De ovnis y fenómenos paranormales: Arte del ‘más allá’
Julio Verne adelantó el futuro. Leonardo Da Vinci imaginó en el Renacimiento al hombre volador. Y Carl Sagan, el Cosmos. Desde que miró por primera vez el sol, el ser humano se ha planteado si existe vida más allá de lo que conocemos y mucho antes de que llegara ET y la invasión comercial de alienígenas de la mano de Steven Spielberg.
“La Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no podemos vivir siempre en una cuna”. Con esta cita de Konstantin Tsiolkovski (1857-1935), uno de los dos pensadores de finales del siglo XIX que exploraron los secretos del cosmos, Danielle Tilkin, historiadora del arte, responsable de exposiciones como HONNI soit QUI mal y pense (2012), dedicada a Louise Bourgeois, y De ida y vuelta. África (2006), y comisaria ahora de Arstronomy, nos introduce en el mundo del más allá con la promesa de descubrirnos el “encuentro del arte y la ciencia tal como lo han reflejado ciertos artistas”.
La exposición aborda la astronomía desde distintos aspectos: lo astral, lo cósmico, lo científico y lo urológico, a través de fotografías, vídeos, pinturas y esculturas de varias generaciones de artistas, y reflexiona sobre experiencias fantásticas que ya son historia, como los avances espaciales de la URSS que tanto influyeron en la vanguardia de principios del siglo XX. “Pese a no tratarse de una muestra exhaustiva», afirma Danielle Tilkin, «esta recopilación reúne a artistas internacionales de distintas generaciones que, desde la década de 1950, han reflexionado, observado, investigado e interpretado innumerables fenómenos relacionados con lo astral, lo cósmico o lo científico, y que han producido obras en las que la imaginación, la fantasía y la creatividad se adentran en el espacio, la política, la ciencia y la tecnología”.
Cuenta la comisaria que la idea de la muestra le llegó tras una velada con Robert Llimós (Barcelona, 1943), premio Nacional de Artes Plásticas de la Generalitat de Catalunya, en la que el artista habló de su experiencia tras avistar un OVNI en las dunas de Fortaleza, Brasil. “Tengo por costumbre, cuando viajo», escribe Llimós, «llevar conmigo un bloc y un lápiz para poder hacer bocetos de cualquier imagen que me atraiga”. La ocasión se le presentó cuando miró al cielo y vio “una nave suspendida en el aire”. Dibujó sus visiones y las trasladó a las esculturas que se muestran en la exposición, unas cabezas de alienígenas como los que vio, de piel escamosa y ojos negros. “Se me hace difícil pensar en una abducción”, afirma. Llimós cree que se trató de un desdoblamiento de su persona y lo achaca a la respuesta a su escultura Miraestels (Miraestrellas), que señala al cielo desde el puerto de Barcelona donde está ubicada. “Cuando la hice, pensé que entraría en contacto con el más allá y así ha sido”.En la década de los 50, la fiebre ufológica comenzó su despegue. El espacio como metáfora de la huida, de la búsqueda de todo lo que aún está por revelar y explicar. Tras años de negativas, en agosto de 2013, la CIA desclasificó algunos documentos secretos y reconoció la existencia del Área 51, el misterioso complejo en el desierto de Mojave, en Nevada, a 130 kilómetros al noroeste de Las Vegas, en el que, según la leyenda, el Gobierno estadounidense trabajaba con extraterrestres. Tales teorías resultaron ser un fiasco, ya que el Área 51 era una base militar construida durante la Guerra Fría para desarrollar programas de vigilancia y probar los aviones espía U-2 y OXCART, capaces de volar a gran altura, lo que explica por qué los aparatos eran confundidos con ovnis.
Aquellos años de conspiraciones, espías y paranoias alimentaron la imaginación de los artistas que transmiten en sus obras cosas que no se podrán ver nunca. Los astrofísicos «miran al arte», pero «el artista también está mirando a la ciencia» porque intenta «entender, comprender y expresar su propio mundo”, y Danielle Tilkin pone de ejemplo al astrofísico y director del planetario de Nueva York, Neil deGrasse Tyson, divulgador de las teorías del Cosmos, que dio alas a esta teoría cuando aseguró que Vincent Van Gogh sólo pudo pintar su Noche estrellada en contacto con otros mundos.
Para abrir boca en Arstronomy observen el robot Arlikoop, del belga Panamarenko (1940), un simpático humanoide al que sólo le falta saludarte. Artista, ingeniero, poeta, físico, inventor y visionario, Panamarenko lleva 30 años ideando obras que podrían pasar por juguetes de ciencia ficción y que unen la experimentación artística y la tecnológica. Pero otro compatriota, Paul van Hoeydonck (1925), le gana por la mano. Consiguió ser el primer artista en exponer en la Luna por cortesía de los astronautas del Apollo 15, quienes al parecer dejaron allí en 1971 su pequeña escultura El astronauta caído.
En Escultura para ser vista desde Marte (1947), del japonés Isamu Noguchi (1904-1988), la idea es la contraria: que los hombrecitos verdes de grandes orejas se enteren de cuánto arte hay en los terrícolas.
