Ejerced el terrorífico sentido del humor con ‘El Jovencito Frankenstein’
Miedo da hoy en día tratar cualquier tema que implique el humor en su contenido. Más aún si se trata de parodias. Pero quiero recomendarles una película que satiriza y convierte en humor, más blanco que negro en general, más verde que blanco en ocasiones, una obra cinematográfica anterior y una obra literaria como precisa carambola. Hoy nos detenemos en ‘El Jovencito Frankenstein’ (1974), de Mel Brooks.
Nada puede parecer demasiado escabroso en esta cinta, aunque, por favor, piensen que se realizó hace 40 años y que la corrección política extrema de nuestros días no había practicado aún su huracanado regreso, más bien había quedado atrás, obsoleta, confinada a pasadas épocas de encorsetamiento.
No se preocupen, quitando un chiste aquí, una alusión allá, no sentirán en demasía que están pecando contra el decoro o el civismo. Al menos no tanto como en otras obras maestras del humor y la parodia que seguro disfrutaron sin remordimientos, como pueden ser La vida de Bryan, Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? o Plácido, e incluso de otras de no tan clara maestría como Borat, Austin Powers o la españolísima saga de Torrente.
El Jovencito Frankenstein se encuentra felizmente entre las del primer grado, la de grandes obras del humor, la de las más espléndidas parodias.
En 1974 y a partir de una idea de Gene Wilder, con quien co-escribirá el guión, Mel Brooks, conocido ya por películas como Los Productores o Sillas de montar calientes, dirige el que será sin duda el mayor éxito de su carrera cinematográfica, El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein). Parodia- homenaje al clásico relato de la escritora inglesa Mary Shelley y, por encima de todo, al cine de terror de los años treinta, concretamente a los clásicos de James Whale Frankenstein y La novia de Frankenstein(1935).
Brooks, ese director que hasta entonces aparecía como un realizador desbocado, capaz de cualquier cosa por arrebatar carcajadas, muchas veces sin medida, encuentra en esta ocasión, quizás tocado por la varita mágica de la materia prima y del conjunto de compañeros de viaje, la seguridad y la habilidad para afrontar un trabajo que concluirá de manera impecable. Consiguiendo de esta hilarante parodia una historia especialmente conmovedora. Sin ánimo de comparación alguna, estaría bien recordar de vez en cuando que parodia es la obra indiscutible por excelencia de la lengua castellana, El Quijote, y nadie dudará hoy en día que dignifica y pone en valor el tema al cual satiriza, y junto a él tantas obras y tantos autores: el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas, Calderón de la Barca, Leopoldo Alas Clarín, Valle-Inclán, Pedro Muñoz Seca o Jardiel Poncela; ¿por qué menospreciar entonces la sátira y el humor en otros géneros más contemporáneos?
Mel Brooks no tuvo miedo a hacerlo y seguramente por ello se embarcó en tan atrayente historia, tan loca aventura.
Dicha historia, el maravilloso clásico de Shelley y sus versiones cinematográficas de los treinta, son de sobra conocidos, por lo cual no voy a desvelarles nada del argumento de esta comedia tan divertida como nostálgica, pues prefiero que disfruten cualquiera de sus novedades, giros o situaciones, uno a uno, sobre todo aquellos pocos que aún no hayan tenido la fortuna de gozar de ellos.
Puede que piensen que resalto demasiado el término nostalgia en lo que a primera y en última instancia se trata de una comedia, comedia con mayúsculas, pero voy a intentar explicarles el por qué.
El cabezota de Mel, así debieron de conocerle en aquellos tiempos, tenía claro el homenaje que quería implicar a la producción de su película, de tal modo que nadie pudo apearle de su idea de que el filme debería rodarse en glorioso blanco y negro. El realizador insistía sin tregua en que todo debería ser lo más semejante posible a las producciones en las que se basaba, e, igual que la fotografía, deberían ajustarse el resto de los elementos cinematográficos del filme, la dirección artística, el diseño de decorados y vestuario y, por supuesto, la música. Esto le acarreó problemas con la productora Columbia, que se negaba a adoptar un formato en desuso, herido de muerte, pero al cual Brooks no estaba dispuesto a renunciar. Así pues, y ante la negativa de los estudios, optó por no hacerla. Pero la suerte estuvo de su lado (y del nuestro), y poco después la Fox puso a su disposición lo estrictamente necesario para llevar a cabo el proyecto que hoy podemos celebrar. ¡Bien por Mel!
