La locura creativa de artistas obsesivo-compulsivos, médium y profetas
La exposición ‘El ojo eléctrico’ de La Casa Encendida de Madrid es una locura. Un disparate. Presenta 78 obras de 41 creadores pertenecientes al fondo Treger/Saint Silvestre, en São João da Madeira (Portugal), una de las colecciones privadas de Art Brut más completas del mundo. Una ocasión excepcional para acercarnos al dislocado e imaginativo mundo de artistas que se autodenominan profetas, que dicen ser medium y hablan con espíritus y que dan rienda suelta a su creatividad a partir de sus síndromes obsesivo-compulsivos. Olvida todo lo que sabes y entra en lo distinto. Entra aquí.
Bajas a El Ojo Eléctrico, en el subsuelo de La Casa Encendida, y se te abre un mundo de paranoias y alucinaciones que te atrapan. Incluso temes que te absorban. Seguramente no te sonarán de nada las cosmogonías de Janko Domsic y John Urho Kemp, los mensajes encriptados y secretos de Harald Stoffers, Melvin Way y Beverly Baker, y las obras mágicas de Hort Ademeit y Raimundo Camilo. Ni médiums como Madge Gill, Agatha Wojciechowsky, Anna Zemánková, Guo Fengyi, Nina Karasek y Margarethe Held, ni profetas como Aníbal Brizuela y Adelhyd van Bender. Pero si entras en las salas que exponen sus obras, corres el riesgo de que te atrapen y te lleven a un extraño plano más allá de nuestra dimensión. Por eso en esta exposición no vas a encontrar los habituales textos explicativos de las obras. Porque a veces nada se puede explicar. Porque quizá este arte bruto sea el arte más puro, directamente dirigido a las sensaciones y emociones, los afectos, a las vísceras y las intuiciones, sin intermediación ni concurso de razones ni convenciones. Y por eso también, explican Antonia Gaeta y Pilar Soler, las comisarias, “en la exposición hay una intención deliberada de mezclar artistas de diferentes épocas sin un orden aparente para mantener el halo de misterio que albergan”.
Así lo explican Gaeta y Soler: “Estos artistas actúan a menudo como mediadores entre el mundo racional y otro desconocido, hacen un viaje de ida y vuelta entre dimensiones o entre una realidad visible e invisible. Por eso esta exposición trata sobre el misterio, el esoterismo y la presencia oculta en el arte con obras que tienen siempre un componente mágico y trascendental que abre la puerta a discursos fantásticos”.
Son artistas de principios del siglo XX a la actualidad, de difícil clasificación, pero todos abren una puerta “a lo maravilloso, a lo irracional” y pueden encuadrarse bajo ese epígrafe que Jean Dubuffet creó en 1945, Art Brut, para referirse al arte creado fuera de los límites de la cultura oficial, de la cultura normalizada, de la sociedad reglada. El interés de Dubuffet se dirigía hacia las manifestaciones artísticas llevadas a cabo por pacientes de hospitales psiquiátricos, artistas marginales. Una forma de hacer arte que rompía y rompe todos los moldes y clasificaciones; por eso fue tan seguida y admirada por las vanguardias del siglo pasado. Por eso se le llama “el arte de los locos, los medium”. Lo que está claro es que todos tienen una incontenible pulsión creativa, una necesidad irrefrenable de expresarse. Genio y locura.
En la actualidad, el Art Brut ha entrado en las colecciones de los grandes museos del mundo, como el MoMa, el Pompidou o la Tate Modern. Y es una línea artística a la que La Casa Encendida siempre ha mostrado atención; baste recordar la fantástica exposición que le dedicaron hace un año a Jeanne Tripier.
Con ojo eléctrico nos mira el alemán Horst Ademeit (1937-2010), que estudió con Joseph Beuys, pero en un momento determinado de su vida, a partir de un brote psicótico, se desvió de lo normalizado, se encerró y comenzó a elaborar un diario de la obsesión compuesto por cientos de polaroids cuyos márgenes llenaba con sus impresiones escritas con letra minúscula; pasó los últimos 40 años de su vida documentando la existencia de “rayos fríos” y consignando el perjudicial efecto de estos tanto en su propia persona como en su entorno. Esos miles de polaroids y fotos digitales, que numeraba y fechaba, le servían para dejar constancia de sus observaciones cotidianas. Con una letra casi ilegible, anotaba en los márgenes de las fotografías los olores, los sonidos y el ambiente que le rodeaban cada vez que accionaba el disparador. Con ojo eléctrico también nos observaba el alemán, Adelhyd van Bender (1950-2014), un obseso de la acumulación que llenó de artísticas fórmulas nada menos que 12.000 archivadores de 250 páginas cada uno.
Tras la obra de James Edward Deeds (1908-1987), de Springfield (Misuri, EE UU), encontramos la trágica historia de un joven cuyo padre, profundamente autoritario, decidió ingresarle en una institución psiquiátrica a los 17 años tras un violento altercado con su hermano. Deeds pasó el resto de su vida internado y sometido a tratamientos de shock –sin ningún tipo de anestesia- hasta dos veces por semana. Sus retratos muestran los estigmas de su tratamiento con drogas psicotrópicas, como lo atestiguan los ojos, muy abiertos y con las pupilas dilatadas.
