Eduardo Goldman: “En Argentina la justicia no llega porque los jueces duermen»”
Sin pretenderlo, Eduardo Goldman lleva escritas tres novelas negras. Teniendo en cuenta que su trayectoria literaria la componen cuatro novelas, cinco libros de humor, dos libros de autoayuda y una comedia dramática, resulta tentador colgarle la etiqueta. Sin embargo, este escritor y guionista argentino, que se mueve entre el humor y la crítica a cada paso, prefiere no hacer distinciones entre géneros. En ‘Como perro que aúlla en la oscuridad’, su nueva obra en clave de novela negra, cuestiona el poder en los medios de comunicación y en la cúpula policial. Poderes al servicio de un gran poder.
“Hay más crímenes que partidos de fútbol”. ¿Cuánto de verdad hay en esta afirmación?
Quisiera creer que exageré, pero no estoy seguro. Lamentablemente, el índice de criminalidad en la novela es muy grande, porque la historia está basada en muchos crímenes y desapariciones. Tiene algo que ver con la realidad, pero obviamente no tanto. En un momento dado uno de los personajes dice que la gente no se preocupa mucho por los crímenes porque hay más que partidos de fútbol, entonces pierden interés. Lo viejo, al ser conocido, hace que la gente se vuelva insensible. Es un dicho que quiere reflejar la historia de ese momento dentro de la novela. Por eso confío en que no sea tan real.
La historia transcurre en Buenos Aires. ¿Es el escenario idóneo para una novela negra?
Sí, porque lo que crítica un poco el libro es justamente la debilidad de la ley. Es el tema de la novela en sí. No una ley en cuanto a lo escrito, sino a su aplicación, porque sus funcionarios no lo están haciendo. Es una gran crítica que se está haciendo en estos momentos en Argentina al poder judicial, que tiene que ver con una mentalidad muy permisiva y deriva de que un juez llamado Zaffaroni ha establecido casi prácticamente que no debería haber nada punible en el fondo. Eso es lamentable, porque ves a muchos criminales que son dejados en libertad y vuelven a delinquir y a matar. Este es el escenario central en el que se basa la novela. Inclusive el principal personaje, el inspector Bonet, es en cierta medida transgresor. Su gran queja es que no hay ninguna ley suficientemente fuerte para violar. Él quisiera hacerlo para poder ir a pelearlo con su identificación de detective, pero ni siquiera le ponen una multa. Así que es un transgresor frustrado por la falta de leyes.
Si no recuerdo mal, el ‘Gallego’ protagoniza en un momento dado un monólogo muy elocuente sobre la falta de voluntad para fijar esos límites.
Es el que transmite verbalmente el tema de la ley, el encargado de ponerlo en claro. No está metido en la trama, pero aparece con un monólogo mientras Bonet está pensando en la chica y el sargento en el perro. Y aunque nadie le da importancia a lo que dice, habla sobre la necesidad de un equilibrio en la tabla de la ley entre lo progresista y lo represivo, porque sin lo segundo no hay forma de establecerla. Y ese es el pensamiento del Gallego, que de alguna manera subyace en la historia.
El protagonista, Sergio Bonet, carga con una mochila de vivencias traumáticas. ¿Cómo se convive con la culpa?
Al principio niega la culpa. Asegura que mató en defensa propia, pero no hay pruebas de que aquella persona tuviera un revólver. Él sostiene esta teoría hasta el final. Entonces busca la forma de reparar esa culpa, que encuentra al final de la novela. Y en ese camino se cruza con Andrea Silberman, una periodista de televisión que lo acusa siempre de gatillo fácil. Pero el destino querrá que ambos terminen trabajando juntos para resolver el caso que está estremeciendo a Buenos Aires: desaparición y asesinatos de tantas personas.
¿Por qué da la sensación de que todos los personajes parecen entender la dignidad como una compañera resentida?
Porque los personajes son dignos y hay una búsqueda de lo mejor de uno mismo: Bonet necesita reparar la culpa que tiene; es tan terrible que tiene que negar su felicidad a ello. La periodista también ha perdido mucho por buscarla, aunque asume su rol con honestidad. El sargento, en cambio, que es sin duda el Sancho Panza que acompaña a Bonet, hace lo que puede. El perro es un ídolo. E incluso el villano muestra al final cierta dignidad y que realmente la sociedad lo fue llevando a lo peor, aunque no tiene excusa.
