Charlotte Van den Broeck, la ambigua poeta ‘performer’
Charlotte Van den Broeck es ambigua, poeta, ‘performer’ y… flamenca. Escucharla recitar sus versos en una de sus ‘performances’ es toda una experiencia. También entrevistarla. Una experiencia… indefinida.
La poesía ha sido siempre un lenguaje de tránsito en busca de la evocación. Quizás por eso el mayor elogio que se le puede decir a un poeta es que su poesía parece, simplemente. Si además este ejercicio de aproximación va cargado de imágenes indefinidas, entonces no se puede pedir más.
La poesía de Charlotte Van den Broeck (Turnhout, 1991) reúne todas las cualidades anteriores y alguna más. Esta poeta flamenca publicó Camaleón por primera vez a los 21 años, libro que ahora traduce el emergente sello De Conatus. Desde entonces vive con la sensación de estar constantemente en la casilla de salida. «Recuerdo que cuando envié mi primer libro a la editorial tenía el sentimiento de que ya no lo podía tocar y que era el momento de esperar. Al principio me reconfortaba, pero luego me preocupó tener que volver a empezar y que a partir de ese momento no habría un periodo de incubación ni de descanso. Siempre sería un nuevo comienzo. Las críticas y el reconocimiento se vuelven muy insignificantes ante esa sensación», confiesa.
Al venir del mundo teatral, lo primero que llama la atención de Charlotte es que se la conoce por leer en público, por sus performances. Una vez encima del escenario, entra en acción su capacidad para desplegar imágenes levemente antropomórficas. «La habitación coge fiebre y la noche es la manta de retales. Primero el reclamo después los temblores, así aguardamos las espaldas vueltas el uno hacia el otro. Dos arcos tensados», proyecta en el arranque del poema con el mismo título que el libro.
Esa habilidad para recrear los espacios sin identidad es lo que hace de Charlotte una poeta que «tiende hacia lo indefinido», dice de ella el compañero de fatigas Carlos Pardo. «Su lenguaje no es prefabricado, transita unas zonas siempre cambiantes, y si bien es una escritora muy precisa en esa extrañeza, lo es también por esa capacidad de mostrar siempre un sentido estable. Sorprende también por ser tan deliberadamente ambigua, sutil y que sea popular», apostilla sobre la plenitud y honestidad de su voz.
«Todas las veces que no me ponía derecha derroché centímetros. Nunca aprendí a defender una posición tan solo a abrir de par en par esta boca y proferir una especie de graznido, así de pequeña soy». Estos versos del poema Seraphic Ligth son un ejemplo de la huida que hace Charlotte al fondo de las palabras.
Camaleón atesora sentimientos complejos, momentos en los que el interior se desborda. Como la revisión que hace sobre la relación platónica entre cuerpo y espíritu al ver en el primero un simple paisaje. La autora reconoce que su escritura es el resultado de un proceso febril esporádico. «No escribo todos los días. Necesito un pulso, un latido que me lleve a la dirección correcta. Suena sentimental, pero el deseo de escribir surge de la emoción». Por lo general, esos lapsos suelen ir acompañados de una enorme prolificidad. «Cuando llegan escribir se convierte en una excavación. En ese estado de ánimo me vuelvo muy productiva, pero después quedo parada mucho tiempo».
Estos silencios poéticos pueden llegar a durar meses y encuentran su explicación en la virtud de no tener nada que expresar tras haber escrito hasta el agotamiento, tanto el suyo como el del libro. La misma Charlotte explica que no es poeta por convicción; que la vocación le llegó tarde y «todo buen poema nace de un intento de decir algo que no se puede con un lenguaje normal». Aquí comienza la búsqueda de un lenguaje preciso, capaz de capturar la esencia de una experiencia. «Ahí es donde empieza la poesía, en el punto de insatisfacción con el lenguaje», asegura.
Charlotte anda y desanda por su poesía, sea sobre los escenarios o sobre el folio. Para crearla se sirve de imágenes que a veces encuentra listas para usar. Sorprendente o no, la televisión es una fuente de inspiración. Cuando los poemas están escritos, madura con ellos; recitarlos una y otra vez los mantiene vivos. «Si no hiciese una performance no estaría completa. Creo que escribir y hacer poesía oral es todo parte del mismo arte, es una relación parasitaria, aunque no sé cuál es el parásito y cuál el cuerpo».
Recitar es, por tanto, su forma de escapar de la frustración que supone escribir en la soledad de casa. «Solo puedo expresarme en el escenario, cuando puedo hacer del poema algo colectivo y tengo la esperanza de que llegue a otras personas”.
El antojo de querer reescribir toda su poesía siempre está latente, pero ha aprendido a madurar con el texto. Pese a todo, concluye: «Hay algo masoquista en ese momento de coger un momento y plasmarlo de forma eterna en el papel».
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