Javier Ruibal: “El robo del avance social es una ofensa, una agresión»
Javier Ruibal nació en el Puerto de Santa María (1955), pero su alma ha ido recogiendo sonoridades de aquí y de allá, desde el flamenco al jazz. En su último disco (‘Quédate conmigo’) tira de la ironía para denunciar el ladrillazo en Valdevaqueros o la explotación laboral infantil.
Pero sus versos dibujan también vientos de mar y arena, con todo un abanico de emociones, paisajes y sugerencias que más de una vez provocan sonrisas. Este poeta musical gaditano a menudo es citado como uno de los músicos, compositores y cantautores más respetados en la profesión. Su última aventura: una asociación cultural de cooperación con la música africana.
Estamos haciendo esta entrevista por los pelos en el Café Central de Madrid, un espacio que hemos estado a punto de perder.
Pues casi, sí. Primero me alegro por ellos, porque son 32 años haciendo música a diario y que no se haya movido ninguna sensibilidad al respecto para evitar que el contrato de renta antigua los pusiera fuera… Pero parece que se ha dado esta especie de prórroga. Yo encantado de poder seguir tocando en esta casa. Seguramente si fuera otra ciudad europea algo hubiera ocurrido, algún movimiento por parte de estamentos culturales o municipales se hubiera dado. Pero ya sabemos cómo es este país en cuanto a las cuestiones culturales.
¿Descrédito de lo artístico por parte de los estamentos oficiales?
Se juntan varios factores. Hemos caído en una apatía, una indiferencia hacia el hecho hermoso que tiene oír música en un espacio pequeño, en una sala, en un café histórico. Es como pasado de moda. Las modas son ahora mucho más voraces y más caprichosas, y los valores de lo atractivo residen en otras cosas. Entre eso y la desafección que de alguna forma a la música le ha llegado por culpa de las descargas ilegales de Internet, hacen que espacios como éste y otros que se puedan abrir estén en peligro. Son espacios de cultura, tendrían que recibir apoyos. Las ciudades son sus ciudadanos, su parques, sus calles y sus movimientos culturales.
¿Qué banda sonora le pondrías al momento actual que estamos viviendo?
Sería una música un poco melancólica. No digo que la melancolía sea mala ni buena. A veces reconforta si no viene desde la frustración. Pero sí creo que ahora viene desde lo que pudo ser y no va a ser ya nunca más.
Defiendes que un disco es una invitación para ir a ver música en directo. ¿Por qué?
Claro, es que durante un tiempo ha sido al revés, el disco se ha convertido en el protagonista, en el aliciente de una carrera discográfica. La carrera artística de un músico estaba relacionada con ser el número uno en la radio, vender muchos discos. Y, en realidad, debería ser al revés, el disco tendría que ser eso que te recuerda en casa lo bien que lo pasaste viendo y escuchando eso en directo. Pero ya pocos recordatorios se lleva la gente a su casa.
Pero sólo legislar de poco sirve si no se educa en el respeto hacia el valor que tiene una obra creativa.
Hubo un tiempo en que dedicarse a la música o al teatro era una preocupación para la familia porque suponía arriesgarse a vivir una vida de penurias y dificultades. Luego vino la respetabilidad, cuando grandes artistas lo convirtieron en algo productivo y fue bien considerado socialmente, algo digno. Tenía que haberse dado un punto intermedio, ni una cosa ni la otra, pero el ser humano se sube rápido al carro que signifique triunfo, éxito o pelotazo. No se trata de enriquecerse, sino de vivir dignamente de tu trabajo, de poder tener una cantidad de conciertos razonables a un precio de entrada razonable. Si encima llega un ministro que no sé dónde tiene el alma y quita la música de la enseñanza y se va cargando la educación, lo que pasa es que se está produciendo un robo del avance social. Es una ofensa, una agresión.
