Pintura y gastronomía, el Thyssen más sabroso
El Museo Thyssen-Bornemisza organiza una serie de visitas con motivo del Gastrofestival Madrid. Son diversos recorridos guiados por las obras de la colección con el tema común de la gastronomía: bodegones, últimas cenas, mercados, retratos, restaurantes…; una combinación de arte y cocina que termina con la degustación de una tapa inspirada en algunas obras de este recorrido. Una de esas experiencias de las que puedes decir que sí te llenan.
Esta ruta por la pinacoteca muestra la relación de los alimentos con diversos ámbitos, desde su valor simbólico-religioso a la demostración de un estatus social o las connotaciones eróticas. Aquí una selección de ocho de las pinturas de un recorrido bien sabroso, a partir de los comentarios de la guía María Cunillera.
Retrato de una joven, de Paris Bordone (1543-1550). Esta pintura propone una alegoría de los sentidos, pero no de todos los sentidos, porque desde muy temprano se estableció una jerarquía. Se consideraba que los sentidos intelectuales, a través de los cuales se adquiere el conocimiento, son la vista y el oído; se asocian con lo masculino. Así que los sentidos femeninos serían el gusto, el tacto y el olfato. Esta joven muestra su piel e induce al tacto, las flores al olfato y las frutas al gusto. Lleva un mono con una cadena, que se suele asociar con el pecado y la lujuria, pero en este caso representa el gusto y la gula. Tales alegorías, muy populares durante el manierismo y el Barroco, contenían a menudo un mensaje ambivalente, al considerar los sentidos como medios para la adquisición de conocimiento, pero también como incitación al pecado.
Adán y Eva, de Jan Gossaert (1507-1508). La manzana es la primera referencia significativa de los alimentos en las Sagradas Escrituras. El fruto prohibido, el árbol de la ciencia. Sin embargo, el texto bíblico no especifica que se tratara de una manzana y, de hecho, otros artistas pintan otros frutos, como el albaricoque o el higo. Aquí se optó por la manzana a causa de una deriva semántica (de malum, manzana en latín, por semejanza con mal). La manzana, desde la mitología grecolatina, estaba asociada con la belleza y el placer, elementos que la cultura cristiana luego consideró pecaminosos.
La última cena, Anónimo Veneciano (1570). Un suntuoso banquete con una escenografía muy teatral. En esta época todo se hace más complejo, más rico y con más elementos, si se compara con otras últimas cenas medievales. Antes, los alimentos se servían en grandes fuentes, pero aquí aparecen ya los platos y los cubiertos. Las copas antes se compartían; ahora cada uno tiene la suya propia. La cena representa una época humanista en la que el individuo empieza a adquirir ciertas cotas de autonomía e independencia en la sociedad, y eso también se refleja en la individualización del comensal. Están celebrando la Pascua judía. Para los judíos es la fiesta del pan ácimo, ese pan a media hornear, denso, llamado pan para los pobres; un alimento que les vinculaba a su condición de esclavos, y también el que comieron en el Éxodo. La primera comida que van a tomar en libertad. También está presente el vino y el cordero que se sacrifica y representa la figura de Cristo.
Esaú vendiendo su primogenitura, de Hendrick Terbrugghen (1627). Cuenta el relato del Génesis que Jacob, conocido después como Israel, compró la primogenitura de su hermano Esaú por un plato de lentejas. Según la tradición, Jacob fue el segundo en nacer de los mellizos concebidos por Isaac y Rebeca. Durante el embarazo, los niños luchaban dentro del vientre de la madre, que recibió el mensaje divino de que dos naciones estaban formándose en su vientre, y que la representada por el hijo mayor serviría al menor. Un día Esaú llegó hambriento de la caza y le pidió a su hermano Jacob un guiso de lentejas que estaba comiendo. Éste, por consejo de su madre, le exigió el derecho de primogenitura a cambio del alimento, a lo que accedió Esaú, despreciando así los bienes espirituales que tal primogenitura implicaba por un beneficio material momentáneo y efímero.
