Un viaje con canciones bonitas que hacen llorar

Estación de Helsinki. Foto: Mari Ackermann.

Estación de Helsinki. Foto: Mari Ackermann.

Estación de Helsinki. Foto: Mari Ackermann.

Segunda entrega de nuestros relatos de verano. Sardiflor, coordinadora de esta sección, nos trae el viaje/confesión -tan lejano, tan cercano- de una experta en música para bailar en casa, Mari Ackermann.

Para leer escuchando Find The River de R.E.M. (álbum “Automatic For The People”, 1992)

POR MARI ACKERMANN (@Mari_Ackermann)

Una confesión se susurra o se escribe para transformar la vida gracias a una verdad que, como un traje, es una sucesión de tejidos que se superponen sobre nuestra piel y conforman la imagen que proyecta el espejo de nosotros.

El traje de mi vida lo he tejido siempre viajando, trasladándome de un lugar a otro, en sucesivas huidas y anhelos de un mundo mejor. La supervivencia como medio y la búsqueda como fin. Aprendí a tejer en autobuses de línea, donde pertreché mis primeras huidas de ida y vuelta, en esos autobuses con asientos de escay y ventanas correderas que conectaban, por caminos polvorientos, los pueblos más recónditos e inhóspitos de nuestra geografía con otras civilizaciones, o eso, al menos, era lo que para mí representaban las ciudades, otras civilizaciones menos opresoras, menos asfixiantes, libertad de ida y vuelta y la vida de otros, siempre la vida de otros. Allí me inventaba otro yo. Y lo hacía con ínfulas de superioridad, en un mundo repleto de coches, motos, calles, aceras, pasos de cebra, edificios con ascensores y escaparates de colores, lejos del blanco y negro en el que mi vida transcurría. La adicción a esos pequeños viajes se convirtió en el salvavidas al que me aferré en la hostilidad del mundo en el que me habían depositado, donde yo me sentía única y diferente, donde nadar a contracorriente era lo cotidiano, donde el viejo espejo oxidado despedía imágenes oscuras y borrosas.

Con el tiempo, los caminos y autobuses de línea dieron paso a carreteras secundarias y a autobuses de servicio discrecional, o como quiera que se llamen esos autobuses repletos de niños desconocidos que te conducen a sitios donde ya no hay retorno posible, y los viajes y los sueños, aún incipientes, quedan suspendidos en recintos amurallados, lejos de toda suerte de civilización y espejos donde asomarse. El planeta entero confinado en edificios de hormigón oscuro habitados por millones de infantiles huidas, donde la noche y el día se confundían y la armonía del universo era pura utopía. Allí necesité y aprendí a tejer con lanas gruesas y resistentes, que, como escudos de metal, me protegieron de tantas invasiones bárbaras, al tiempo que planeaba fugas que debían entregarme a paisajes repletos de árboles frondosos surcados por carreteras rectilíneas iluminadas por el sol.

La huida fraguó el día que fui capaz de franquear esos muros que me devolvieron al viaje y a los sueños, esta vez a bordo de un tren expreso, de esos que no parecen alcanzar nunca su destino final, donde el traqueteo de las interminables vías acompasaba mis agujas de tejer mientras imaginaba amores imposibles, países lejanos, casas con balcones al mar, bailes interminables a la luz de la Luna, y canciones tan bonitas que hacían llorar incluso a los más necios. Después de un tren vino otro tren, y después otro más, y probablemente más autobuses, más carreteras y trenes, muchos más trenes. Para entonces, el destino ya me había dotado de la mejor arma con la que me enfrenté a todas las batallas que se presentaron en el camino, con ella la vida que me rodeaba podía adoptar múltiples formas que solo pertenecían a mis pensamientos, más reales que el mundo por el que transitaba.

El último tren que tuve que tomar se detuvo por sorpresa una noche de otoño en el muelle de un puerto donde aguardaba en silencio el barco que debía llevarme directa, más allá del mar, de caminos polvorientos, carreteras secundarias, vías de tren desvencijadas y paisajes imaginados, un viaje al que de nuevo me aferré como un polizón fugitivo venido de un país remoto en guerra, sin más equipaje que la ropa que vestía y mis instrumentos de tejer. El trayecto fue lento pero seguro en una larga noche de brisa fresca y olor a salitre. Tejer se tornó metódico y pausado al ritmo que marcaba la fulgurante idea de la tierra prometida con la que tanto soñé, donde la vida se ponía en práctica, donde por primera vez iba a despojarme de parte de mi traje que a esas alturas de mi existencia se había vuelto ya muy pesado, mientras diseñaba el plan definitivo que me apartaría definitivamente de mi errática vida plagada de búsquedas infinitas.

