#Confesionesdeverano ‘León’
Llega a ‘Confesiones de Verano’ el relato de quien coordina toda esta serie, Sardiflor, nuestra colaboradora especializada en literatura. Hoy cambia de traje y nos sorprende con un inesperado rugido.
“Una confesión se susurra o se escribe para transformar la vida gracias a una verdad”.
Soy un león, ésta es mi verdad. No es fácil dar conmigo ya. Una mancha de verde injurioso es lo que cualquiera verá en los mapas. Aquí me escondo y continúo contemplando. Quien se acerque sentirá la insurrección del follaje y todo tipo de aromas sospechosos. La humedad es como el abrazo de un Judas. El cielo, límpido. El horizonte es tentación y promesa. No hay lugar para los humanos, aquí son de otros mapas, de otras rutas.
Ramas y monos, monos y ramas.
Los monos van descolgándose de árbol en árbol buscando las ideas enroscadas de cada rama, las que se han desprendido de los muertos. Entre tanto balanceo dejan caer una cohorte de razonamientos a los que vuelven en búsqueda inútil. Me gusta el olor a silencio denso interrumpido y a árbol desentumecido, el respirar de la bruma, las hileras de las hormigas afanosas, que en los labios de cada brisa están presentes la ciruela salvaje y las horas mientras. Aquí las estrellas crepitan en los ojos de las cigarras somnolientas. El verano no quema en la espera ni en la mirada atenta del hipopótamo y las gacelas. Las gacelas también saltan, unas veces corintias y otras, jónicas. Siempre en dirección opuesta a los monos.
Mono, gacela, gacela. Mono, gacela, mono, mono.
Las serpientes brillan bajo el sol. Son las más vestales, se transforman en columnas, suben por los árboles con su sobrio buceo hacia la cima. Intentan arrebatar a los monos sus ideas, sin embargo sólo logran hacerles chillar más.
Mono, gacela, gacela, serpiente, mono, chillido, chillido, chillido, silencio.
Siempre he observado fijamente lo que hay frente a mí, una costumbre. Se ha convertido en un hábito imposible de desterrar. Mis ojos tienen arraigo, el recuerdo de la palabra huida y un cierto sabor a tiempo, a lanza partida y cañones rotos. He venido aquí para descansar. He venido buscando deseos colados entre mis poros. Me gustaría sentir mi verdad descifrada, pero todas mis energías se han oxidado en el viaje. Siento frío por más que todas las plantas se conjuren a cobijarme. El frío viene de lejos y se resiste a abandonarme.
Frío, frío y silencio, frío y espera, silencio.
El frío viene del recuerdo. Mi cuerpo se rebeló, mis poros se ahogaban. Era un dolor ajeno. Me obligaban a interpretar una quietud digna de una danza inmóvil como una verdad que se acepta sin más. Sin rugir ni susurros. Sin sacudir mi portentosa melena, sin rendir venados. Quizás venir hasta aquí no haya sido la mejor de las ideas. ¿Pero a qué otro lugar podía ir? Tantos mapas, tantos libros, tantos discursos grabados. Aquí estaba la única mancha verde irreverente. Yo solo quería volver a mi hogar. Pero hay una parte de mí que se ha quedado en el pasado. El riesgo no es el viaje, es perderse en los laberintos del minotauro y no olvidarlo nunca más, volverse estatua de sal, echar la mirada atrás.
Ausencias, silencios, la humedad helada con sabor a metal.
El viaje fue largo y solitario. Mi amigo no quiso acompañarme. Canto y grava había en su mirada que ya no reconocía como cercana. Yo soy compacto, inquebrantable y recio. Nada me detuvo. Mi camino podía estar habitado de pedriza, cascajo y desierto, nada temía. Una vez que había tomado la decisión, sopesada a lo largo de tanto tiempo no quería volverme atrás. No podía volverme un trozo fragmentado más que por mi osadía. Estaba harto de tanto ruido de basalto, de tanta ignominia toba y caliza, del sabor a metal, del horizonte gris. Temía volverme un holograma.
Rugidos acallados, jaulas, las ruedas de un coche chirrían, pasos a millones y no hay gritos.
Todo estalló cuando vi el mapa. Sentí un bisel en mi espalda. Después fue un libro abandonado bajo mis entrañas. Alguien lo tomó y lo leyó. Se obró un hechizo y me empujó una certeza. Fue entonces cuando empezaron a atormentarme las columnas, las escaleras, los chirridos, frenazos y pasos en falso, las cámaras y hasta la lluvia. La lluvia aquí es tan dulce… De la porfía pasé a la fatiga y a cubrirme de una cierta pátina. Me rodearon cazadores azules. Me encerraron en una jaula de alambradas. Ya había vivido las pintadas y me había jurado no volver a pasar por tales vejaciones. Me fui. Dejé allí aquella ridícula pelota con la que nada hacía, siempre había anhelado un venado clemente. Y vine aquí, a la mancha verde.
Crepita el silencio, fuegos de cantos, estallan las voces de la selva, arde la tierra.
Supongo que mucho habrá sorprendido que uno de los leones del Congreso de diputados desapareciera. Aunque en verdad, no estoy ni tan seguro de que lo hayan notado. Nadie confiesa ya lo evidente en una corte. Quizás aún lo hagan los niños que se imaginaban selvas, horizontes de monos, gacelas y serpientes brillantes montados sobre mi melena. Ahora mi mente descansa en la sabana verde, pronto a rugir eternamente.
Comentarios
Por Nely García, el 21 agosto 2015
En los caminos siempre están presentes todas esas situaciones, o sentimientos que comentas, quizás la ausencia de recuerdos nos impida percibir la verdad silenciosa.
Leones y humanos, caminan hacia el mismo lugar y el trayecto puede resultar aterrador, sorprendente, revelador, o simplemente aburrido, siendo el rugido de la vida una constante.