Clara Obligado: “Quería contar cómo salvarse de la dureza de vivir”
Hablamos con Clara Obligado, creadora de uno de los talleres de escritura más activos y prestigiosos en España, de su nueva novela, ‘La muerte juega a los dados’, un libro sobre la nostalgia de la infancia, sobre sentirse continuamente un extranjero, sobre la decadencia de las grandes casas y, ante todo, sobre la imaginación como estrategia para superar la dureza de vivir.
No es casualidad si, al hablar del nuevo libro de relatos de Clara Obligado, La muerte juega a los dados (Páginas de Espuma), uno se equivoca todo el rato y lo llama novela. Esa es la sensación del lector al terminarlo: que ha leído un tipo raro y exquisito de novela, que se devora sin aliento, que emociona, divierte, conmueve, como las novelas clásicas, los culebrones o las nuevas series de la televisión, pero, al mismo tiempo, somete al lector atento a un sofisticado juego de búsqueda, de identificación, incluso de asociación psicológica con sus imágenes de alta intensidad poética. La autora le convierte en un refinado detective de las emociones humanas y de la riquísima variedad de referencias culturales que propone. Desde la novela-río decimonónica a los estereotipos del culebrón popular, el microrrelato, la poética surrealista, Agatha Christie, la saga familiar o Lo que el viento se llevó.
La muerte juega a los dados es un inmenso puzle en el que Obligado ficciona su propia biografía y por el que desfilan la crueldad, la locura, la ambición, los secretos, las mentiras, los sueños y las decepciones de varias generaciones de una familia de la clase alta argentina, su mitificada visión de Europa, la mezcla de orígenes, la dictadura, la mirada de la infancia, la revolución mexicana, cientos de pajaritas de papel, un cadáver en una biblioteca, un pintor sádico, un detective obsesionado, un príncipe polaco, lujo, pasión, la naturaleza batida por el viento… Y, sobrevolándolo todo, la nostalgia de un mundo que no volverá.
Clara Obligado nació en Buenos Aires, en 1950, en una familia de la alta burguesía. A mediados de los setenta, se instaló en Madrid, huyendo de la dictadura argentina, y se convirtió en la creadora de uno de los talleres de escritura más activos y prestigiosos de nuestro país, hoy también en Internet. Aquí nacieron sus dos hijas y aquí sigue viviendo con su pareja, tras nacionalizarse española. Pero, como demuestra La muerte juega a los dados, la escritora se mueve en un territorio propio, mestizo, una frontera entre mundos, tiempos y géneros. Un país singular, donde ha escogido ser voluntariamente extranjera, tras años de exilio, para ser lo más libre posible.
En 1996 recibió el premio femenino Lumen por su novela La hija de Marx. Y en 2012 ganó el Premio Setenil con su libro de cuentos El libro de los viajes equivocados (Páginas de Espuma). Destaca su activa labor como antóloga de microficción, género del que es considerada la introductora en España –Por favor, sea breve 1 y 2 (Páginas de Espuma)-, y de nuevos narradores –Historias de amor y desamor (Trivium).
Nos recibe en su casa del centro de Madrid, rodeada por una gran terraza, junto a sus dos gatos, para hablar largo y tendido de todo ello.
¿Por qué das al lector, al comienzo del libro, la opción de leerlo de forma lineal o salteada, eligiendo los relatos al azar?
Esto es algo muy cortazariano. Con el tiempo me fui dando cuenta. Es un autor que tengo en el ADN, lo leía con 15 años. Yo pido un lector muy activo, que sea capaz de armar conmigo lo que yo he armado antes, y que sea capaz de jugar al mismo juego al que yo jugué al hacerlo. Creo que respeto más al lector de este modo, si le pido que sea coautor, en lugar de darle todo hecho, masticado. Y además creo que es divertido. Es una idea que viene ya de mis libros anteriores. En los últimos –Las otras vidas, El libro de los viajes equivocados, ambos en la editorial Páginas de Espuma– empiezo a armar estructuras cada vez más complejas, y la de este libro es el más difícil todavía. Todo encaja con todo, es como un juego de muñecas rusas.
Cada historia es una pieza en esa construcción. ¿Cómo fue ese trabajo de armado? ¿Por dónde empiezas?