Una vez en tierra firme, descendí arropada por los rayos de un sol desconocido hasta entonces; dueña de mi propio destino, cumplí minuciosamente el plan trazado, me despojé de la ropa, abracé la libertad encontrada, recorrí la isla de norte a sur y de este a oeste, experimenté con nuevos tejidos, formas y adornos, escalé montañas, descendí ríos, compré un sombrero que me protegió del sol, estrené zapatos, caminé descalza, corrí, aprendí a bailar, descubrí playas secretas, nadé hasta la extenuación, sorprendí fondos marinos repletos de criaturas colosales, admiré amaneceres maravillosos, disfruté del olor a tierra mojada, observé estrellas fugaces surcando el cielo, escuché un millón de canciones, bailé la danza de las mil tierras, comprendí otras lenguas, planté árboles, recolecté fruta, arranqué flores, olfateé perfumes, aprecié el silencio, susurré poesías, domestiqué animales, degusté manjares traídos de otros planetas, dibujé paisajes desconocidos, ayudé a ancianos y enfermos, leí historias extraordinarias, me curé las heridas de tantos viajes no elegidos.

Y me identifiqué, esta vez sí, en la imagen de tantos espejos, comprendí la infancia que nunca tuve y jugué a querer y a quererme al tiempo que planeaba ya el regreso.

El trayecto de vuelta lo hice con un billete comprado en el último minuto, en un viejo avión a punto ya de cumplir sus horas de vuelo, firmemente convencida de que el viaje no era cuestión de distancias sino de conquistas, y siempre hacia el interior. Disimulé el miedo a volar, supe que la tierra era grande y diversa, adiviné, donde antes solo había desolación, carreteras rectas y vías de tren anchas, con la sensación de que mi sitio era éste y de que la huida me había llevado al lugar que siempre busqué, y que no era otro que el lugar del que había partido hacía ya muchos años atrás.

Los años han pasado, y otorgo pocos huecos al recuerdo al que ahora me entrego en forma de confesión. Sigo instalada en mi permanente viaje, con la diferencia de que ahora lo hago por placer y en trenes rápidos, bicicletas o aviones de línea regular que me llevan al otro lado de la ciudad o al otro lado del mundo. Ya no viajo sola, me acompañan quienes nunca me hacen sentir una extraña en un país de otros. Mi mundo es ese lugar que tantas veces imaginé, repleto de espejos y reflejos de infinitas formas y colores. Finalmente he comprendido que los amores imposibles, los países lejanos, las casas con balcones al mar, los bailes interminables a la luz de la Luna y las canciones bonitas, que hacen llorar, incluso a los más necios, pertenecen a este mundo y son tan reales como los trajes que no paro de tejer mientras bailo en mi cocina entre destellos de felicidad.

* * *

Sardiflor nos presenta a:

MARICKERMANN

Mari Ackermann y yo nos conocimos en El Asombrario en sus comienzos. Los hechizos musicales de esta Bruja me hacen bailar cuando es imposible. Nos unen las ganas de jugar, los atardeceres y una manera de entendernos que trasciende mares y cielos, muy directa. Es aeronáutica profesional con miedo a volar, periodista frustrada y dueña del magnífico blog musical Bailando En Mi Casa (My Kitchen Is For Dancing) www.bailandoenmicasa.com

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Comentarios

  • Ángel

    Por Ángel, el 02 agosto 2015

    No hay mejor viaje que el que te lleva a encontrarte consigo mismo.

  • Arkano

    Por Arkano, el 05 agosto 2015

    Todas las semanas, en una residencia de ancianos, veo tejer a Cándida; cada día una prenda, cada vez un color. Teje prendas para sus nietos imaginarios. Teje para construir con lana un vínculo falso con esos seres queridos que la olvidaron hace años. Tu relato, me ha hecho darme cuenta de la existencia de un ejército de tejedoras que encuentran en su labor, el soporte y la fuerza para crear nuevos caminos que las lleven donde el mundo real no les permite.

  • Mari Ackermann

    Por Mari Ackermann, el 17 agosto 2015

    Precioso comentario Arkano, muchas gracias!

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