¿Cuál es el objetivo de arrancar los capítulos con titulares sobre los sucesos del día?
Me sirven para representar el paso del tiempo. Es un calendario criminológico, en el que asocio cada día a un asesinato.
¿Cree que a estas alturas todavía puede sorprendernos algún suceso?
Sin duda. Si bien he tocado la corrupción en los medios, los laboratorios farmacéuticos y la política, siempre se pueden descubrir cosas nuevas, aunque es imposible abarcar todo en una novela. En este caso me limité a contar con los elementos necesarios para montar la trama.
¿Qué trasfondo tiene ir dejando casos pendientes que caen en el olvido?
Lo primero que pasa en la novela es el caso del vengador anónimo que se suicida, y aunque no se vuelve a hablar más de él, desata toda la trama volviendo a sembrar la culpa en Bonet. Va apareciendo toda la novela e intensifica esta culpa primigenia. Después, me pareció interesante y más realista que le fueran dando casos y se los quitaran hasta acabar en la trama que nos compete. De todas maneras, algunos guardan relación con otros. Es un pequeño juego al que recurro para ir llevando a Bonet por un camino que desemboca en el caso final.
¿Cómo encaja el periodismo en un ecosistema como el de esta novela?
Andrea está con mucho enojo, porque hay una señora que le aborda en un negocio y le cuenta que su nieto fue asesinado y acusado de comerciar con droga. La señora le hace prometer que va a mencionar el caso no resuelto en televisión para tratar de resucitar la investigación. Andrea le hace caso para cumplir con ella misma y entonces la echan del canal. Se queda perpleja. Y como además muere alguien por ir a investigar ese caso, ella ya no puede dejar de interesarse por lo que pasa. Investiga a través de un vídeo que le ha llegado y descubre la verdad del asunto, que hay algo muy raro que se mueve y no sabe qué es. Por eso decide trabajar con Bonet.
¿Qué le queda a la sociedad cuando pierde la fe en la justicia?
La sociedad argentina reacciona de dos maneras: una con apatía y desconfianza ante la ley; y otra con marchas por los asesinatos, los cuales provocan que los amigos y familiares de las víctimas se manifiesten para ser visibles. Lo hacen porque el gran miedo es seguir siendo invisibles ante la justicia. En Argentina las marchas son casi diarias, por casos muy comunes lamentablemente. Pero la justicia que reclaman las familias no llega porque los jueces francamente duermen.
«La falta de voluntad para poner un límite a la delincuencia contagia a la sociedad». Es un diagnóstico difícil de corregir, ¿no cree?
Creo que hay miedo en muchos jueces a pasar por represores. Es una terrible herencia de la dictadura militar, que hacía desaparecer gente y era terriblemente represiva. Es que directamente no había ley. Después se produjo un movimiento aparentemente contrario de permisividad total, buscando diferenciarse claramente de la dictadura, cuando lo único que hay que hacer era respetar la ley. Se llama la ley de la puerta giratoria, donde el ladrón entra por un lado y sale por otro. Cuando alguien te roba tardas más en hacer la denuncia en comisaría que el tiempo que pasa el ladrón dentro. Así, normal que uno ya no denuncie a nadie.
¿El periodismo de sucesos es un servicio público o es puro entretenimiento?
Hay de todo. Hay buen periodismo y hay entretenimiento. El buen periodismo debe ser honesto, no especular y contarte las cosas como pasan. Y en el de sucesos hay cosas morbosas, donde te muestran más la foto del cuerpo que un análisis del tema, y otras en las que se meten seriamente en el tema.
¿Qué le parece el tratamiento mediático que se hace de algunos casos?
Depende del que vea, aunque es típico en todos lados aprovechar una tragedia para ganar audiencia. Creo que el periodismo tiene buenos y malos medios, porque a veces no son los periodistas. Y, como siempre, está el que renuncia y el que resiste. Los seres humanos somos todos diferentes, entonces cada uno tiene su propia conducta. Algunos son dignos y otros no.
¿La maldad es un patrimonio humano?
Yo no hablo de maldad, sino de enfermedad mental. Por supuesto que hay personas psicópatas. En cambio, los perros simplemente están bien o mal entrenados. En el caso de Roy se trata de un perro que sufre. Han matado a su dueño delante de sus ojos y se siente herido y solo. Por suerte, el sargento se encariña de él.
