¿La Casa Encendida o la casa del terror?
Magia, terror, fantasía. Todo cabe en la región inexplorada de la imaginación. Y ese es el recorrido que brinda al espectador la exposición ‘Metamorfosis’ en La Casa Encendida de Madrid, un paseo por el universo de los grandes de la animación cinematográfica Ladislas Starewich (Moscú, 1882-Francia, 1920), Jan Svankmajer (Chequia, 1934) y los hermanos Quay (los gemelos Stephen y Timothy, EE UU, 1947), del que se sale reconvertido, renacido, tras atravesar, como en un ritual de iniciación, el bosque encantado.
Ojos, cientos de ojos de cristal y una increíble colección de insectos remiten en las primeras salas a la obra de Starewich, el entomólogo curioso que manejó las marionetas para recrear los cuentos más bellos de la literatura. Narraciones crueles, fantásticas, realizadas con objetos de taxidermista con los que dio vida en su primera película al combate de dos ciervos volantes, el escarabajo más grande de Europa. Su afición al teatro y a la fotografía, y su formación artística en la escuela de Vilna, en Rusia, donde coincidió con Chagall y El Lissitzky, le llevaron inevitablemente al cine. Rodaba sus historias como el entomólogo en el que se había convertido. Construía marionetas con las que recreaba el cuento de La cigarra y la hormiga (1911), que veían con placer en la corte del Zar. En sus películas consigue que los leones vuelen, o que el el zorro dialogue con lobos, gatos y osos. Fue la creación del perro Fetiche, por la que se interesaron los productores de Hollywood en la década de los 30, una serie de aventuras protagonizadas por un chucho que actuaba como humano, la obra que le proporcionó dinero y fama.
Comisariada por Carolina López Caballero, estudiosa y promotora del arte de la animación, Metamorfosis, producida conjuntamente por La Casa Encendida y el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), presenta en profundidad las visiones fantásticas de estos cineastas, los padres espirituales de Tim Burton o Terry Gilliam, con un universo común en el que conviven la inocencia, la crueldad, la voluptuosidad, la magia y la locura. Y ese mundo tan personal la comisaria lo ha enmarcado plásticamente en objetos, referencias literarias de los hermanos Grimm, Frank Kafka, Bruno Schulz, Lewis Carroll, aguafuertes de Goya (el Disparate Volante), ilustraciones de Doré, acuarelas de Kubin, pinturas de James Ensor o Dalí. La famosa cabeza de Arcimboldo, tan presente en la filmografía de Svankmajer, se exhibe aquí en forma de un pequeño colgante de cristal.
Unidos por la literatura y el mito, los magos de la animación recrean átmosferas misteriosas, extrañas. El gabinete de curiosidades del checo Svankmajer, el artista con más peso en Metamorfosis, articula un discurso potente en su selección de artefactos, fetiches africanos, conchas, sirenas, marionetas tailandesas, cosas diversas que, sostiene Svankmajer, no “importa dónde, cuándo y por quién han sido creados, tanto si los ha fabricado el ser humano como si han sido obra de la naturaleza o bien del azar». «Es la dignidad mágica –que tiene como única función la metamorfosis de la vida- lo que los une”. El octogenario artista heredero de la Linterna Mágica y el teatro de marionetas de Praga, silenciado por el gobierno comunista en los años 70, es un confeso admirador del gabinete que atesoró Rodolfo II de Habsburgo o del de André Breton, el padre del surrealismo, corriente de la que Svankmajer es fiel representante. Y si la animación es un mundo de magia y el animador su chamán, en el caso de Svankmajer él es el rey. Artista, cineasta y poeta, reconoce que los objetos siempre han estado más vivos que las personas; advierte en ellos sensualidad y afirma que “la memoria de los objetos es más larga que la memoria humana”. Grandes y maravillosos carteles de sus películas pintados por su mujer, la artista ya fallecida Eva Svankmajerová, rompen el clímax asfixiante logrado por esas cabezas de barro mostrando los sesos, la máquina masturbatoria protagonista de Los conspiradores del placer (1996) o los mil cachivaches que atesora. Admirador de Allan Poe, del Marqués de Sade o de Freud, Svankmajer, el más fantástico del grupo, sabe llenar de sueños la imaginación del visitante.
Los hermanos Quay recrean en sus Dormitorium, los dioramas empleados en sus películas. Estos “criadores de polvo”, o “creadores de limbos”, como admiten ser conocidos, muestran su afición por la ciencia y la medicina en pequeñas obras ideadas, casi miniaturas, porque para ellos las notas a pie de página y lo minúsculo son puertas de acceso a otro mundos. Pasear entre sus objetos es lo más parecido a internarse en el bosque del lobo o sentir el terror que provoca una calle oscura y desierta. Los Quay llegaron al cine desde el diseño gráfico y sus obras beben de los grandes de la literatura centroeuropea. Su película La calle de los cocodrilos, basada en un relato de Bruno Schulz, es tan perturbadora como un cuento gótico: “Nos parecía que las marionetas eran emisarios del más allá. Parecían enormemente capaces de presentar un mundo intermedio atrapado entre el de un reposo escalofriante y otro perturbadoramente vivo y habitado”.
Son historias de fantasmas, los mismos que reivindica Svankmajer, y les aseguro que al salir a la calle después de visitar la exposición de La Casa Encendida se reciben con placer los rayos de sol sobre la piel. Todo lo demás es cuento y magia.
‘Metamorfosis. Visiones fantásticas de Starewitch, Svankmajer y los hermanos Quay’ puede verse en La Casa Encendida hasta el 11 de enero de 2015. Todos los martes se proyectará una película del ciclo de cine ‘Metamorfosis’. www.lacasaencendida.es
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