Pero, además, Brooks era un tipo con suerte, y como caído del cielo encontró casi intactos los decorados del laboratorio y castillo con los que se rodaron las películas que ahora parodiaría. De este modo, pudo usar los efectos especiales de las máquinas de alta tensión, e incluso la famosa plataforma elevadora para interceptar los rayos eléctricos. Todo estaba de su lado.
El manejo de mecanismos visuales caídos en desuso, de efectos especiales evidentes, el rodaje absoluto en estudios, casi de manera artesanal, y el ajuste preciso de la música a la acción y a la narración, confirieron a la película ese homenaje y esa nostalgia de la que antes les hablaba. Pero todo esto no la hace anticuada, pues si bien esa manera y ese fondo simbolizan la añoranza y el afecto respetuoso, la historia y la puesta en escena que les otorga el director la elevan a la cima de la modernidad sin contestación alguna.
Esa estrella que pareció tocar a toda la producción se vio coronada por un elenco de adorables chiflados, capitaneados por un Gene Wilder como Frederick Frankenstein en estado de gracia; un Peter Boyle magnífico y entrañable como la Criatura; una Madeline Kahn como Elizabeth, la prometida intocable de Frederick; Marty Feldman como Igor (pronúnciese Eye-Gore), el extravagante e impredecible ayudante; Cloris Leachman como la terrorífica ama de llaves, Frau Blücher; Teri Garr como la descarada y apetecible Inga; Kenneth Mars como el manco inspector Kemp; y la sorpresa especial, un Gene Hackman magnífico en el corto papel del ermitaño ciego. Todos ellos inmersos en la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Gerald Hirschfeld y acompañados por la música, algo más que excelente, de John Morris (cómo olvidar ese solo de violín, Transylvanian Lullaby, leit-motiv de la composición).
Pues bien, todo aquello que deseó Brooks pareció cumplirse: «Yo no quiero que sea sólo divertido… Querría capturar los sentimientos eternos de Mary Shelley y la inquietante y hermosa calidad que James Whale legó en sus películas… Que no sean sólo chistes, que tenga que ver con el comportamiento pues el comportamiento puede ser muy divertido».
Eso y más hicieron de esta película una de las grandes comedias de la historia del cine, una parodia que, a pesar de su hilarante curso satírico, consiguió erigirse en el más respetuoso homenaje a un género y a una época que no podremos dejar de amar.
Les apuesto lo que quieran a que no se arrepentirán si la ven y que disfrutarán como niños con una consola (antes decíamos bicicleta). Aunque, pensándolo mejor, retiro mi apuesta, pues en los tiempos que vivimos siempre habrá alguien dispuesto a rebatir lo irrebatible con tal de ganar. Simplemente véanla y ustedes dirán, pues cada uno es cada cual…
Comentarios
Por Pilar, el 18 junio 2015
Qué magnífica recomendación, volver a esta película es volver a la niñez. Divertida, bien hecha, qué personajes, qué argumento. Me encanta. Gracias. La vemos seguro.
Por Fernando, el 18 junio 2015
Genial, genial, genial! Qué buen recuerdo! Tengo que volve a verla ya!
Por alienbarbos, el 19 junio 2015
Es Fronkostin, Frederik Fronkostin!!!
Por Marian, el 19 junio 2015
Una de las mejores comedias de todos los tiempos, un soplo de aire entrañable, gracias por recordarla.
Por Juanjo, el 19 junio 2015
Fantástica!
«Podría ser peor». — Igor
«¿Cómo?» — Frederick Frankenstein/Fronkonstin
«Podría llover…» — Igor
Por Fernando, el 19 junio 2015
¡Vaya par de aldabas!
Por Agustín, el 19 junio 2015
La vi hace poco, puede ser que un mes.
me eché unas buenas carcajadas, la verdad es que no la recordaba tan divertida. Y fue una auténtica delicia.
Otra recomendación: un cadáver a los postres. no llega al nivel de ésta, pero es todo un clásico.
Por Dolores, el 20 junio 2015
Solo de pensar en ella se me pinta una sonrisa en la cara. Gracias por el artículo.,
M.Dolores
Por Cinefilo Critical., el 19 julio 2019
Humor facil descafeinado y topicazo para gente que se rie aun con «teta, culo, pis, pedo, chocho, caca». Si esto es obra maestra del humor, entonces las malas como serán… Bochornosa pelicula mediocre que mas que parodia, es un insulto.