¿Cuál es el sustrato de la novela negra?
Básicamente, la acción y un protagonista perdedor que busca redimirse de alguna manera. A diferencia de la novela policial inglesa, que tiene más intriga y es un poco más aristocrática, aquí la acción predomina sobre la intriga. A mí me gusta mucho el género, si bien no es lo único que escribo. Mis personajes son torturados y perdedores porque creo que son los más humanos que hay. Todo lo contrario que los psicópatas, que son insensibles y les da igual hacer algo bueno que malo. Pueden hacer cualquier cosa terrible sin siquiera sentirlo. En cambio, este tipo de personajes son extremadamente sensibles. A mí estos personajes a lo Hamlet me encantan. Podría crear personajes más sanos, pero me aburriría. Moraleja: yo tampoco soy sano.
Ya ha mencionado dos veces esto de la salud mental, y cuesta pensar que en un país como Argentina, en el que se hace tanta terapia, se muestren tan pesimistas a este respecto.
Es que los argentinos son muy autocuestionadores. Y realmente buscamos entendernos. Buenos aires es una de las ciudades con más psicólogos. Entre ellos yo, que nunca ejercí pero la he utilizado en temas como la publicidad. Buenos Aires es una ciudad con gente muy neurótica. Lo reconocemos y nos divertimos mucho con ello. Por eso el fanatismo con Woody Allen, que fue una de las primeras ciudades donde se asentó su éxito. Allí es un ídolo. Una vez le preguntaron por qué no visitaba la ciudad y respondió que justo porque me quieren no quisiera que cambiaran de opinión. (Risas).
¿Son muy dados también a encumbrar a sus ídolos para dejarlos caer?
Allá, como acá, o sos dios o sos un monstruo. No hay término medio. Nosotros practicamos el deporte de voltear ídolos, que no sé si es argentino o mundial.
¿Pero terminan perdonando?
Sí, tampoco es eterno. También se te puede tirar abajo y subirte al día siguiente. La cosa es que no debería ser así, pero hace falta un aprendizaje para que dejemos de hacerlo. No necesitamos ídolos.
Volviendo al género de la novela negra, es verdad que tiene un público apasionado y otro que nunca lo ha leído y se resiste a ello. ¿Por qué?
Personalmente no hago la distinción entre géneros. Si lo ves desde un punto de vista dinámico, el mismo personaje de una novela negra lo puedes encontrar en el teatro o en una telenovela. Está la pasión, el conflicto, incluso el triángulo quizás. Simplemente creo en la obra que se hace, lo demás es una distinción que a mí no me interesa. Me salieron tres novelas negras, pero no era mi propósito. Lo que a mí me interesa son los personajes y cómo el conflicto les hace avanzar por la historia. Muchos de los que dicen eso capaz que leyeron alguna vez novela negra y no lo saben.
Es cierto que todas las novelas parten de un proceso de exploración del personaje, y en muchos casos de expiación. ¿Pero diría que en el género negro hasta los villanos suelen hacer gala de unas virtudes especiales?
Personalmente tiendo a humanizar a este último, porque hablar de un villano es negar su realidad humana. Llamar monstruo a una persona porque hace monstruosidades tampoco es lógico. Una persona puede ser enferma y cometer atrocidades, no dejar de ser humano. Obviamente tiene que ser castigado y reinsertado en lo posible, pero si le niegas lo humano estás haciendo lo mismo que él, que niega la vida a sus víctimas. Y otra cosa más: la mejor forma de prevenir este tipo de monstruosidades es atender al ser humano para evitar que caiga en esa conducta. Un trato digno que luego no siempre reciben en las cárceles, donde salen peor de lo que entraron. Por eso, personalmente, hasta al villano le doy cierto halo de comprensión. Sin justificación.
Igual está ahí la clave, en que el lector quiere tener un chivo expiatorio.