Tu último trabajo (‘Quédate conmigo’) tardó bastante en llegar. Se ve que no eres de prisas…
(Risas) Sí, prefiero hacer las cosas sosegadamente para no parecerme a mí mismo, incluso. Uno siempre tiene la tentación de hacer una canción que sea hija de otra que fue muy querida. Por ejemplo, la rumba ¡Ay! Pelao, que habla de cantantes callejeros, tuvo éxito y la siguiente rumba la escribí cinco discos más tarde. Me parecía innoble. Y si tengo un Isla Mujeres con unos coros como para acabar en fiesta al final de los conciertos, intento no hacer algo parecido. Y eso a mí me lleva un tiempo, sobre todo porque soy el que las tiene que cantar y tengo que creérmelas toda la vida.
¿Qué distingue una canción que te creas toda la vida de otra que sería de usar y tirar?
Se distingue en el uso que hace un sector del público que prefiere que la música no se le incorpore a sus pensamientos ni a sus reflexiones. Quiere que la música le acompañe un rato, que le haga bailar, conducir con alegría. Ahí hay una música que puede ser sencilla, sin pretensiones y es buena, pero hay otra que intencionadamente se hace de una forma párvula para que no permanezca demasiado tiempo en la memoria de nadie y se pueda sustituir rápido por otra igual que siga dando negocio. Ésa es una orientación intencionada para sólo vender. Podemos ver cómo acapara las radios esa música comercial inmediata. Es música acontecimiento, música de artistas cuyo objetivo es llenar el Palacio de los Deportes. Ésa es la mecánica.
¿Eso te ha llevado a tener tu propio sello para sacar este disco?
Siempre he trabajado con independencia en las compañías que me grababan, nunca he cantado nada que no me haya apetecido ni me han forzado. Es decir, la independencia intelectual y creativa la he tenido. Pero he sentido también una dependencia grande. Cuando yo entregaba un disco, siempre había otras prioridades que mover, las que van en el negocio gordo. Y ahora, al tener mi propio sello, controlo todo el proceso, es cercano, con cariño, con los músicos que yo admiro y que me conocen. Todo dentro de un costo razonable, nada de la locura de una producción de las mías de mis discos de hace años donde el productor podía cobrar un dinero antes de empezar sin que hubiera movido una batuta, en el supuesto de que fuera músico, que no siempre lo eran. Y ahora el intercambio se establece entre tu público y tú. Es mucho más lindo, tienen la gentileza de llevarte a casa, de comprarte el disco en un concierto. Es más limpio, más verdad, no hay más negocio de por medio. Me parece perfecto que otros sigan otras opciones y lleguen a más público. Uno no puede querer que lo quiera todo el mundo. Unos te eligen y otros no, eso es así.
Tu hijo, Javi Ruibal, ha producido tu disco y con él también tienes otro proyecto (Casa Ruibal) junto a tu hija. ¿Se puede decir que les has dejado un legado musical?
Lo sigo viendo como algo sorprendente, no te creas. Uno no piensa en la genética, es una pura sorpresa. Me parece muy bien que hayan elegido el arte, pero lo que sí han vivido desde siempre es que no hay que hacer trampas y no hay que hacerse pasar por lo que uno no es ni avanzar en una carrera profesional a codazos. En todo caso, hay que hincar los codos, estudiar lo que vas a hacer, decidirlo serenamente, encaminar tus pasos. Lucía es bailaora y yo estoy emocionado cada vez que la veo porque trabaja muy duro, es muy seria y muy rigurosa, y Javi ha estudiado con muchas ganas. Una de las cosas más bellas es aprender de los músicos más jóvenes.
Confluyen en ti todas las músicas que te has ido encontrando y metiendo en la mochila. ¿Cuáles son los ramilletes más floridos que conforman el estilo Ruibal?