El francés Jean Perdrizet (1907-1975) inventó un lenguaje universal que denominó “esperanto sideral”, “el idioma de los astronautas robóticos”. Y ahora que vivimos tiempos de emergencia climática, gana peso la visión del checo Zdenek Košek (1949-2015), que se veía a sí mismo como una especie de estación eléctrica que recibía y emitía sin cesar grandes cantidades de información. “Creía”, nos explica el catálogo, “que su misión era dominar los fenómenos meteorológicos. Convencido de poder llegar a controlar el clima, pasaba el día junto a la ventana, anotando todo lo que acontecía a su alrededor: la dirección del viento, el vuelo de los pájaros, los cambios de temperatura, así como diversas combinaciones de números, letras y elementos químicos. Su mayor temor: el caos irreversible. Košek pegaba sus dibujos a la ventana de su apartamento para comunicarse con los pájaros, a los que consideraba seres superiores a los humanos”.
Los dibujos sumamente detallados y meticulosos del uruguayo Alexandro García (1970) giran en torno a una idea fija: “No estamos solos”, y parten de su visión de un ovni, que marcó su trayectoria hasta verse como “un canal que absorbe los mensajes del Cosmos”. Ojo eléctrico es el de George Widener, “un autista de alto funcionamiento con síndromes de Savant y Asperger; su personalidad refleja una combinación no infrecuente de absoluta incompetencia para las situaciones cotidianas con unas aptitudes mentales muy notables: ha memorizado miles de fechas históricas y más de mil estadísticas de censos poblacionales y es un auténtico prodigio para el cálculo mental de fechas. Sus obras suelen componerse de dibujos a los que añade una gran cantidad de anotaciones, a menudo fechas e inventarios exhaustivos de datos fácticos”.
“Obras que surgen de la relación con espiritualidades heterodoxas y talentos personales que permiten acceder de forma natural, sin dependencia religiosa, a ciertos estados modificados de la consciencia; una forma de misticismo salvaje, instintiva, que prescinde de la imposición institucional y se libera de cualquier poder otorgando autoridad a lo excepcional”, dice Pilar Bonet Julve en el catálogo.
En este afán de periodismo reglado, para delimitar mejor de lo que estamos hablando, no puedo dejar de referirme a la historia de dos mujeres fuera de lo común que cuenta Pilar Bonet en el catálogo:
“Anna Zemánková (1908-1986) es una de las autoras más fascinantes de las mujeres visionarias cuya obra está presente en la exposición. Nacida en la región de Moravia –ahora República Checa–, desde pequeña muestra una gran imaginación creativa. Se casa muy joven, dedicándose a las labores domésticas, y convierte el hogar en su refugio durante los turbulentos años de la ocupación nazi. La música clásica y las lecturas sobre extraterrestres le ayudan a evadirse de la realidad. La muerte de uno de sus tres hijos agudiza su exilio interior. A partir de ese momento, Anna sufre periodos de depresión y la diabetes que padece le priva de sus dos piernas, sumiéndola en una situación de dependencia que la precipita hacia su mundo interior, donde encuentra en la creatividad el soplo de vida que necesita. A la edad de 52 años empieza a dibujar como rutina para encontrar la paz interior. Dibuja de madrugada, canalizando una energía invisible que le permite desvelar lo más recóndito del Cosmos y de la Humanidad. Su obra está compuesta por motivos vegetales y florales que se generan en el límite de la figuración como estallidos fluidos de energía. Sin someterse a las reglas estéticas, Anna dibuja siguiendo patrones de la tradición femenina del bordado. Sus floraciones son excepcionales y tan bellas como enigmáticas”.
“Nina Karasek (1883-1952). También conocida como Joële, nace en la ciudad bohemia de Kuttenberg y estudia en Viena. Trabaja como pintora de paisajes y escenas de género. A los 44 años, mientras copia una obra de Rembrandt en un museo italiano, siente una presencia que guía su mano. A partir de esta súbita iluminación, inicia nuevas formas de dibujo guiada por los grandes maestros: Rembrandt, Durero, Rafael, Goya o Leonardo. De ahí que algunas de sus obras estén firmadas por los espíritus y que en algunas de ellas incluso aparezca el monograma de Alberto Durero. A partir de esta experiencia, Karasek amplía su lenguaje simbólico incorporando escenarios celestiales, energías etéreas y una gran variedad de personajes, jeroglíficos y sínbolos esotéricos”.
“Y es que puede que el arte tenga más que ver con la magia de lo que creemos”, concluye Pilar Soler.
Una expo que te recomiendo, pero si, de repente, encerrado en el subsuelo de La Casa Encendida, notas algo raro, oyes voces, alguna fuerza desconocida que te lleva a hablar solo, a recorrer repetidamente los dibujos de extrañas simetrías, si sientes un arrebato de turbación, sal corriendo a la calle a respirar. Pero si, de repente, ya en la realidad normalizada notas que algo absurdo está sucediendo, que la vida no se traza con lógica ni coherencia, te sientes solo, un ser diferente y desconocido, huye, vuelve a entrar en El ojo eléctrico. Pero si, de repente, notas el efecto de los rayos fríos y escuchas palabras en esperanto sideral que logras entender, sal corriendo a la calle. Pero si, de repente, notas que no entiendes nada de lo que te dicen a pesar de ser un lenguaje oficial y reglado, vuelve a entrar a El ojo eléctrico…, que la locura no acaba en esas salas.
‘El ojo eléctrico’. La Casa Encendida . Hasta el próximo 5 de enero.
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