Es que no es igual, porque yo puedo llegar a entender lo que hace un villano, pero nunca lo voy a justificar. Y eso me va a permitir ser mejor, porque voy a poder ir por la vida entendiendo más a la gente y captando a la persona que pueda cometer alguna villanía. Pero si ponemos alguna etiqueta, corremos el riesgo de ponerla de forma injusta. Las etiquetas sirven para no ver. Hace poco mataron a una persona inocente a la que acusaban de un crimen; no se tomaron el tiempo para que hablara la justicia. Las etiquetas matan porque no nos dejan ver a las personas. Y eso es algo que trato de evitar. Eso no quita que vea al ser humano sufriente y con terribles problemas.
Siento decirle que aquí se queda prácticamente solo, porque la sociedad tiende a simplificarlo todo.
Me encanta estar solo. Hay mucha gente que piensa como yo. Aparte, tengo que ser coherente conmigo mismo. No me importa si voy con la corriente, en contra o me quedo encerrado en la ladera; tengo que escribir lo que siento y como veo las cosas. Si no, ¿para qué escribo? O plasmo lo que pienso o no lo hago. Desde luego no voy a escribir para complacer a otros. Por eso suelo decir que el gran éxito de un escritor es escribir el libro que quería. No sé si mis libros van a ser récord de ventas jamás, pero no les cambiaría una coma. Y uno puede pensar distinto pero gustarle. Al menos todos los que lo han leído dijeron que les gustaba.
¿Cree que hay una corriente para complacer al lector?
Siempre. El otro día, hablando con un agente literario, me contaba que le llamó un escritor para pedirle consejo sobre qué podía escribir. Pensé, ¿es escritor o publicista? No puedo entender que se escriba una cosa para vender, para mí es inconcebible. Cuando uno escribe es para volcar lo que tiene adentro. De hecho escribe casi inconsciente. Se abre una puerta y lo que salga. Pero si no volcás lo que querías, para eso es preferible vender helados. Y te hace bien sacarlo. Uno puede empezar a escribir buscando la fama, pero si esa motivación inicial no deriva en algo más importante, mal.
¿No cree que la escritura calculada pueda tener un efecto sobre el lector?
Se han hecho muchos libros de autoayuda pensando en vender y que han servido al lector. Pero yo personalmente aspiro a algo más: a servir al lector no con ciertas ideas que son vox populi, sino con algo distinto y personal. Y a lo mejor termino ayudándole con algo personal. El otro día leí un libro sobre la vivencia del cáncer, sobre su dolor, y me sirve mucho más que aquel que recurre a fórmulas típicas. Siempre lo auténtico es mucho más penetrante y ayuda mucho más. Es perenne. Porque la persona que escribe con el dolor en la mano es imborrable. ¿Cómo me voy a olvidar por ejemplo de El hombre en busca del sentido si está escrito desde la experiencia más honesta? En cambio, no recuerdo un libro sobre cómo desenamorarse que leí para olvidar a una chica que me dejó de joven. Entonces me sirvió, pero hoy ya lo he olvidado. Todas las experiencias ayudan, pero muy pocas te quedan. Esa es la diferencia.
La realidad es que, pese a todas las críticas, estos libros permiten en cierto modo que los sellos apuesten por otros títulos.
Es un consuelo. Pero yo puedo oír una canción pegadiza y escuchar luego otra de Serrat, con toda esa letras, esa poesía y sentimiento… Y sé que siempre la tengo presente, mientras que las otras se me van. Pero porque lleva dentro lo que canta.
¿Qué es más triste, vivir revolcados en un merengue o resignarse a ello?
Que nos hayamos resignado. Porque vivir en la angustia te sirve para salir de la angustia. En cambio resignarte en ella es mentirte y renunciar a sentir. Acá la pregunta es: ¿qué es más importante, el dolor o la negación del dolor? Lo primero, obviamente, porque tiene salida. La resignación al dolor, no.
¿Hay que escucharlo?
Y serlo. Dejarlo salir para que encuentre su causa, porque en realidad son muchas las razones del dolor. La única forma de salir del dolor es dolorosamente. Y en el fondo creo que nunca salimos completamente de él, porque nuestra condición es dolorosa, precisamente porque constantemente estamos perdiendo a personas cercanas. La vida es maravillosa, pero no está hecha para disfrutar todo el tiempo, sino para sufrir también. Mientras aprecias una flor, a dos metros hay una personas caminando y aplastando otra. No hay garantía para nada. Entonces hay que disfrutar lo más que se puede, pero lo más importante no es el dolor nuestro sino el del otro. Creo que esa es la base de la vida.
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