De todos lados voy cogiendo. Hay músicas que me influyeron antes de empezar y otras que he ido incorporando. Al final, cuando confluyen, puedes darle forma a todo eso. Uno se va pareciendo a uno mismo más que a otra cosa (risas). Hay que procurar no invadir los terrenos de otros, conformar tu propia personalidad musical, administrar todo eso buscando algo nuevo que aportar. Si un verso se caía en una canción, en la próxima no se puede caer… Uno va corrigiendo, aprendiendo, construyendo un mecano cada vez con más sabiduría y menos errores a lo largo de muchos años de carrera. Lo difícil es que uno nunca sabe si es algo concreto. Yo sé que tengo un puñado de canciones que canto y toco. No sé si hay una sonoridad propia, una coherencia conseguida, pero lo que sí me importa es que si dejas caer la aguja del tocadiscos al azar, en cualquier surco de cualquier canción mía, no haya un mal acorde ni una armonía vulgar o un mal verso.
Estar permanentemente vulnerando las fronteras musicales, ¿no es agotador?
En realidad, lo que uno está siempre haciendo es vulnerando las propias fronteras. Al final es superarse, salirse de lo previsible. Y también la necesidad de no estancarse en algo sino estar abierto como una esponja y que cada vez entren más cosas, sin dejarse llevar por la tentación de repetirse o copiarse. Dejar que fluya por dentro.
¿Se puede ser vanguardista y popular a la vez, como han dicho de ti?
Yo creo que con las dosis de prudencia y las dosis de atrevimiento necesarias uno puede coger una canción de sus abuelos, escoger su alma, su pálpito y hacer una canción nueva que guste a los jóvenes y a los mayores. La vanguardia no es romper con lo anterior, es avanzar, pero arrastrando detrás todo el peso cultural y todo el saber acumulado. Como compositor, como cantautor, no dejo de pensar que aquí encima lleva uno la carga de todos los poetas maravillosos que ha habido en este país, el peso de mi lengua, y hay que cuidarlo y no darle patadas, para que ninguno de ellos te pueda dar una colleja (risas). Lo mismo delante de los grandes músicos, instrumentistas, creadores que ha habido y hay en este país: hay que hacer las cosas tan cuidadas como para no sentir vergüenza delante de ellos.
En tu manera de contar hay siempre mucho sentido del humor, ironía, también en este último disco. ¿El optimismo te viene de forma natural o lo has aprendido?
Sí, soy optimista, igual por pura inconsciencia (risas). Pero es verdad que soy una persona esperanzada, siempre espero que las cosas mejoren. Si en una canción hablo de algo que duele, trato de no echarle más vinagre en la herida, quitarle hierro, tratarlo con un poco de humor. Yo creo que la vida trata de llevarse bien con uno mismo en el sentido de no hacerse demasiado caso ni tampoco machacarse. Ni soy el mejor ni soy el peor. Y pensar en quien recibe las canciones, porque a lo mejor le ha pasado lo que cuentas, hay que intentar que no le duela o, en todo caso, que le duela dulcemente. Si hablo en este disco del trabajo infantil, lo hago con la mirada de los propios niños que, con su locura y su fantasía, me han salvado de lo trágico de su situación. Quería destacar que el alma de esos niños, su risa, está por encima de la explotación laboral, de lo que les pasa. Ahí también cabe el humor.
Como cuando le cantas a la Ley de Costas…
O a Los huérfanos de la Pensión Triana, hablando del dolor que producen quienes se hicieron abanderados de las clases trabajadoras y han terminado en consejos de dirección de empresas que han sido privatizadas y están provocando que la gente se quede sin luz o sin un calefactor. Lo canto con ironía, pero podría ser mucho más duro y hablar con mucho más desprecio, pero no lo hago porque una canción es un objeto artístico, una visión especial.
Te has embarcado en un proyecto de cooperación que tiene que ver mucho con la música africana. ¿Qué es esa asociación llamada El Gulmu?
