Nell Leyshon, la desolación de la guerra y la maternidad
La escritora británica Nell Leyshon, autora de la inolvidable ‘Del color de la leche’ (elegido Libro del Año en 2014 por el Gremio de Libreros de Madrid), publica ‘El Bosque’, novela ambientada en la Varsovia ocupada por el Ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Un relato que habla de cómo una mujer es capaz de enfrentarse a las mayores contrariedades, incluida la guerra, pero le cuesta aceptar la condición sexual de su hijo, lo que le lleva a sentir rabia y frustración.
Contar una guerra es morir una y mil veces. Que el cuerpo yazca muerto a pesar de haber salvado vida. Que la memoria sea un cuarto desordenado y el corazón, un animal incapaz de rectificar su naturaleza. En eso consiste El bosque, la extraordinaria novela escrita por Nell Leyshon (Glastonbury, Inglaterra, 1962): en no hacer distingos entre los vivos y los muertos, en recomponer la historia de un país sosteniendo entre las manos los corazones que laten y los corazones helados, y que la piel de quien lee no los rechace.
El bosque es pura lucidez, una reflexión que se clava en la boca del lector como se clava el invierno en la carne de un sin techo. Zofia y Pawel, sus protagonistas, remontan el dolor de esa manera casi acrobática en que remonta el vuelo un avión que parecía destinado a chocar de manera brutal contra el suelo. Es una historia de cobardes y de sádicos, es la narración de una ausencia, es descubrir que los muertos nos convierten en héroes a pesar de que recemos a diario por estar muertos. Es aprender que mientras dura una guerra cada detalle que ofrece la vida cuenta.
Es aferrarse a los objetos como se aferra un prófugo a un salvoconducto, aunque sepa que está falsificado y tiemble sobre sus manos como solo sabe temblar la mentira que puede matarnos. Es aprender a despojarse de la piel antigua, como dice la protagonista. Es nombrar las pequeñas cosas que nos rodean para no escuchar la cháchara salvadora con que quieren embaucarnos los abismos.
Y para ello Nell Leyshon tiene un sistema infalible y es repartir la imágenes sobre sus párrafos y sus cavilaciones literarias y paraliterarias de una manera en que te llevan de la mano hasta colocarte en el escenario. Y si el escenario es complejo aprieta tu extremidad con energía, y si es más liviano, la acaricia como acaricia la lluvia la espalda extenuado del desierto cuando llega.
El bosque es el trueno que más ruge, y posee una belleza inagotable. Es un tupido análisis sobre el miedo y la dependencia a la que somete la presencia de la guerra en quien la padece. Y los detalles ante los que resulta imposible no claudicar a medida que avanzamos en la narración son pequeñas lenguas que rehacen las emociones y deshacen cualquier posibilidad de ser absorbidas por la norma narrativa.
Leyshon compone las imágenes con una dureza y un énfasis estético que hace que las metáforas manidas fracasen en su intento de traspasar el alma del lector. En El bosque triunfa sobremanera esa memoria tripartita que domina la historia, la memoria de un niño (la memoria de un niño mientras dura la contienda es intocable, lo único intacto de lo que puede disponer hasta que llegue la paz), la memoria de una madre y la memoria de un niño que acaba siendo un hombre y que, a pesar de escapar de la brutalidad de la cruzada fascista, no consigue escapar de un secreto que colocará un muro insalvable entre la mujer que le dio y después le salvó la vida.
Zofía/Sofía será capaz de plantarle cara a una masacre, al asesinato de su familia, a la huida, a la intemperie, a la delación y al abuso callado de su marido –«Ella quería noticias. No esto»–, pero no será capaz de plantarle cara a la condición sexual de su hijo. Esta novela demuestra que ser un superviviente no te aleja de esas pequeñas tragedias que no son atravesadas ni por las balas ni por el silbido ácido y metálico de las bombas.
Pero Leyshon no se conforma solo con hablar de la guerra; habla de muchas más cosas, de lo necesario que es acompañar los sueños de la mujeres, de por qué aplasta el matrimonio la memoria y el cuerpo de una mujer de manera más contundente que la de los hombres. Habla de que la palabra no tiene ninguna validez frente a tu marido a pesar de que haya una guerra. Él viene a buscar el botín caliente y ningún invierno, ni ningún adverbio de negación le harán irse con hambre. Él será también un enemigo y se moverá como un verdugo improvisado y chafardero. Habla de los privilegios que creen tener los ventajistas y que en esta novela no hacen más que chocar contra un muro que le hace burla a la erosión emocional que causa la invasión y el saqueo de un país:
«Te apartaré uno mañana si me regalas una sonrisa.
Las sonrisas no se regalan —responde ella—. Hay que ganárselas».
Habla de la desesperación pugnando contra el miedo, de la sórdida soledad con que la guerra maltrata a quien la sufre.
El bosque es una historia de mujeres valientes. Zofia/Sofía, Joanna, Baba (la usurera rural que nos transporta a los grandes personajes de las novelas rusas) y la abuela son un regalo literario. Ofrecen sombras y luces capaces de resumir la barbarie con esa exactitud con que un boxeador encuentra la zona más débil de su contrincante hasta dejarle sonado para siempre:
«El polvo es la sangre de las casas —dice Joanna—, sale de las heridas».
«Éste es el problema de vivir demasiado: el bucle incesante de la estupidez. Cómo ignoran los seres humanos las lecciones de la historia».
«Ninguna emoción aparece sin causa».
No dejen de leerla porque es como despertar de un sueño denso, casi mortal, y ser capaz de escoger la moneda que sostendrá el futuro sin perder la ilusión, a sabiendas de que todas la monedas del mundo le pertenecen a la inercia.
‘El Bosque’. Nell Leyshon. Sexto Piso. 333 páginas.
No hay comentarios