Fernanda Trías: «Nos imponemos un peso muy grande por triunfar»
Escritura de retazos, de collage, de impresiones, de flashes, descoyuntada a veces, tan en boga. Así es ‘La ciudad invencible’, el nuevo libro de Fernanda Trías, escritora uruguaya afincada en Nueva York, que ha publicado recientemente Demipage. Un testimonio oblicuo, una crónica muy personal, claustrofóbica a menudo, de Buenos Aires.
Sin darte cuenta, porque te lo administra en chupitos, Fernanda Trías, autora de novelas como La azotea y Bienes muebles, nos vuelve a hablar mucho en este libro de callejones sin salida, de situaciones-trampa, de emboscadas, de espacios donde resulta difícil tomar aire, respirar. De claustrofobias en la vida, de situaciones personales de las que deberíamos salir corriendo, pero no nos damos cuenta… O no sabemos cómo hacerlo… A partir de diez trozos de La ciudad invencible, hemos compuesto esta entrevista, nuestro formato Text 10, con la escritora, a su paso por Madrid. Las respuestas, enviadas por mail, son literatura en estado puro.
1) «El miedo se había convertido en mi Odradek («tengo miedo de mí mismo»); el miedo era esa costra negra que se acumula entre los azulejos del baño, era la mugre endurecida dentro de mí, mis propias articulaciones, de modo que no podía vivir sin él, pero anquilosada como estaba, tampoco podía moverme».
¿A qué le tiene miedo Fernanda Trías?
A fosilizarme, a que mi escritura permanezca inmutable, como esos fetos que se guardan en frascos de formol. A la condena de la repetición que Freud ha echado como un embrujo sobre nosotros. A encontrar un lugar cómodo del que ya no quiera moverme, a decir: “hasta aquí he llegado”. A volverme cínica. A escribir por obligación, por dinero. A perder la capacidad de que la literatura me siga sorprendiendo. A no poder leer.
2) «Dibujé una casa con las ventanas chanceadas y sin chimenea. Dibujé una familia disfuncional, sin padre y sin perro. Dibujé una persona con orejas, sí, solo que sus manos eran demasiado pequeñas, apenas un garabato en la punta del brazo, y sus pies desproporcionados. Hice rayas, círculos, arbolitos cagados por pájaros, huevos en las ramas».
Si te pidiera que hicieras un dibujo de tu situación ahora mismo, de ti y de todo lo que te rodea, ¿qué nos dibujarías?
Haría un dibujo como los de Sol LeWitt, líneas disparadas en distintas direcciones que se entrecruzan y rozan un centro luminoso. Se trataría de una estructura geométrica engañosamente simple, un dibujo sobre una pared, temporal, que dure hasta la próxima lluvia.
3) «¿Qué es lo último que querrías ser? Una botella de plástico. ¿Y además de una botella de plástico, qué otra cosa no querrías ser? Una gallina».
¿Qué es lo último que querrías ser tú, Fernanda?
Una gallina alimentada con comida de perro en un gallinero industrial. Algo que nadie quiere, una botella de plástico que tardará años en degradarse y contaminará el planeta. Un vaso de poliestireno, que no sólo es descartable, sino que además arruina el gusto del café.
4) «Buenos Aires te digiere, pero antes tiene que masticarte».
Aparte de esta máxima, descríbeme en dos líneas Buenos Aires.
Buenos Aires es un animal ignorado por la ciencia, un animal que no se deja diseccionar, que muta una y otra vez. Por eso cualquier intento de describirla está condenado al fracaso.
5) «Sobre la mesa ratona, una planta que no recibiría jamás otra luz más que el brillo enfermo de los tubos fluorescentes, tenía un cartel clavado en la tierra: «Soy una planta, no un cenicero». Sentí un escalofrío que achaqué a la falta de ventanas; el aire y la sangre igual de estancados, igual de quietos».
¿Qué situaciones o espacios te producen escalofrío, agobio, claustrofobia, ganas de salir corriendo?
Los aviones, no hay nada más contra natura que estar en el aire, sobre un aparato que no podemos controlar, casi inmóviles y con oxígeno prestado. O encontrarme en una reunión llena de escritores que hablan sobre el mercado editorial, los adelantos, los premios literarios y otras formas irrelevantes del éxito. O tener que sentarme al aire libre, bajo el sol, en un lugar sin ninguna sombra. Estar expuesta a la mirada de los otros en casi cualquiera de sus formas, la más radical e implacable de ellas, las cámaras de video. Tener que hablar en público, por ejemplo, o dar entrevistas, y sin embargo lo hago, por esa ambivalencia de la que pocos pueden escapar. Tal vez debería agregar que esa misma ambivalencia me da ganas de salir corriendo —claustrofobia de las propias neurosis—, pero por desgracia no puedo hacer como el cangrejo ermitaño, que abandona su caparazón y se instala en cualquier otro, incluso en una tapita de botella.
6). «No estaba loca, no, de eso estoy segura. Incluso llegué a pensar que el abandono del marido le sirvió de excusa para otro mucho más terrible, y acaso más digno, el deseo antiguo de entregarse al fracaso».
Explícame esto un poco más; ¿tú crees que hay gente que se entrega gustosa al fracaso?