Empecé con el primer cuento y el último, que son el muerto y la solución del enigma, como si fuera una novela policiaca, que se suelen armar así. Luego escribí los cuentos que tenía ganas de escribir, y fui rellenando. Tengo muchos lectores, y se lo daba a leer, y cada vez que me decían “me pierdo”, creaba otro cuento para estructurar. Tardé tres años en escribirlo y un año entero en armarlo, cambiando los cuentos de lugar, poniendo cosas. El lector, cuando acepta el juego, empieza a seguir pistas que no son, por eso tienes que darle con mucha claridad lo que quieres hacer, lo que quieres que él haga.
¿Esa diseminación de pistas era un trabajo que tú hacías a medida que veías que faltaban referencias, para darle un sentido, un itinerario a la lectura?
Sí, pero las pistas tienen un sentido que siempre podría ser otro, aunque llevarían al mismo punto. De todos modos, de los caminos posibles a la hora de dar esas pistas, yo elegí el más fácil. Al principio, hice una propuesta mucho más compleja, y después me planteé que para qué iba a volver loco al lector. Me gusta este aire popular que tiene el libro, es complejo pero lo puede leer cualquier persona a la que le guste leer.
Hablas de experimentar con los géneros, tanto en la forma como en el contenido, y de la libertad que te ha dado tu editor para hacer un poco lo que quieres. De hecho, juegas con géneros muy populares, como el policiaco, el de aventuras, el de misterio, y al tiempo con la autobiografía, la saga familiar y la evocación de un mundo perdido. Yo diría que hay incluso algunos elementos del Realismo Mágico, entendido también como género popular.
Sí, el culebrón. Pero no es realismo mágico, en Argentina no hacemos realismo mágico, somos demasiado urbanos. A mí lo que me gustó de García Márquez –al que cito al comienzo de uno de los cuentos- es esa frase: “Nunca renunciaré a la nostalgia de mi tierra”. A mi tierra sí puedo renunciar, pero a la nostalgia no. Y creo que la nostalgia es lo que constituye todo relato, en realidad. El país puedes dejarlo, pero lo que sientes por ese país te cuesta muchísimo. Este es un libro sobre la nostalgia. Y es una nostalgia compartida, porque es la de la infancia, aunque, como bien dice Benedetti, no seamos sectarios, la infancia puede ser un paraíso, pero también un infierno. Y más bien es un infierno la que se pinta aquí. Me interesa eso y el trabajo proustiano de recuperación de algo que quizá en sí mismo no es tan interesante.
Eso te da la posibilidad de una doble lectura, de una aproximación más popular y una más intelectual del lector
Sí. Yo siempre trabajo en ese campo. A mí lo que me gustaría es ser Cervantes, El Quijote me parece el libro de los libros. Popular y, al mismo tiempo, que cambia la historia de la literatura. Lamentablemente, yo no soy Cervantes. Pero ese doble rasero sí creo que es posible, y tiene que ver con el acercamiento que hay hoy a géneros como las series televisivas, a esa forma de contar, y a los tópicos que la gente entiende. A mí eso me encanta. He sido lectora de Corín Tellado, siempre he leído lo que se llama literatura popular. Lo excesivo, los grandes amores, que están en la tragedia griega, que era también literatura popular, por cierto. Me parece que uno de los errores de las grandes casas hoy es confundir a los lectores con tontos. Es así como los pierdes. Tú puedes escribir Cumbres Borrascosas, que es una gran novela, un gran culebrón, y al mismo tiempo estar cambiando la historia de la literatura. Creo que se puede hacer. Esa es mi apuesta. Otra cosa es que lo consiga.
Es un libro autobiográfico. ¿Por qué en este momento decides contar tu propia vida?
