Los sueños y deseos del ‘año pasado en Marienbad’
Entramos hoy en el extraño universo onírico creado por Alain Resnais en la película ‘El año pasado en Marienbad’. Dejen lo racional a un lado y sumérjanse en una de las películas que, en 1961, más revolucionó el lenguaje cinematográfico. Y dedíquenle todo su amor. O parte de su odio.
Que el cine es un arte está claro, cuando menos en concepto, y por ello se le ha venido a denominar el séptimo, sumándose a las seis grandes artes descritas en el Renacimiento: literatura, música, pintura, escultura, arquitectura y danza, viejas conocidas de la historia. Que además es otra cosa, entretenimiento, espectáculo, industria…, tampoco es menos cierto, y es además la razón por la que predominantemente se le conoce.
Como arte, tan sólo tiene una edad de poco más de cien años; y aunque pueda parecernos extraño, los momentos culminantes de cambio y avance no han sido tantos, si prescindimos de las novedades de formato, sonido, color…, es decir, las técnicas; pero nos referimos a las verdaderas mutaciones o innovaciones en la narrativa, en la forma de contar, de relatar, de decir; en fin, de desarrollarse como lenguaje cinematográfico más allá de su estructura meramente contemplativa.
Dicho esto, Un Viernes de Cine quiere hablarles hoy de una de esas películas que rompe con el canon establecido y que se instrumenta, en un salto al vacío, bajo la silueta de una nueva fórmula narrativa. El año pasado en Marienbad (L’année dernière à Marienbad, 1961), de Alain Resnais.
Aventurarse a escribir sobre este trabajo casi puede tomarse como una locura; quizá haya llegado el momento de perder el juicio esperando la primavera. Si no me creen, escuchen lo que decían de su criatura los dos hacedores, Resnais y el escritor Robbe-Grillet (autor del guión), sobre la intención de su obra: «No importaba tanto lo que se relataba, sino cómo se relataba».
Pues bien, esta fascinante creación que algunos han querido describir como una alegoría sobre la muerte o como una clara inmersión en el mundo de los sueños, como la representación pura del deseo, como el perturbador universo de la creación poética o el inmenso y por tanto inabarcable espacio de las ideas, da aún para múltiples interpretaciones más, y, con seguridad, a posibles y razonables argumentos de los que tan sólo usted puede ser el creador.
Pues una historia tan sencilla como bien pudiera parecer su trama, les aviso ya, es únicamente una idea plausible de aquello que podría ser el argumento y nada más. La historia real está dirigida a las emociones del espectador a través de su representación, y a que la desconcertante conjunción de imágenes y palabras tenga un significado en él, huérfano de paraguas de cualquier racionalidad.
Y he aquí lo que parece querer contarnos: En un suntuoso y barroco hotel, un hombre trata de persuadir a una sofisticada mujer de que, el año anterior en Marienbad, donde se conocieron, le prometió que si la esperaba todo este tiempo, abandonaría a su esposo y se fugaría con él. Pero la mujer parece no recordar ni aquel encuentro ni mucho menos aquella promesa.
Tratar de aferrarse a la razón para comprender esta película es fracasar en el intento, ya que esta rareza -imposible poder calificarla de otro modo-, inusual y libre de compromisos, rompe con la estructura cronológica y los tiempos académicos, dejando al espectador desvalido, ante su desconcertante, pero apabullante y hermoso, laberinto físico y mental, como una trampa, un juego a través del cual deberá componer y recomponer la historia bajo su libre voluntad, con su propio hilo de sensaciones.
Para todo ello, Resnais se vale de una puesta en escena minuciosa, cercana a la coreografía, casi una danza, manejando el travelling, la repetición de planos, los saltos de eje y la rotura premeditada del tiempo y el espacio, haciendo conciliar lo narrado en off con lo visualmente mostrado, un experimento nunca antes desarrollado.
La cinta de Resnais es de esas escasas películas que enlazan de manera descarnada la literatura y el arte visual, tomando importancia incluso por separado y envolviéndolas juntas en un soberbio ejercicio cinematográfico. Tanto el guionista como el realizador trabajaron individualmente sin la influencia del otro; una vez escrito el libreto, Robbe-Grillet lo dejó en manos del realizador, que transcribió en imágenes lo escrito, desde su perspectiva más escrupulosa.
Es cierto que El año pasado en Marienbad tiene tantos seguidores como detractores; unos que alaban su carácter innovador, su atmósfera ensoñadora y sensual, su apuesta por un mundo de ideas, de sensaciones…, y otros que abjuran de su carácter pedante, de su falta de coherencia y de su ritmo analítico desasosegante fuera de cualquier convencionalismo.