Todo empezó porque un compañero de instituto muy interesado en África, tras conocer diversas ONG, pensó que podíamos hacer algo en una zona de Burkina Faso. En esa zona hay muchos músicos, bailarines, es increíble, y hemos fundado una casa de la música para actuaciones, les hemos dotado de instrumentación, equipos, medios para ejercer con dignidad. También hay un centro de formación para mujeres. En fin, con idea de que todos esos músicos puedan ganarse la vida ofreciendo la calidad hermosísima de su folclore. Es algo muy ilusionante, al menos una vía para que pueda entrar algún ingreso o se puedan crear puestos de trabajo en una zona tan empobrecida. Se ha construido algo muy bonito. Mira, eso sí que es vanguardia (risas). Ir contra la corriente. Si te dicen que tienes que quedarte en la miseria, ¿qué podemos hacer para avanzar? Potenciar el arte.
De hecho, dice el lema de vuestra asociación que “la cultura es la base para construir una sociedad más justa”.
Es que, además, los artistas africanos están aportando a la música occidental un colorido y unas sonoridades increíbles. Como no tienen tanta capacidad de registrar su tradición sonora, va a llegar un momento en que puede desaparecer. Cada vez que muere un músico africano se pierde una gran biblioteca de tradición oral. La música también cohesiona culturalmente. Su música les embellece y es bonito ayudar a que puedan mostrarla. Es tan estimulante que creo que es una de las cosas más bonitas en las que se puede participar. Ha habido momentos muy hermosos, desde quitar piedras del suelo para construir hasta subirme también al escenario para compartir entre todos nuestros arte.
¿Y cuándo te agarró a ti el duende artístico por la cintura?
Ay, no sé exactamente cómo fue… Tengo conciencia de la fascinación por un objeto: la guitarra que era de mi hermano y yo no la podía tocar porque era muy chico. Yo tenía una fijación con eso y con la radio. Son dos objetos muy presentes. De la radio venía todo lo que a mí me ponía colores en la vida, en un país en blanco y negro.
“Internet ya no me fía y no tengo ni pa’ sellos, que si no, te escribiría”, cantas en ‘Vino y besos’. ¿Eres de carta en papel o de email?
Tanto en la carta como en el email uno puede ponerse divino y parecer lo que no es. Yo prefiero susurrar al oído (risas).
¿Una de las canciones más bellas que has escrito puede ser ‘Para llevarte a vivir’?
Yo creo que sí, una de las más bonitas, emotivas y equilibradas que he hecho. Pero me parece que Baila Lucía, que habla de mi hija (no porque hable de mi hija) pone las emociones y los versos con un mimo y un esmero especial. Está feo que lo diga yo pero las quiero por igual.
Además de “vino y besos”, ¿qué le pide Javier Ruibal a la vida?
Que me siga tratando con la misma benevolencia que me ha tratado hasta ahora. Viendo la cantidad de perversidades que ocurren a diario a tanta gente, salir ileso no es poco.
¿Te sientes reconciliado con todo?
Voy a cumplir 60 años. No siento que los tenga, pero sí siento que moral y mentalmente estoy más formado, más fuerte, más seguro y eso me hace estar en paz. Mientras todo esto ha ido pasando, he tenido dos hijos, he tenido una mujer estupenda dentro de lo que ella y yo habíamos decidido que iba a ser nuestra vida, tengo un sinfín de amigos maravillosos, me voy a cantar donde quiero y cuando quiero. Con lo que estoy enfadado, lo que me ofende, es lo que hacen otros políticamente, eso sí me produce indignación y rebeldía. Pero yo el único problema que tengo es cómo escribir la próxima canción… (Risas)
¿El brindis que aún no has hecho?
Pues levanto mi copa por la igualdad de los seres humanos. Si alguna vez se consigue, prometo dejar de beber.
¿Te puedo pedir algo?
Sí, claro.
Unos versos para ‘El Asombrario’…
(Risas) Ahí van:
Y menos novenas
y menos rosarios
y más prensa buena
y más Asombrario.
Javier Ruibal actúa el 25 de abril en la Sala Galileo Galilei de Madrid.
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