Es un libro de autoficción, no autobiográfico, en el sentido de que no respeta la historia tal cual fue, sino que yo construyo una ficción a partir de mis propios recuerdos. Se lo pasé a mi hermana y no lo pudo leer, porque es demasiado próximo. Se reconoce a mi madre, hay personajes con su propio nombre, hay una carta de mi abuela. En el último cuento directamente soy yo escribiendo. Tengo una historia familiar bastante divertida, y me pareció que estaba bien contarla. Es un poco exhibicionista, si se quiere. Pero los escritores somos libres, ¿no? Tenemos derecho a nuestros recuerdos, a revisarlos. Es una infancia, como decir, muy glamurosa, pero muy dolorosa al mismo tiempo. Y a mi edad creo que he perdido totalmente el pudor con algunas cosas, que este era el momento de contarlas y de ser sincera. El libro me ha ayudado muchísimo, me siento muy bien después de haberlo terminado, como cuando sueltas un lastre.
En esa historia familiar hay secretos, mentiras, misterios…
Y tristezas, sobre todo tristezas, por ejemplo la idea de los niños abandonados en la clase alta. Ese es un tema que yo había tocado mil veces, pero nunca lo había representado así, con todos sus matices. He podido mirar con piedad cosas que yo miraba con dureza en otro tiempo. Yo era más crítica con mi historia familiar, pero ahora entiendo, encajo las piezas, por eso es un puzle, ¿no? Uno lo que hubo de bueno, de malo, de regular. Y ahí va la vida. El libro termina precisamente con esa frase: “Así es la vida”. Yo creo que quería hablar de cómo se salva uno de la dureza de vivir. Creo que ese es el tema del libro. Está en esa frase de Cervantes gloriosa que encabeza uno de los cuentos y que encontré al final. “Confía en el tiempo, que sabe dar dulces salidas a amargas dificultades”. Pensé: ¿esta es una frase reaccionaria, que habla de esperar y conformarse con las cosas? No. Habla de la confianza; si no tenemos confianza, la vida tiene poco sentido. Y confianza en los momentos durísimos, no en los buenos momentos. Yo he pasado varias crisis, por la edad que tengo y la historia que tengo, y sé que de las crisis se sale. Eso es lo que decía Cervantes, y decirlo desde el Barroco y desde su vida, me parece maravilloso.
Volviendo a Cortázar, él decía que las historias más interesantes son siempre dos historias al mismo tiempo. Y esta es una estructura recurrente en todos estos cuentos. Conviven el presente y el recuerdo, un cuento policial, pero también la historia de un familia, etc… Lo que empieza siendo una cosa acaba siendo siempre otra. Hay una presencia de la simetría, la duplicidad, los seres gemelos, los espejos…
Yo trabajo siempre con espejos. El cuento que está en la mitad del libro, que se llama El efecto coliflor, es un espejo, y da la vuelta a la historia. Esto es muy borgiano: algo en mitad de la construcción que la convierte en lo mismo, pero mirado del revés. Hay dos novelas policiacas distintas: la primera, la tradicional, la de Agatha Christie, con su cadáver en una biblioteca, y la segunda, la de Flann O’Brien, el detective se llama O’Brian de hecho, que es totalmente surrealista. Conviven maneras de contar y visiones de la gente opuestas. Eso es lo que me ayudó a trabajar la historia familiar: esto es así, pero podía haber sido de otra manera, o yo creo que es así, pero quizá fue de otra manera. También hay dos visiones de la física, la de Einstein y la cuántica, y la visión de lo femenino y de lo masculino, y la del mundo de las ideas y la de los afectos. Todo el tiempo el libro está diciendo: esto puede ser así, pero también puede ser de esta otra manera. Todo el tiempo estoy discutiendo conmigo misma. Las cosas son blancas y negras. Y al final hay una aceptación.
¿Por qué incluyes la historia del barco bombardeado?
La metí porque es verdad. En ese barco viajaron mis abuelos a Europa. Buscando material e imágenes encontré esta historia del bombardeo, los documentos están todavía clasificados. Una historia absolutamente monstruosa. La pregunta es: ¿cómo se cuenta eso? Y la historia es el minuto luminoso que tiene uno de los personajes que van a morir. Es un cuento muy importante, porque dice algo que el libro dice todo el tiempo: nos salvaremos con la imaginación.
¿Por qué este libro es una colección de relatos y no una novela?