En esta carrera espacial por ver quién ha visto más, las pinturas de Peter Stichbury (Nueva Zelanda, 1969) reflejan la cara atónita de quien ha sufrido un encuentro raro, muy raro. En Anatomy of a Phenomenon, recoge una serie de retratos basados en el célebre avistamiento de ovnis que tuvo lugar en un colegio de Westall (Australia) durante la tarde del 6 de abril de 1966. Poco después, alumnos y profesores recibieron instrucciones de no hablar con nadie de lo que habían visto, y la profesora de Química Barbara Robbins tuvo que entregar a las autoridades las fotos que había tomado.
“Nos convertimos en hombres llevados por el aire, experimentamos una fuerza de atracción hacia arriba, hacia el espacio, que es a la vez ningún lugar y todos los lugares; y una vez que hayamos dominado la fuerza de la gravedad, levitaremos literalmente en plena libertad física y espiritual”. Yves Klein (Francia, 1928-1962) el artista que logró que un tono de azul llevara su apellido, expuso su teoría en una foto célebre, Salto al vacío, en la que consiguió mostrar esa gravedad. Creó el Rocket pneumatique, una maqueta a escala del cohete neumático que cobraba movimiento mediante impulsos de aire; un vehículo sin retorno concebido para los consumidores de lo inmaterial que estaba destinado a desaparecer un día en el vacío. En la exposición, una jeroglífica obra llamada Las concepciones muestra su visión utópica de la vida.
Los fotógrafos siempre se han sentido tentados de captar los cielos estrellados. Los de Thomas Ruff encogen el corazón por su belleza; Thomas Struth documenta con su cámara el Kennedy Space Center, en Cabo Cañaveral. El francés Laurent Grasso (1972) prefiere los fenónemos paranormales y muestra Milagro del sol (Fátima, 2014), una obra que pone a la vista el deslumbramiento de quienes asistieron a los milagros de Fátima, en Portugal.
Pero quien se lleva la palma en expectativas teosóficas es Paul Laffoley (Estados Unidos, 1940). Arquitecto de Harvard, trabajó con el arquitecto Frederick Kiesler y con Andy Warhol, quien lo contrató para ver programas nocturnos de televisión. Comenzó a pintar mezclando filosofía, ciencia, arquitectura y espiritualidad. Seguidor de Gaudí, presentó hace años algo que parece ideado bajo el influjo del hongo alucinógeno. Un proyecto de hotel con una catedral dentro para construir en la Zona Cero de Nueva York, en el gran agujero negro dejado por las Torres Gemelas. Lo tituló Homenaje a Gaudí (2002). No ganó el concurso, pero quién sabe si un día los árabes retomarán la idea del hotel para Dubai con mezquita en vez de iglesia.
Alfonso Borragán (Santander, 1983) investiga lo material. Con Litófagos, una serie de obras basadas en la absorción de piedras, se aproxima al gabinete del Doctor Caligari. Borragán inició una acción colectiva en la que varias personas ingirieron lo que él llamó polvo de meteorito. El resultado es un pedrusco, bautizado como Aerolito, mezcla de piedras y saliva. Como verán, Marte está cada vez más cerca a fuerza de chupar lo que nos envía el espacio.Pero lo más fascinante se encuentra en la última sala. Supermán hace su aparición con Mike Kelley (Estados Unidos, 1954-2010) y sus Botellas de Kandor, unos vídeos con envases de cristal que contienen Kriptonita, la fuerza del superhombre de los cómics. Willian Kentridge (Sudáfrica, 1955) muestra su película Day for nigth (2003), con fragmentos de Viaje a la Luna, del legendario Georges Méliès. La idea partió de una plaga de hormigas en Johannesburgo, Kentridge observaba cómo hileras de insectos exploraban cada noche las baldas de su cocina, se paseaban por la tabla de cortar alimentos por la noche y por la mañana la cocina estaba dibujada por grandes manchas negras en movimiento. ¿Qué hizo el artista? No lo que están pensado, no espolvoreó todo con polvos blancos insecticidas. Su genio le paró la mano. “Al examinar una de estas manchas, me sorprendió el hecho de que las propias hormigas dieran forma a una especie de dibujo protoviviente y las grabé en vídeo”. Los insectos trazan formas, se alinean en formas fantasmagóricas. Kentridge hace dibujos con sus colonias, las guía a través de líneas con almíbar y quiso también enseñarles caligrafía. Pero esto es otra historia.
Tanta agitación cosmológica se complementa con el programa de debates y conferencias que ha programado La Casa Encendida para los días 27 y 28 de mayo. Seis expertos, entre ellos el astrofísico Jacques Vallee, que inspiró a Steven Spielberg su película Encuentros en la Tercera fase (1977), darán las claves para conocer investigaciones, mitos y leyendas de lo desconocido. Y en plan festivo, un ciclo de cine agrupado bajo el título de Marcianadas.
‘Arstronomy’ puede verse en La Casa Encendida de Madrid hasta el 30 de agosto.
Comentarios
Por mvv, el 21 mayo 2015
Me gusta mucho