Los bodegones, imprescindibles en la representación de la gastronomía. Las rutas comerciales con América trajeron nuevos productos que se muestran en este tipo de pinturas. Vajillas y productos exóticos como el limón, procedente de países cálidos, o el té, el chocolate y el café. Durante el Siglo de Oro de la pintura holandesa, el bodegón o naturaleza muerta se convierte en un género pictórico autónomo. Más allá de su carácter decorativo, la sofisticada puesta en escena de algunas obras remite a la seducción por lo exótico y al gusto por el lujo de los poderosos que se pueden permitir los más preciados ingredientes como resultado de un lucrativo comercio. En muchos de los bodegones aparece un limón pelado. Parece que la intención era permitir a los pintores mostrar su virtuosismo. Las frutas están representadas en Vertumno y Pomona, de Caesar van Everdingen, pintura en la que Pomona, diosa romana de los árboles frutales, los jardines y las huertas, aparece rodeada de cítricos, higos y melones.
Retrato del cocinero de Georges Washington, de Gilbert Stuart (1795). No era habitual retratar a los cocineros, pero el protagonista de esta pintura es el cocinero de Georges Washington, Hércules, un esclavo. El hecho de que se retratara a un cocinero con la pose habitualmente reservada a la alta burguesía y la aristocracia es una muestra de un cambio en las mentalidades y de la definitiva consideración de la gastronomía como hecho cultural relevante. Algunos testimonios le describen como “un verdadero artista que llegó a las más altas cotas del arte culinario», pero eso no impidió que un día aprovechara un viaje y se fugara. Finalmente, la libertad le llegó legalmente en 1801, según lo dispuesto en el testamento de su antiguo amo.
Manifestación patriótica, de Giacomo Balla (1915). Rojo, blanco y verde son los colores de la bandera italiana, y también de los ingredientes de la pizza margherita (tomate, mozzarella y albahaca) que, según la tradición, fue creada en junio de 1889 por un cocinero de la Pizzería Brandi de Nápoles para honrar a la reina Margarita de Saboya. Aunque el tema de esta pintura nada tiene que ver con la gastronomía, pues forma parte de una serie dedicada a las manifestaciones celebradas en las calles de Roma para pedir la intervención de Italia en la Primera Guerra Mundial, cabe recordar que los provocadores futuristas agitaron la bandera de la revolución en todos los ámbitos de la vida. En 1930 se publicó el manifiesto de la cocina futurista, con el que declaraban su hostilidad a la pasta, a la que acusaron de embrutecer al pueblo italiano. Inauguraron en Turín un restaurante experimental, La Taberna del Santopaladar, donde proponían platos como el antipasto intuitivo, el pollofiat , cocinado sobre cojinetes de bolas que trasmitían el sabor del aluminio a la carne, el salmón de Alaska al rayo de sol con salsa Marte, los meteoritos alimenticios o el carneplastico, sólo aptos para apetitos extravagantes. Todos los sentidos intervenían en la celebración del aerobanquete: diversos perfumes llegaban a la mesa por medio de un ventilador para anunciar cada plato, cuya degustación se favorecía mediante la poesía y la música. En cuanto al tacto, era preciso tocar retales de seda y terciopelo o trozos de lija para participar en una experiencia estética multisensorial.
El recorrido termina con una imagen de Nedick’s, de Richard Estes (1970), la primera cadena de comida rápida que nació en Nueva York en 1920. En esa época se estaba produciendo un cambio radical en los hábitos culinarios como resultado de la transformación de los procesos de elaboración y distribución en la industria alimentaria, motivados por la industrialización, la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo y la falta de tiempo que impulsaba a los oficinistas que trabajaban en el centro de la ciudad a comer tan rápido como les fuera posible. Nedick’s fue la pionera de la comida rápida hasta ser desbancada por McDonald’s en 1937. Sin embargo, no sólo el precio, la celeridad o la funcionalidad contribuyeron a su éxito; también influyó el placer de comer con las manos.
Ah, no, no, el recorrido no termina con la imagen de Nedick’s, sino con la degustación de una tapa: Caballa curada en sal y cítricos sobre pan de vino y confitura de tomates e higos secos. Los elementos que componen la tapa se inspiran en algunas de las obras del recorrido. El pan de vino nos traslada a La última cena. La caballa curada en sal y cítricos evoca los mares del Norte y los mercados representados en el cuadro El antiguo mercado del pescado den Damm, Amsterdam. Y la confitura de tomates secos e higos parte del cuadro Vertumno y Pomona.
Visitas: sábados 7 y 14 de febrero, 12.00 h. Las entradas se pueden comprar online, en el teléfono 902 760 511 y en la taquilla. Precio: 16 euros. Museo Thyssen-Bornemisza. Pº Prado, 8. Madrid. www.museothyssen.org
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