auditorios, como el Royal Festival Hall, se ha organizado este mes de agosto el Festival del Amor. Aprovechando que este año aprobaron la ley del matrimonio homosexual, este festival se plantea por primera vez explorar nuestras propias formas de amar y ser amados; de amarnos los unos a los otros. Para ello, me cuenta Ruth, una de las cientos de voluntarias del festival, han recurrido a los antiguos griegos. Estos, además de mucho tiempo libre, tenían 30 palabras que definían el amor. “En el festival hemos elegido siete de las más poderosas para intentar explicar este sentimiento que hace girar el mundo”. Vale. Le pregunto en mi inglés del sur de Madrid cuáles son esas siete palabras griegas. No me entiende. Formulo la pregunta de otra manera y ahora sí. Me lo explica:
El primero, Ágape, sería el amor por la humanidad. “Ese amor que nos hace estremecer cuando vemos imágenes de las víctimas de una guerra o una hambruna en otro país”, aclara Ruth. Al parecer, Storge significa el amor entre los miembros de la familia; los juguetes de la infancia y el olor del hogar también se pueden amar. El tercero es Philia, el amor que “procede de experiencias compartidas y de los vínculos que nos unen con las personas”. No profundiza más.
Luego me habla de la Philautia, el amor propio (no confundir con narcisismo). ¿Por eso en la entrada del festival hay masajes asiáticos y clases de yoga?, pregunto. “Exactly”, me contesta. Dice que son para amarnos a nosotros mismos y, así, tener después más fuerzas para amar al resto de personas. Me gusta.
Ruth se detiene ahí. Parece que los tres últimos son importantes. Coge un poco de aire y sigue explicándome.
Ludus serían las mariposas en el estómago. El tonteo previo a lo más pasional y ardiente, que sería el Eros, basado en el sexo y lo romántico. Por ejemplo, esas semanas de locura desenfrenada en que te tatúas con letras góticas el nombre de tu pareja en el brazo. A todos nos ha pasado. Después de este amor lascivo llegaría Pragma, que viene a ser “el famoso candadito cerrado en el puente y cuando tiramos la llave al río”, es decir, lo duradero. Cuidado con este, avisa Ruth, porque puede ser el definitivo.
Nos despedimos, y al darse la vuelta veo que la parte de atrás de su camiseta roja dice: “Sólo el amor puede cambiar el mundo”.
Con las ideas un poco más claras, me doy un paseo por el festival. Hay mucha gente: muchas familias y muchos jóvenes con grandes sonrisas. También se nota un gran número de turistas, al estar situado en el centro de Londres, cerca del edificio del Parlamento con su famoso Big Ben, y si echamos la vista hacia arriba podemos ver las cabinas de la famosa noria, conocida como London Eye. Si por algo se caracteriza esta zona de la ciudad es por la atmósfera cultural que reina durante todo el año en forma de espectáculos, exposiciones o, como en este caso, festivales. Todo ello organizado por el Ministerio de Artes de Inglaterra.
Para este Festival of Love, se han levantado piezas de escenografía de colores realizadas por artistas jóvenes londinenses -como La Puerta de Agape, inspirada en un discurso de Martin Luther King sobre el amor y que da entrada al festival-, coloristas esculturas con reflexiones sobre las diferentes formas de amar, pequeños escenarios con intermitentes actuaciones de grupos de música, toboganes para los más pequeños, fuentes, terrazas, restaurantes, puestos de comida… Todo esto al aire libre.
En la zona cubierta del festival, la oferta de actividades (muchas gratuitas) es tremenda: desde talleres para aprender a ligar hasta lecturas de poemas, pasando por clases de salsa. Quien no se divierta aquí es porque no quiere. Y quien no ligue, también es porque no quiere. En la planta subterránea hay un túnel del amor. O eso intuyo, porque, claro, aquí todo tiene que ver con el amor. Está un poco oscuro. Me meto.
En las paredes hay notas escritas. Son confesiones: “Claire me hizo una mamada en un taxi”, “Amaré a mi madre cada segundo de mi vida”, “Hola, soy Mona y después de 14 años quedando con chicas, cinco años de relación y miles de momentos juntos… confieso que nunca he estado enamorada”. Después de una hora leyendo confesiones de la gente, salgo del túnel y me doy cuenta de que el amor también se explica desde el desamor.
Por ejemplo, Ryan, 25 años, de Londres, dibujó a su pareja miles de corazones… Pero no fueron suficientes para evitar que su relación de tres años acabase.
Después de comer, una voz en off avisa, como si estuviéramos en el supermercado, que la sesión de cine va a comenzar. Proyectan películas clásicas como Grease, Dirty Dancing y Moulin Rouge. Después de sopesarlo durante unos minutos, me meto en la sala. Una maratón de películas de amor es la mejor manera de reforzar mi inglés.
Al festival le falta una semana para acabar. El próximo fin de semana lo cerrarán a lo grande, según cuentan Deborah y Carol. Ellas se casan, junto con otras 70 parejas que han pagado mil libras por un paquete que incluye: ceremonia de una hora y media en el Royal Festival Hall, con coro, fotógrafo, banquete y discoteca por la noche. “¡¡Y también ramo de flores!!”, advierte Carol, riéndose mientras mira a Deborah como si recordaran algún momento del pasado.
David volvió a besar a su novio. Esta vez tenían decenas de cámaras delante y Peter esperó a que el ambiente se silenciase para contestar a la prensa. “Si todos los países ofrecieran a sus ciudadanos gays, lesbianas, bisexuales y transexuales la posibilidad de amarse, de contraer matrimonio, tengo claro que este mundo sería mucho más sano”, declaró Peter. “Este no es el fin del movimiento gay en Reino Unido. Quiero remarcar que somos parte de una comunidad global. Y estamos felices de haber ganado estas batallas, pero no queremos dar la impresión de que todo está hecho”.
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