Una de las razones es de carácter comercial: hoy en día hay pocas editoriales de novela que se atrevan con cosas tan distintas. Se buscan textos convencionales. Por eso yo he dejado la novela hace bastante tiempo. Llega un momento en que dices: yo esto no lo voy a escribir, porque ya está escrito. Me fui decantando hacia el cuento, es un territorio de investigación mucho más interesante. Y yo necesitaba un intergénero. Creo que no habría podido contar esta historia haciendo una novela al uso. Por eso hago al principio un homenaje a Lo que el viento se llevó, que para mí es el gran novelón.
¿De dónde viene esa relación con ‘Lo que el viento se llevó’?
Me encanta Margaret Mitchell. Esa frase que está en el libro de “Vive siempre como si el mundo fuera a explotar bajo tu pies“, que le dice su madre. A mí me salvó de muchas cosas, en el sentido de que hay que pelear; si uno no consigue un buen vestido, se lo tiene que hacer con una cortina. Aunque yo no quiero volver a Tara, en este libro no hay esa opción. Y lo que ella cuenta es muy parecido a lo que mí me pasó, la decadencia de las grandes casas; era un texto que me venía muy bien.
En la introducción te sitúas abiertamente en los márgenes. ¿Te sigues sintiendo extranjera aunque tengas la nacionalidad española?
Yo soy extranjera. Decidí incorporarme a mi manera a España. Pero tampoco estoy incorporada en Argentina. A mí me interesa esta trashumancia. Yo vivo en España desde hace mucho tiempo. Pero uno tiene derecho a situarse donde quiere. En la verja, por decirlo de una manera gráfica. Y es cierto que España nunca termina de incorporarte, pero tampoco permite esta situación intermedia. Y yo creo que el arte está siempre en las situaciones más incómodas. Me parece un lugar de búsqueda muy interesante. Y que produce textos distintos.
¿El hecho de ser mujer añade extranjería a esa extranjería?
Sí, es muy parecida la situación. Yo creo que cualquier mujer con conciencia de serlo entiende la extranjería que tiene en un consejo de una empresa, o en cualquier lugar en el que la mayoría son hombres. Como escritora, yo siento lo mismo. Yo soy una negra en un grupo de blancos, una mujer en un grupo de hombres y una extranjera en un grupo de gente nacional. Yo creo que esta incomodidad es la que produce las vanguardias. No me quejo. Creo que tiene su punto de dureza, pero también su punto de interés. Pero si las mujeres escritoras no somos conscientes de que estamos marginadas, lo llevamos muy crudo. Todos los premios de prestigio los reciben los hombres, es una rareza que los obtenga una mujer. Mi manera de ver el mundo no es una manera masculina, yo soy una mujer y no me siento mal por eso. Pero es verdad que siempre estamos explicándonos. Pero el hecho de que las cosas sean un problema no es malo, es bueno para escribir.
¿Cómo ves el mundo literario español, donde se arriesga tan poco?
Yo, en este momento, estoy en una situación comodísima. Me he mantenido al margen del modelo comercial, es una opción, he encontrado un espacio que ha ido creciendo conmigo. Eso es un milagro. A cambio de eso, abandono otra serie de privilegios que tienen los escritores, y por los que podría haber apostado, pero no me interesa. Es un mundo muy corrupto, y los escritores hacen mal en no hablar de ello. Son frágiles, porque uno trabaja y casi no cobra. Pero no está bien criticar la corrupción, por un lado, y aceptarla, por otro. Ahora ocurre menos, porque hay mucho menos dinero. Y luego es un medio muy poco solidario, son muy pocos los autores mayores o establecidos que dan la mano a los autores jóvenes. Lo importante es más el poder que la literatura misma. Y lo otro que para mí falta es debate. Hay exabruptos, pero no debate literario. Pero, por otro lado, es un momento espléndido de pequeñas editoriales. Mientras todo se resquebraja, hay un montón de gente haciendo cosas muy interesantes, gente joven que trabaja de otra manera.
¿Quién te interesa particularmente ahora?
Muchos cuentistas, mujeres sobre todo. Todo lo que se hace en la micro ficción: Isabel González, Carola Aitkin, Nuria Barrios. Los cuentos de Eloy Tizón. Sobre todo me interesa el mundo del cuento.
¿Cómo es tu forma de escribir: metódica, cartesiana, al albur de la vida?