De ustedes depende adjudicarse uno de los colores; pero si le dan la oportunidad, quizás más de una, observen la impecable fotografía en blanco y negro y en CinemaScope –digna más bien de una superproducción que de un experimento de la nouvelle vague- de Sacha Vierny, fotógrafo de la también indescriptible obra anterior del director, Hiroshima mon amour.
Contemplen una puesta en escena tan fascinante como desconcertante, laberíntica y desproporcionada a veces y no por ello menos embaucadora. «Pasillos, alfombras, estucos, espejos y más pasillos, alfombras…», narra constantemente la voz en off, verdadera protagonista del filme.
Disfruten de la arquitectura, la luz y la penumbra como personajes; cómo olvidar ese jardín de setos triangulares sin sombras frente a las desproporciones de los personajes, personajes objeto como esculturas dentro de un tablero, o el asombroso brillo de las miradas y los labios, la delicadeza de los gestos y la rigidez de los cuerpos y los muros.
Si entran, háganlo precipitándose incluso en el desasosiego, dejándose herir y estremecer por esa música de órgano recurrente, que pareciera salir de los dedos de un Bach ebrio en una noche de composición en fugas. Háganlo todo suyo, como si, aburridos en el metro, jugasen a inventarse la historia de los cuerpos y mentes que les rodean, mezclando sonidos y palabras, miradas y conversaciones, llevándolas al terreno que les apetezca.
Y, si no, ódienla, tiren por tierra cualquier teoría, detesten tanta incoherencia, pero de cualquier forma, no olviden, si la ven, que quizás sin ella no habrían existido El ángel exterminador o El resplandor, gran parte de la narrativa de Scorsese, el mundo de Lynch y muchas otras más.
Y si residen en Madrid y les apetece, corran a contemplarla en pantalla grande en la Filmoteca Nacional durante este mes de marzo.
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Por Luis Betrán, el 13 marzo 2015
EL AÑO PASADO EN MARIENBAD (1961)
“L’année dernière á Marienbad”
¿Qué ocurrió realmente el año pasado en Marienbad?. Rara vez una película ha suscitado polémicas más activas e incluso virulentas. Se llegó a decir que ni tan siquiera el director, Alain Resnais, y el guionista, Alain Robbe-Grillet, estaban completamente de acuerdo: que, según el primero, el año anterior se había producido un encuentro entre los dos protagonistas, mientras que, según el segundo, el episodio entero no era sino una fantasía imaginada por el narrador. Pero esta divergencia no era sino un recurso fríamente pensado, una indicación al espectador de cómo debía abordar la película: es decir, sin ideas preconcebidas. Un destacado crítico francés, Jacques Brunius, afirmó tajantemente tras varios visionados que era la mejor película de todos los tiempos, mientras que otros la descartaron como una pretenciosa película de”arte y ensayo”. Pero hay algo innegable; para apreciarla plenamente es preciso que el espectador se entregue a su peculiar estructura narrativa y a su inimitable estilo.
La primera voz que se escucha en la película es la del narrador, que va diciendo al principio sin que se le entienda muy bien, y luego cada vez más claramente: “una vez más recorro estos pasillos, atravieso estos salones y galerías en este edificio de siglos pasados…”, mientras la cámara recorre morosamente los interiores de un gran hotel barroco. En uno de los grandes salones, el público contempla inmóvil una obra teatral. “Y ahora”, dice la actriz sobre el escenario, “soy finalmente tuya”. Cae el telón. El final de la obra prefigura la entrega de la protagonista de la película al acabar ésta.
Poco a poco, a través de fragmentos de conversaciones, planos de personas cuidadosamente situadas o de grupos estáticos, la película va creando su perturbador universo, que puede ser real o imaginario. Los tres personajes principales comienzan a revelar sus respectivas identidades: la mujer melancólica que se aloja en el hotel junto a un imperturbable hombre que puede ser o no su marido, y un insinuante extraño, el narrador, quién afirma que la mujer le prometió encontrarse con él hace un año. Ella niega conocerle y haberle tratado, pero el extraño prosigue su cuidadosa táctica de persuasión. ¿No recuerda aquella ocasión en la que, paseando juntos por el jardín, resbaló y se rompió el tacón del zapato?. Más adelante, andando el uno al lado del otro, ella se tambalea y se agarra al brazo de él en búsqueda de apoyo. Esta escena está rodada a cierta distancia, por lo que no queda claro si se rompe el tacón o no. ¿Ocurrió ello en el pasado, como afirma él, o es que la historia se repite?. En esta delicada fusión entre pasado y presente no puede haber nada seguro.