No diría que la entrega es gustosa, pero puede ser liberadora. Es un peso muy grande el que nos imponemos y nos impone la sociedad de triunfar en la vida, lo que sea que eso signifique. A veces la única salida que nos queda es abrazar la derrota, de manera más o menos espectacular, según cada cual. Pero eso no significa que no se trate de un acto doloroso. La mayoría de las veces uno hace lo que puede, no lo que quiere.
7) «Estoy retraída y silenciosa cuando la abeja vuelve (…), flota un momento sobre mi plato y se posa en un pedacito de manteca de marihuana. Las patas se le pegan, se empantana, y veo cómo se esfuerza por liberarse. Con una pata intenta soltar la otra, pero inevitablemente esa también queda atascada. Saco unas gotas de agua de mi vaso con una cucharita y se las echo encima. Ella se sacude. El horror, el horror. ¿Así sentirás la lluvia? Aletea y parece que por fin va a liberarse, pero no, vuelve a caer; o tal vez simplemente se quede ahí por otro motivo, motivos difíciles de entender para cualquiera, incluso para ella misma».
¿Te has visto o sentido, te ves o te sientes tú alguna vez en una situación similar a esta abeja, atrapada, sin poder liberarte?
Cuando un texto se te resiste. Cuando estás escribiendo algo que de algún modo salió tullido, o nació de una deshonestidad (y por lo tanto está condenado), y no podés encontrarle la vuelta, en buena medida porque aún no te has dado cuenta. Entonces seguís insistiendo, no entendés por qué el texto está opaco, por qué, terco como una mula, no va para ningún lado, mientras vos y tu ánimo se empantanan cada vez más. El empecinamiento con un texto propio es un callejón sin salida; la única salida es dar marcha atrás.
8) «No sé por qué la gente piensa que un espiral es algo bueno. La idea del espiral tranquiliza a la gente. ‘La historia avanza en espiral’, eso me lo enseñó un profesor de secundaria. (…) El espiral es una figura traicionera porque nunca se sabe en qué dirección vamos, si hacia arriba o hacia abajo. ¿Y acaso el espiral tiene fin? La ilusión de movimiento deja a todo el mundo contento, satisfecho».
¿Piensa esto Fernanda Trías sobre la trayectoria de la historia y de nuestras vidas?
En mi propia escritura sí he notado un movimiento (podría llamarle “trayecto”, si no fuera porque esa palabra da la sensación de que hay un lugar al que uno debería llegar, o al menos acercarse) que por momentos se asemeja al espiral, porque se aleja de lo anterior, intenta negarlo, y luego retoma algunos elementos y los trabaja de otra manera. Mi primera novela, La azotea, tenía una estructura completamente redonda, comenzaba donde terminaba, y la historia del incesto transcurría en un espacio interior, cerrado y claustrofóbico. La ciudad invencible parecería ser la antítesis de esa novela, con su estructura fragmentada y sus espacios abiertos. Y sin embargo tienen mucho en común. La asfixia puede extenderse a la ciudad entera, y esta narradora busca otras maneras, tal vez menos radicales, de resistirse a la contaminación del mundo exterior. Un escritor siempre se recicla, explora las tres o cuatro obsesiones de las que no puede escapar, tal vez no como un espiral sino como algo un poco más desprolijo y caótico, un remolino.
9) «No sé cómo se cierra un círculo. Ojalá fuera tan fácil como anudar las dos puntas de una cuerda. (…) No sé por qué a todo el mundo le gusta decir eso: «Cerré un círculo». ¿Por qué se habla de cerrar círculos o etapas como quien cierra un frasco de mermelada? Estamos abiertos; todo sigue abierto, en perpetuo riesgo de infección».
Eso te pregunto yo: ¿Por qué se habla de cerrar círculos o etapas como quien cierra un frasco de mermelada? A ti no te gusta hablar de espirales ni de círculos; ¿cómo te gusta dibujar tu vida?
Como un agujero de gusano, un túnel que conecta distintos puntos del espacio-tiempo. Igual que el agujero de gusano, la vida tiene infinitas posibilidades teóricas. Deberíamos hablar en plural, las vidas. Alguien que escribe ficción entra en el agujero de gusano y nunca sabe qué universo paralelo encontrará del otro lado.
10) «Buenos Aires, la ciudad invencible».
Dame un título y un flash de tus impresiones para Madrid.
Madrid es la ciudad abierta. Sus terrazas, jardines y plazas son como ofrendas a los dioses, que la recompensan con buen tiempo y amabilidad de carácter. Así me impresionó en estos días, pero como toda gran ciudad, seguramente tendrá sus caras ocultas.
Comentarios
Por Majuanma, el 09 octubre 2014
Respecto a lo que comenta del fracaso y la derrota, una refexión demoledora de Roberto Bolaño.
“Yo soy de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota, a la derrota sin apelaciones, pero que hay que salir y dar la pelea y darla además de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel (porque además no te lo darán), e intentar caer como un valiente, y eso es nuestra victoria”.
Por Ola, el 09 octubre 2014
Leí el libro en una tarde noche de Domingo, me gustó y subrayé frases que ahora veo transcritas aquí, era una red flexible, sobre la que caer, fácilmente de olvidar pero que te deja algo inaprensible y que sabes que es verdad.