Digamos que yo soy una loca domesticada. Por un lado vengo de una educación francesa, con muchos años de latín y griego, muy seria, muy fría, pero por otro lado estoy mal de la cabeza. Entonces las cosas confluyen cuando voy escribiendo. Soy muy, muy lógica y trabajo muy obsesivamente los textos, pero en la temática, dejo salir cosas de las que yo misma me sorprendo, como ese texto de las gemelas unidas por los pezones que hay en el libro. Cada vez trabajo con más libertad.
Uno de los cuentos más emocionantes es ‘La peste’. Cuando la niña Sonia dice: “Quiero ser escritora, porque quiero contar esto”. ¿Es ahí donde nace la necesidad de contar, de escribir?
Ese cuento es absolutamente autobiográfico, hay algunos datos que no coinciden, pero mi idea era escribir un cuento que pasara en ese verano, que fue cuando mi hermano se enfermó de polio, cuando habían echado a Perón y la clase alta era profundamente antiperonista, el mundo de los criados, cuando mi padre abandonó a mi madre… Está representado todo lo que ocurrió familiarmente, aunque ocurriera en otros momentos. Yo decido ser escritora en el exilio, pero me gustaba mucho la idea de “voy a dar testimonio” de un mundo que se cae. Pero Sonia no puede dar testimonio. Lo dará su hermana, que soy yo misma en el último cuento. Pero me gusta Sonia por su empecinamiento, por ese “no van a poder conmigo”. En eso sí se parece a mí, mucho.
Ella en ese momento entiende el paso del tiempo. Y la comprensión del paso del tiempo es la comprensión del arte.
¿Tú por qué decidiste que ibas a escribir?
Yo creo que escribo para hacer puentes, hago puentes de palabras. Sonia no pudo contar, porque ese mismo mundo la destroza. Pero la voluntad de contar va a seguir.
¿Cómo se enseña a escribir?
Es un trabajo muy complejo. Consiste en meterme en la cabeza de la gente. Cosa que me ayuda muchísimo como escritora. Yo tengo que entrar en la cabeza de alguien para entender su propia lógica. Pero yo no estimulo a la gente para que escriba, yo la acompaño si quiere escribir, que es otro tema. Me parecería suicida estimular a la gente, creo que si no te estimulas tú mismo…
¿El proceso de creación para ti supone sufrimiento?
Yo soy una mujer, no tengo tiempo, siempre he escrito a salto de mata, y cuando escribo, escribo, ni me bloqueo, ni sufro, ni me pasan esas cosas. De todas formas, yo soy una escritora médium, eso lo tengo muy claro, las historias me atraviesan y siento que escribo con mis tripas, pero no hago una exhibición de eso. No tengo grandes sufrimientos, al contrario, me divierto, y en este momento me siento muy bien, cuando termino un libro estoy muy contenta. Yo reivindico el sentido común, es lo que me ayuda a meter la escritura en mi vida de todos los días, que es lo que siempre he buscado. El espíritu romántico se lo podían permitir ciertos hombres muy ricos. Las mujeres, a la vez que han escrito, han cuidado hijos, viejos, trabajan, están pendientes del caldo, hacen ganchillo.
¿De dónde vienen las pajaritas que aparecen en uno de los relatos?
Es mi homenaje a los jóvenes de hoy. Los ponemos en una situación laboral tan penosa, que yo digo: que hagan lo que les dé la gana. Ese cuento en el que aparecen las pajaritas lo que dice es que te salvas por lo inútil, algo tan inútil como una pajarita, que lo único que te va a hacer feliz es tomar la decisión que honestamente tú quieres tomar.
¿Tienes alguna conexión con el surrealismo?
Me gusta por su potencia poética. Y me da mucha envidia esa época. La idea de los Dadá, que prácticamente no tienen obra, pero que son un grupo que piensa, discute, debate, se pelea, tome a unos, eche a otros, me fascina. Y yo he echado mucho de menos eso en España. En mi generación, en Argentina lo había, pero fue aniquilada. Me parece que el arte crece ahí, en el debate.
Comentarios
Por Mercedes Obligado, el 01 abril 2015
No cnozco la historia del barco, de mis abuelos. Exelente reportaje. Felicitaciones!