En tiempos de ruido, un Zurbarán sereno y luminoso
No es el Zurbarán oscuro y adustamente religioso, de monjes, mantos blancos y sombras y penitencias. No es sólo eso. La exposición de este verano del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid nos descubre, a través de 63 pinturas, a un Zurbarán más diverso, luminoso y con más color. Frente a tanto ruido alrededor, regálate unos momentos de belleza tranquila.
Lo explica Mar Borobia, jefa de Pintura Antigua del Thyssen y comisaria de la muestra junto a Odile Delenda, historiadora del arte y experta en el pintor. Tras analizar la imagen que tópicamente nos hemos compuesto del pintor con el paso del tiempo, decidió: «Hay que darle luz».
Y a esa iluminación del maestro de los monjes han contribuido la variedad de obras expuestas y el hecho de que todas estén restauradas, lo que ha llevado a despojarles de las capas de barnices y polvos que las mataban -de conferirles una textura mate- y a desvelar, aparte de la gama de blancos que le hicieron famoso, una paleta elegantísima, desde mostazas a rosas, bermellones, brillantes azules y verdes oliva. Esa es también la razón de que, frente a los tonos oscuros que han servido habitualmente de fondo a los zurbaranes, como en la muestra de Bruselas del año pasado, el Thyssen haya optado por un brillante ocre tostado para las paredes.
Todo un redescubrimiento este Zurbarán, con maravillosas pinturas procedentes, entre otros, del Louvre, el Metropolitan de Nueva York, la National Gallery y el Ermitage, centros de Budapest, Lisboa, Finlandia y Suecia, el Prado, el Bellas Artes de San Fernando y el de Escultura de Valladolid, los museos de Bellas Artes de Sevilla, Cádiz, Bilbao y Oviedo, más la interesante aportación, como destaca la comisaria, de colecciones privadas españolas como las de Arango, Abelló, Masaveu y el Fondo Villar Mir.
Lo que resulta incontestable es que, a pesar de ser un pintor del Barroco, todo en Zurbarán (paciente pacense, 1598-1664) es limpio, claro, elegante, tranquilo, sereno. Sin retorcimientos. Exalta lo esencial. Volúmenes rotundos. De haber nacido dos siglos después, podría haber inventado el cubismo. Nada mejor para estos tiempos de urgencias, ruidos, dobles raseros, trampantojos en las estructuras sociales, políticas y económicas -y no me refiero sólo a los pantojas-, de alharacas y constantes fuegos de artificio… que una visita al recogimiento sencillo que propone el maestro. Seguramente encontremos valiosos momentos de silencio y quietud mirando los pliegues de sus mantos y túnicas, que parecen pesar; mirando a los ojos tan expresivos de sus mártires y santos, que, a pesar de ser iconos de indecibles torturas, lo que proyectan es la serenidad que aporta trascender la realidad más cercana. Ahí está el incombustible misticismo de Zurbarán, que tanto nos impresiona y empequeñece y relativiza cuanto de menudeo sucede a nuestro alrededor.
Han sido cuatro años de preparativos hasta llegar aquí. Y han merecido la pena. Porque realmente es un Zurbarán nuevo, porque más allá de las interpretaciones y las restauraciones, hay un dato objetivo que explica Mar Borobia: «En las últimas décadas ha habido dos monográficas sobre Zurbarán en España. La del Prado de 1988 y la de Sevilla de 1998. En los 17 años que han transcurrido desde la última, se han catalogado ocho nuevas obras del pintor, las ocho están aquí». Son ocho importantes aportaciones que se suman a los tres centenares de lienzos datados como de Zurbarán. Entre ellas, Borobia destaca la calidad de La aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco, procedente de una colección privada de París. Y entre todo lo expuesto, elige el San Antonio de Padua, llegado desde el pequeño pueblo francés de Etreham, en cuya húmeda iglesia permaneció perdido este santo de bellísimos y muy actuales rasgos durante mucho tiempo.
Si uno sabe mirar, y aunque es difícil quitarse de la cabeza el monumental conjunto de la Sacristía del Monasterio de Guadalupe, en el Thyssen descubrirá un Zurbarán más complejo dentro de la sencillez, capaz de trascender a fuerza de cuidar lo pequeño dentro del conjunto, y de crear, sobre todo, sosiego. Hay mil detalles para detenerse. Desde la mirada siempre ausente de un personaje sobre el que volvió una y otra vez, la Virgen María, a su peculiar concepto del Niño Jesús, al que representa con el pelo alborotado y una túnica que le viene muy grande, hasta su cuidado en la representación de los animales. Bastarían los dos Agnus dei (transmutación en mouton del Jesús atado y crucificado), la cabeza de perro del Martirio de Santiago y la cabeza de borrico de La huida a Egipto, procedente de Seattle, para que esta visita a un nuevo Zurbarán mereciera la visita. O la sobrecogedora expresividad de las manos, como las de ese Fray Pedro Machado escribiendo de pie, o las de San Serapio: para este periodista, el lienzo más impresionante de la muestra, llegado desde Hartford (Connecticut, EE UU); muestra máxima de cómo Zurbarán va más allá de las cuitas terrenales y en vez de regodearse en el sadismo del tormento al que fue sometido este santo -le sacaron hasta las tripas-, opta por la expresión de una aceptación que sobrepasa lo humano, a la vez que es genuinamente humano, pues no idealiza el rostro del santo, sino que se ajusta a las facciones de un hombre de la calle, y son rasgos muy de carne y hueso que, por ejemplo, enlazan con los de algunos personajes de un muy posterior Goya. O la sala de espléndidos bodegones que comparte con su hijo Juan, pintor de excepcional calidad cuya vida se vio truncada muy pronto, pues murió por la peste sin cumplir los 30 años.
Zurbarán, al que se rifaban las órdenes religiosas de Sevilla -dominicos, jerónimos, cartujos- para redecorar en el siglo XVII sus conventos de acuerdo con las nuevas modas de la Contrarreforma a partir del Concilio de Trento, que se prolongó de 1545 a 1563 (eran otros tiempos con otros tempos; luego le vendría la competencia de un almibarado Murillo), significa la tranquilidad y el silencio. Y en eso sí que no hay novedades ni reinterpretaciones. Así se ha instalado en la memoria colectiva e histórica. Así que quien este recién estrenado verano quiera huir de los dimes y los diretes, las ansias del día a día, las urgencias y reclamaciones para que hagas esto o lo de más allá, entregues esto o lo otro, que busque un momento para reencontrarse con la propuesta de alguien que pertenece a ese Olimpo en el que reina Bach, el de los genios que nos tocan con lo más humanamente sobrehumano.
‘Zurbarán. Una nueva mirada’. En el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Hasta el 13 de septiembre. Horario ampliado de verano: de martes a sábado: de 10 de la mañana a 10 de la noche; domingos y lunes: hasta las siete de la tarde.
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