La película sugiere muchas preguntas más. ¿No será ese extraño edificio, situado en medio de unos geométricos jardines, un sanatorio mental, y el hombre un psiquiatra que intenta hacer recordar a la mujer una experiencia emocional del pasado que se ha bloqueado inconscientemente en su memoria?. Y sus ropas, típicas del estilo Chanel y correspondientes a un determinado período histórico, ¿no proporcionan acaso una clave para comprender lo que está ocurriendo?. Parece que, en general, la protagonista viste de blanco en las escenas del presente y de negro en las del pasado, pero no siempre es así. ¿Y qué decir de la figura en sombras que parece ser su marido? ¿Lo es en realidad?¿O es su amante?¿Su hermano? Casi siempre se le ve jugando con cerillas y ganándole en el juego al tercer vértice del triángulo, el no menos enigmático narrador.
En un determinado momento, cuando éste parece estar a punto de obligar a la mujer a admitir la realidad del pasado, ella se vuelve hacia su marido y le suplica que no la deje. Su respuesta no puede ser más fría y razonada: “pero si eres tú la que me estás abandonando”. Cuando su predicción se hace realidad, ella le deja sin sentimientos de alegría ni de autorrealización, sino como si estuviese partiendo hacia un destino desconocido. En este enfrentamiento de voluntades y persuasiones, ella parece ser la víctima de un sino inexplicable, que, probablemente, la conduce a la muerte o al olvido.
La eterna fascinación de “Marienbad” radica en que, cada vez que el espectador cree haber encontrado la clave del acertijo, se presenta un nuevo aspecto que echa por tierra todas sus teorías. Por ejemplo, cuando la mujer le pide al hombre que la deje en paz, él se apoya en una balaustrada que se derrumba a causa de la presión. Debe tratarse de una fantasía pasajera, piensa el espectador, y cuando vuelve a verse la balaustrada, estará intacta. Pero ¡sigue rota!¿Refleja esto la inquebrantable convicción del personaje de que su fantasía se ha producido en la realidad?¿No es más que probable que se trate de una metáfora del deseo de la mujer de verse libre del extraño?. Pensándolo cuidadosamente, la segunda explicación parece más plausible. Pero, en lo referente a esta enigmática película lo único que se puede decir es “creo”, y nunca “estoy seguro”.
En sucesivas visiones, “Marienbad”, con sus sutiles claves, su complicada interrelación entre pasado y presente y su representación de una realidad que puede ser simplemente un sueño, adquiere el aspecto de una historia detectivesca. Las siluetas (pues son más eso que personajes) de mueven de manera exquisitamente controlada por el director que demuestra la precisión de un hábil jugador de ajedrez. El mundo onírico en el que transcurre la historia posee la calidad del mejor cuento de hadas, y, al igual que la mayoría de ellos, un cierto toque de amenaza oculta que acecha en todo momento a sus personajes. “Marienbad” es una de las películas fundamentales que nos ha ofrecido el cine. De las más amadas – por la cinefilia – y de las más odiadas – por aquellos que solo van al cine a pasar un buen rato. Resnais juega en su balneario con las mismas cartas que Bergman en “Persona”, Buñuel en “El ángel exterminador”, Antonioni en “La aventura”…………..En lo inaprensible (o no) radica su grandeza. Películas esenciales, imprescindibles, puntos y aparte de la Historia del Cine. Más allá, por tanto, de la obra maestra.
Luis Betrán
Escrito tras enésimo visionado
Por Olga, el 13 marzo 2015
Pues sí que promete esta película con tu artículo Antonio. Está claro que las que mueven por dentro son las mejores, las que producen ese tira y afloja. Innovadora pues. Nos dejamos llevar por tu consejo. La veremos y aceptamos el reto de jugar.
Por Leonor, el 13 marzo 2015
Interesante artículo, recuerdo la película y la extraña sensación de la primera vez que la ví, confieso que no entendía qué era, tras unos años la revisé y caí rendida, supongo que entré en el juego, recomiendo su revisión, es una obra imprescindible. Gracias
Por Juan, el 13 marzo 2015
Durante mucho tiempo fui del color de los que no la soportaban, una segunda revisión, tras conocer otro cine, me hizo cambiar de chaqueta y pasé al bando de los fascinados, Grande y valiente Resnais!
Por Ignacio, el 14 marzo 2015
Completamente de acuerdo con su gran artículo, es una peli tan especial que se la ama o se la odia, aún así es esencial para los amantes del cine visionaria al menos una vez y comprender su importancia en el cine posterior. Gracias de nuevo por acercarnos a las pelis los viernes.
Ignacio