Los paraísos artificiales de Luisgé Martín frente a una vida que es una mierda
Hoy nos detenemos en ‘El mundo feliz’, el nuevo libro del escritor madrileño Luisgé Martín. Un ensayo en el que su autor revindica la vida falsa, el autoengaño y los paraísos artificiales para soportar una existencia que no es más que “un sumidero de mierda o un acto ridículo”. Mejor vivir en un Matrix inventado que en un valle de lágrimas real. El único valor de lo auténtico reside en su capacidad de provocar felicidad, y ahí, la realidad no sale bien parada. Un libro a la contra y provocador, divertido, lúcido y maravillosamente hiriente.
De un tiempo a esta parte, se han publicado muchos libros que nos hablan de la necesidad de recuperar relaciones “auténticas”. Entre nosotros y con nuestro entorno. Liberadas de una tecnología avasallante y de la mediación sesgada de una industria y un consumo que habrían malbaratado una predisposición genuinamente buena en el ser humano. Si hemos degradado el planeta hasta ponerlo en peligro, y si tenemos relaciones entre nosotros que sólo conducen a la insatisfacción y a la frustración, no es nuestra culpa, sino del sesgo artificial que nos han inoculado durante años. Es hora, por tanto, de pararse a reflexionar y de recuperar la armonía con nuestro entorno. Ahí está la recuperación de Thoreau y la literatura neorrural para constatarlo.
Es una manera caricaturesca de expresarlo, pero refleja una verdad de fondo. No se trata de recuperar el Buen Salvaje de Rousseau, pero sí hay más conciencia de final de la escapada de un estilo de vida. Aunque tomamos más psicofármacos que nunca y seguimos encendiendo el aire acondicionado cuando llegamos a casa, se ha extendido una conciencia del valor superior de aquello que no tiene mediación ni tecnológica, ni química, ni ideológica. Los anuncios nos hablan de alimentos puros, de productos sanos y respetuosos con el medioambiente, y las grandes empresas han incorporado toda esta renacida sensibilidad a sus estrategias de comunicación. Es lo que el consultor Pau Solanilla ha llamado la “república de la reputación” en un libro que acaba de publicar con dicho título. No son buenos tiempos para los baudelerianos paraísos artificiales, aunque acudamos constantemente a ellos.
El escritor Luisgé Martín (Madrid, 1962) ha publicado hace escasos meses ‘El mundo feliz’. Una apología de la vida falsa (Anagrama), un ensayo donde juega a dar la vuelta a la advertencia del autor de Un mundo feliz ya desde el título: “La condición humana es lo suficientemente frágil e insustancial como para que podamos pensar que un mundo como el de Huxley es feliz y deseable”, escribe sin remilgos en las primeras páginas.
El suyo es un libro escrito desde una visión demoledora y pesimista del ser humano y su destino fatal. No hay esperanza, y por tanto, mejor vivir en el artificial Matrix que en el real valle de lágrimas que es la vida. Comparte diagnóstico con Schopenhauer, Cioran y tantos otros pesimistas, pero en Luisgé hay ironía en sus descargas, aunque quizá él lo niegue: “Entre todos los actos crueles que un ser humano puede cometer, el mayor de ellos –perpetrado además por simple instinto o incluso por amor– es sin duda el de engendrar a otro ser humano y transmitirle la experiencia dolorosa y absurda de la vida. En ese acto están contenidos todos los demás. […] engendrar a alguien es al mismo tiempo matarle, y no debe haber distracción ni indulgencia en esto”. Párrafo que recuerda al equívoco que denunciaba otro derrotista como Thomas Bernhard cuando decía que una madre cree que ha parido a un bebé, pero en realidad ha dado vida a un viejo que irá meándose por las esquinas.
Y es que El mundo feliz tendría fácilmente una segunda vida como libro de aforismos para cuando quisiéramos rebajar nuestro entusiasmo ante la vida. Como: “La vida es, en su esencia, un sumidero de mierda o un acto ridículo. No nos salvan la inteligencia ni la educación. No nos salvan tampoco la bondad, ni la honestidad, ni la lucidez ética. Tal vez lo único que pueda salvarnos es la mentira, el engaño”. O: “[Los progresos de todo tipo] únicamente han servido para mejorar lo transitorio, lo anecdótico, lo accidental. Para alumbrar caminos que a la hora de la verdad no conducen a ninguna parte”.
Sin embargo, lo interesante del libro de Luisgé es que no se conforma con su desesperanza, y analiza la pertinencia de la vida falsa. Un autoengaño para el que, merced a las tecnologías y a las drogas cada vez más refinadas, tenemos no sólo derecho, sino la obligación de acudir ante el horror del mundo. Ante este panorama, Albert Camus decía que el único tema filosófico realmente importante era el del suicidio, el de por qué optar por vivir. Para Luisgé, la vida falsa y los paraísos artificiales puede ser un consuelo, el único para los descreídos de la Verdad y los paraísos celestiales. “La felicidad tiene una unidad de medida ilusoria: no existe”. Escribe. “Por eso cualquier cosa que una persona sienta como felicidad es felicidad. Aunque sea falsa, aunque sea inducida, aunque le amanse (o precisamente porque le amansa), aunque la produzca un fármaco, una manipulación genética o una máquina conectada a su cerebro. Para buscar un mundo feliz tenemos al menos que inventar la felicidad, confiar en las sensaciones”.
Pero la vida falsa tiene muchos enemigos. No es sólo porque vivamos un momento de revalorización de lo así llamado “auténtico”, como decíamos. Sino que lo artificial en relación con la finalidad de nuestra vida está reñida con la propia visión que la modernidad estableció del ser humano. No digamos ya con las dibujadas por los relatos religiosos. Como dice el autor, “la paradoja será extrema: tendremos que dejar de ser dioses para ser finalmente felices” y, “tal vez, por tanto, la única solución política sea la que siempre hemos dado por cierto que era el peligro: la deshumanización radical”. En resumen: “Esa es la premisa epistemológica: hasta que no se despoje al ser humano de su mística espiritual, de sus atributos divinos, no habrá posibilidad de transformar realmente las estructuras sociales y de admitir algunas intervenciones que contrarían la ética milenaria; hasta que no aceptemos que somos solo una agrupación compleja de células, no tendremos capacidad política de hacer una revolución verdadera”.
Un libro a la contra y provocador, divertido, lúcido y maravillosamente hiriente.
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